Sócrates, la filosofía y la muerte
La filosofía es, en efecto, menos una creación que un hacer, más una práctica cotidiana de la reflexión que un proyecto; es un don, no de la pasión sino del intelecto, que se alimenta de la percepción sensible –y que va de “la contemplación viva al pensamiento abstracto”. No hay filosofía sin lenguaje, porque no hay pensamiento sin lenguaje. De modo que la filosofía pudo originarse y desarrollarse por la existencia del lenguaje, pues este es el vehículo esencial de expresión del pensamiento. Lenguaje y pensamiento se funden en una lengua concreta y determinada por la sociedad: de una facultad humana o herencia biológica a una herencia paternal. Sin palabra no hay pensamiento y sin pensamiento no hay filosofía; tampoco ningún saber.
La búsqueda de la verdad no constituye la esencia de la filosofía. No todo el que busca la verdad hace filosofía. El periodista, el criminalista, el detective y el científico buscan la verdad y no son filósofos. En la disciplina filosófica, las palabras sirven para expresar ideas y conceptos. El pensamiento filosófico funda el razonamiento y persigue, en su indagación, una verdad contingente.
Al saber se llega, en la filosofía, a través de una abstracción conceptual del pensamiento, tras la búsqueda de lo concreto, es decir: de la concreción de lo contingente. Un filósofo es, en efecto, un generalizador de las especificidades de los saberes particulares. Para Gilles Deleuze y Félix Guattari, la filosofía crea conceptos, es decir, conceptos filosóficos. Ahora bien, no todos los conceptos son filosóficos, pues Darwin, Freud y Einstein crearon conceptos científicos, pero no filosóficos, ya que no eran filósofos sino científicos.
La filosofía no es una práctica empírica sino teórica, que reside en un discurso racional y conceptual. Por lo tanto, no es ni lógica ni empírica. En la filosofía la duda positiva es la esencia del pensamiento. “No es la certeza lo que amamos, en la filosofía, ni por otra parte la duda, sino el pensamiento mismo”, dice el filósofo francés André Comte-Sponville. Lo que buscamos en la filosofía no es la verdad, la certeza o la duda, sino el pensamiento mismo. De ahí que la filosofía es un saber o una pasión por el conocimiento; no es un fin sino un puente. La filosofía es pues una teoría, no una ciencia teórica; es, en efecto, una pasión heurística y ecuménica por el saber. Es, en suma -y por así decirlo-, un vicio del pensamiento. Filosofar es reflexionar sobre lo dado y sobre los límites del conocimiento, a partir de la duda, que también es un método de aproximación a la realidad -como lo postuló Descartes, al fundar la duda metódica, desde el racionalismo dogmático.
El filósofo no afirma lo que sabe, pero sí busca el saber de lo que ignora. La filosofía buscó, en su origen, la salud del alma, que no es más que la búsqueda de la sabiduría. Filosofar era pues aprender a vivir o un aprendizaje de la felicidad de vivir – en la tradición epicúrea- que los antiguos llamaban ataraxia –o imperturbabilidad del alma- estado placentero del ser, en reposo del espíritu. En cambio, para otros filósofos, filosofar es aprender a morir, idea que nace de Michel de Montaigne, el padre del ensayo, cuando tituló un artículo de sus Ensayos: “De cómo filosofar es aprender a morir”. Al parecer esta concepción de la filosofía para la muerte la tomó Montaigne de Cicerón, quien dijo que “filosofar no es más que aprestarse a la muerte”. En la modernidad, Kant, el fundador del pensamiento crítico, desde la filosofía clásica alemana, dijo que “la filosofía no se aprende y que solo podemos aprender a filosofar”, con lo cual dejó entrever que la filosofía es un don del espíritu, una acción del pensamiento, un aprendizaje constante del intelecto, un ejercicio argumentativo, y que por tanto es imposible enseñarla – o transferir la condición del filósofo a los discípulos. De modo pues, se colige de esta reflexión sentenciosa, que la filosofía es acción, es decir, un pensar. Y que a filosofar se aprende filosofando. Para Albert Camus, el verdadero filósofo debería suicidarse, como forma de buscarle -o encontrarle- un sentido al sinsentido de la vida. O para buscarle un sentido a la existencia, como lo plantea en su obra El mito se Sísifio -acaso influido por el pensamiento nihilista de Nietzsche o Schopenhauer.
Epicuro dice –citado por Diógenes Laercio- que “la muerte no es nada para nosotros, puesto que, mientras existimos, la muerte no tiene lugar y cuando está ahí, ya no estamos”. En esta reflexión reside acaso la raíz del epicureísmo, filosofía moral basada en el placer hedonista de la vida y en la búsqueda de la felicidad, que también es el fundamento del estoicismo.
Cuando un problema filosófico lo resuelve una ciencia específica deja de ser un problema filosófico y pasa a ser un problema científico. El filósofo no busca el conocimiento, sino el pensamiento mismo. Porque la filosofía no es tanto un conocimiento como un saber teórico. La filosofía, en síntesis, pone en relación los conocimientos y sus fenómenos antes que explicarlos.
Epicuro como filósofo sensualista y hedonista–que fundó su escuela en un jardín- creía en el placer vital, en que se filosofa para la vida; en cambio, otros sostenían que se filosofa para la muerte, para aprender a soportar el dolor de la vida, por tanto debe hacerse filosofía como un aprendizaje de la muerte -o para prepararse para la muerte. Comte- Sponville, en cambio, dice que estudiamos filosofía porque no somos felices, y que quien estudia filosofía es porque no es feliz en la vida. Lo dice alguien cuya madre se suicidó.
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