La historia de Don Carlos, el sádico hijo de Felipe II que la leyenda negra convirtió en un mártir
Día 22/01/2015 - 13.23h
http://www.abc.es/espana/20150122/abci-hijo-felipe-maldito-enfermo-201501211850.html
El heredero a la Monarquía Hispánica fue prendido en enero de 1568 acusado de conspirar contra su padre. A causa de una arriesgada trepanación cuando era adolescente, el príncipe sufrió graves daños cerebrales y desarrolló un carácter muy agresivo
Hasta sus últimos días, Felipe II recordaría con la mayor de las penas la noche del 18 de enero de 1568. Vestido con la armadura real, el Monarca más poderoso de su tiempo condujo a un grupo de cortesanos y hombres armados por los oscuros pasillos del Alcázar de Madrid
«sin antorchas ni velas» al aposento del Príncipe Carlos, el hijo del
Rey y su único heredero. Al despertarse y hallarse rodeado de hombres
armados, Don Carlos exclamó: «¿Qué quiere Vuestra Majestad?
¿Quiéreme matar o prender?». «Ni lo uno ni lo otro, hijo», contestó
Felipe II instantes antes de que el Príncipe se llevara la mano a la
pistola cargada de pólvora que guardaba siempre en la cabecera de su
cama.
El joven heredero fue arrestado,
sin que nadie llegara a apretar el gatillo, y acusado de conspirar
contra la vida de su padre. Días antes, uno de sus mejores amigos, Don Juan de Austria –hermano bastardo del Rey y a la postre héroe de Lepanto–,
se había visto obligado a desvelar los planes de su sobrino al
percatarse de la gravedad de su locura. El cautiverio de seis meses,
lejos de calmar a Don Carlos, empeoró su salud mental y terminó
costándole la vida en un arranque de demencia a los 23 años de edad. En
medio de una huelga de hambre, el heredero de la Monarquía Hispánica se acostumbró a calmar sus calenturas volcando nieve en su cama
y bebiendo agua helada, lo cual terminó consumiendo su quebradiza
salud. Por supuesto, la propaganda holandesa acusó directamente al Rey
de ordenar el asesinato de su hijo y argumentó que lo único que quería
Don Carlos era acabar con la tiranía de su padre en los Países Bajos. El melancólico y misterioso carácter del Monarca, a su vez, prestó los ingredientes para que Giuseppe Verdi, recogiendo la leyenda negra, compusiera siglos después una de sus óperas más famosas: «Don Carlo».
Endogamia, malaria y una caída: las culpables
La propaganda holandesa, sin embargo, no podía estar más
equivocada en este caso. Felipe II fue excesivamente permisivo con la
actitud de Don Carlos, el cual arrastraba problemas mentales desde que
era niño. Del Príncipe maldito se ha dicho, sin excesivo rigor, que
siendo solo un infante gozaba asando liebres vivas y cegando a los caballos en el establo real.
A los once años hizo azotar a una muchacha de la Corte para su sádica
diversión: un exceso por el que hubo que pagar compensaciones al padre
de la niña. No en vano, junto a su sobrino biznieto Carlos II «el Hechizado», el primer hijo de Felipe II es el máximo exponente de las consecuencias de la endogamia practicada por la Casa de los Habsburgo.
Solo tenía cuatro bisabuelos, cuando lo normal es tener ocho
Bien es cierto que, como le ocurrió a Felipe II, el Príncipe heredero se crió lejos de sus padres.
Huérfano de madre a los cuatro días de nacer, Carlos quedó bajo la
custodia de sus tías, las hijas de Carlos V que todavía no tenían
compromisos matrimoniales, puesto que su padre estuvo ausente de España
en los primeros años de su reinado. Con 11 años, una plaga de malaria
asoló la Corte y afectó al joven, quizás más vulnerable que el resto por sus deficientes genes.
La enfermedad provocó en el Príncipe un desarrollo físico anómalo en
sus piernas y en su columna vertebral, que, a su vez, pudo estar detrás
de la grave caída que sufrió a los 18 años de edad
mientras perseguía por el palacio a una cortesana. Los médicos llegaron
a desahuciar al joven, dándole apenas cuatro horas de vida, y un grupo
de franciscanos trasladaron los huesos de San Diego de Alcalá
a los pies de su cama solo a la espera de un milagro. Contra todo
pronóstico, una arriesgada trepanación pudo salvar la vida del Príncipe
Carlos; no obstante, pronto se evidenciaría que los daños cerebrales se presumían irreparables.
En los años previos a aquella caída, Don Carlos vivió su periodo más feliz en la Universidad de Alcalá de Henares, donde estudió junto a su tío, Don Juan de Austria, y Alejandro Farnesio,
que contaban prácticamente sus misma edad. Sin destacar en los estudios
sino todo los contrario, el hijo del Rey al menos se contagió del
ambiente juvenil y saludable del lugar. En 1560, Felipe II –juzgando aceptable su comportamiento– le reconoció como heredero al trono por las Cortes de Castilla.
«Mostraba la desinhibida malicia de un chico con un daño frontal en el cerebro»
Fugarse a Flandes para proclamarse Rey
Por el miedo de los embajadores a que se interceptaran sus
informes y el Rey pudiera ofenderse, muchas de las actuaciones contra el
joven no han podido ser documentadas y se basan en testimonios indirectos. Pero consta, por la correspondencia del embajador Nobili, que el hijo del Rey frecuentaba «con poca dignidad y mucha arrogancia» los burdeles madrileños y trataba con violencia al servicio. En una ocasión, Don Carlos arrojó por una ventana a un paje cuya conducta le molestó, e intentó, en otra jornada, lanzar a su guarda de joyas y ropa. También trascendió por aquellas fechas su intento público de acuchillar al Gran Duque de Alba, al que acusaba de inmiscuirse en los asuntos de Flandes.
Los conflictos entre padre e hijo no tardaron en llegar. Tras su recuperación, Felipe II le nombró miembro del Consejo de Estado en 1564, en un último intento por fingir normalidad, y barajó la posibilidad de casarlo con María Estuardo o con Ana de Austria,
la cual sería posteriormente la cuarta esposa del Rey. Pero dentro de
su mente enferma, sus prioridades eran otras. Obsesionado con los Países
Bajos –en ese momento en rebeldía contra Felipe II–, contactó con varios de esos líderes rebeldes, como el moderado Conde de Egmont o el Barón de Montigny,
para organizar su viaje a Bruselas, donde pretendía proclamarse su
soberano. En efecto, el Rey en el pasado había sopesado la posibilidad
de que su hijo gobernara allí, pero las actuales circunstancias
políticas y la mala salud mental del Príncipe descartaban por completo
esta opción.
En una reunión mantenida con Don Juan de Austria,
al que pidió ayuda para fugarse a Italia, el Príncipe le comunicó sus
planes. El general español le reclamó veinticuatro horas a su sobrino
para tomar una decisión, e inmediatamente salió a informar al Rey.
Advertido de la traición –según varios informadores–, Don Carlos cargó una pistola y pidió a su tío que regresara a sus aposentos. La pistola no pudo efectuar el disparo que habría matado al futuro héroe de Lepanto,
puesto que fue descargada previamente por un cortesano, pero Don Carlos
se abalanzó daga en mano contra Don Juan de Austria, que, superior en
fuerza y habilidad en el combate, redujo a su sobrino. «¡Qué vuestra Majestad no dé un paso más», gritó, apuntándole con su propia daga.
Un adalid de la rebelión de los holandeses
Las noticias de esta agresión precipitaron los
acontecimientos. Felipe II mandó el 18 de enero de 1568 encerrar a su
hijo en sus aposentos. En los siguientes días, licenció a los servidores de su hijo y trasladó a éste a la torre del Alcázar de Madrid que Carlos V usó como alojamiento para otro ditinguido cautivo: Francisco I de Francia, capturado tras la batalla de Pavía.
La lectura de la correspondencia privada del joven sacó a la luz una
conspiración, más bien el amago de una puesto que ningún noble le prestó
mucha atención, para acabar con la vida de Felipe II. Y precisamente
porque las cartas descubiertas cada vez elevaban más la gravedad de sus crímenes, el Monarca decretó su cautiverio indefinido en el Castillo de Arévalo.
Cada vez que padecía uno de estos ataques, ordenaba llenar su cama de nieve
Las vagas explicaciones de Felipe II y su empeño por destruir las cartas que incriminaban a su hijo
–quizás buscando ocultar las miserias de su heredero– situaron su
muerte en el terreno predilecto para alimentar la leyenda negra que los
holandeses, franceses e ingleses usaban en perjuicio del Imperio
español. La ópera «Don Carlo» escrita por Giuseppe Verdi
siglos después y un drama del poeta alemán Schiller tomaron por
referencia el ensayo «Apología», de Guillermo de Orange, que presenta la
vida del Príncipe de forma muy distorsionada. El holandés inventó una relación amorosa entre Don Carlos y la esposa de su padre, Isabel de Valois,
y colocó al joven como adalid de la independencia holandesa y al
malvado Rey como el asesino de ambos. Más allá de una inocente
literatura, este episodio se convirtió en el más importante pilar de la leyenda negra contra los españoles.
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