viernes, 21 de agosto de 2015

TOMAS BOBADILLA Y BRIONES



                                                      TOMAS BOBADILLA


Este, es un prodigio de confusiones andróginas. Una  luz esquiva juguetea en su  sonrisa saturnina. Visto de frente, tiene la unción de un benedictino. Perfil, es carbonario. Hacia el mal consolando a la víctima. Hacia  el bien burlándose del beneficiario.
Duelista impasible, lo mismo estimaba a Satanás que a Cristo.  Un cirio de llama verde, en medio de la oscuridad agorera de un  templo en ruina, es  menos fantástico que el resplandor de su historia.
Cantaba el salmo de la libertad en un libro de Maquiavelo. Su ironía era un flujo anestesiaste. Una carcajada sin  tregua era su fe. Se reía de todo: de la justicia, del Derecho, de la Religión, del Deber,  de Duarte, de Santana,  de Jiménez, de Báez, de sí mismo, cuando no hallaba de quien reírse en su infinita incredulidad.
Viejo, tenía la juventud Saint Just. Joven  tuvo la vejez de  Richelieu. Qué tránsfuga de los principios! Que inventario de paradojas casuísticas y de axiomas liberticidas! Para su conciencia la vida era una oriflama que debía plegarse dulcemente a las inciertas ondulaciones del viento.
Con Boyer, con la menguada servidumbre de la República, en su calidad de Comisario del Gobierno, votaba y ejecutaba la muerte de los revolucionarios dominicanos de **Los Alcarrizos,** en 1824; y defendía en la Prensa, en 1825,las  notas diplomáticas de Haití,  contra el reclamo hecho por España en favor de la desocupación inmediata  de la parte española de Santo Domingo.
Con el grupo de los afrancesados, con lo que no creyeron jamás en la Independencia  nacional, se complacía en desacreditar  los planes separatistas de Duarte; y corrió, no obstante, inopinadamente, a última hora, a poner en conocimiento de los febreristas el peligro de las  combinaciones de Levasseur, para participar con ellos el heroico  de la Redención del Baluarte.
Presidente de la Junta Central Gubernativa, la noche de  Febrero, su  presencia entre aquellos generosos adalides  de la Patria, puso asombro en el corazón de los descreídos, desconfianza en el descreído silencio de algunos patriotas, reconciliación efusiva en el ánimo  de los menos previsores, amañada esperanza en las maquinaciones de los  conservadores que, en que el instante mismo de la redención, prepararon  el  huracán  de las cruentas perfidias con el  pagó  el futuro la obra santamente gloriosa de los trinitarios.
Causa, origen, el alma  de las desgracias que aun  cosecha el país en su acendrada vida de inestables garantías, de  alzamientos y miserias, de levaduras infames, este  hombre temible puso en camino de perdición la República, lanzando al campo de la libertad  esta manzana de odios y de pugilatos fratricidas: Santana.
Lo lanzó a la majestad del Poder, improvisándolo, y  le dio el concurso de cuantos  miraban de soslayo la Patria libre para buscar en el  protectorados francés  lo que no creyeron que podría  realizar la fuerte virtualidad del patriotismo del pueblo. Lo lanzó a la prepotencia del mando absoluto, y puso en sus manos la desoladora dictadura militar del Articulo  210  de la Constitución del 1844, los  consejos de guerra cuyo código de ** a verdad sabida y buena fe guardaba** levantaba un patíbulo  al amparo de cada sospecha o cada relación inicuas, y los tenebrosos decretos con que se consumó el sacrificio de Duarte, de Sánchez,  de Pina,  de Pérez y de todos los fundadores ilustre de la República.
Lo alzó, y desvaneciéndose un día el ascendiente de sus inspiraciones, caído de la gracia, hubiera pagado sus incontables m errores, castigado por el mismo a quien erigió en dueño atrevido de la Nación, si la  sagacidad  de su raro talento no le induce a concertar en  momentos difíciles, en 1847, su expulsión  del Congreso, y su extrañamiento del país.
Había formado la hoguera de las pasiones irritadas en  que  cayeron  las instituciones y los  hombres, y  se  reía de los graves  conflictos, de los personalismos en aviesa confusión y disputas, contando a la suerte las  intrepideces de sus engañosa fraseología  y el fecundo calor de sus iniciativas infatigables.
Este hombre, lo mismo secundaba la protesta de la virtud que la algazara del  delito. No  era un temperamento varonil, y  comparecía en los  peligros. No era una racionalidad conspicua, y tenía voto decisivo en los cónclaves del saber. No era característica de su vida la ambición  del Poder, y siempre estuvo en su asecho. Era  un confuso convencionalista, un utilitarista indiscreto, y daba  contrarias direcciones súbitas a su conducta con la suma tranquilidad de un creyente.
Sin religión, sin ensueño, sin  ideales, sin  patriotismo, amigo de las sorpresas emocionales de la tiranía, su palabra escodegina  penetraba como un  puñal  y revestía de entrega las resoluciones del despotismo.
Su nombre es el punto de partida de nuestras presentes vicisitudes;  de la división  honda y eterna que se  señaló, para desventura de todos, el resonante rompimiento de 9 de junio de 1844.
El alma escéptica, no tiene una  sola gloria que restaure amorosamente su  nombre en la conciencia del pueblo. Vivió una  vida de luchas, sin  ventura ni paz. No  creyó en nada,  y fue sacerdote de cuantas divinidades inventó su peculiar indolencia.
Cuando en las  borrascas  del  pasado se  agitaba  profundamente sagaz,  no era evitar los peligros sino para m soplar las borrascas. Que genio  tan fuertemente encariñado con los  sofistas del interés! Que  inteligencia tan sabia para  hurgar las sombras y hacerse dueña  de sus misterios.
Toda una época, la  de los grandes desatinos del primer periodo de la Republica, época de fusilamientos y ostracismos, de inacabables agravios al patriotismo, de  rivalidades y sacrilegios, tiene el sello de su individualidad batalladora.
En  esta  etapa comparase a modo de patriota virtuoso, dignificando con el  fingido entusiasmo de una fe  robusta la realidad de los ideales puros, mientras en los profundo de sus intenciones late el engaño. En aquélla,  es el  maestro  de la tiranía. En  todas, su musa es la sorpresa;  su gran libro,  lo  práctico: sus finalidades, las  del acaso;  pero sin dejar asidero a la  libertad, ni  refugio a la esperanza.
No creyó en Dios, y no faltó a la devoción de los dogmas sacros. No creyó en Mahoma, y solemnizó el Corán. No supo nunca alzar la plegaria, ni borrar las injusticias de las opiniones extremas.
Cuando Santana prepara la anexión española, increpa a Santana, combate la anexión. Se  consuma el 18 de  marzo de  1861, y al  siguiente día pone al servicio de  España su viejo nombre. La Restauración le sorprende sirviendo la causa española; y  mientras no vio seguro el triunfo de la República, mientras no llegó la víspera de la victoria final, no abandonó la anexión para aparecer en las filas restauradoras.
Nadie  como él para dejar cumplidos los transformismos más  estupendos. Aquí  es haitiano, allí febrerista, allá liberal, acullá conservador, más luego español... y nunca dominicano… Nunca.
Porque enseño el derrotero de la tiranía a los tiranos; porque aconsejó el despotismo;  porque instituyó el sofisma como  fundamento de gobierno; porque hizo,  con sus   consejos, el  sacrificio del derecho, la proscripción del deber, el reino de la oligarquía,  Gólgota de la democracia, la infinita pesadumbre de cuantas  torpezas consumó la ambición.
Nunca dominicano! Porque  de haberlo querido, salva el porvenir de su pueblo, haciendo prosperas las instituciones, desarmando las iras primeras de los partidarismos nacionales, poniendo distancias de las profanaciones groseras de la anarquía en el alma  noble y fecunda de la Redención de Febrero.
Su personalidad atrevida  no  era para  pensar sin  huella por el campo de la vida pública, o para aislarse en  medio de las  convulsiones de la política. Estaba dotado de grandes vuelos de osadía  que le hacían remontar sin fatiga las más  abruptas  cimas y  llevar en  sus alas el tremendo peso de cuantas responsabilidades aconsejara el destino. Y, sin embargo, no era un  carácter. La faltaba unidad de espíritu para serlo. No  tenía  la perfecta concordancia  de las ideas, de los sentimientos y resoluciones del carácter.
Pasó y su historia, alma de lo pasado,  ofrece al mundo el desdén  de una vida que miró al través de lo útil la majestad del derecho, que  santifico  el despotismo, que se burló  de la gloria, que se río de la Patria, que canto el salmo de las  instituciones del  progreso en  un libro de Maquiavelo, y erigió en inspiración  sagrada del Poder la  impenetrabilidad de la fuerza.
Fuente: Miguel Ángel Garrido. Obra Silueta, págs...185 a 197,

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