miércoles, 12 de agosto de 2015

PRESIDENTES DOMINICANOS QUE…ERAN EXTRANJEROS !!


Aunque no lo creas los Presidentes Jiménez González, Pepillo Salcedo , Alfred Deetjen y Báez Machado figuran entre ellos, conoce su historia y trayectoria política en nuestra patria!!
 
Manuel Jiménez González (Cuba)
Tercer presidente de la I República

Nacido en 1808 en Baracoa, Cuba, Manuel Jiménez fue un hombre apasionado y contradictorio con un papel destacado en los momentos fundacionales de la nueva República. Más que otros líderes, Jiménez representa en la nueva generación dominicana el apoyo decidido a la independencia de la metrópoli. Ministro de Guerra en el Gobierno de Santana, asumió la presidencia en 1848.

Jiménez fue uno de los hombres más decisivos para el logro de la Independencia. Ninguno de sus compañeros le superó en patriotismo. Y no dudó, pese a los riesgos, en incorporarse decididamente al movimiento independentista en lugar de las dudas y titubeos iniciales de otras personalidades destacadas.

Una de la primeras cosas que hizo Jiménez después de asumir la presidencia fue dictar un decreto de indulto (26 de septiembre de 1848) a favor de los los tres líderes de la independencia: Juan Pablo Duarte,  Matías Ramon Mella y Francisco del Rosario Sánchez. Al mismo tiempo decreta la abolición de los cuerpos de infantería del Ejército. Argumenta su polémica decisión señalando que esos hombres hacen falta en los campos para desarrollar la agricultura.

Tras la independencia nacional y la fundación de la República, Jimenez destaca como gran patriota. Era un prototipo del criollo apegado a los gustos y costumbres locales. La afición a las buenas pelas de gallos no le abandonó nunca. Lo vivía con tanta pasión que a veces hasta los mismos asuntos de Estado, por muy urgentes que fueran, pasaban a un segundo plano.

La situación política de Jiménez empezó a deteriorarse en el momento en que culminaron las gestiones de una misión diplomática dominicana en Europa para que Francia admitiera a la nueva República en la comunidad internacional. Finalmente París reconoce en 1848 a República Dominicana como Estado libre e independiente mediante la firma provisional de un tratado de paz, amistad, comercio, y navegación. La reacción haitiana no se deja esperar. Rápidamente alegan que es un atentado contra su propia seguridad. Se enciende de nuevo la guerra.
De repente todos los reproches se vuelven contra Jimenez. Fue necio, dicen, al disolver los cuerpos de infantería. No ha sido generoso en su amnistía a los trinitarios y sus pasiones personales se han mezclado dándosela a unos y negándosela a otros. Finalmente, cuando el nuevo presidente de Haití, Faustino Soulouque, avanza con sus tropas victoriso hacia Santo Domingo todos le tildan de débil y desconfían de su liderazgo.

El poder de Jiménez se debilita. No puede evitar que Santana vuelva a la escena política y tome las riendas del ejército. De repente todo aquello por lo que ha luchado Jiménes de manera imperiosa se desvanece. Su llama libertaria se apaga lentamente socavada por todos sus enemigos que critican duramente tanto su afán independentista como libertario. Acabada la guerra, Jiménez y Santana cruzan graves acusaciones. El Congreso decide retirar su apoyo al presidente. Estalla una corta pero violenta guerra civil. De nuevo intervendrán los cónsules de Francia, Inglaterra y Estados Unidos para que el presidente pueda abandonar el paìs y exiliarse. Solo y abandonado por sus antiguos compañeros de armas muere en 1854.

José Antonio Salcedo-(Pepillo) (España)
nació en Madrid en el año de 1816, sus padres españoles criollos oriundos de Santo Domingo, se trasladaron a España en el año de 1815 en pleno período de la “España Boba”. José María Salcedo y Luisa María Ramírez de Salcedo, vivieron corto tiempo en Europa. Regresaron a América y se establecieron por breve tiempo en Cuba, luego retomaron al país, específicamente a la región Noroeste residiendo cerca de la ciudad de Montecristi. Su padre era un acomodado comerciante dedicado al corte y venta de maderas preciosas y a la cría de ganado vacuno. En el medio rural de la región, creció y se hizo hombre Pepillo Salcedo, asistiendo al pueblo de Montecristi a recibir enseñanza escolar.
Desde niño Pepillo reveló ser dueño de un enérgico carácter, agresivo y con dotes de mando. En su adolescencia estuvo un tiempo recibiendo instrucción en un colegio de la ciudad de Santo Domingo, lo que le permitió tener en el orden educativo, un nivel por encima de los jóvenes y hombres de la región noroeste, a la que regresó cercano a la edad de 25 años, donde contrajo matrimonio con Agueda Rodríguez. Se instaló definitivamente en el paraje de Estero Balsa, cercano a Puerto Juanita, por donde realizaba embarques de madera, negocio que había heredado de su padre y que lo convirtió en un próspero negociante.
En su región fue soldado de vanguardia en defensa de la Independencia frente a Haití y como Lugarteniente del General Tito Salcedo, con quien no tenía parentesco cercano, dejó fama de hombre de acción, arrojado y buen jefe de tropa. A sus condiciones de guerrero, Pepillo agregaba una atractiva presencia física: de piel blanca, rubio, de ojos azules, de musculatura recia, pequeño de talla, era hombre abierto y simpático, aunque en ocasiones, como era el decir de la época, de “temperamento sanguíneo”. Buen jinete y conocedor de la región en la que trabajaba, recibía el respeto y aprecio de los que lo conocían. Su liderato económico y social era incuestionable.
Durante el mes de febrero de 1861 el General Hungría, que había sido jefe de Pepillo en la batalla de Sabana Larga, junto a otros militares dominicanos y oficiales españoles que se encontraban en el país, recorrían la Línea Noroeste recogiendo firmas para apoyar la anexión a España. Hungría hizo comparecer a Pepillo ante su persona en el poblado de Guayubín. Salcedo cuando estuvo frente a Hungría no quiso desmontarse de su caballo, conociendo para lo que había sido llamado. Cuando Hungría le pidió que firmara el documento Pepillo, con ruda firmeza, le respondió: No puedo aceptar con mi firma la anexión, puesto que soy un soldado de la Independencia, en la guerra por la Patria serví a usted con gusto pero en esta cesión no le acompaño.
Al terminar estas palabras con la decisión que era característica de su persona, sin despedirse, clavó su caballo y salió del pueblo. Al momento de emprender la marcha a la salida del lugar, venía una tropa española marchando al toque de trompetas y redoble de tambores, el caballo de Salcedo se espantó con el ruido y le tumbó. Encarándose al Coronel que comandaba la unidad militar, lleno de cólera le dijo: Malditos españoles, hasta mi caballo los odia.
A partir de ese momento y consumada definitivamente la anexión, las autoridades españolas le hicieron la vida imposible a Salcedo. Tiempo después en un corte de madera de los varios que tenía fue atacado por uno de sus peones y Pepillo, en legítima defensa, apuñaleó al agresor quien murió poco tiempo después. Las autoridades le hicieron preso acusándolo de un crimen que desde el punto de vista jurídico no tenía justificación. Detenido en la Fortaleza de Santiago, Pepillo se fugó en los días en que se iniciaba el levantamiento del 16 de ago.sto. de 1863. Se presentó a los patriotas que encabezaban el movimiento Restaurador en la Villa de Guayubín y se sumó al ejército en el inicio mismo de la nueva guerra de Independencia. Participó en varios combates y fue uno de los jefes militares que sitió la ciudad de Santiago, obligando a las tropas españolas, después del incendio de la Villa, a retirarse hasta Puerto Plata.
Sus condiciones innatas de guerrero, su ilustración, su carisma, y el valor que había demostrado en el campo de batalla, lo hicieron acreedor por sus compañeros de armas para ser promovido y elegido a la presidencia de la República recién restaurada. José Antonio Salcedo, conocido popularmente como Pepillo, fue el primer presidente del Gobierno Restaurador.
Como contrapeso a sus cualidades de hombre de acción, Salcedo carecía de poder de decisión y cuando su carácter se violentaba era caprichoso y agresivo. La autoridad y el respeto que había ganado en el campo de batalla los fue perdiendo por sus decisiones impulsivas, que no correspondían a las funciones que con energía y seriedad, estaba obligado a ejercer la figura política y militar más importante del Gobierno Restaurador. La oficialidad subalterna terminó, consternada, confundida, desobedeciendo sus órdenes. Y los adversarios que se multiplicaron de inmediato, lo acusaron de “baecista” o sea seguidor de Buenaventura Báez, y de mantener una actitud pasiva frente a los españoles, que perseguía entenderse con ellos excluyendo la condición de la soberanía absoluta de la República. El 10 de octubre de 1864 fue derrocado y hecho prisionero por un movimiento popular encabezado por Gaspar Polanco y apoyado por la mayoría de los jefes militares Restauradores. Gregorio Luperón fue encargado de su custodia y recibió instrucciones de sacarlo del territorio nacional a la mayor brevedad posible, por algún punto de la frontera con Haití.
Las autoridades haitianas se negaron a recibirlo en su territorio porque sospechaban de sus simpatías por Báez, quien entonces ostentaba el título de Mariscal del Campo de los ejércitos españoles, razón por la cual los haitianos lo veían como un enemigo de la Restauración y, en consecuencia, de la soberanía de Haití. Pepillo fue trasladado a Guayubín con la intención de esperar una goleta que debía llegar a Puerto Blanco, hoy Luperón, para embarcarlo rumbo a Inglaterra. Detenido en el Cantón de La Jabillas, fue requerido por el Coronel Agustín Peña Masagó quien tenía instrucciones secretas del Presidente Gaspar Polanco.
Trasladado a la costa, cerca de Puerto Plata, en el Paraje de Maimón, Pepillo fue informado por el oficial jefe de la escolta que debía ser fusilado, por orden escrita, en ese lugar. Pepillo, hombre de incuestionable valor, no hizo ningún gesto visible de protesta o de rechazo a lo que sabía era su trágico destino.
Antes de su ejecución entregó a un soldado del pelotón de fusilamiento encargos para su mujer que vivía en Guayubín. Ese soldado, con algo más de 20 años, se llamaba Ulises Heureaux, alias Lilís. En la Playa de Maimón, fusilado por razones que históricamente no tienen explicación, a los 48 años de edad, murió José Antonio Salcedo, Prócer de la Independencia y de la Restauración, otro de los grandes héroes olvidados de nuestra historia.

ALFRED DEETJEN MERECETTE (Haití)
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Restaurador de la República. Tres veces presidente de Juntas de Gobierno, apoyadas por el General Gregorio Luperón. En 1844 firmó el Acta de Capitulación Haitiana en Puerto Plata, por cuanto no pudo haber nacido en 1836 como afirman algunos historiadores, tuvo que haber nacido por el año de 1830 en Haití, ya que el 12 de agosto de 1848 está bautizando junto a su esposa Elizabeth a José Mauricio Arzeno Westen. El 3 de Agosto de 1878 Luperón conquista el Fuerte de San Felipe y toma posesión de la ciudad de Puerto Plata, donde establece un Gobierno Provisional del que formaron parte entre otros, Alfredo Detjen y los generales Ulises Heureaux y Federico Lithgow. Para contrarrestar esta acción, el Presidente González envió a Puerto Plata el vapor Tybee, con un pequeño contingente de fuerzas, pero Luperón logró ponerlas en fuga. Fue Presidente Provisional de  la República , con asiento en Puerto Plata, desde el 7 de Octubre de 1879 hasta el 1 de Agosto de 1880, fecha en que asume la presidencia Fernando Arturo de Meriño, quien fuera electo con el apoyó de Luperón, siendo en esta ocasión designado Enviado Extraordinario y Plenipotenciario.


Ramón Báez Machado (Puerto Rico)

Nació en Mayagüez, Puerto Rico, hijo de Buenaventura Báez. Se educó en Francia, donde le enviaron en 1869. Regresó en 1882 a Mayagüez, cuando ya había terminado la hegemonía política del padre.

El respaldo con el que contaba el gobierno del general José Bordas Valdez permitió que éste preparara una farsa electoral en la que resultó ganador para ejercer el mandato hasta 1920. Estos comicios fraudulentos motivaron que jimenistas y horacistas se unieran contando también con el apoyo del gobierno haitiano, por lo que Estados Unidos tuvo que actuar ante la crítica situación del país.

La propuesta presentada por el gobierno norteamericano fue llamada Plan Wilson, bajo la amenaza de que si no era aceptada se procedería a intervenir militarmente al país. Este plan consignó el establecimiento de un gobierno provisional y de que el nuevo gobernante convocara a elecciones supervisadas por los Estados Unidos. Bordas Valdez fue obligado a renunciar y Ramón Báez asume la primera magistratura.

El año 1914, cuando por intervención del ministro norteamericano Sullivan se celebró el acuerdo político mediante el cual el Presidente José Bordas Valdez deponía el mando y era escogido un ciudadano como Primer Magistrado, el doctor Báez fue quien llenó ese cometido, presidente de facto, desde septiembre hasta diciembre.

Emitió un decreto de imputación a los funcionarios públicos, estableciendo que “no constituían difamación ni injurias cuando eran la expresión de la verdad”. Implantó la ley del Habeas Corpus. Restauró la antigua Universidad de Santo Domingo, de la cual fue Rector en 1908. Cuando terminó su función de Presidente, regresó a sus labores de Rector hasta 1929, exceptuando los años entre 1924 y 1926.
El doctor Báez pidió permanecer en la presidencia y llevó el caso a los tribunales. El Poder Ejecutivo finalmente le nombró de nuevo. En el corto tiempo que tuvo en sus manos la dirección del gobierno, le tomó el gusto a esta ocupación y cuando dejó el mando cada vez que se le presentaron otras oportunidades que lo colocaran como posible candidato, hizo lo posible para que se le tomara en cuenta. Murió en el 1929.


Por: Arq.Raifi Genao

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