El prognatismo Habsburgo, la deformación de la mandíbula que acomplejaba a Carlos V
Día 27/08/2015 - 12.50h
http://www.abc.es/espana/20150827/abci-prognatismo-habsburgo-real-simbolo-201508261623.html
La vergüenza que le causaba que le vieran masticar con dificultad hacía que prefiriera comer en solitario, sin que nadie pudiera contemplar sus apuros. El asunto es especialmente relevante dado que el Rey, con tendencia a sufrir episodios depresivos, era adicto a la comida y posiblemente bulímico
La endogamia –el matrimonio entre primos hermanos– fue un
instrumento político empleado por la familia Habsburgo para mantener
unidas las dos ramas de la dinastía, la española y la alemana, y la
responsable de que el último de sus reyes en España, Carlos II «El Hechizado», fuera incapaz de dar un sucesor a la Corona. Los elevados coeficientes de consanguinidad de Carlos II,
con una cifra de 0,254 (la misma presente en un matrimonio entre padre e
hija), le hicieron portador de numerosos genes recesivos y alteraciones
genéticas, entre ellas probablemente el síndrome de Klinefelter,
que provocaron su incapacidad para tener hijos y para gobernar. Entre
esta herencia genética envenenada, Carlos II presentaba el prognatismo
que su padre, su abuelo, su bisabuelo, su tatarabuelo... ya exhibieron.
Casi un símbolo de poder, la mandíbula prominente fue un distintivo de los Habsburgo, pero también el origen de muchos complejos personales como el sufrido por Carlos V (I de España).
El prognatismo es una deformación de la mandíbula por la
cual ésta, bien en la parte superior o bien en la parte inferior,
sobresale del plano vertical de la cara. Esta desalineación entre el maxilar y la mandíbula
impide el correcto encaje de la boca al cerrarla y causa dificultad
para hablar, morder y masticar. Precisamente por ello, el prognatismo
–que es habitual en otras especies de homínidos– se soluciona hoy con
una cirugía o a través del uso de ortodoncia en los casos más extremos.
Diferentes personajes históricos con mandíbulas exageradamente prominentes
no pudieron recurrir, como es evidente, a ninguna solución médica más
allá del uso de la barba como hizo la mayoría de los miembros de la Casa de Austria, los Habsburgo.
Un símbolo de poder de los Habsburgo
La muerte de Isabel «la Católica» en 1504 y la antipatía de una parte de la nobleza castellana hacia Fernando «el Católico» alzó en el trono de Castilla al hijo de Maximiliano I de Habsburgo, Felipe «el Hermoso», casado con Juana «La Loca»,
que en el momento del casamiento era la tercera en la línea de sucesión
al trono pero que ascendió posiciones con la muerte de sus hermanos
mayores. El hijo mayor del matrimonio, Carlos I, heredó las coronas de Castilla y de Aragón a consecuencia de la prematura muerte de su padre, el fallecimiento sin herederos varones de Fernando «El Católico» y la incapacidad para reinar de su madre. Si bien su padre Felipe I
y su abuelo Maximiliano I de Alemania ya portaban un llamativo mentón,
es Carlos V de Alemania y I de España quien hizo más por la notoriedad
del prognatismo. De hecho, esta condición es conocida en los países
anglosajones como «the Habsburgo Jaw» como resultado precisamente del peso histórico e icónico de Carlos V en las islas británicas a raíz de su intermitente amistad, luego enemistad abierta, con Enrique VIII.
«Tiene los ojos ávidos, el aspecto grave, pero no cruel ni
severo; ni en él otra parte del cuerpo se puede inculpar, excepto el
mentón y también toda su faz interior, la cual es tan ancha y tan larga,
que no parece natural de aquel cuerpo; pero parece postiza, donde ocurre que no puede, cerrando la boca, unir los dientes inferiores con los superiores;
pero los separa un espacio del grosor de un diente, donde en el hablar,
máxime en el acabar de la cláusula, balbucea alguna palabra, la cual
por eso no se entiende muy bien», describe el embajador veneciano Gaspar Contarini
sobre el Emperador Carlos V a los veinticinco años de edad. El mentor
«que parece postizo» era, en opinión de la mayoría de los cronistas, el
rasgo más llamativo del Emperador y también el que afeaba más su aspecto,
lo cual no evitó que para los estándares de la época fuera considerado
un hombre atractivo y apuesto. La fama de hombre mujeriego acompañó toda
la vida al Monarca más poderoso de su tiempo, hasta el punto de que se le cuentan al menos cinco hijos fuera del matrimonio.
Que no perjudicara su imagen de hombre proporcionado no
significa que el prognatismo estuviera exento de una infinidad de
inconvenientes. Según observa el médico psiquiatra Francisco Alonso-Fernández en su libro «Historia personal de los Austrias españoles»,
su mandíbula le obligaba a aparecer siempre con la boca medio abierta,
articular la palabra de una forma defectuosa (signo patológico designado
como disartria) y a tener que luchar en la masticación y la deglución de los alimentos.
La vergüenza que le causaba que le vieran masticar con dificultad hacía
que prefiriera comer en solitario, sin que nadie pudiera contemplar sus
apuros. El asunto es especialmente relevante dado que el Rey –con tendencia a sufrir episodios depresivos y a mostrar comportamientos obsesivos– era adicto a la comida y a abusar de todo tipo de alimentos. El médico de la Corte, Villalobos,
llamó la atención en sus estudios sobre estos malos hábitos del Rey:
reclamaba con reiteración mayor abundancia en la comida y exigía la
introducción de nuevos platos casi a diario. Y puesto que nunca modificó
su peso corporal pese al apetito exagerado, el psiquiatra Francisco
Alonso-Fernández y otros autores argumentan como lo más probable que el Rey fuera bulímico.
La característica mandíbula de Carlos V de Alemania y I de
España era muy conocida a nivel popular y sirvió a quienes querían
ofenderle con improperios. Como Pierre de Bourdeille cuenta en su famosa obra «Bravuconadas de los españoles», un soldado que servía en Hungría al Emperador y a su hermano, Fernando Rey de los romanos, se quejó amargamente de las condiciones del servicio y afirmó de forma deslenguada «váyase al diablo, bocina fea,
que tan tarde es venido, que todo el día somos muertos de hambre y
frío». La referencia a la deformidad de su boca no ofendió a Carlos V,
que se lo tomó con humor y no dio orden de castigar al soldado, al menos
según Bourdeille, pero da una idea aproximada del tono de los insultos
empleados contra su figura.
Felipe II, Felipe IV y, en un grado menor, Felipe III,
también mostraron la característica mandíbula prominente, pero ninguno
alcanzó una desproporción igual a la de Carlos V, ni a la de Carlos II
«El Hechizado». En el conjunto familiar de las dos ramas, la española y
la alemana, los más afectados fueron Leopoldo I de Austria y Carlos II de España, dos casos donde el grado de consanguinidad era especialmente alto. Los padres de Carlos II eran tío y sobrina
y los dos tenían prognatismo por lo que es posible que pasaran una
carga genética a su desventurado hijo que generase una mandíbula
especialmente deforme que le impedía hablar o comer con normalidad.
A pesar de todo, los Habsburgo hicieron del prognatismo
casi un símbolo de poder. Muchas de las monedas y medallas de estos
soberanos, donde podrían haber disimulado sus mandíbulas inferiores, parecen aún más prognatas que en los propios retratos.
Como ocurre con la leyenda de la sangre azul, la prominencia de sus
mandíbulas les conectaba con sus gloriosos antepasados, que en el caso
de la rama española habría estado presente tanto por parte de los Trastámara como los Borgoñeses, y les diferenciaba así del resto de los mortales.
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