Ninguna medida “patriótica” justifica la violación de los derechos humanos, dice Silvio Torres-Saillant
18 de mayo de 2015 - 4:00 pm -
http://acento.com.do/2015/actualidad/8250036-ninguna-medida-patriotica-justifica-la-violacion-de-los-derechos-humanos-dice-silvio-torres-saillant/
Hay gente nuestra, inclusive de buena
voluntad, que motu proprio jamás cometería la iniquidad de retirarle la
ciudadanía a una persona cuyos tatarabuelos nacieron en el país en 1929.
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SANTO DOMINGO, República
Dominicana.- Silvio Torres-Saillant, intelectual dominicano establecido
en los Estados Unidos, expresó que detrás del antihaitianismo en la
República Dominicana se oculta la negrofobia, que es un rechazo cultural
que viene desde muy lejos contra los negros en la cultura dominicana.
En una entrevista con Elena Oliva, de la
Universidad de Chile, aparecida en la revista Meridional, sobre estudios
latinoamericanos, Torres-Saillant se expresa sobre diversos topicos
poco tratados por los intelectuales dominicanos en el debate sobre la
identidad.
Acento reproduce la entrevista en cuatro partes, dada la extensión de la misma. Esta es la segunda parte:
MERIDIONAL Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos
Número 4, abril 2015, 199-226
Detrás del antihaitianismo se oculta la negrofobia: conversación con el intelectual Silvio Torres-Saillant en Santiago de Chile
Por Elena Oliva* Universidad de Chile, Chile me.oliva@gmail.com
Segunda parte de la entrevista
EO: Que es algo impulsado por las
potencias, como Francia en Europa y Estados Unidos, pero que también
hacen las elites latinoamericanas en general.
ST-S: Por razones a veces parecidas y a
veces distintas. Por ejemplo, el proyecto independentista de Bolívar se
benefició grandemente del apoyo brindado por el presidente haitiano
Alexandre Pétion, pero en 1825 el afamado Libertador termina apoyando la
exclusión de Haití en el Congreso Anfictiónico de Panamá (11),
coincidiendo con los Estados Unidos en ese bloqueo contra una república
hermana del hemisferio. En aquel momento, cada uno de los países
participantes está lidiando con la problemática que le representa su
población afrodescendiente. Debido a la negrura de su población, traer a
Haití a la mesa complicaba el diálogo hemisférico. Haití, país
identificado como negro, sin esclavitud, tenía una población que había
tomado las armas para lograr su libertad. Venía de un historial de lucha
social. Juan Bosch tiene un librito sobre Bolívar (12), donde habla de
cuán importante era para el Libertador armar un proyecto político exento
de tensiones que pudiesen conducir a una lucha social. En otras
palabras, cuando se formaron estas repúblicas, se sabía que había
potencial de conflicto en todas las sociedades del hemisferio. ¿Por qué?
Porque el orden colonial del cual veníamos se componía de un sistema
desigual, un sistema cuya razón de ser, cuya ontología, estaba permeada
por la desigualdad. Tenía a los grupos subalternos en posiciones de
inferioridad social con respecto a los amos blancos y a la clase
intermedia de los mestizos. Me refiero a los indígenas, los negros, a
veces los chinos. Las élites políticas encargadas de dirigir los
proyectos de independencia que culminarían en las repúblicas que hoy se
reparten nuestro hemisferio, al parecer no pensaron en restaurar la
igualdad y la dignidad humana que la transacción colonial había negado a
las poblaciones que de manera más directa habían padecido la violencia
del régimen anterior. Aspiraron a la independencia pero sin visión
revolucionaria. No se plantearon como objetivo eliminar la desigualdad,
rehabilitar a las víctimas de la deshumanización practicada por la
colonia e integrar a los grupos marginados al naciente proyecto de
nación en condición de igualdad ciudadana.
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Frank Moya Pons con Silvio Torres-Saillant
Las elites dirigentes procuraban su
libertad y su independencia con tal de crear soberanías en las que ellos
y no las autoridades coloniales decidieran qué trato dar a los
indígenas, los negros y los chinos. Por lo tanto, toda república que
surgía contenía en su seno la posibilidad de lucha social. Entonces,
aunque Bolívar no compartiera la animadversión fogosa de los Estados
Unidos hacia Haití, sí compartía el temor de lo que esa república negra
pudiese simbolizar para las poblaciones subalternas de las naciones
representadas en el Congreso de Panamá. La presencia de Haití podía
poner sobre el tapete la viabilidad de la lucha social interna de cada
una de las repúblicas que buscaban afincar su independencia enfocando la
atención estrictamente en el conflicto transatlántico: la autoridad
imperial allá (Europa) y la soberanía criolla acá (América).
EO: En varios de sus textos es
posible rastrear cómo en el último tiempo, principalmente impulsado por
sus planteamientos, existe una necesidad de mirar la relación entre
República Dominicana y Haití justamente desde el punto de vista de la
colaboración, de mirar una historia que tiene más puntos en común que
diferencias. Sin embargo, con lo que ha ocurrido con este fallo
constitucional, ¿cómo usted ve la labor de los intelectuales que
critican este discurso oficial? ¿Cree que se va a continuar la senda de
revisar la historia y relevar estos puntos en común o cree que está
recrudeciendo un nacionalismo extremo?
ST-S: Yo pienso que la intelectualidad
nuestra está tan ofuscada con la patología social que sufrimos hoy día
que no le hemos puesto suficiente atención a lo que se podría aportar si
uno logra recuperar la memoria histórica. Yo creo mucho en eso, en las
consecuencias positivas de que la gente entienda que no siempre fue así,
que no siempre se pensó así, y que nuestros próceres merecedores de ese
nombre no pensaron así, que Juan Pablo Duarte no pensó así, que el
antihaitianismo no siempre estuvo con nosotros, que siempre hubo
haitianos entre nosotros y que hubo mucha colaboración. El recientemente
fallecido historiador dominicano Franklin Franco publicó una historia
importantísima de República Dominicana que se llama sencillamente Historia del pueblo dominicano (13);
esa historia se diferencia del resto de la historiografía nuestra en
que hace mucho énfasis en los momentos de colaboración, sin plantearlo
como un credo de nada.
Sencillamente al narrar la historia
tiende a rendir cuenta de esos puntos de contacto y esos momentos de
confluencia. Su lectura resulta impresionante. Tú te preguntas: “¡pero
Dios mío! ¿Cómo fue que los anteriores dejaron todo esto afuera y cómo
es que los posteriores lo siguen dejando?”.
Hay cosas que son tan básicas para
entender el problema de nuestra isla. Baste pensar en el papel de
Estados Unidos en la creación del antihaitianismo dominicano. Además de
aportar a la elite política criolla el credo antihaitiano cuyos
ideólogos se remontan hasta Thomas Jefferson en Estados Unidos, a raíz
de la ocupación militar de 1916 hizo un aporte que tendría un impacto
directo sobre el imaginario de la población dominicana en torno a sus
vecinos al otro lado de la isla. Durante los ocho años de la ocupación,
el gobierno militar norteamericano favoreció la industria azucarera,
dándole lugar de preeminencia en la economía del país invadido. Entre
las medidas de apoyo a dicha industria se destacó la creación de un
flujo cuantioso de mano de obra barata, una especie de puente laboral
que facilitaba la migración de trabajadores desde Haití hacia los
ingenios de azúcar en la parte dominicana de la isla. Estados Unidos
podía crear ese puente laboral y ese flujo de mano de obra debido a que
para la fecha tenía bajo su control militar a los dos países que
comparten la isla, habiendo invadido a Haití en 1915 (hasta 1934) y a la
República Dominicana en 1916 (hasta 1924). Puesto que los obreros
haitianos venían a ocupar un sector desprestigiado del mercado laboral
–a realizar labores que los dominicanos evitaban hacer– y a vivir y
trabajar en condiciones infrahumanas, la industria azucarera visibilizó a
la población migrante haitiana a partir de una imagen en extremo
desfavorable. Estructuralmente la industria azucarera determinó la
manera en que los dominicanos verían a los haitianos por el resto del
siglo, como seres devaluados que habitaban un mundo carente de las
normativas básicas que regulaban la vida en la sociedad hasta para los
sectores empobrecidos. Es decir, su inferioridad social los colocaba muy
por debajo de la marginalidad regular de la pobreza.
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Todavía en 1986, cuando Frank Moya Pons (14) publicaba su importante obra El batey: estudio socioeconómico de los bateyes del Consejo Estatal del Azúcar,
se podía constatar la miseria cruel a la que la industria sometía a los
trabajadores hasta en los ingenios operados por el Estado dominicano.
Las condiciones de trabajo y de vida de
los obreros haitianos –a veces sin recursos para asearse ni satisfacer
sus necesidades fisiológicas con privacidad y con escasos medios de
preparar sus alimentos o dormir– constituía una franca infravalorización
de su humanidad. Se puede dudar que una persona dominicana que los
viera en esas condiciones pudiese luego imaginárselos como seres humanos
viables, no obstante supiera de un estudiante haitiano en la
universidad o conociera a una dentista haitiana. La persona dominicana
que carezca de oportunidad de verse con haitianos en condición de
igualdad dependerá de la imagen monopolizadora de los bateyes para
conocerlos. Puesto que, al ubicar a la persona al margen de la realidad
doméstica –toda deshumanización salvajiza–, la parte de la población
dominicana que no cuente con espacios alternativos donde interactuar con
la persona haitiana en condiciones favorables tendrá su percepción
monopolizada por la imagen salvajizada creada por la explotación en la
industria azucarera y carecerá de recursos para desmentir o hasta poner
en duda la representación de lo haitiano que promueven los ultras y sus
aliados liberales en la esfera pública de la sociedad dominicana. Si a
la imagen de la haitianidad salvajizada que forjó estructuralmente la
industria azucarera en la República Dominicana le añadimos la influencia
que pueda haber tenido el antihaitianismo occidental en el seno de la
población en general, queda claro que tenemos una tarea de reparación
conceptual que realizar con tal de rehumanizar la imagen de la persona
haitiana en los ojos del resto de la ciudadanía. Quienes trabajamos con
la palabra y con la imagen tenemos por delante una labor urgente de
pedagogía pública. La urgencia por combatir la violencia económica,
social y física que engendra el antihaitianismo oficial de la Republica
Dominicana nos ha hecho descuidar la necesidad también urgente de
combatir la violencia epistémica que ha padecido lo haitiano entre
nosotros. Nos hace falta esclarecer para beneficio de la población en
general de dónde viene la imagen de la otredad haitiana.
Detrás del antihaitianismo se oculta la
negrofobia. Así, mientras siga habiendo segmentos de la población
dominicana adheridos a una ideología inculcada en nosotros por una
educación basada en la mentira oficial, difícil se nos hará como pueblo
superar el entuerto que actualmente nos agobia, es decir, el predominio
del razonamiento suicida que nos hace cómplices de regímenes
caracterizados por políticas nocivas para el país y su gente. A nuestro
pueblo la escuela siempre le obstruyó el acceso a saberes que le
ayudaran a despertar una conciencia ciudadana.
Al carecer de ella, mucha de nuestra
gente se deja engatusar por el régimen, el cual le inculca la aceptación
acrítica de la ecuación: gobierno es igual a país. Hay gente nuestra,
inclusive de buena voluntad, que motu proprio jamás cometería la
iniquidad de retirarle la ciudadanía a una persona cuyos tatarabuelos
nacieron en el país en 1929. Pero, al hacerlo el Tribunal
Constitucional, se siente obligada, por lealtad al país, a defender el
fallo, especialmente a partir del repudio que el mismo ha suscitado en
el extranjero, el cual ha puesto a “su país” en la línea de fuego.
Al régimen, claro está, mucho le conviene
fomentar la ecuación “gobierno=país”. De ahí que Leonel Fernández
Reyna, los medios de comunicación al servicio del régimen y las
autoridades representantes del Estado a nivel nacional y en la esfera
diplomática en el exterior respondan a la indignación extranjera
refiriéndose siempre a la presunta “campaña de difamación” internacional
contra “el país”, “la Republica Dominicana” y hasta “los dominicanos”.
Todos se las arreglan para ni siquiera aludir al gobierno específico que
efectuó la sentencia.
Vale notar que la ausencia de una
conciencia ciudadana hace posible que mucha gente obedezca el llamado a
solidarizar automáticamente con la acción del gobierno o sentirse sin
potestad para disentir aunque ella misma padezca en carne propia las
embestidas del régimen. A quien le duela el bienestar de su gente en la
sociedad dominicana deberá lastimarle la legislación misógina, la
brutalidad policial, la destrucción de las fuentes acuíferas del país y
la venta del suelo nacional a empresas extranjeras conocidas por su
historial de contaminación ambiental, además del hurto gigantesco al
erario, el abandono de la educación pública y el descuido de los
servicios de salud que han caracterizado al régimen actual.
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Pero, a menos que la persona se haya
politizado y se haya armado de un análisis crítico que le haga sentir
con derecho a juzgar al régimen, exigiéndole justicia y honestidad, su
malestar con el régimen podría echarse a un lado a la hora de alinearse
patrióticamente en situaciones que involucren juicios adversos sobre su
gobierno/país provenientes del extranjero. Si se hiciera un trabajo
efectivo de pedagogía pública que ayudara a disolver la ecuación
monárquica entre la voluntad del régimen y el bien de la nación, se
podría incrementar el nivel de participación ciudadana y se reduciría la
impunidad de la que gozan nuestros líderes para vulnerar el bien
nacional mientras invocan el nombre de la patria.
Debe quedar claro a toda persona a quien
le importe su pueblo que ninguna acción que atropelle los derechos
humanos de un sector diferenciado de la población puede jamás
justificarse como medida patriótica. De igual manera, aceptar que
respaldar al gobierno equivale a defender la patria es invitar la
dictadura. La dictadura se nutre de la ecuación gobierno=país. Durante
la tiranía del funesto Trujillo, los compatriotas opositores del régimen
que lo adversaban desde el exilio solían ganarse una condena oficial
promulgada por el Congreso, el cual procedía a declararlos, no
“anti-trujillistas” u “enemigos del gobierno” sino textualmente
“traidores a la Patria”. No sé si fuera por coincidencia o porque al
compartir la sensibilidad de la dictadura les resulte natural repetir su
lenguaje, en noviembre del 2013 los ultras convocaron una manifestación
en el Panteón de la Patria para repudiar a Juan Bolívar Díaz, Huchi
Lora, Fausto Rosario Adames y otros periodistas dominicanos importantes
por haberse opuesto a la sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional y
en sus consignas condenatoria les aplicaron el epíteto “traidores a la
Patria”. Un mayor activismo de los intelectuales a quienes les importa
la verdad histórica y que consideran importante interrumpir la
influencia de la mentira oficial podría llevarnos a un estadio en donde
la población pueda notar por su cuenta y resultarle escalofriante la
coincidencia entre la dictadura criminal y los ultras que hoy aúpan al
régimen actual en cuanto al manejo de la ecuación gobierno/ patria.
Notas:
(11). Congreso que tuvo por objetivo crear una
confederación de Estados hispanoamericanos. Fue convocado por Simón
Bolívar, e incluyó a Argentina, Bolivia, Chile, Brasil, Paraguay y
Estados Unidos; también al Reino Unidos y al Reino de los Países Bajos
como observadores.
(12). Se refiere al libro Bolívar y la Guerra Social,
escrito en 1964 durante el exilio de Bosch en Puerto Rico. Juan Bosch
fue un político, escritor e intelectual dominicano, fundador del PRD.
Nació en el año 1909 y murió el 2002.
(13). Obra publicada en 1992. Franco fue un reconocido historiador y sociólogo dominicano; nació en 1936 y falleció el año 2013.
(14). Moya Pons es actualmente uno de los historiadores más importantes de República Dominicana.
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