¿Por qué los sociólogos nos preguntamos para qué sirve la Sociología?
Uno de los elementos característicos de la Sociología como ciencia es
su recurrente ejercicio de pensarse a sí misma. Esta reflexión ha estado
orientada hacia tres grandes preguntas: ¿cuál es su objeto de
estudio? ¿Cómo adaptar el método científico a la comprensión de dicho
objeto? Y ¿cuál es el propósito o utilidad del conocimiento resultante
de la acción científica emprendida?
Rumbo
a 200 años de cuando Auguste Comte comenzara a esbozar la necesidad de
esta nueva ciencia, la cual cobraría vida en su libro Discurso sobre el Espíritu Positivo (1844),
la realidad evidencia que este debate sigue en pie de lucha entre los
herederos del legado de este pensador francés. Ejemplo de ello es este
artículo y las publicaciones que destaco, las cuales han sido divulgadas
en los últimos 10 años en diversos países, pero todas con una misma
pregunta en común: ¿para qué sirve la Sociología?
Dichas
referencias se suman a una lista más extensa de textos, artículos,
debates, foros, seminarios y congresos en donde los científicos sociales
hemos discernido sobre la vigencia de nuestra ciencia. Este artículo no pretender ofrece una revisión histórica sobre la temática. Su finalidad, es dar un esbozo o pequeño estado del arte,
acerca de cómo se ha reflexionado ante esta pregunta en la última
década. Con ello, se busca brindar bases para una investigación más
extensa, delinear las diversas aristas de la problemática y resaltar un
camino a seguir.
Una primera aproximación a la pregunta que intitula este artículo es que la sociología es víctima de su propio origen.
Es imposible deslindar el origen de esta ciencia con el desarrollo y
auge de la Modernidad, así como también a sus vaivenes y declive.
Como destaca Javier Seoane (2007), “el
positivismo jugó un papel central en la conformación primera del campo
sociológico decimonónico. La sociología fue concebida como una ciencia
semejante a la natural, abocada al descubrimiento de las leyes que
operaban en el funcionamiento de la vida social y con una actitud
práctica de reforma social por medio de la tecnocracia de ingenieros
sociales”.
Desde
sus inicios, la Sociología pretendió brindar solución a los problemas
sociales que acaecían en su época. Teniendo de fondo el principio del Orden – Progreso, Comte
vislumbraba que la ciencia (como conocimiento verdadero); ofrecía la
garantía de una visión coherente de la realidad, ante la cual poder
establecer las líneas de acción adecuadas, para el logro de valores
superior, los cuales se englobaban en las nociones de Progreso y Civilización.
Esta
certeza trajo como consecuencia, que la Sociología cobrara vida dentro
un marco epistemológico que entendía la realidad como objetiva,
verificable y analizable en términos de relaciones concomitantes entre
variables, y que permitían así, formular principios de acción (leyes).
Como destaca Seoane (2007):
“El
positivismo también pretendió constituirse en una respuesta sólida a la
crisis generada por la proliferación de sentidos por parte de los
filósofos de la Ilustración. Comte pensó que el estado de la anomia
social de la Francia postrevolucionaria derivaba en gran medida del
desacuerdo generalizado por las metafísicas, basadas todas en la opinión
(doxa) y jamás científica (episteme).
Precisamente,
el positivismo anunciaba la llegada del estadio científico y
definitivo, pues, de la ciencia siempre sale un conocimiento firme y
único de la realidad. Por consiguiente, el desarrollo de la ciencia y
una educación positiva popularizada conllevaría el acuerdo social en
unas metas únicas y certeras”
Esta
convicción como es bien sabido, ha quedado a un lado una vez que el
desarrollo de la fenomenología y la hermenéutica se abrieron paso para
demostrar que los principios bajo los cuales se sustenta el método
científico no son “tan sólidos” como se pensó. Sino que por el
contrario, abrieron la discusión sobre la fiabilidad de los consensos o
acuerdo fijados bajo los cuales se analiza e interpreta los objetos de
estudio, entendiendo que los mismos, son una resultante intersubjetiva
de quienes dan vida a los fenómenos sociales.
La
ciencia en última instancia es, como el resto de los aspectos de la
vida social, un producto cultural que responde a la dinámica misma del
entramado social. Dicho en una palabra, es una construcción social. Como
indica Seoane (2007), “el científico social no puede acceder a la
realidad social en términos de la mera observación, antes necesita comprenderla. Y para comprender tiene que pertenecer al mundo de la vida de los actores”.
La
Sociología nace partiendo de una visión de la realidad social que
restringe su propia comprensión y análisis del “objeto”. Los aportes de
los clásicos o fundadores de la ciencia, se entienden que están
circunscritos a los parámetros históricos, sociales y culturales que
conformaron sus teorías o análisis. Por ello, es la recurrente tarea de
revisar la historia de la Sociología para identificar qué puede
funcionar hoy día. El conocimiento no necesariamente es acumulativo y
perdurable en el tiempo, pero sirve de marco de referencia.
Por
tal motivo, la Sociología se ve en la necesidad adaptarse siempre a la
realidad social en una suerte de “correr más rápido” o “anticiparse” a
los cambios. Bien sabida es la anécdota de Parsons preguntándose ¿quién lee a Spencer?, y en menos de una década, Gouldner se preguntaba ¿quién lee a Parsons? Quizás estemos próximos a que alguien escriba: ¿quién lee a Bourdieu o a Bauman?
Esta conclusión nos lleva a una segunda vertiente y certeza de la problemática que lleva a que los sociólogos cuestionemos nuestra ciencia repetidas veces: no existe una Sociología sino Sociologías.
La visión de Comte quedó plasmada en su idea de una física social. Amplias
han sido las revisiones y reflexiones acerca de esta posibilidad y de
la eficacia o desarrollo de las ciencias sociales de la mano de un único
paradigma.
Tomando
como referencia la imagen del prisma y el haz luz, el pensamiento
científico modernista/positivista, parte de la base que un conjunto de
postulados permiten abarcar la realidad y comprenderla a cabalidad.
Iniciando en la luz blanca, la comprensión de la realidad es posible
porque se abarcan todos los espectros de colores.
La
Sociología inició así, pero en pocas décadas tras su creación, la
realidad social confrontó a los teóricos y evidenció el espectro de
diversos y plurales colores frente al cual no era posible comprender lo
social bajo un mismo lente. ¿Quién tenía la razón?: ¿Comte? ¿Saint
Simon? ¿Spencer? ¿Simmel? ¿Tönnies? ¿Weber? ¿Durkheim? ¿Marx? Podría ser
más extensa la lista de autores, pero cada uno de estos “clásicos” con
su enfoque, propuesta, metodología y marco teórico, reafirman las gamas
de colores que buscaron en su momento llegar a ser el haz de luz blanca
unificador.
El
siglo XX no fue su excepción, y muchos menos con la llegada de la
fenomenología, la hermenéutica, la lingüística, el constructivismo, el
estructuralismo, los neo-kantianos o los críticos. La única certeza de
nuestra realidad científica, es que todos los enfoques han sido y siguen
siendo válidos, y no es posible abarcar la realidad social desde un
único paradigma. Siguiendo el análisis propuesto por Seoane (2007),
“[desde
el postpositivismo] lo que tenemos en torno a los objetos de “la
realidad” son interpretaciones. Y las interpretaciones son modos de dar
sentido al mundo; es más, son modos de construir el mundo. Las
interpretaciones están, entonces, en función de la acción humana.
Las
sociologías son, en consecuencia, lenguajes sobre el mundo humano;
lenguajes que pretenden cierta rigurosidad en su construcción asertórica
sobre el mundo – esto es, sometidas a controles del universo
disciplinario propios de los campos científicos. No obstante, dentro del
universo delimitado por los controles institucionales del discurso y
los campos científicos caben diversas interpretaciones acerca de los
hechos del mundo (…) para un mismo conjunto de hechos caben siempre
varios discursos que lo interpreten”.
SI hablamos de Sociologías, una tercera reflexión al problema gira en torno al valor o impacto social. Más
allá de un mero hecho pragmático, la reflexión sobre el impacto de la
ciencia en la sociedad, conlleva a cuestionar su eficacia ante la
diversidad de métodos, teorías y temas de análisis. En última instancia
¿qué percepción existe en la sociedad acerca del papel de un sociólogo?
Ejemplo
de ello, resaltan las reflexiones acaecidas tanto en España como en
México, enmarcadas en la crisis y cambios socioeconómicos que han vivido
ambos países. La Sociología ha sido puesta a prueba al reflexionar
sobre su función dentro del cambio social que viven estas naciones.
En
el caso español, como resume José Beltrán (2014) en su artículo, la
Federación Española de Sociología ha invertido los últimos años en
generar una reflexión y propuestas que encaminen un sendero para la
ciencia. Como señala el autor, algunas de las conclusiones del Congreso
de Sociología realizado en la ciudad de Valencia-España a finales del
2013, evidencian la preocupación:
[Existe] Una notable disparidad de situaciones en cuanto a la ubicación de la sociología en estructuras departamentales y de centros [dentro del ámbito universitario].
Necesidad de una mayor colaboración y diálogo entre el ámbito académico y el ámbito profesional.
Importancia de un mayor esfuerzo de visibilización de la sociología.
Constatación
de una diversidad, propia de la disciplina que, entendida como
dispersión, puede convertirse en debilidad, si bien entendida como
versatilidad, constituye una fortaleza.
Sigue
siendo recurrente la pregunta, que formulan diferentes actores sociales
(estudiantado, administración, sociedad civil, empresariado…), a la que
es necesario dar una respuesta estratégica y pedagógica: ¿para qué
sirve la sociología?
Siguiendo esta línea, Teresa González (2014), expresa que existe “una queja” recurrente hacia el que hacer sociológico:
“la
separación tajante entre los temas y las técnicas (…) El exceso de
teoría y el déficit metodológico, la incapacidad de traducir los
problemas de los textos académicos a las realidades sociales
actuales (…) La permanencia y reproducción de las dicotomías entre la
sociología académica/científica/teórica y la sociología de mercado/no
científica/aplicada en la formación de las y los profesionales de la
sociología, sumada a la casi ausencia de orientación laboral, indica la
necesidad de una revisión autocrítica de los contenidos de la oferta
formativa de la sociología que sea coherente y se adecúe a las
competencias personales y profesionales que tendrán que usar en el
futuro”.
Ante
esta realidad de la Sociología española, que bien puede reflejar los
problema de la ciencia en cualquier país Iberoamericano, los autores
rescatan las aproximaciones y propuesta de grandes teóricos como una
forma de reorientar la ciencia. Beltrán (2014) retoma las ideas
propuestas por Bourdieu en su célebre texto El oficio del sociólogo (1976) y ofrece esta reflexión:
“La
sociología construye aquellos objetos que investiga —objetos siempre en
movimiento atendiendo a la dinámica de cambio social— “en función de
una problemática teórica que permita someter a un sistemático examen
todos los aspectos de la realidad puestos en relación por los problemas
que le son planteados” (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1976: 54).
Pero la sociología no solo construye el objeto o el fenómeno social que
analiza, sino que puede comprometerse con el mismo a través de la
“mirada sociológica”, que interviene en aquello que mira. Y solo desde
esa mirada, que es crítica —puesto que pone en tela de juicio los
supuestos del sentido común para explicar y comprender mejor la realidad
social—, es posible la reconstrucción de la sociología”.
Por
su parte, González (2014) retoma las ideas de Emilio Lamo de Espinosa.
Este autor reconoce y entiende que “el conocimiento sociológico, forma
parte de las prácticas de reflexividad propias de las sociedades del
conocimiento (…) no describimos el objeto; más bien somos el instrumento
de que se vale el objeto para auto conocerse. ¿Para quién trabajamos
pues? ¿Para qué sirve esa ciencia?, [cuestiona] para los mismos
ciudadanos cuyos problemas, angustias, temores o esperanzas estamos
estudiando”
En
el caso mexicano, Reséndiz (2006) analiza las ideas de Castañeda y
comprende, que parte de la debilidad de la sociología académica en el
país azteca, es que no ha podido superar las propias visiones
sociopolíticas de su sociedad. Como bien señala:
“Asumir
la oportunidad que implica la crisis para consolidar la identidad de la
sociología significa evitar la búsqueda de un nuevo sujeto trascendente
que sustituya a la nación, eludir las formas caudillista, construir una
identidad con independencia de la sociedad y el Estado, construir de
manera distinta el dilema normativo que ha sido propio de la sociología y
que en México asumió la expresión del intelectual como conciencia
nacional”
Del
análisis de Reséndiz (2006) a la obra de Castañeda, se desprende la
idea de que la reestructuración del programa sociológico conlleva varios
planos, de los cuales vale destacar tres 1) investigar, teorizar, dar
soluciones o posibles caminos a seguir ante las estructuras sociales y
mundos simbólicos, 2) ante el sujeto, su identidad, su relación con el
entorno, el espacio político/público y los movimientos sociales y 3) ante la relación teoría – práctica (metodología).
La
Sociología debe responder a los contextos sociales, globales o
internacional según sea su radio de acción. Debe ofrecer los elementos
necesarios para que los individuos sean conscientes de la realidad y de
sí mismos. Rescatando a Seoane (2007), la Sociología “es una ciencia
dadora de sentido”. Todo teoría, análisis, investigación y reflexión
brinda y debe ofrecer un marco de referencia en donde los ciudadanos e
instituciones tengan un espejo ante cual mirarse y comprender los problemas relevantes en pro de alcanzar soluciones.
La impronta social conduce a reflexionar sobre el rol ético-político
del trabajo sociológico. El mismo ha sido ampliando debatido, teniendo
como referencia el clásico libro de Marx Weber el político y el científico (1919), pero
que hoy día tiene mayor importancia, porque resalta el rol de la
Sociología dentro de cada sociedad, como instrumento guía ante los
problemas.
Siendo esta la finalidad del conocimiento sociológico, una cuarta arista del problema resulta evidente: ¿quiénes deben ser conscientes?, ¿quiénes son los individuos, actores sociales o sujetos reflexivos? Surge
aquí la arista del problema que ha generado mayores discusiones, porque
conlleva hacia uno de los puntos críticos de la Modernidad y que ha
sido punta de lanza de la Postmodernidad: la muerte del sujeto y la necesidad de revivirlo.
La
comprensión de la realidad desde la razón y el método, fue la solución
al problema de la sociedad europea en donde predominaba una reflexión
del ser humano y su vida desde una perspectiva religiosa-teológica-no
científica. La herencia del pensamiento positivista se remontan a las
consideraciones kantianas sobre la importancia y relevancia de las
categorías dándole así supremacía a lo universal (constructos, modelos
de análisis, teorías), ante lo particular (la vida cotidiana, el objeto
en estudio o el sujeto en sí).
La
limitante de comprender el objeto en sí, sino a través de los modelos
definidos para ello, trajo consigo de que lo estudiado “era” el objeto
en sí. Al estandarizar los objetos a los parámetros universales,
se deslindó de todo rasgo “mágico-religioso-metafísico” al sujeto y los
diversos ámbitos de su vida. Con ello, el ser humano sería libre de
alcanzar su máximo potencial civilizatorio al poder enrumbar lo
particular hacia los principios universales (libertad, igualdad, fraternidad, orden, progreso, civilización).
Lo
contradictorio en esta paradoja universalista, fue que precisamente el
ser humano quedó restringido, encasillado, cosificado y etiquetado como
una resultante más dentro del modelo social masificador científico.
Recientemente hemos tenido la oportunidad de leer las reflexiones de
Eduardo Zeind (2015) en su artículo, en donde sus palabras finales,
cobran sentido y van en línea con la problemática destacada en este
punto:
“La
sociedad es contradictoria y, sin embargo, determinable; racional e
irracional a un tiempo, es sistema y ruptura, naturaleza ciega y
mediación por la consciencia. A ello debe inclinarse todo el proceder de
la sociología. De lo contrario incurre, llevada de un celo purista
contra la contradicción, en la más funesta de todas: en la contradicción
entre su estructura y su objeto [citando].
[Cuestiona
Zeind] ¿Qué es determinable? Lo abstracto. ¿Qué contradictorio? Los
dogmas, que en manos de ciegos no encajan en la realidad. ¿De qué está
hecha la estructura de toda sociedad? De instituciones y de lenguaje.
¿Cuál es el objeto de estudio de la sociología? Las relaciones que hacen
posible una sociedad, y no la sociedad “en sí”, mera entelequia del
idealismo”
Hablar
de la sociedad en sí conlleva analizar un modelo predefinido. Pero
analizar a las relaciones que la hacen posible, nos lleva igualmente a
estudiar modelos o categorías de acción del “ser social”, que podría ser
otra predefinición establecida por el científico social. Esta
contradicción ha generado una reflexión y cuestionamiento en la
sociología francesa en las últimas décadas, en donde se ha vuelto su
mirada hacia el sujeto como aspecto relevante y trascendental del
quehacer no sólo sociológico, sino del saber en general.
Tal
como destacada Anna Pagès Santacana (2014), uno de los ejemplos de esta
preocupación por recuperar al sujeto ha sido el trabajo de Alain
Tourine. Tourine reconoce y parte de la base de la desmodernización, entendida ella como: una
ruptura entre mundo instrumental y mundo simbólico, técnica y valores,
lo económico, lo político y lo cultural. Lo esencial de esa ruptura es
que alcanza y atraviesa nuestra experiencia particular.
La
propuesta Touraine busca reivindicar el sujeto personal, quien es a la
vez una fuerza de reintegración de la economía y de la cultura, y una
fuerza de oposición al poder de los estrategas. El sujeto es el único
lugar donde se puede combinar la instrumentalidad y la identidad, lo
técnico y lo simbólico. Como profundiza Pàges (2014):
“El
sujeto personal se define como un proyecto de vida personal, el deseo
de cada uno que su existencia no se reduzca a una experiencia
caleidoscópica, a un conjunto discontinuo de respuestas a los estímulos
del entorno social. Por lo tanto, para Touraine el sujeto se configura a
partir de un deseo de resistencia –o más bien de disidencia-,
resistencia al desmembramiento de uno mismo y a la invasión de los
aparatos de la globalización económica, así como a la presión de las
dictaduras comunitarias. El sujeto es un principio ubicado entre el
ciudadano –vinculado a la comunidad- y el individuo –vinculado al
mercado-. Se ubica en el punto de articulación y de integración entre
ambos”
Lo
más interesante y destacable de la revisión de las ideas de Touraine
por parte de esta pedagoga, es que la apuesta del sociólogo francés
hacia un modelo social – educativo que reavive al sujeto pierde validez,
en la medida en que desde la desmodernización, no es posible
rearticular al individuo porque ya es en sí una categoría resultante de
los efectos de la dualidad particular-universal. Y por otro lado, el
renacimiento del sujeto desde una educación que redimensione al sujeto
tomando en cuenta la subjetividad particular de cada educando, colocando
así a la Sociología en un segundo plano y elevan a la Pedagogia y la
Filosofía a la cabeza de este proyecto resucitador del sujeto.
Este reconocimiento de la muerte del sujeto y la apronta de revivirlo, se convierte así en una suerte de trampa modernista
dentro de la cual la Sociología ha quedado emboscada. En palabra de
Pàges (2014) “resulta por lo menos sorprendente que la propia Sociología
subraye que el proceso de reconceptualización de nuestra época
no pueda hacerse, en sentido intelectual, sólo desde la Filosofía
Política o la Filosofía Moral (…) señalando así la insuficiencia de la
Sociología para entender el fenómeno de lo social de nuestra época (…)
La Sociología se agotó. Otros discursos, como el Filosófico o el
Epistemológico, deben ocupar el lugar de la intelección de lo social y,
por lo tanto, la tarea de pensarlo [al sujeto]”
Esta conclusión que puede ser poca alentadora, nos lleva a la última y quinta arista de la problemática de por qué los sociólogos cuestionamos nuestra ciencia, la cual se presenta como un camino a seguir. La Sociología debe comprender al individuo desde su vida social.
Autores
como Francoise Dubert y Danilo Martuchelli en sus trabajos, han
rescatado esta necesidad y han desarrollo una línea sociológica denomina
Sociología del Individuo.
Como destaca Dubet (2011) en su texto elocuentemente titulado ¿para qué sirve realmente la Sociología? , la Sociología del Individuo parte de la convicción de que la trama de la vida social son precisamente las interacciones de los individuos en su vida cotidiana.
En tal sentido, la razón de ser de la ciencia social, es brindar a los
sujetos una explicación acerca de la sociedad en la cual viven y los
problemas que les son comunes.
Dubet
invita al lector a considerar que la Sociología debe centrarse en la
subjetividad e intimidad del individuo. Aunque ante esta afirmación, se
podría alegar que la Sociología operaría más como una Psicología, Dubet
(2011) resalta que el quehacer sociológico debe enfocarse en los temas
colectivos que son de interés o preocupación para los individuos que
conforman un mismo entramado social:
“La reflexión sociológica [señala], está menos centrada en la sociedad
como un totalidad que en los individuos mismos cuya subjetividad se toma
por autoconstrucción social. Así la Sociología acomete problemas ante
los que solía callar: los sentimientos amorosos, las relaciones entre
generaciones, la sexualidad, la adopción”
Esta
forma de comprender la vida social desde el individuo, revive el debate
de las teorías sociológicas de la totalidad social versus la
comprensión de la vida cotidiana. Ante esta clásica dualidad entre la
Macrosociología y la Microsociología, Dubet (2011) rescata la propuesta
metodológica de las Teorías de Alcance Medio desarrolladas por Robert K. Merton (1992):
“(…)
La teoría sociológica, si ha de avanzar de manera significativa, debe
proceder sobre estos planes interrelacionados: 1) desarrollando teorías
especiales de las cuales derivar hipótesis que se puedan investigar
empíricamente y 2) desarrollando, no revelando súbitamente, un esquema
conceptual progresivamente más general que sea adecuado para consolidar
los grupos de las teorías especiales (…)
(…)
La teoría intermedia se utiliza principalmente en sociología para guiar
la investigación empírica (…) incluye abstracciones, por supuesto, pero
están lo bastante cerca de los datos observados para incorporarlas en
proposiciones que permitan la prueba empírica (…) tratan aspectos
delimitados de los fenómenos sociales (…) Estas teorías son lo bastante
abstractas para tratar diferentes esferas de la conducta social y de la
estructura social, de modo que trascienden la mera descripción o la
generalización empírica”.
Tal como entienden los individualistas,
la realidad social en la actualidad no responde a un mismo entramado
social. Vivimos en sociedades fragmentadas en donde los actores y grupos
sociales se sienten y visualizan cada más diferentes, únicos e
inclusive separados de los demás.
La
vitalidad de la Sociología descansa en comprender a los sujetos
enmarcados dentro de su realidad social y enfrentarlos a la necesidad de
la construcción de lo que es común para poder así solucionar los
problemas que comparten. Con ello la Sociología ha redescubierto su
razón de ser.
Resumiendo los puntos señalados, los sociólogos nos cuestionamos la razón de ser de la Sociología porque:
Se
aspira a que tenga un carácter emblemático y protagónico ante las demás
ciencias. La historia confirma que es una ciencia que tiene mucho que
decir, pero no es una voz oficial.
Se anhela contar con un único corpus teórico robusto, pero en realidad la fortaleza de la Sociología se desprende de su pluralidad de perspectivas.
Se
asume que la complejidad del ser humano y el entramado social es
comprensible a cabalidad, cuando en realidad sólo es posible articular
fragmentos brindando así la mejor coherencia posible. Teorías sociales
que expliquen el todo sólo funcionan en el papel.
Se
entiende que todo conocimiento social debe “transformar” el mundo, con
ello garantizar la mejor vida para todos los individuos. La Sociología
no es un conjunto de principios morales, filosóficos u ontológicos. Se
ocupa de los temas que preocupan o afectan la vida social, pero no es
una respuesta final o un deber ser, y
Se
considera una debilidad la separación o dualidad teoría – práctica
(método), pero ello responde a la esencia misma de la comprensión de la
vida social. La Sociología se amolda a su objeto de estudio, no al
revés. El uso de las Teorías de Alcance Medio y el trabajo emprendido
por la Sociología del Individuo, brindan un camino por el cual la
Sociología refuerza su razón de ser.
FUENTES:
Imágenes: http://bit.ly/1AGb8mc; http://bit.ly/1H2cUjx; http://bit.ly/1bQgBzW; http://bit.ly/1e0nf8p; http://bit.ly/1zZDCM8; http://bit.ly/1EESHyD
BELTRÁN, JOSÉ. Para qué sirve la sociología. Revista Española de Sociología (RES) n°22 Pp. 127-134.
DUBET, Francoise (2011) ¿Para qué sirve realmente la Sociología? Siglo XXI Editores. Buenos Aires Argentina.
GONZÁLEZ, Teresa (2014) Para qué sirve la sociología. Revista Española de Sociología (RES) n°22 Pp. 135-141.
MERTON, Robert K. (1992) Teoría y Estructura Sociales. FCE. México.
RESÉNDIZ
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Javier (2007) La Sociología como ciencia dadora de sentido. Seis
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65-128
ZEIND Eduardo (2015) Kant en el pensamiento sociológico http://bit.ly/1RYsipE Artículo online. Recuperado el 15 de Mayo de 2015.
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