jueves, 13 de agosto de 2015

Las mujeres más destacadas de la República Dominicana

Minerva Argentina Mirabal Reyes

Nació en Ojo de Agua, Salcedo, el 12 de marzo de 1926. Desde niña se destacó por su inteligencia precoz, gran memoria, gracia, soltura y aplicación en los estudios. Cursó la secundaria en La Vega, donde terminó su bachillerato en 1946. Su carácter era jovial, alegre, comunicativo y sincero.

Escribía y recitaba versos. Neruda y Darío eran sus poetas predilectos y la lectura era su hobby principal. Aficionada a la música, la escultura y la pintura, admiraba a Picasso y Gris.
Por su oposición temprana a la tiranía trujillista sufrió arresto domiciliario, en Santo Domingo, en 1949, que se prolongó en su casa natal, hasta 1952.

Tras difíciles gestiones ingresa a la Facultad de Derecho de la Universidad de Santo Domingo. Allí brilló por su desempeño académico, obteniendo en 1957 el grado de Doctor en Derecho. En la Universidad conoció a Manuel Aurelio Tavárez Justo, con quien casó en noviembre de 1955, de cuya unión nacieron Minou y Manolito.

La gesta heroica de junio de 1959 abrió las puertas para su participación decidida en la fundación del Movimiento 14 de Junio, destacándose por su capacidad de ideóloga y organizadora.
Develado el Movimiento, en enero del 1960 es apresada junto a decenas de compañeros y trasladada al centro de torturas de la 40 y la Cárcel de la. Victoria. Juzgada y condenada a cinco años, sale libre en agosto de 1960.

La mano asesina de la tiranía cercenó su vida junto a sus hermanas Patria y María Teresa y el chofer Rufino de la Cruz, el 25 de noviembre de 1960, cuando regresaban de visitar a sus esposos prisioneros en Puerto Plata. Ese día nacían para la inmortalidad y el recuerdo imperecedero de todos los dominicanos amantes de la libertad y la democracia.

Por ella y sus hermanas el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe decidió que el 25 del mes de Noviembre de cada año se celebre “El día Internacional de la no violencia contra la mujer”.

Pocas conciencias han sido tan profundas y han impactado tanto en la construcción de nuestra democracia, como Minerva Mirabal. Síntesis de honor, ella es idea y guía. Representa el sacrificio excelso en el momento más acuciante de la patria.
Fuente: CAMJ, 2000

Abigaíl Mejía Soliére

Abigaíl Mejía nació en la ciudad de Santo Domingo el 15 de abril de  1895 en la casa número 68 de la antigua y legendaria calle Consistorial (hoy Arzobispo Meriño) y murió en la misma ciudad el 15 de marzo de 1941, en su residencia de la calle Cayetano Rodríguez número 1, Reparto Independencia, de modo que solo vivió 46 años.

Esta destacada escritora dominicana partió hacia España muy joven, tan pronto concluyó sus estudios en el Instituto de señoritas Salomé Ureña y en el Liceo Dominicano. En aquel país, continuó su preparación en la ciudad de Barcelona, (teniendo como profesora a María Montesorri), en el colegio de la Compañía de Santa Teresa de Jesús y en la Escuela Normal, obteniendo en esta última el título de Maestra Normal de Segunda Enseñanza, en 1912, cuando apenas contaba con 17 años de edad. Siguió viviendo en España hasta que cumplió los 30 años de edad y allí publicó los siguientes libros: “Por entre frivolidades”, “Brotes de raza”, “Historia de la literatura castellana” y la novela “Sueña Pilarín”, a la que hemos estado haciendo referencia.

Después de regresar al país, cosa que hizo en 1925, Abigaíl Mejía publicó los libros: “Biografía de Meriño”, “Ideario feminista”, “Vida de Máximo Gómez” e “Historia de la literatura dominicana”, que fue la primera Historia de la Literatura Dominicana, editada en la Imprenta Caribe en 1937, la que consta de 146 páginas. También colaboró con periódicos y revistas, en donde publicó una serie de ensayos y conferencias suyas, entre los que destacan: “Hojas de un Diario viajero”, “De mi peregrinación a Roma y Lourdes”, “Evolución del feminismo”, “Plan acerca de la Fundación de un Museo Nacional”, “Blanco y negro”, “El Porvenir de la Raza”, “Cromos” y “La Mujer y el Amor en las obras de Lope de Vega, Tirso y Calderón”.

Fue designada profesora de Literatura, Castellano, Pedagogía e Historia en la Escuela Normal de Santo Domingo. Además, durante algunos años fue Directora del Museo Nacional. Destacó, asimismo, como pionera del feminismo en el país. Fundó los clubes Nosotras (1927) y Acción Feminista, este último dedicado a la formación de las mujeres de los sectores pobres del país. Por otra parte, fue sin lugar a dudas, la pionera del arte fotográfico femenino en nuestro país. En 1925 marcó un hito con la publicación de las dos primeras fotografías tomadas por una mujer para ilustrar un artículo de fondo de su autoría en la revista La Opinión, Revista Semanal Ilustrada (Año III,Vol.15, Núm.139 (3-IX-1925), s/p) de Santo Domingo.  Le correspondió, además, ser la precursora de redactar las propuestas de reformas al Código Penal Dominicano en 1932, así como crear las primeras escuelas nocturnas para obreras, y, organizar el Voto de Ensayo de la mujer dominicana en 1934, donde votaron 96,424 mujeres, lo que marcó un hito en todo el continente

Durante sus años de maestra en la Escuela Normal de Santo Domingo, fue profesora de mi madre, que es egresada de dicha escuela como maestra. Los frecuentes relatos que ella me hacía sobre aquella profesora feminista regresada de España, de tez blanca y frente amplia, me motivaron a interesarme en su literatura. Ese interés creció años más tarde, cuando en numerosas ocasiones conversé sobre ella con su hijo, el poeta y abogado Abel Fernández Mejía, con quien llevé una buena amistad hasta su muerte. Aquel poeta amigo, que quedó en la orfandad muy tempranamente, se quejaba amargamente de no tener más que recuerdos muy vagos de su breve convivencia con su madre, a la que, sin embargo, conoció plenamente a través de su literatura.

Recuerdo que en el último año del bachillerato en San Cristóbal, a mi profesora de literatura, Lic. Nereyda Polanco, le llamaban la atención mis aportes en clase, muy diferentes a los de los demás estudiantes. En una ocasión, ya sin poder soportar la curiosidad, me preguntó que dónde estudiaba literatura. Cuando le dije que en la “Historia de la literatura dominicana”, de Abigaíl Mejía, se emocionó muchísimo y me confesó que tenía muchos años buscando sin éxito un ejemplar de dicho libro y me hizo prometerle que se lo obsequiaría al concluir el año escolar, promesa que cumplí.      

De manera inexplicable, las obras de Abigaíl Mejía estaban agotadas en el país desde hacía mucho tiempo y el propio poeta Abel Fernández Mejía me confesó que pudo conocer algunas obras de su madre, gracias a la publicación hecha de las mismas en Cuba. Hasta hace poco tiempo, nadie se había ocupado de rescatar del olvido las obras de aquella insigne escritora. Correspondió hacerlo, y por fortuna, a la Cámara Dominicana del Libro.

Posteriormente, en 1995, al conmemorarse el centenario de su nacimiento, a petición del Comité Gestor de los Festivales de las Mujeres Escritoras, por Decreto del Ejecutivo número 87-95, el Dr. Joaquín Balaguer, ordenó a la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos encargarse de reeditar las obras completas de tan destacada escritora. La comisión oficial creada para tal efecto estuvo integrada por la Dra. Licelot Marte de Barrios, quien la presidió y como miembros al Dr. Víctor Villegas, Dr. Mariano Lebrón Saviñón, Lic. Ilonka Nacidit Perdomo, Lic. Rosa Roa de López, Lic. Jacqueline Malagón, en su calidad entonces de Secretaria de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos y la Lic. Elida Jiménez.  Dicho encargo fue cumplido el mismo año, recogiéndose la obra completa de Abigaíl Mejía en dos tomos color uva, que conservo como joyas preciosas.

Volviendo a la novela “Sueña, Pilarín”, sobre ella nos dijo el laureado escritor dominicano, don Virgilio Díaz Grullón, que “relata con lenguaje a la vez sencillo y tierno, salpicado a ratos de humorismo, la historia de una niña de origen dominicano, pero nacida y criada en España, que vive intensamente los episodios de una vida accidentada que se inicia con una orfandad temprana, padece luego de tristezas de una adopción impuesta por las circunstancias, sufre la severidad de un convento de monjas, confronta los embates de una pasión incestuosa y finalmente, encuentra en el amor de un apasionado joven domincano la felicidad plena que le había negado hasta entonces la vida”.

Es curioso, pero vale la pena señalar, que durante su último año de vida, Abigaíl Mejía utilizó el pseudónimo de Pilarín, extraído, precisamente, de su novela “Sueña, Pilarín”. Quién sabe si queriendo confesar que algunas partes de su novela son autobiográficas.

Fuente: POR DOMINGO PEÑA NINA

María Montez (María África Gracia Vidal)

La exitosa carrera de la actriz dominicana María África Gracia Vidal, conocida como María Montez, se interrumpió  un día como hoy del año 1951, cuando la artista nativa de Barahona apenas tenía 39 años de edad.

Con ciudadanías estadounidense y francesa, la llamada “Reina del Tecnicolor” descolló como actriz desde muy joven. Su mérito ha sido reconocido en el país a través de todos estos años con calles que llevan su nombre, festivales de cine que han dado a conocer a las nuevas generaciones  alrededor de 25 películas extranjeras donde actuó, diversos libros,  obras de teatro y películas.

Unas 21 cintas  de las que le dieron fama y popularidad  a María,  fueron hechas en Estados Unidos y las  otras cinco en Europa.

En República Dominicana recibió la condecoración con la Orden de Juan Pablo Duarte en el Grado de Oficial y la Orden de Trujillo en el mismo grado, que le otorgó el dictador Rafael Leónidas Trujillo en noviembre de 1943.

En 1944 fue promovida como Embajadora de Buena Voluntad de los países latinoamericanos ante los Estados Unidos dentro de la denominada “política del buen vecino”.

María Montez tuvo solo una hija, la actriz Tina Aumont, fallecida en 2006. La procreó con el también actor Jean-Pierre Aumont.

 El 7 de septiembre de 1951, a los 39 años de edad,  María Montez  fue  encontrada ahogada en el baño de su residencia en Suresnes, Francia. Fue  sepultada en el Cimetière du Montparnasse. La autopsia reveló un infarto.

Fuente: Periodico Hoy,  6 Septiembre 2013, Jorge Ramos C.

Rosa Bastardo de Guillermo (1819-1881)

Hija de Don Andrés Bastardo y Mercedes y de doña Josefa Gil y Figueroa, ricos propietarios de la región oriental, nació en la Rodada, hoy jurisdicción de la común de Hato Mayor del Rey.

En un impreso antiguo se consigna que doña Rosa Bastardo contribuyó con parte de sus ganados al racionamiento de las tropas que libraron la última campaña contra Haití, pero es indudable que su contribución fue mayor y más espléndida, en los días magnos de la Restauración de la República. Las tropas españolas mermaron grandemente su rico hato de La Rodada, en venganza de que su esposo figuraba como jefe superior de las fuerzas restauradoras en la región oriental, cuyo campamento de la Yerba-Buena resistió heroicamente repetidos ataques enemigos.

Doña Rosa contrajo matrimonio el 20 de noviembre de 1843 en Hato Mayor del Rey, con Pedro Guillermo y Guerrero (1814-1867), prócer de la Independencia y de la Restauración, quien desde el 26 de octubre de 1865 hasta el 8 de diciembre del mismo año, y en virtud de una resolución de la Asamblea Nacional, ocupó la Primera Magistratura del Estado.

De esta unión hubo un solo hijo: Cesareo, nacido en La Rodada, el 8 de marzo de 1847.

Doña Rosa Bastardo, viuda Guillermo, se trasladó a fines de 1879 a Puerto Rico en unión de su hijo que había sido derrocado de la Presidencia de la República. En Ponce, en febrero de 1881, murió a la edad de sesenta y cuatro años.

Filomena Gómez de Cova (1800-1893)

Los nombres de Ana Valverde, María Trinidad Sánchez, Froilana Febles, Baltasara de los Reyes, Rosa Duarte, Juana Saltitopa, María de Jesús Pina, Filomena Gómez, Micaela Rivera, Petronila Gaú, Concepción Bona, las hermanas Villa y del Orbe, ocupan lugar en los anales de nuestra gloriosa Independencia.

A doña Filomena Gómez de Coya corresponde la gloria de haber importado desde Caracas la flor blanca que sirvió de símbolo duartista en el pecho y en la cabellera de la mujer dominicana y en el ojal y sobre el corazón de los próceres en los días gloriosos de la Trinitaria.

No hay duda de que Filoria es el nombre con el cual fue conocida en el país la flor que trajo de Venezuela la señora Gómez de Cova.

Doña Joaquina Filomena Gómez era mujer de apreciable instrucción y pertenecía a una familia dominicana de ilustre abolengo. Nació en esta ciudad en el año 1800.

Doña Filomena Joaquina Gómez Grateró, viuda de la Cova, acabó sus días en esta misma ciudad el 9 de mayo de 1893, en edad nonagenaria. Era nieta del Capitán de Caballería Don Francisco Gómez.

Doña Filomena Gómez, hermana de próceres, hizo a la patria en los días de la Independencia, la ofrenda de una blanca flor que llegó a ser un símbolo: “la filoria.”

María de las Angustias Villa (1814-1898)

Nació en la ciudad de La Vega en 1814, hija de Juan Ramón Villa.

En su casa se refugió Juan Evangelista Jiménez cuando visitó El Cibao con motivo del manifiesto de enero de 1844. Igualmente se hacían reuniones de los febreristas. 

Confeccionó con ayuda de sus hermanas la bandera dominicana que ondeó por primera vez en El Cibao el 4 de marzo de 1844.

Murió en el año 1898.

Rosa Duarte (1821-1888)

Hermana de Juan Pablo, nació en Santo Domingo, en 1821. Como todos los hijos de doña Manuela Diez, estuvo imbuida por un gran fervor patriótico. Miembra y colaboradora activa de la sociedad secreta la Trinitaria’, tuvo una destacada e importante participación en los preparativos de la proclamación de la república el 27 de febrero de 1844.

Sus apuntes, aporte de incalculable valor para nuestro país, son considerados por Emilio Rodríguez Demorizi como “el Nuevo Testamento” de nuestra historia, ya que a través de este documento se han podido conocer los detalles de aquellos años de conspiración y de trabajo por la liberación de la patria. En ellos dice: “Dios me ha conservado la facultad de pensar y recordar y también me ha concedido el sagrado derecho de protestar contra los traidores a la Patria”.

Aportó a la causa liberadora apoyando las actividades de los Trinitarios y de la sociedad La Filantrópica. Junto a sus amigas, participó en las obras teatrales que se presentaban en el edificio de la Cárcel Vieja, situado al lado del Palacio de Borgellá, frente al Parque Colón, desde las que se creaba conciencia sobre la causa independentista.

Estas representaciones, en adición de mantener levantado el espíritu público, servían también para obtener recursos con los cuales comprar municiones cubrir los gastos de los emisarios que se enviarían a desempeñar misiones a distintas partes del país.

En los preparativos para la proclamación de la Independencia, Rosa Duarte fabricó junto con otras mujeres gran cantidad de las balas que utilizó el movimiento.

En 1845, un año después de proclamada la independen­cia, fue deportada junto a su madre y hermanos/as. Muerto su hermano Juan Pablo, quiso regresar al país, pero aunque en 1883 el Estado Dominicano ofreció facilidades para el retomo de la familia Duarte, su hermano Manuel se negó a regresar a aquella tierra de la cual habían sido expulsados/as sin ningún miramiento.

Aún así, Rosa se mantuvo animando a los y las patriotas de aquellos días que visitaban constantemente su casa en Caracas, a que siguieran en el empeño de adelantar al país.

Junto a su hermana Francisca confeccionó en seda una bandera dominicana que enviaron al Ayuntamiento de la Ciudad de Santo Domingo. Murió en Venezuela en 1888.

Manuela Diez y Jiménez (1786-1858)

Madre de Juan Pablo Duarte, esta mujer jugó un importan­te papel político en los sucesos que condujeron a la proclamación de la república en febrero de 1844.

Nació en El Seybo el 26 de junio de 1786 y habiéndose casado con Juan José Duarte emigró a Puerto Rico en 1801 a causa de la invasión de Toussaint Louverture.

Alimentó y apoyó la formación intelectual de sus hijos e hijas, así como las ideas políticas que originarían el nacimien­to de la sociedad secreta La Trinitaria. Padeció con entereza la persecución y los allanamientos en su hogar, mientras el hijo permanecía oculto durante el proceso de conspiración que le expulsara del país.

Ya en 1843, debió asumir sola la jefatura de un hogar en conflicto por la represión del gobierno haitiano, al quedar viuda en noviembre de ese año; para entonces, Juan Pablo Duarte se encontraba exiliado en el extranjero. A solicitud de éste, Manuela accedió a poner al servicio de la causa patrió­tica los bienes familiares recién heredados del padre, lo que demuestra la firmeza de sus ideales patrióticos y su entrega a la causa.

El momento más jubiloso de Manuela fue cuando ya inde­pendizada la patria, recibió en su casa a Juan Pablo Duarte de regreso del exilio. En aquella ocasión aceptó el reclamo de Sánchez de que, no obstante el luto reciente, se abrieran las puertas de la casa, repleta de gente, y se colocara una bande­ra en la ventana.

Manuela Diez vio su familia y su cotidianidad permanente­mente afectadas por las actividades políticas que al seno de ella se desarrollaban, no como una simple madre que accede a ser solidaria con sus hijos e hijas, sino como activa militante de los ideales que había contribuido a sembrar en el seno del grupo Trinitario.

Murió en el exilio en Caracas, Venezuela, el 31 de diciembre de 1858.

Concepción Bona (1824-1901)

Nació en la ciudad de Santo Domingo el día 6 de diciembre de 1824. Desde joven dio muestras de amor a la patria y se mantuvo en todo momento al tanto de todos los acontecimientos independentistas.

Confeccionó la primera bandera dominicana, la misma que ondeó airosa en el asta del Baluarte la noche del 27 de febrero.

Con apenas 19 años en 1844 era una ferviente admiradora de Los Trinitarios y decidida duartista. Vivía frente al Baluarte del Conde junto con su prima María de Jesús Pina y junto a ésta había preparado la bandera siguiendo los lineamientos trazados por Duarte. La noche del 27 de Febrero, en el momento sublime de la proclamación de nuestra independencia cruzó hasta el Baluarte, acompañó a los patriotas y pudo presenciar con orgullo, cómo flotaba al viento de la libertad el paño simbólico de la república naciente.

Su padre, temeroso de los riesgos y peligros que su hija corría, fue a buscarla; y al negarse ésta a abandonar a sus compañeros se la llevó amarrada, dejándola así durante varios días en su hogar.

Toda su vida, esta heroína dominicana la puso al servicio de los ideales redentoristas de Juan Pablo Duarte, y su aliento, más de una vez, sirvió para levantar el ánimo abatido de un joven dominicano.

Juana Saltitopa

Su verdadero nombre era Juana de la Merced Trinidad. Nacida en La Vega, residía en Santiago en los días de la fundación de la república. Su carácter decidido e independiente se contagió con el ardor bélico de aquel momento, en que se desempolvaban armas antiguas y se recolectaban machetes para enfrentar al ejército haitiano.

Llegadas las tropas a La Vega, entre las que figuraba la gente del Jamo capitaneada por Marcos Trinidad, Juana, pariente suya, se presentó al cuartel con la decisión de participar en la esperada lucha como soldado.

En la batalla del 30 de Marzo, ocupó su lugar entre los combatientes rompiendo las tradiciones de la época. En 1852 vivió en Santo Domingo, con sueldo de grado de coronel, (por lo que muchos la llamaron “la coronela”) que más tarde le fue suprimido, mandándola de nuevo al Cibao.

Usaba como arma un machete y vestía con ropas masculinas y en Santiago y La Vega se hacía acompañar de dos mujeres como edecanas. Según algunos era atractiva y de estatura mediana.

Murió asesinada en las afueras de Santiago, camino de Marilópez, cuando regresaba de La Vega en el año 1860.

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