Abril 1965
El pueblo dominicano se incorporó espontánea e instintivamente contra el Triunvirato de dos, cuando se conoció la insurrección del Campamento 16 de Agosto, ubicación de la Jefatura de Estado Mayor del entonces Ejército Nacional, y apoyó al día siguiente, domingo, con movilizaciones en todos los barrios humildes, su caída y la subsiguiente instalación del Gobierno Provisional del Dr. José Rafael Molina Ureña. La población civil voluntaria e inorgánica -el hombre de la calle- se hizo presente desde el primer día, y lo hicieron posteriormente grupos de izquierda organizados y sus militantes, que inicialmente rechazaron respaldar el movimiento, objetando a sus dos principales figuras militares, el teniente coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez y el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, por las responsabilidades de sus progenitores en el desaparecido régimen de Trujillo.
Como se evidencia de los testimonios recogidos en la prensa, para la mayor parte de los dominicanos –civiles y militares- el Movimiento Constitucionalista comenzó el sábado 24 de abril, al conocer del levantamiento militar, organizando manifestaciones de apoyo; y comenzó a participar en acciones de guerra junto a los militares constitucionalistas a partir del martes 27, al colapsar en horas de la tarde el Gobierno provisional de Molina Ureña, tras las inconsultas gestiones con la Embajada de Estados Unidos de los dos jefes de operaciones militares constitucionalistas, tanto el sustituido y quebrantado teniente coronel Miguel A. Hernando Ramírez, como su sustituto, el coronel Francisco Alberto Caamaño.
En tanto se realizaban estas gestiones en la Embajada, se libraba fiera batalla en el puente Duarte entre contingentes calificados como ‘rebeldes’, de militares constitucionalistas y civiles bajo el mando del coronel M.de G. Manuel Ramón Montes Arache y sus legendarios hombres rana; junto al teniente E.N. Elías Bisonó, enfrentados a tanques y tropas provenientes de San Isidro bajo las órdenes del general Elías Wessin y Wessin. A su vez, el presidente Molina Ureña, rodeado de sus colaboradores, resistía en el Palacio Nacional desde el primer día la metralla y los cohetes de los aviones de la Fuerza Aérea a los que se sumó en la tarde del martes 27 el cañoneo de los buques de la Marina de Guerra, cuyo Estado Mayor liderado por el comodoro Francisco Javier Rivera Caminero -que simuló su adhesión al Movimiento Constitucionalista en la madrugada del lunes 26- se sumaba a las órdenes del Pentágono, por designio del presidente Johnson de impedir a toda costa el regreso de Bosch al poder, evidenciado por la grabación magnetofónica de las conversaciones del comodoro Ramón Emilio Jiménez con el coronel Fishburn, y el coronel FAD Rivas Perdomo.
Por ello, a 50 años de Abril de 1965, la casi totalidad de los testimonios que afloran a la prensa de sus actores se refieren a acciones subsiguientes al 27 de abril; pero también adolecen de esta limitación las intervenciones de historiadores que no participaron en los hechos, y se han documentado inevitablemente de los libros de autores nacionales y extranjeros y en los testimonios de actores, no organizadores del movimiento. Pero la rebeldía manifestada en la Jefatura de Estado Mayor del E.N. el 24 de abril, no fue de generación espontánea ni se improvisó. Su aún desconocida etapa preparatoria tampoco se inició en lo militar en 1965: sus antecedentes se remontan al 1963.
Además, la rebelión militar tuvo un preámbulo dos meses antes: el ‘Manifiesto a la Nación de los Profesionales e Intelectuales’ suscrito por miles, publicado el 27 de febrero, que tuvo también un proceso de gestación y preparación que sirvió de soporte al Movimiento Constitucionalista, y fue el primer desafío público de rechazo al régimen de facto del Triunvirato y de reclamo a la vuelta a la constitucionalidad. El grupo que constituyó el núcleo militar del Movimiento Constitucionalista lo organizó el teniente coronel Fernández Domínguez, para salir al frente del golpe de Estado contra el presidente Juan Bosch y la Constitución de 1963, pero fue disuadido por el propio Bosch, que lo juzgó una operación suicida.
El idealismo de Fernández Domínguez, joven y visionario militar de sólida formación académica, le lanzó a articular un grupo de las generaciones surgidas de la Academia Batalla de Las Carreras, para ponerse a disposición de la democracia que se abría paso, fundada en el ejercicio pleno de la soberanía nacional. La conjunción del carácter intransigente del Prof. Bosch, proveniente de la ‘izquierda democrática’, ideología que surgía en América Latina; con una Constitución que reclamaba la soberanía del Estado dominicano sobre sus recursos; dos factores que la plutocracia mundial –con sus objetivos de apoderamiento de la riqueza de la isla- no podían permitir que se constituyeran en la plataforma de la nueva vida libre de los dominicanos. Esto se hacía inminente para el capital texano invertido en la Falconbridge, y sus planes de expansión.
La plutocracia, que había hecho desaparecer la estructura de dominación de Rafael Leónidas Trujillo que se inició en 1924 para permitir el retiro físico de sus tropas de ocupación sin perder su control del país, basada en una unidad militar que respondía al mando remoto de la USMC bajo el mando del coronel Trujillo, no podía permitir que le reemplazaran el designio trazado al país desde Washington, de una presidencia del Dr. Viriato Fiallo, médico de la Casa Vicini sustentada en la recién formada Unión Cívica Nacional, comprometida con los intereses de una oligarquía retardataria y entreguista. La contestataria voluntad del pueblo dominicano recogida en su voto mayoritario a favor del exiliado intelectual Juan Bosch, quedó inmediatamente condenada al golpe de Estado que se produjo a los siete meses, acosado por las concentraciones de ‘reafirmación cristiana’ del Vaticano y bajo las acusaciones de pro-comunista.
Ese grupo militar de convicción democrática, organizado y liderado por Fernández Domínguez, constituido en el núcleo del Movimiento Constitucionalista, se apareó con los aprestos que inició en el sector civil de la periferia del PRD el Dr. Molina Ureña, inmediatamente después del golpe de Estado y el exilio forzoso del presidente Bosch y del vicepresidente Segundo Armando González Tamayo, intentando instalar como presidente provisional al Dr. Juan Casasnovas Garrido, presidente del Senado y en línea de sucesión a la Presidencia en ausencia de los exiliados mandatarios.
La necesidad del Dr. Molina Ureña perseguido por los servicios de inteligencia locales y foráneos de mantenerse en la clandestinidad, moviéndose de una casa de amigos a otra, hizo recaer en mi persona ser cabeza visible para contactos, lo cual no tardó en llevarme a ser arrestado en mi casa, que también era centro de distribución de grapas a los sindicatos choferiles. Fui interrogado en la Fortaleza Ozama por una Comisión Militar que buscaba a Molina Ureña, encabezada por el coronel Neit Rafael Nivar Seijas, y mi silencio de respuesta me llevó desde un calabozo soterrado, a una jaula formada por una puerta tapiada, cerrada al frente con una reja; y luego a un calabozo con ventana en la Torre del Homenaje, donde estuvo previamente detenido el coronel Guarién Cabrera Ariza.
Esa prisión, la segunda en mi vida, me permitió dos experiencias únicas: conocer al dirigente izquierdista Máximo López Molina y al sicario trujillista Félix Bernardino, que guardaban prisión bajo un laxo régimen que les permitía moverse en libertad en el recinto. Mi breve prisión, entrando ya el mes de diciembre, terminó con la visita de Francis Caamaño para conocer de mi situación, enviado por mi padre, el Dr. Ramón A. Espaillat, mayor médico E.N. ® y amigo de la familia Caamaño, quien me instó a darles a la comisión la información que buscaban. Francis, que había sido comandante de los Cascos Blancos de la P.N., era entonces coronel del E.N., porque Donald Reid lo había trasladado junto con su buen amigo José de Jesús Morillo López desde la P.N. a la guarnición del E.N. en San Isidro, donde los sorprendió la revuelta militar.
Habiendo transcurrido el tiempo necesario para que Molina Ureña se moviera a un nuevo escondite, informé a la comisión que él simplemente estaba en su casa, y me pusieron en libertad. Lejos estaba yo de saber que por una avería telefónica, mi esposa Vanessa, su sobrina, que desconocía su ubicación, no había podido informarle de mi detención. Molina Urreña evitó ser arrestado providencialmente porque al llegar la Policía a detenerlo había ido a buscar refugio en otro lugar. Ese encuentro con Francis Caamaño, a quien escasamente conocía porque era hermano menor de Luis y Fausto Manuel, mis compañeros del colegio Luis Muñoz Rivera, me permitió buscarle después, cuando se hizo necesario ganarle para el Movimiento Constitucionalista.
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