COMO DEBE SER RECORDADO Y CONOCIDO, EL TIRANO TRUJILLO
Por: Julio Escoto
Por: Julio Escoto
Trujillo en San José de las Matas en 1932
“Trujillo: El chacal bípedo de San Cristóbal”.
Trujillo, uno de los tiranos más letales que ha tenido nuestro país durante su vida republicana, desde que llegó al poder empezó a construir un aparato infernal de dominio y opresión terrible sobre la población y en su reinado pavoroso de 31 años arrasó con la democracia y con todas las libertades y se fue haciendo cada vez más prepotente, ambicioso, codicioso y poderosamente rico; y para el logro de esos propósitos nefastos, ultimó vidas y talentos, adquirió -mediante actos encubiertos con aparente legalidad- inmuebles y haciendas de gran valor a un precio escandalosamente irrisorio; y después, los vendió al Estado dominicano por sumas exageradamente abultadas, saqueando así al erario público de manera descarada.
Y en el ejercicio de su autoridad ilimitada -cuando él lo consideraba- le hacía mejoras a su “máquina infernal de terror y muerte”, por lo que llegó a ser poseedor de un espantoso expediente en derechos humanos al poner en ejecución ese diabólico plan para primero: “Eliminar a los que conspiraran contra su régimen”; luego: “a sus cómplices”; después: “a sus simpatizantes”; y por último: “a los indiferentes y a los tibios”. Y bajo ese terrífico esquema: “proporcionó plata a sus incondicionales; plomo a sus enemigos políticos y palo a los indecisos”.
Asimismo, durante 31 años se mantuvo por la fuerza en el poder irrespetando la disensión ideológica estrangulando los espacios de crítica y el pluralismo político; y el que: dejó un rastro incalculable de violaciones, secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones forzadas.
Modificaba a su antojo la Constitución, designaba legisladores, jueces y funcionarios públicos, que al tomar posesión de sus respectivos cargos, tenían que firmar -sin fecha- su renuncia, por lo que, sin ningún aviso, podía sustituirlos en cualquier momento.
Bajo los efectos del alcohol -según sus acólitos- afirmaba en sus francachelas “que tenía la astucia de Maquiavelo y la perversidad de Nerón”.
Hacía compatibles sus creencias religiosas con sus crueldades más refinadas, con las traiciones más repulsivas y la lascivia más desordenada.
Recurría al recurso de la muerte para acallar a sus opositores llegando a segar la vida de muchas gentes generosas de este pueblo admirable, haciendo de la Patria de Duarte un gran cementerio.
Se proclamó: Único dispensador de honores y favores, Garante del orden, del progreso y del destino de nuestra nación; el alto destinatario, el Benefactor y Padre de la Patria Nueva, el campeón del anti comunismo en América Latina; el Big-Man [el gran hombre], “yo o el diluvio, el Supremo, el más grande, el más poderoso” y el Heraldo de una verdad superior que procuraba dar la impresión de ser omnipresente y omnipotente.
Llegó a creerse por encima del bien y del mal.
Al igual que el nogal, no dejó crecer nada bajo su sombra.
Se hizo endiosar por sus cofrades que utilizaban “fórmulas de cuño religioso” para hacerle ver al pueblo que él era la encarnación de Dios y crear así un “elemento místico-religioso” que bien podría definirse como una “religión política”; de ahí que, obligatoriamente, había que comprar una tarja de metal y colocarla en la entrada de todos los hogares, la cual tenía impresas estas palabras: “Dios y Trujillo”.
Obsesionado por el diablo que llevaba dentro, dispuso acciones criminales para eliminar físicamente a cientos de sus adversarios políticos, desapariciones forzadas que “consternaron a la sociedad y que llevaron dolor, lágrimas y luto, a muchos hogares dominicanos”.
“Hasta la misma noche de su ajusticiamiento, creyó haberle tocado la misión de exterminar todo lo que por no ser como él, representaba el caos, la antipatria y el sindiosismo”.
A todo eso se debe, que con desparpajo y frialdad, fuera conocido en la República Dominicana y en el Mundo, como lo que en realidad fue: Un hombre cruel, despiadado, terrible, con un corazón de piedra y un carácter sanguinario; un cínico; un intrigante desconfiado, autoritario, siniestro e intolerante sin escrúpulos ni sentido de la lealtad, salvo al Ejército como institución, pero no a determinados compañeros de armas a quienes -en su momento- de manera selectiva hizo asesinar según su conveniencia.
En fin, un megalómano carente de piedad y compasión que amaba el relumbrón y le fascinaba la parafernalia militar, a tal extremo, que llegó un momento en que la pechera de su uniforme resultaba estrecha para colocar en ella el montón de condecoraciones y medallas que le otorgaban sus aduladores, lo que le hizo ganar el apodo de “Chapita”.
Esas y no otras, son las necesarias percepciones que debe tener la juventud dominicana sobre ese tirano de “temperamento volcánico” que amasó antipatías nacionales y universales, para que las conozca y las difunda y esté siempre presta a impedir que algo igual o parecido vuelva a suceder en nuestro país; para que evite que ocurran en el futuro las continuas y graves pesadillas que padecimos en ese vergonzoso episodio de nuestra historia política que tuvo una duración de 31 años; y para que nunca más permita el ascenso a la Primera Magistratura de la nación de un aspirante, que siendo realmente un chacal bípedo, se disfrace de ovejo y utilice como carnada el acróstico que le compuso uno de sus lisonjeros con las letras iniciales de sus nombres y apellidos, para confundir al pueblo dominicano con engaños, cuando en verdad, significaban lo siguiente:
Rafael (R): [Rectitud] “Taimada promesa de justicia para luego implantar una implacable tiranía de 31 años”.
Leonidas (L): [Libertad] “Mendazmente ofertada; la que después amordazó, y finalmente cercenó”.
Trujillo (T) : [Trabajo] “Promesas de faenas bien remuneradas para más tarde hacerlas forzosas”; y Molina (M): [Moralidad]
“Buenas costumbres ofrecidas pero jamás cumplidas; por el contrario, con sus actos aberrantes enlodó las reputaciones de las familias más dignas, y mancilló con morbosa delectación el honor de ciudadanos íntegros”.
Siempre resultará saludable recordar, que los hechos sangrientos cometidos u ordenados por este dictador, finalmente se revirtieron en su contra y culminaron con la eliminación de “ese bicho malo que murió como había vivido”; pues de acuerdo a una sentencia bíblica, “lo que entra con sangre, con sangre cae”; quedando confirmado: “que el que a hierro mata a hierro muere”.
Y para ventura del pueblo dominicano, este tirano que nunca admitió ser una frágil criatura, olvidó que “la contabilidad del Altísimo no solamente es justa, sino que lleva sus libros exactos”; y por eso, no murió en su cama, ni como César “en las escalinatas del Senado”; sino, que fue “ajusticiado a la orilla del camino como un bandolero cualquiera (el 30 de mayo de 1961)”, en cumplimiento a lo dispuesto en el idóneo juicio del Profeta Isaías que aparece en el capítulo 40, versículos 23 y 24, cito:
“Dios convierte en nada al poderoso y hace desaparecer al que oprime a su pueblo, que para Él, es como una planta tierna recién plantada, como si su tronco nunca hubiera tenido raíz en la tierra, a la que si sopla se marchita y el torbellino se la lleva como hojarasca”.
Fuente: Julio Escoto, para El Caribe
Foto: Trujillo en San José de las Matas en 1932
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