NOTAS DESDE AQUILEA
La mitad del cielo
Hace algunos años encontré en una tienda de recuerdos de Vietnam la
fotografía en blanco y negro de una miliciana del Vietcong. Me dijeron
que se llamaba Vo Thi Mo y que vivía en una aldea
cercana. Me recibió en su casa tumbada en una cama de opio y acariciando
un gato siamés. Convertida en una afable jubilada, no quedaba en ella rastro de la feroz guerrillera que tres décadas antes había abatido a más soldados que nadie al frente del Batallón C3 de las tropas comunistas.
Vo Thi Mo me contó que al principio los hombres no dejaban a las mujeres ir al frente. Decían que no servían ni para orinar por encima de la hierba, difícilmente para ayudar a derrotar a la primera potencia militar del mundo. Con el tiempo, demostrada su valía y vivida la guerra en toda su crudeza, serían ellas las que perderían el interés en matar por la patria. Vo Thi Mo me contó el día en que todo perdió sentido para ella: su patrulla se había encontrado con un grupo de marines descansando en mitad de la jungla y, agazapada tras unos arbustos, los apuntó con su AK-47, lista para disparar. En ese momento los soldados rompieron a llorar mientras leían en alto las últimas cartas que sus familias les habían enviado desde Estados Unidos. «No pude apretar el gatillo», me dijo Vo Thi Mo. «Por primera vez les vi como a personas». Unos meses después, la miliciana se encontró con un viejo amor, se casó y se quedó embarazada, dejando las armas para siempre: «Dar vida me pareció más natural que quitarla».
Mao Zedong, un líder terrible en tantas cosas, solía decir que las mujeres sostienen la mitad del cielo. Todos sabemos que es algo más de la mitad. Les seguimos pagando menos por hacer el mismo trabajo que los hombres (en España, un 24% menos de media). A menudo las obligamos a demostrar el doble para reconocer sus méritos. En muchos países, incluidos algunos de los que nos llamamos desarrollados, siguen padeciendo discriminación y violencia de género.
Miriam, Giuseppina, Marta y Beatriz demuestran lo que nos perdemos cuando impedimos que las mujeres ocupen el lugar que merecen. Nos perdemos su humanidad y su compasión hacia los demás. Su capacidad solidaria. Su defensa de la vida y su intolerancia con la violencia. En política nos perdemos una forma menos sectaria y excluyente de ver al rival; en la empresa su instinto para descubrir nuevas oportunidades o su capacidad de trabajar en equipo; en la prensa escrita, donde no somos un ejemplo y es raro ver a mujeres en puestos de dirección, su aportación en contenidos más cercanos a las preocupaciones de la gente.
Vo Thi Mo me contó que cuando los hombres de su aldea recibieron con burlas el ofrecimiento de las mujeres de ir al frente, diciendo que no podían siquiera orinar por encima de la hierba, se subieron a un árbol, mearon desde lo alto para demostrar lo equivocados que estaban y después se marcharon a luchar fusil en mano. Pero una vez conseguida la victoria, las mujeres del batallón C3 fueron relegadas al papel de amas de casa y Vietnam desperdició su capacidad para reconstruir sin resentimiento.
España, salvando las diferencias, también está en reconstrucción tras más de un lustro de crisis y sería una pena que no aprovecháramos todo lo que tienen que aportar quienes demuestran a diario, y a pesar de los obstáculos, su capacidad para sostener la mitad del cielo. Algo más de la mitad, en realidad.
Texto adaptado del discurso pronunciado por el director de EL MUNDO en la entrega de los décimos Premios Internacionales YO DONA
Siga al director de ELMUNDO en Twitter: @DavidJimenezTW
Vo Thi Mo me contó que al principio los hombres no dejaban a las mujeres ir al frente. Decían que no servían ni para orinar por encima de la hierba, difícilmente para ayudar a derrotar a la primera potencia militar del mundo. Con el tiempo, demostrada su valía y vivida la guerra en toda su crudeza, serían ellas las que perderían el interés en matar por la patria. Vo Thi Mo me contó el día en que todo perdió sentido para ella: su patrulla se había encontrado con un grupo de marines descansando en mitad de la jungla y, agazapada tras unos arbustos, los apuntó con su AK-47, lista para disparar. En ese momento los soldados rompieron a llorar mientras leían en alto las últimas cartas que sus familias les habían enviado desde Estados Unidos. «No pude apretar el gatillo», me dijo Vo Thi Mo. «Por primera vez les vi como a personas». Unos meses después, la miliciana se encontró con un viejo amor, se casó y se quedó embarazada, dejando las armas para siempre: «Dar vida me pareció más natural que quitarla».
«Todos perdemos si impedimos que las mujeres ocupen el lugar que merecen»
Algo parecido les ocurre a las mujeres que nuestra revista femenina de los sábados, YO DONA, premió el pasado martes en sus décimos Premios Internacionales: proteger vidas y dar oportunidades está en su naturaleza. Miriam Alía,
de Médicos sin Fronteras, ha puesto la suya en primera línea muchas
veces para salvar a miles de africanos afectados por el ébola. Giuseppina Nicolini,
la alcaldesa de Lampedusa, ha liderado la asistencia de quienes llegan a
su isla, recordándonos que no son sólo inmigrantes sino refugiados; no
sólo números, sino personas. YO DONA reconoció también a Marta Sánchez,
que perdió a su única hermana, Paz, por un cáncer de mama hace una
década, el tiempo que lleva concienciando a la sociedad sobre la
enfermedad y recaudando fondos para erradicarla. Y a Beatriz Echevarría,
fundadora de El Horno de Babette, que ofrece con su instinto
empresarial y solidario nuevas oportunidades en tiempos difíciles. Mao Zedong, un líder terrible en tantas cosas, solía decir que las mujeres sostienen la mitad del cielo. Todos sabemos que es algo más de la mitad. Les seguimos pagando menos por hacer el mismo trabajo que los hombres (en España, un 24% menos de media). A menudo las obligamos a demostrar el doble para reconocer sus méritos. En muchos países, incluidos algunos de los que nos llamamos desarrollados, siguen padeciendo discriminación y violencia de género.
Miriam, Giuseppina, Marta y Beatriz demuestran lo que nos perdemos cuando impedimos que las mujeres ocupen el lugar que merecen. Nos perdemos su humanidad y su compasión hacia los demás. Su capacidad solidaria. Su defensa de la vida y su intolerancia con la violencia. En política nos perdemos una forma menos sectaria y excluyente de ver al rival; en la empresa su instinto para descubrir nuevas oportunidades o su capacidad de trabajar en equipo; en la prensa escrita, donde no somos un ejemplo y es raro ver a mujeres en puestos de dirección, su aportación en contenidos más cercanos a las preocupaciones de la gente.
Vo Thi Mo me contó que cuando los hombres de su aldea recibieron con burlas el ofrecimiento de las mujeres de ir al frente, diciendo que no podían siquiera orinar por encima de la hierba, se subieron a un árbol, mearon desde lo alto para demostrar lo equivocados que estaban y después se marcharon a luchar fusil en mano. Pero una vez conseguida la victoria, las mujeres del batallón C3 fueron relegadas al papel de amas de casa y Vietnam desperdició su capacidad para reconstruir sin resentimiento.
España, salvando las diferencias, también está en reconstrucción tras más de un lustro de crisis y sería una pena que no aprovecháramos todo lo que tienen que aportar quienes demuestran a diario, y a pesar de los obstáculos, su capacidad para sostener la mitad del cielo. Algo más de la mitad, en realidad.
Texto adaptado del discurso pronunciado por el director de EL MUNDO en la entrega de los décimos Premios Internacionales YO DONA
Siga al director de ELMUNDO en Twitter: @DavidJimenezTW
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