CIUDAD MUERTA
Copilado: por Ubaldo Solís
Fuente,
articulo escrito por Lorenzo Despradel (Muley), en la obra PAGINAS,
Colección Nacional, Taller Tipográfico, El Día, La Vega, 1918
Alguien
se
quejaba el otro día de que las personas ignorantes y codiciosas, sin
tener
en cuenta el respeto que inspiran las
cosas del pasado se hubiesen dedicado a derribar lo poco que quedaba de
esas famosas ruinas de La Vega Real, para con esas piedras seculares
fabricar riquísimas
casitas de inquilino.
Nuestro pueblo
siempre se ha distinguido por su espíritu demoledor, por su instinto de
arremeter contra todo aquello que de
algún modo represente un valor histórico o arqueológico sin exceptuar ni
siquiera aun las reliquias familiares, que en los pueblos de mayor consistencia
moral, la tradición ha hecho intangibles, clasificándolas entre las cosas
sagradas
De niño
asistíamos con el corazón oprimido a la demolición de esos viejos y
claudicantes paredones, últimos vestigios de la grandeza de una ciudad que
rememoraba, según la opinión de un cronista de la época, la elegancia y suprema
alegría de las ciudades levantinas de la madre patria
Ciudad de
torneos, de zambras, y de amoríos, mimbrada por una aureola de caballeresca
elegancia, fue el asiento, el lugar de cita de esos magnates que cruzaban los mares en pos de “algo nuevo”,
pero a quienes no aguijoneaba el ansia de aventura bélicas, asís fuera contra
esos pobres indios que opinión a la cota de malla acerada, a los atronadores
arcabuces y a la fogata acometividad de los corceles de los hombres de la
conquista, su cuerpo desnudo, y la inofensiva potencia de sus flechas
Esos que se
atincaban en la famosa Vega Real, eran señores del placer, de chambergos con
vistosas plumas, de blancas gorgueras y elegantes ferreruelos, para quienes esa
ciudad naciente aún era como un edén
perdido en medio de una naturaleza prodigiosa
Por sus calles
resonaba el tintineo de las espuelas de oro; y en los días festivos se alegraba la urbe con el tropel de los famosos
maquiñones que iban a justar, montados
en briosos potros, a la amplia plaza en donde se daban cita las damas más
bellas y los más apuestos caballeros
Un día, sin
embargo, se revolvió Plutón en su antro tenebroso, falsearon en un punto los
cimientos del planeta, y La Vega Real se hundió entre el fragor dantesco de la
más terrible catástrofe
Y de toda
aquella opulencia no nos quedó más que un montón de ruinas…Torres
abatidas y paredes aisladas en las cuales prendieron las parásitas, adornándolas
con sus hojas verdes y los móviles flecos
de sus raíces adventicias. El tiempo
había vertido su vitriolo sobre esas ruinas, y entonces el hombre, más
implacable que el tiempo, comenzó su obra destructora
Sin piedad
derribó los restos del bastión que el arqueólogo Cronau, copió lleno de admiración;
horadó el suelo para buscar en el seno de la tierra edificios enteros, que
fueron demolidos para utilizar esas piedras y esos ladrillos centenarios en la
fabricación de hornos, si es que los
destinaban a usos más innobles bajo la autoridades, que no podían comprender la
devoción que unos cuantos sentían por
cosas tan baladí como unas ruinas
Y fragmento por
fragmento, dedazo a pedazo fue desapareciendo esa Pompeya Americana, no
quedando de ella sino vagos vestigios, cuando ayer toda la vasta llanura que
cerraban sus abatidos muros, estaban
llena de sus recuerdos y daba testimonios de su grandeza pasada……
Lo poco que
queda irá perdiéndose entre la revuelta
hojarasca de esos campos en donde en otrora resonaba alegre y festivo el
repique de la campana que el higo legendario salvó. Con sus ramas implicantes y
piadosas, de la humillación del polvo, o de la vergüenza de haber sido
transformada en almirez por un palurdo
comarcano
Los amantes de
la arqueología solamente encontraran en la vasta extensión que ocupa esa Thule Mediterránea, fragmentos
descoloridos de mosaicos moriscos, vestigios de alfarería de aquella época, y
piezas herrumbosas que hacen evocar el
brillo argentado y la flexibidad de aquellas espadas toledanas imprento
caballeresco que acrecía la arrogancia de esos rondadores nocturnos
que se deslizaban por las oscuras
callejuelas en busca de aventuras amorosas
No queda
nada! Nuestro pueblo no comprendió, no
ha comprendido, no comprende el lenguaje mudo de las ruinas, y su piqueta está siempre
en alto para abatirlas, en vez de proveer a su conservación, para destruirlas, en vez de reguardar esas piedras
que nos hablan de un pasado glorioso
Si de La
Vega Real no queda ya ni el punto geográfico por obra de la codicia y de la
estupidez ambiente, salvemos la pocas ruinas que nos quedan siquiera sea para
que nos se ponga nuestra cultura en entredicho, suponiéndonos capaces de comer
sin alzar nuestra viril protesta, el pan cotidiano cosido en hornos hechos con
las piedras y ladrillos arrancados de San Nicolás y de la casa del Almirante!
LORENZO
DESPRADEL, 1918, LA VEGA, REP. DOMINICANA
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