Nuestro soldado restaurador
Nuestros soldados andaban descalzos, andrajosos, con un macuto donde guardaban su tasajo, pólvora y municiones, cargando un viejo mosquetón, pero también con un terrible y eficaz machete al cinto. Al igual que los que vencieron a los ingleses en la invasión de Penn y Venables doscientos años antes, eran voluntarios, quienes habían abandonado sus conucos y familias para luchar por la patria. Su pobre indumentaria, sin embargo, no los hace menos héroes y valientes. Cuando las batallas contra los haitianos tampoco contaban con uniformes. La exhortación tradicional: “Ni un paso atrás, a morir por la patria” era seguida por: “Y eso sí, el que sea prieto que hable claro”.
Vencieron a un ejército profesional español porque utilizaron la táctica de la guerrilla. El manual que elaboró Mella en esos días fue antecesor a las enseñanzas de Mao y el Che. Nuestros mambises, palabra utilizada por nosotros en aquella época, enseñaron a los cubanos, quienes la copiaron, cómo vencer a los españoles con el machete, más que con la pólvora, como también lo hicieron los montoneros matadores de vacas, para aprovechar su cuero, contra los ingleses de Penn y Venables con sus largas lanzas para desjarretar vacas.
Santana promovió la Anexión por ser muy conservador y, además, sin consultar al pueblo, tanto así que a su acto de proclamación asistió muy poca gente. Con la llegada de las tropas españolas cundió el miedo entre negros dominicanos de que estas restablecerían la esclavitud, aun vigente en sus colonias de Puerto Rico y Cuba. Además, las nuevas autoridades españolas lucharon contra el amancebamiento, promoviendo el matrimonio, así como contra una masonería que había sido cuna del movimiento independentista. También establecieron nuevos impuestos. Todo eso ayudó a la insurrección armada.
La lucha contra los españoles se inició tan pronto estos llegaron. A pesar del envío de tropas adicionales desde Puerto Rico, Cuba y la propia península, los españoles pronto tuvieron que admitir que habían sido derrotados y pactaron su salida.
Algunos dominicanos, como un grupo de blancos de Baní, que incluyó a Máximo Gómez, Modesto Díaz y los hermanos Marcano, lucharon a favor del bando español, por lo que tuvieron que abandonar el país, pero una vez en Cuba, al observar la crueldad de la esclavitud, pronto se pasaron al bando independentista, enseñando a los mambises cubanos las tácticas que habían enfrentado en Santo Domingo y encabezaron la lucha independentista de ese país.
El esfuerzo español para lograr de nuevo el control sobre nuestro país, perdido 40 años antes y de esa forma controlar las principales tres islas hispanoparlantes del Caribe, en un momento en que Estados Unidos devenía cada vez más fuerte, no fue el único intento europeo de esos días por retomar un país de la zona. La Anexión y Restauración tuvieron lugar entre 1861 y 1865. Francia, bajo Napoleón III, impuso como emperador en México en 1864 a Maximiliano de Habsburgo, hermano del emperador de Austria.
Tres años después, en 1867, con igualmente mal vestidos soldados mexicanos, Maximiliano fue derrotado y hasta fusilado.
Benito Juárez, venció a los franceses, como entre nosotros ganaron a los españoles Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, Benito Monción y Santiago Rodríguez, entre muchos otros. Pero apenas cuatro años después de la Restauración, y a pesar de la mucha sangre derramada, un presidente dominicano, Buenaventura Báez, negoció y firmó la Anexión del país a Estados Unidos, algo que no se materializó dos años después gracias al rechazo por parte del Senado norteamericano de dicho acuerdo. Por algo una de nuestras calles lleva el nombre del elocuente senador Charles Sumner, quien encabezó esa campaña.
Los de nuestra Restauración no vestían como soldaditos de plomo, sino con harapos. Ya lo dijo el bardo: “Vosotros los humildes, los del montó salidos, heroicos defensores de nuestra libertad”.
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