domingo, 10 de mayo de 2015

89 opiniones Sobre Adolf Hitler ( Tercera parte)

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89 opiniones Sobre Adolf Hitler ( Tercera parte) 66-General Von Manteuffel.

Los que lo iban a ver empezaban discutir sobre su propio punto de vista, pero gradualmente se encontraban sucumbiendo ante la personalidad de aquél, y al final de muchas ocasiones estaban de acuerdo, en oposición a lo que originalmente habían intentado…

Había llegado a tener un buen conocimiento de los escalones bajos de la milicia, las propiedades de las diferentes armas, el efecto del terreno y del tiempo, la mentalidad y la moral de las tropas.

En particular era muy hábil para estimar lo que las tropas sentían.

67-Charles de Gossi Brissac.

El Nacionalsocialismo debió principalmente su éxito a la asombrosa personalidad de Adolf Hitler.

Nos haremos la pregunta mucho tiempo de si fue genio o un loco.

Este hombre del pueblo, de extracción humilde, ascendencia dudosa, instrucción rudimentaria y salud incierta, fue un fracaso hasta que cumplió los 27 años de edad.

Sin embargo, este hombre llegó a ser en poco tiempo uno de los más grandes oradores y el jefe guerrero y de Estado más absoluto que Alemania jamás conoció.

68-Curt Riess.

Todavía no era mucho el respeto que sentían por él - los generales?, pero había que confesar que el hombre entendía bastante del oficio…

Los conocimientos militares de que hacía gala les dejaban asombrados y su habilidad para emplear términos castrenses y deducir de ellos conclusiones plenas de sentido común les seducían.

Resultaba incomprensible aquello en un hombre que ni siquiera era oficial, sino un intruso, un profano.

69-General Günther Blumentritt.

Hitler era un católico austríaco, un hombrecillo insignificante que en 1912 había ido de Viena a Munich…

A tenor de lo que de él cuentan algunos de sus camaradas de entonces, fue un soldado raso bastante valiente que se ofrecía voluntario para todos los servicios de patrulla y que sentía un gran cariño por la milicia…

Se le concedió la Cruz de Hierro de primera y segunda clase y el galón de herido en campaña.

70-Mariscal Wilhelm Keitel.

Todo soldado profesional confirmaría sin vacilaciones que las dotes de mando y estrategia de Hitler causaban admiración.

Muchas noches de guerra las pasábamos en su Cuartel General estudiando los tratados militares de Moltke, Schlieffen y Clausewitz, y en su asombroso conocimiento no sólo de los ejércitos sino de las armadas del mundo entero, denotaba su genio.

71-Hans Schwarz.

Hitler rechazó con firmeza todos los intentos de presentar su persona, su comprensión o sus acciones bajo el aspecto de fundador de una nueva religión e incluso lo persiguió con sarcasmo.

El mismo debió experimentarlo cierta vez, al expresarse en este sentido.

Hitler dijo: “Yo me siento absolutamente humano y no le doy derecho a nadie para que me perjudique en mi humanidad mediante un certificado de santidad.

Si los hombres de esta época tienen la necesidad de nuevos dioses, en realidad sólo quieren elevar su propio egoísmo al Altar.

No me siento ni fundador de una religión ni tengo el deseo de ser visto o juzgado de esta manera…

Rosenberg llegó un día con planes y pensamientos que de una forma vaga, parecían aportar hábitos semireligiosos. Hitler lo despidió con burla sarcástica:

“Deje Vd. eso”, le dijo, ” ¡para fundador de religión no tiene usted el formato! “.

“Hitler descendió del automovil, fatigado, encorvado, ayudándose con el bastón, envejecido.

Su aparición inesperada en la línea del Frente los últimos días de la guerra, nos dejó a todos sin respiración, inesperada su visita, inesperado su aspecto, nadie hubiera supuesto ninguna de estas cosas, la última desde luego no…

Espanto y compasión recorrieron las filas, lo que pudo notarse claramente, a pesar de la inamovible corrección en el comportamiento de este círculo de oficiales.

Los hombres se habían hecho profesionales, sin ilusión tras la larga experiencia, de las durezas de las vivencias del Frente del Este, a través de la escuela de tan sobrio oficio.

Estaban cargados de preocupaciones o escepticismo.

Llevaban en sí mismos el padecimiento de la desconfianza o el padecimiento de la confianza.

Todos lo sabían.

Lo que les mantenía unidos y conservaba intacta su disciplina de grupo, era la voluntad común de cumplimiento del deber sin condiciones, en una despiadada y precaria situación, sobre la que pensaban de formas diferentes.

Pero estos diferentes pensamientos no les separaban entre sí ni los apartaba de su deber.

Entonces habló Hitler, profundo, encorvado, con una mano obediente dominando la otra enferma.

Pero su ser, sus palabras, su mirada, eran claras, medidas, llegadas tranquilas de una distancia, sabiduría y abnegación, que parecían abandonar las estrechas miras personales.

Ninguno de nosotros había visto ni oído a este hombre en tal estado: acrisolado y como alguien que condujera a sus amigos largamente más allá de las fronteras del ser material…

Así se encontraba este hombre ante nosotros, físicamente viejo y cansado, pero con la habilidad de hechizar, gracias a su convincente vigilancia espiritual y seguridad en las decisiones.

Una vez lo conocimos como el impetuoso. Pero este era otro, alguien a quien para sí mismo ya nada le ligaba a la vida, sino únicamente a la función que lo fuera encomendada.

Sencillamente dicho: nosotros sentíamos quiénes eramos nosotros y cómo pensábamos anteriormente sobre el y estábamos ante él, que aquí estaba ocurriendo algo cuando se fue.

Ni uno sólo de nosotros hubiese querido decir: yo no le quiero seguir, yo me doy la vuelta.

Él personificaba aquí, todo lo que a nosotros mismos nos movía: nuestra preocupación, nuestro conocimiento de lo despiadado de la última alternativa, nuestra vacilante esperanza, nuestro vacilante amor a nuestro país y nuestra sobria determinación de ponernos manos a la obra.

Encontramos que él personificaba una Tragedia y que la suya no se diferenciaba de la nuestra.

Nosotros recibimos el inexorable ultimátum de este momento. Si hubo todavía una posibilidad, entonces sólo pudo ser la que Hitler había mostrado, mostrado con todas sus consecuencias…

Nosotros nos decidimos por detener el ocaso de nuestro país al precio de nuestro probable propio ocaso, para intentar, como mínimo, no quedar deudores con el país.

Así fue esto.

Es la verdad. Pocos de los reunidos entonces volvieron más tarde de aquel ataque.

Yo hablo en nombre de todos y de todo lo que hay que decir de aquel momento.

Tras aquella visita de Hitler tuvo lugar algo remarcable: incluso sus más duros y reservados críticos quedaron conmovidos en lo más elemental.

Fueron ellos quienes dijeron que ahora comprendían el 20 de Julio como un acontecimiento realmente trágico, porque ahora entendían que este hombre ahora tan calmado y solitario fuera una vez tan fanático, colérico y sin consideraciones.

El llegó a desconfiar porque había descubierto que muchos no eran convencibles y muchos demasiado débiles para una oposición honrada y por tanto simulaban ante el estar convencidos (se refiere a la casta de oficiales del antiguo régimen).

Ahora se tenía sobre Hitler la impresión, de que él ya no se encontraba únicamente por encima de los demás, sino también por encima de sí mismo.

¡Menudo camino, menuda tragedia, que el consiguiera convencerlos después de ocurrido lo del 20 de Julio, en este estado y que esto los convenciera tan tarde y por mucho demasiado tarde!.

72-Alouis Linder.

Recuerdo que vino un par de ocasiones a charlar conmigo para que me hiciese cargo de las “cocinas populares”, uno de sus proyectos sociales.

Sí, tengo que ser sincero. Para mí Hitler era un hombre más simpático que el demonio.

Nunca me encontré a disgusto a su lado. Mentiría si dijera lo contrario.


73-Hans Schemm.

Adolf Hitler es una prueba fantástica de la calidad de nuestro pueblo.

La lucha de Adolf Hitler no hubiese logrado de ningún modo el éxito conseguido, si previamente no hubiese existido en nuestro pueblo tal masa hereditaria de alta calidad.

El ser humano corre siempre tras sus propios pensamientos.

Cuando alguien que quiere lo mismo que nosotros pensábamos, marcha ante nosotros, entonces le seguimos.

El Führer es sin duda una personalidad, es un carácter, es un genio, pero el último secreto de su victoria, se encuentra, en que lo que el quiere, sus aspiraciones, su proceder, su sacrificio, su trabajo, no son extraños, en el sentido más profundo, a nuestra propia vida interior.

Él es aquel que, por una parte, ha impedido la destrucción del concepto de religión a manos del bolchevismo, y por otra parte, unificó a la totalidad del pueblo alemán en todos los campos: políticos, culturales y económicos.

¿Y si Adolf Hitler no hubiese llegado?

La mayoría de los hombres olvidan rápidamente, No piensan más, cuál era la situación antes del levantamiento.

Ya no se acuerdan de la gran cantidad de materiales explosivos que fueron retirados de las centrales comunistas; ya no se acuerdan de las listas con los nombres de aquellos que tenían que ser asesinados.

Ya no saben lo que sería hoy la República de Weimar, de no haber llegado el levantamiento.

No era ya más que una carrera entre Nacionalsocialismo y Bolchevismo. Si el Bolchevismo hubiese dado un salto más Alemania no sería hoy más que un montón de escombros.

Cuando el Führer llegó al Sarre, me encontraba junto a un hombre, que miraba al Führer con un rostro tan radiante y unos ojos tan luminosos que, al verlo, el Führer se dirigió a él y le apretó la mano.

Esto conquistó a aquel hombre de tal manera, que con lágrimas en los ojos me dijo: “Este es el día más hermoso de mi vida, el Führer me ha dado la mano. Hasta hoy no era nacionalsocialista, pero a partir de hoy sólo conozco el Nacionalsocialismo”.

Este poder viene de Adolf Hitler, porque él ha permanecido auténtico como lo ha sido siempre, el hombre del pueblo. Él es camarada y miembro de la comunidad popular como nosotros, sólo que tiene un deber que cumplir mucho mayor que el nuestro, No hay nadie que se entienda mejor que pueblo y héroe.

El pueblo reconoce y ama a sus héroes y el héroe no ama y quiere otra cosa que a su pueblo. Pueblo y héroe se pertenecen mútuamente.

Que se nos permita vivir en una época, en que el Destino regaló a nuestra generación un hombre semejante, es un honor, que no le ha sido dado compartir a lo largo de milenios a ninguna otra generación.

74-B. von Afenchbach
Según esto, el pueblo alemán habría sido “liberado” de la tiranía parda y hasta cierto punto, automáticamente, vencidos los restos de los sentimientos de simpatía hacia un acontecimiento histórico grandioso…

Sin embargo, ¡una idea no se deja enterrar tan fácilmente! Y tampoco es tan sencillo alejar, ni de la historia, ni del pensamiento de sus contemporáneos, a un hombre, contra quien, para doblegarlo, sus enemigos mortales tuvieron que poner en marcha un incendio de alcance mundial a lo largo de seis años y jugar hasta la última carta, y en el que ni con la mejor voluntad, se puede hablar de una victoria “honrosa”.

¡Pero sólo con palabras no se pueden disolver hechos consumados!

Aunque los acontecimientos del pasado son poco apropiados para que el recuerdo de Hitler se diluya en la nada.

Más aún despiertan la atención y el recuerdo de aquel héroe las proféticas y verdaderas palabras que un día pronunciara: ” ¡Cuando ellos vengan !”.

75-Savitri Devi Mukherji
Finalizada la I Guerra Mundial, ascendió de entre una Alemania rota, el hombre determinado por el destino pa­ra inspirar una nueva fuerza, un nuevo orgullo, una nueva energía vital llena de alegría; y no sólo para su propio pueblo, sino para la élite racial del mundo entero; el más grande europeo de todos los tiempos:

Adolf Hitler.

Solo, sin ningún tipo de riqueza, sólo con el amor de su gran corazón, una voluntad invencible y la inspiración en la sabiduría eterna; sin otra fuerza que el pujante poder de la verdad… consumó aquello, que ningún otro hombre pudo haber soñado… una supercivilización, materialmente en orden, en la que el ser humano, simultáneamente, estaba poseído de una fe del más alto valor, y era absolutamente consciente del verdadero sentido de la vida.

Algo así no se había dado todavía nunca, ni siquiera en la antigüedad, donde se dio el primer paso hacia un nuevo orden en Europa, la Alemania nacionalsocialista, la precursora de una nueva “época de la verdad” en la evolución del mundo.

De haber surgido Alemania victoriosa de la II Guerra Mundial y de haberse extendido el sueño de Hitler por toda la esfera terrestre; o si no hubiese tenido lugar la guerra, y la Idea hubiese ido ganando lenta y firmemente terreno, mediante la única fuerza de la llamada a las élites del mundo, ¡que lugar maravilloso hubiese devenido este planeta!

Los seres humanos fueron demasiado tontos y demasiado vulgares para captar la belleza de este sueño.

El mundo, la raza aria misma en su mayoría, rechazó el regalo del genio y el amor de Hitler y le pagaron con el más oscuro desagradecimiento.

Ni uno sólo en la historia ha sido tan mal interpretado, tan sistemáticamente falseado y, sobre todo, contra ningún otro se incitó a un odio tan extendido.

Pero ahora, en cualquier caso, las herramientas de la falsificación han conseguido su deseo. La orgullosa y bella Alemania nacionalsocialista yace en escombros; cientos de diligentes colaboradores de Hitler están muertos.

Y los millones que hace sólo un par de años le admiraban jubilosamente, casi con adoración, han sido hechos mudos. “Este es un país con miedo”, fueron las palabras que en 1948, en el Sarre, me fueron dirigidas, como expresión de la situación general en la Alemania ocupada…

Pero la creencia nacionalsocialista, que se basa en verdades que son tan antiguas como el sol, no podrá ser destruida por nadie. Vivo o muerto, Adolf Hitler no puede morir nunca.

Y tarde o temprano, su espíritu vencerá.

76-Schwäbische Donau Zeitung.

Vencer el “pasado” supone, indispensablemente, también, una valoración histórica positiva de la personalidad de Adolf Hitler. Los ingleses con su Cromwell “asesino del Rey”, y los franceses con su “fiera corrupia”, Napoleón, han sabido ponerlos en el lugar que les corresponde en la historia nacional.

Nosotros tenemos que ver con un hombre que, como joven austríaco absolutamente desconocido, volvió de la guerra mundial, para crear, gracias a la fuerza de su personalidad, un movimiento de millones de personas, que siguiendo las reglas del juego parlamentario, llegó a canciller del Reich alemán, dio cuerpo a una nueva Wehrmacht partiendo de la nada, construyó las autopistas, rasgó el Tratado de Versalles, hizo realidad en corto tiempo el sueño de una gran Alemania y finalmente, tras una gigantesca lucha de seis años, zozobró ante todo un mundo de enemigos.

Ciertamente, al fin, Hitler no se arruinó a sí mismo, y también un ser trágico y discutible, tiene un lugar en la larga historia de un gran pueblo.

77-F. H. Hinsley
Los aliados estaban en una posición en la cual hubiesen podido explotar mucho mejor una retirada de los alemanes que éstos aprovecharse de la misma… Desde el punto de vista estrictamente militar, basándonos en la suposición de que la guerra había de ser continuada, es imposible discutir qué otra estrategia hubiese sido mucho más inteligente que la de Hitler después de principios del año 1943.

78-Mariscal Kesselring
Esta exposición de la situación, que se prolongó durante varias horas, demostró que Hitler estaba perfectamente al corriente de todos los detalles y que nada le había pasado por alto…

Hitler exigía que se mantuviera a toda costa aquel frente, el Occidental, con la confianza puesta en sus defensas naturales, para ganar tiempo y lograr una decisión en el frente del Este y poder lanzar a la lucha las nuevas armas secretas, de las cuales venía hablando continuamente.

79-Prof. Hasselbahn
Hitler seguramente permaneció fiel a Eva Braun y nadie ha dudado tampoco de la fidelidad de ella para con él.

80-Dr. Stumpfegger
Seguía trabajando, estudiando mapas, dando órdenes. Sostenía un tren de actividad que hubiera matado a un rinoceronte.

81-Mayor Freytag von Loringhoven
Nadie se permitía pensar en el último momento (Abril 1945)… La influencia de Hitler sobre los que lo rodeábamos fue decisiva hasta el final.
Todos hablaban del subterráneo como de un panteón, porque se consideraban a si mismos como cadáveres vivientes que ya no saldrían de allí.

82-Documento Oficial Británico sobre su muerte
Su estado de ánimo (Abril 1945), parecía haber mejorado considerablemente. Ya no se le vio lleno de ira contra los que él suponía culpables de la derrota de Alemania. Todavía tenía hondos resentimientos durante el transcurso de los cuales recordaba las traiciones pasadas y descubría nuevas.

Pero excepto el temblor de las manos, malestar que había padecido desde hacía tiempo, era un hombre enteramente normal y sereno.

83-General Emilio Esteban Infantes
Me sorprendió extraordinariamente el encontrarme con el supremo jefe alemán sin grandes ceremonias ni esperas; y confieso que avancé a estrechar la mano que él me tendía, con marcado nerviosismo e incluso azoramiento; a pesar de lo cual tuve serenidad para dirigir durante unos segundos una mirada a aquella sala rústica, alargada, sin más mobiliario que una gran mesa lateral con planos y una mesa y cuatro butacas de pino en el centro. Aquel alojamiento imponía por su austeridad.

Hitler, con una sonrisa, no muy natural por cierto, me ofreció un pergamino con el nombramiento de caballero de la Cruz de Hierro, y, por mediación del intérprete, cruzamos las palabras de rigor en estos casos. Al mirarle a la cara pude observar su acusado aspecto de cansancio y fatiga. Dos pronunciadas bolsas azuladas bajo sus ojos inexpresivos, revelaban esfuerzos y preocupaciones extraordinarias.

La posición del jefe alemán, cuadrado y pretendiendo estar erguido, daban a su figura (ya severa por su traje oscuro y abotonado), un aspecto algo tétrico. Me impresionó. Me fue presentado el mariscal Keitel, y, por indicación de él, me dirigí a una de las sillas que rodeaban la mesa central. Allí me senté entre Hitler y Keitel; enfrente estaba el teniente Hoffmann.

Los primeros minutos yo presumo que fueron de observación: ni a mí me quitaban ojo, ni yo se lo quitaba a los dos personajes, ya históricos, que tenía delante. Pude además ver, a través de una puertecilla de cristales, entreabierta, una especie de celda con un camastro, una mesilla y una silla tosca. Eso que parecía la celda de un cartujo era la alcoba del Füher, a la que sólo faltaba un santo Cristo para darle aspecto monacal.

Por fin, empezó la conversación general, y, sin preámbulos de ninguna clase, Hitler empezó a charlar sobre el trabajo hercúleo que estaba desarrollando el ejército alemán. Aquel hombre, algo encorvado, de faz demacrada y con movimientos lentísimos fue poco a poco animando su mirada, moviendo los músculos de la cara, accionando con los brazos y elevando la voz con la misma pasión de un latino.

Se transformó totalmente, ofreciendo tras aquella envoltura física decadente, un espíritu enérgico, fuerte e incluso violento, que le daba la apariencia de un ser iluminado. Aquello no fue una conversación, ni siquiera un diálogo; fue más bien un monólogo con pequeñas intervenciones de cortesía por mi parte. La figura de Hitler se agrandó a mis ojos. Su palabra era fluída y contundente, sus juicios certeros, sus conclusiones precisas, terminantes, claras, breves.

Aquel hombre convencía y apasionaba. Habló “del sacrificio que estaba haciendo el soldado alemán combatiendo desde el Polo Norte al desierto africano, desde el Volga al Atlántico, sin poder acumular sus medios contra los rusos.”

¡Están ciegos los occidentales! repetía una y otra vez.

¡El peligro está en el Este y no me dejan combatirle! ¡Toda Europa sufrirá las consecuencias de este error!

¡El enemigo no soy yo, el enemigo es Stalin!, y Alemania no puede derrotar a Rusia teniendo que defenderse al propio tiempo por los otros tres puntos cardinales. Si tuviese posibilidad de disponer de mí potencia militar para trasladarla al otro lado del Vístula, se salvaría Europa y evitaríamos otra guerra”.

Sus párrafos acababan con signos de desesperación unas veces, de impotencia otras, clavando fijamente su mirada en una esfera terrestre que tenía colocada sobre uno de sus armarios.
No hizo alusión para nada a la retirada de nuestra División de voluntarios, cuyos detalles de transporte, entrega, etc., fueron más tarde concretados con el mariscal Keitel.
…Al cabo de muchos años los hechos han demostrado la clarividencia de este hombre…

84-Hanna Reitsch
Al día siguiente tuvo lugar la recepción de Hitler en la Cancillería del Reich para concederme la Cruz de Hierro de 2ª clase.

Con una gran tensión interior, subía en aquellas horas los escalones de la cancillería… Hitler me introdujo en una larga conversación sobre mis vuelos de prueba. Me impresionó, que Hitler dispusiera de conocimientos sobre un terreno puramente aeronáutico-técnico, que normalmente sólo poseen aquellos, que se ocupan especialmente con los mismos. Sorprendente fue la claridad de sus preguntas, que iban a lo esencial y al núcleo de la cuestión.

Me ocurrió en aquellas horas lo mismo que a otros antes y después de mi que tuvieron la oportunidad de conversar con Hitler sobre cuestiones de su campo profesional. Sus maneras sencillas y nada forzadas emanaban una confianza que contagiaba a todos cuantos se encontraban cerca suyo (27.3.1941 ).

(26/28 Abril 1945): Nos encontramos con Adolf Hitler en la pequeña entrada del Führerbunker. Su figura estaba fuertemente inclinada, ambos brazos le temblaban ininterrumpidamente, y su mirada tenía algo de acristalado y lejano. Con una voz apenas sin tono nos saludó.

Greim informó. Hitler escuchaba tranquilo y tenso. Al finalizar el informe tomó las manos de Greim, y dijo entonces, dirigiéndose a mí: ” ¡Vd. brava mujer! Aún quedan fidelidad y valor en el mundo “.

Todo intento de salvación de su persona, que en estos días todavía se le ofrecían, como el aterrizaje de un Ju-52 y un Arado 96 en el Eje Este-Oeste, lo rechazaba de forma indiscutible. Unicamente su creencia de que su permanencia en Berlín era un último estimulante para los soldados le mantenía con vida.

Me despedí de Hitler, que se encontraba en el cuarto de discusión de la situación, con un corto apretón de manos. En aquella situación no encontré una sola palabra que le hubiese podido decir, mientras él me dijo únicamente, con voz baja: ” ¡Dios la proteja!

85-Wallis de Windsor
No sabes lo que Hitler tiene en la cabeza hasta que no tienes el honor de escuchar a este hombre extraordinario.

86-Jacques Ploncard d’Assac
Wagner, de haber vivido, hubiese podido hacer de la vida de Adolf Hitler una ópera y uno cree escuchar las armonías de las que se hubiera servido. Pero el drama fue que Hitler construyó su visión del mundo a la manera de una Tetralogía.

87-General Federal Adolf Heussinger
Adolf Hitler desconcertó a los oficiales con sus excelentes conocimientos de las técnicas de armas. Conocía todos los modelos, todos los datos técnicos, a menudo mejor que sus generales. No se le podían dar lecciones. También dejaba a los expertos sorprendidos y a menudo perplejos.

88-Salvador Borrego E.
La unión del jefe con sus tropas, hasta la muerte misma, es un caso muy rara vez observado en la Historia. Desde Leónidas en las Termópilas no había vuelto a repetirse hasta la Canci­llería de Berlín. Generalmente el jefe de un Estado vencido dimite o se va al des­tierro; la unión parece siempre firme ba­jo los albores de la victoria, pero se es­fuma impalpablemente en las sombrías horas de la derrota.

Con Hitler no ocurrió así. Cuando nueve años antes de su última batalla celebraba el plebiscito que lo dio plenos poderes, dijo a sus sol­dados el 30 de Enero de 1936: “En la historia, ningún otro jefe está unido a sus partidarios como nosotros ”

Y cuando juntos, tropas y Führer, llegaron en dura prueba hasta las ruinas de Ber­lín, esa confraternidad no se rompió.

“Al recibir los partes de las penetraciones enemigas, Hitler comentó: “Siempre he dado órdenes a mis fuerzas para que no se retiren; ahora sólo me queda dar el ejemplo y ajustarme a mis propias órdenes”. Dirijiéndose al Mariscal Keitel y a Bormann dijo: “No abandonaré nunca Berlín… ¡nunca!”.
“El día 22 de Abril de 1945 Hitler decidió que moriría ahí, en la Cancillería, junto a sus soldados del Frente Oriental.
“Ese día, 20 Abril 1945, Hitler tenía una profunda paz interior y parecía aguardar “la muerte como una liberación, luego de una vida dura preñada de dificultades”.

89-Herbert Hoover
Hitler daba la impresión de ser altamente inteligente, dejaba entrever una valiosísima y confiada memoria, parecía educado y era capaz de ofrecer claras exposiciones.

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