“Venimos a pedirle perdón porque fuimos ingratos y mal agradecidos”
15 de junio de 2015 - 6:07 am -
http://acento.com.do/2015/cultura/8258144-venimos-a-pedirle-perdon-porque-fuimos-ingratos-y-mal-agradecidos/
Ha transcurrido, Andrejulio, un siglo de tu
carta, y la democracia continúa aflorando desvalida, letalmente herida,
agotada, añorada, pero al mismo tiempo odiada.
Cuando Andrejulio Aybar (1872-1965) [1] escribe el 27 de febrero de 1914, en ocasión de los setenta años de la Independencia Nacional, la “Epístola a Juan Pablo Duarte”, precisa que: “Nuestra tierra es hoy como nido de cóndores en donde ya no empollan sino aves frías”. [2]
Para más adelante afirmarle al Patricio: “Tenía algo que decirles [a los hijos de tu alma, mis hermanos en la Patria]; y no me dejé llevar de aquel descorazonamiento anticipado que anula muchas buenas intenciones y desarma voluntades que sin eso pudieran ser eficaces para bien de nuestra nación. Quise darles el ejemplo de la resuelta libertad que debe emplear el ciudadano al juzgar a los hombres que, dirigiendo “la nave del Estado” (como se dice, y ojalá me tocara la gloria lamentable de decirlo aquí por la postrera vez), la pusieron a punto de fracasar en los escollos y quieren, no obstante, empuñar de nuevo el timón, sin que los años y los días hayan hecho más que patentizar la impericia de los timoneros o, lo que es propio de los días y de los años, gastarles las fuerzas”. [3]
El Profesor Juan Bosch, luego de ser electo Presidente de la República, el 20 de diciembre de 1962, realizó un viaje a Europa. Estuvo de visita protocolar en nuestra Embajada en Francia, en la 2, rue Georges Ville, Paris (16eme) donde intercambió impresiones con el Embajador Dr. Rafael Velázquez Hernández, integrantes del exilio y jóvenes dominicanos que realizaban estudios allí, el martes 5 de febrero de 1963.
Ese mismo día –al cual hacemos referencia- en la sede de la Embajada, el Profesor Juan Bosch conversa con un apreciado amigo: Andrejulio Aybar, un antiguo maestro de la Escuela Normal fundada por Eugenio María de Hostos, nonagenario, frágil de salud, exiliado por más de tres décadas, que asumió con humildad el compromiso de ayudar, proteger y buscarle una oportunidad de vida digna a los dominicanos que huían y eran perseguidos por los esbirros de la dictadura. Es en un intervalo de ese intercambio de anécdotas, reminiscencias y referencias a la lucha de muchos por hacer que renaciera la democracia en el país, que Bosch exclama -según la referencia que me hiciera un testigo de este encuentro, y de cuyo archivo proceden las imágenes inéditas que presentamos- “Los dominicanos no pueden ser ingratos y mal agradecidos con un hombre que ha dado tanto por su Patria” y que, posteriormente, uno de los discípulos de Andrejulio Aybar hizo suya, y plasmó en la dedicatoria de la publicación en homenaje al viejo Maestro que sobrevivió en la región de los Pirineos a la Segunda Guerra Mundial. [4]
El Profesor Juan Bosch en un discurso que pronunciara el 17 de febrero del 1963, informando sobre este viaje al exterior relata: “Para el pueblo los honores, para él las ventajas; para mí una sola satisfacción, que sí la tuve y la proclamo: la satisfacción de ver en los hoteles izaban la bandera de la cruz blanca, la bandera azul y roja, la bandera de Duarte; que en el barco en que viajé la bandera salía de los puertos y entraba a los puertos, desafiando los vientos; que en los aeropuertos, la bandera dominicana me esperaba.(…)
“No manché esa bandera en todo el viaje. En todas partes procedí con la dignidad de un hombre que se debe sólo a la tierra donde ella ondea, y para la cual fue creada por ese corazón de amores, esa fuente de ternura y de bondad, padre de todos los dominicanos: Juan Pablo Duarte, nuestro fundador”.
El Dr. José A. [Antonio] Martínez Rojas, al referir el porqué de que ciertos hombres ilustres de la Patria permanecen en el olvido, dice sobre Andrejulio Aybar, su profesor de la Escuela Normal y de Derecho Constitucional, cuando lo visitó precisamente un año antes de su fallecimiento, en 1964, en la Rue de Civry, número 9, en París, donde vivía junto a su esposa Marie Jourdan, en una sencillez absoluta que: “La fama es un personaje de naturaleza caprichosa que no podemos predecir a quién tocará en gracia. Pero ella no es siempre el fruto de una labor ardua y continua, sino más bien el producto de una publicidad sistemática que permite grabar la imagen de un “elegido” entre el resto de los mortales. Es quizás por esta última afirmación que la obra de Andrejulio Aybar ha pasado desapercibida en su país natal: la República Dominicana”.
“La gloria es también injusta, ya que no acoge en su seno aquellos que no la buscan. Andrejulio con su sencillez innata, despreció toda clase de honores y publicidad, guardando un anonimato que motivó el reproche del gran Rubén Darío: “Cuando se escribe así, le dijo, es injusto no comunicárselo a sus amigos”.
“Sin embargo, mostrándonos menos severos en nuestra crítica, no desechamos la hipótesis de que su desconocimiento sea debido también a los largos años pasados en el exilio, consecuencia de la convicción que lo impulsó desde temprana edad a rechazar toda forma de totalitarismo”. [5]
Andrejulio Aybar inició su largo exilio en 1936, y como ha escrito Martínez Rojas su obra “no se dirige a un círculo de “engreídos intelectuales”, quiere alcanzar el “hombre honesto” que no está limitado en el tiempo, ni pertenece a ningún país, pues él es universal” porque “combate los excesos provenientes de un individualismo mal comprendido, o de la dictadura y ha preferido exiliarse antes que participar, aunque sea pasivamente, en la dictadura. Él no fue cómplice de la vida, de aquellos que él reprueba en sus escritos” [6]
Amigos y amigas lectores: Hay que leer este brillante ensayo-carta de Andrejulio Aybar como un homenaje a los ideales de Duarte.
Andrejulio no fue un escritor prolífico, pero fue a principios del siglo XX, en 1914, un precursor inmediato del civilismo, un iluminado, con una convincente manera de exponer la jerarquía de su pensamiento. Esta “Epístola” parece estar condenada al olvido, porque encarna un ideario que exorciza a los demonios del poder, evoca el abismo profundo al cual se empuja a los pueblos cuando la autoridad se apoya en la simulación y en la falsa honestidad. Es un texto vigoroso en su contenido, que se hace portavoz de muchos. Además, es acusador, ya que la cuestión de la conciencia sabe a quién dicta un testamento sobre el honor y la dignidad, más aun para hablarle al apóstol Juan Pablo Duarte sobre el naufragio de su pueblo.
Este texto se debe hacer leer en las plazas, para conocer si en la república de letrados, los infames aprenden a escuchar, y a los que engendran las mentiras se le caen los dientes de hienas, y los captores de la democracia amordazada son relevados por los que se levantarán de sus tumbas.
Las voces del silencio de los que se creen indispensables para el sistema no sobreviven, aun cuando construyan ídolos de barro; bajan con sus cuerpos maniatados al séptimo piso del infierno, donde tienen la oportunidad de huir de los tiranicidas, escondiéndose para siempre en el costado de las penumbras de manera impasible.
- ANDREJULIO AYBAR. “EPÍSTOLA A JUAN PABLO DUARTE” [fragmentos escogidos]
“(…) de nada [hay que quejarse] que no fuera la discordia loca de nuestros compatricios, los cuales pelean como bestias salvajes, por la pitanza o por el puesto, sin partidos, sin convicciones, sin ideal y sin principios, o el descrédito económico y moral de la nación y la merma cada vez más grande y más dolorosa de su soberanía?
“En nuestro país la más reprochable acción consiste en gobernar mal. A nadie se le ruega que gobierne. Y puesto que tantos quieren ir a gobernar y que, una vez en el poder, todos quieren quedarse ahí aferrados, se debe concluir, lógicamente, que no es tan malo el puesto y que no deben ocuparlo sino quienes lo merezcan, es decir, quienes sean capaces de gobernar bien. Más ¿quiénes lo serán? No se puede hacer bien lo que jamás se ha ensayado hacer bien.
“Cualquiera sube a los puestos públicos más altos y de mayor responsabilidad, sin ir por escalafón y sin probar antes de ninguna manera su pericia en esa ciencia de la política, que tú, oh padre nuestro, decías que es, después de la filosofía, la más digna del estudio del hombre; ciencia que nos da las leyes, que nos enseña el arte de gobernar un Estado y de relacionarlo con los demás, lo que vale decir: que nos enseña a gobernar al mundo”. [8]
“Para jefe de una tribu puede bastar ser el más fuerte y cometer sin escrúpulos exacciones y desafueros; pero para gobernar en un país que pretende ser culto hay que tener, sobre todo, elevación de espíritu, lo que en ninguna manera lleva implícita falta de firmeza ni de decisión. No quiera empuñar la vara quien no sepa hacer brotar el agua de la roca de Horeb. No nos diga que baja del monte Sinaí aquel que no nos traiga las tablas de la ley. Para dirigir un pueblo se debe conocer antes el camino, haber probado que se tiene capacidad, y buena fe, y vieja dedicación al bien público. El que va desaforadamente, pero él solo, por una senda que ignora, no es más que temerario; pero será tanto más criminal cuantos más compañeros arrastre consigo. Ulises gasta siempre más prudencia en provecho de los que en él confían que en provecho propio”. [9]
“Para ensayarse en el arte de gobernar bien, es decir, para empezar su propia educación de gobernantes, lo primero para los que están allí hoy, y para los que estén allí mañana, sea tratar a cada hombre del pueblo como a ciudadano, sin abusos ni injusticias; y tener presente que ellos mismos no son, ni podrán ser nunca, sino hombres del pueblo también y también simples ciudadanos que han aceptado la misión de ejercer por todos ciertas funciones bien determinadas, con los procederes mareados de antemano y por la ya convencida remuneración. Si no vuelven atrás, compungidos por su error y confesándolo, cuando pasan los límites de sus funciones, es porque no son dignos de ejercerlas. Si usan de proceder diferente del que les está mandado a emplear, cuando la falta sea poca no será mucho llamarla torpeza; mas si la falta es mucha, llamarla crimen será poco. ¡Qué asco si disponen en su provecho, o para cualesquiera malos fines, del óbolo, producto del trabajo de sus compatricios, que éstos les ponen en la mano, fraternalmente, para que la empleen ellos en beneficio común, dándole el destino que juraron darle! ¡Qué repugnancia si hieren y matan a sus hermanos con las armas que éstos costearon y que les dieron para que defendieran la comunidad! Pero ¡qué abominable perjurio si dan entrada en las defensas a los enemigos de la nación, llegados a caballo o en el caballo, que suele ser un barco!”. [10]
“Cumplido su tiempo quede ahí su buen ejemplo, pero no quieran ellos quedarse. Así honrarán su país y se honrarán”. [11]
“Los que no son capaces de llevar con desembarazada decencia y gallardía un peso que nadie los obliga a soportar, deben irse y dejar ahí el peso para que otros más idóneos y más esforzados carguen con él. Lo bochornoso no es no saber hacer una cosa, sino obstinarse en ocupar el puesto en donde esa cosa debe hacerse, sin las aptitudes necesarias.” [12]
“Las virtudes, todas las virtudes, privadas o teologales y cardinales, son excelente garantía en cualquier clase de hombres –y las virtudes pueden aprenderse, según decía ya Platón;- pero no bastan para hacer a nadie buen gobernante. En el gobierno los dos extremos son igualmente malos: el de grosero ignorante, cuyo orgullo sin nobleza no es sino fatuidad cuyo coraje, que no nace de sentimientos generosos, no es sino ferocidad, y el del hombre de genio encumbradísimo, el “conductor de hombres”, el súper hombre, el providencial, que estará tal vez por encima del gobierno, pero que no debe gobernar. El primero no alcanza a comprender la ley, y el segundo la tiene en poco.
“Fuera de las condiciones de inteligencia, de saber y de elevación de miras, lo más necesario en el dirigente político es el culto del honor, la fidelidad en la palabra empeñada. Nueve entre diez de nuestras revueltas tienen por causa la deslealtad de los gobernantes.
“Ninguna confianza le cabe al gobierno si no hay verdad en sus declaraciones. La sumisión a la ley y su observancia son indispensables para gobernar. Pero aun el atentar contra la Constitución misma no es de parte del gobernante tan afrentoso como el faltar a lo que ha prometido expresamente. Hay pueblos que no tienen Constitución escrita; mas en todos los pueblos es deshonrosa la falta de palabra. Pocas o muchas, las palabras se ennoblecen con la sinceridad; pero una sola palabra que recele dolo es traicionero puñal, es veneno cobarde que inficiona el más hermoso discurso; el que la profiere es villano y felón y más odiado que el salteador de caminos que, brutalmente y sin disimulo, dice de frente a su víctima: ¡la bolsa o la vida!”. [13]
“Los que suben al poder dicen de sus predecesores que desfalcaron la hacienda pública; y sin duda cuentan ser acusados a su vez por los que logran sucederlos, o más bien suplantarlos. Sin embargo, pundonor, que es vocablo hermoso, es aún más hermoso sentimiento.
“Que nuestros gobernantes cumplan sus ofrecimientos, que observen sus pactos; que no se lleguen al panal, golosos, como si fueran zánganos u osos. Que los que están ahí hoy, o estén ahí mañana, quieran dejar a sus hijos más honra que provecho; que comprendan que tanto se nos da de no tener gobierno como de tenerlo
malo; que nadie tiene derecho a gobernar mal en un país en donde a nadie se le suplica que gobierne; que si fuera verdad, como decía San Pablo, que Dios hace misericordia a quien quiere y endurece a quien quiere, nosotros debemos tener a lo menos el derecho de elegir a los que gozan de más misericordia, para que nos toque alguna parte cuando la que ellos tienen no les basta para vivir y nos piden que les demos, además, nuestros humanos honores y nuestros beneficios terrenales; que entendamos, con los filósofos estoicos, que el hombre puede adquirir su propia virtud; y, con Montesquieu, que en la República la principal virtud es la virtud cívica, la que abarca el amor a la igualdad, de la pobreza y de la frugalidad, la sumisión a las leyes y la devoción a la Patria.
“Así sea, ¡oh padre nuestro, que estás en los cielos!”. [14]
- UNA REFLEXIÓN FINAL
El clamor por la democracia ha sido la causa del abolicionismo de la tiranía, pero en circunstancias de crisis política y/o crisis del sistema deja de ser “real” y parte de las formulaciones teóricas de los legisladores.
Pocos reformadores ha tenido la democracia, al igual que pocas veces se ha edificado en los principios de un gobierno legítimo que no cohesionara el ejercicio del sufragio del votante.
Así, como le escribiste al Padre de la Patria, al inmortal apóstol Juan Pablo Duarte, ahora Andrejulio, nos corresponde interrogar y preguntar: ¿En cuáles momentos la democracia ha tenido esplendor? ¿Cuándo la voluntad de las urnas no ha sido transgredida por una minoría que “administra” quiénes tienen que ser electos y quiénes no? ¿No es erróneo pensar que la “política” se hace, se ejerce para dominar a la plebe, para quebrantar el interés común, y para desconocer los tratados morales que dan origen al orden público? ¿O, acaso, las leyes son tan susceptibles de olvidarse al igual que los favores del pueblo hacia sus gobernantes?
Por esto, nos inclinamos, a preguntarle, otra vez, a Andrejulio Aybar, allende la eternidad ¿cómo un pueblo se constituye en una asamblea general o súbditos electores sin voluntad? ¿Cómo puede viciarse la democracia? ¿Existe la posibilidad de establecer un gobierno comunal con comunidades de civiles que no ignoren cuáles son las virtudes en las que se afirma la democracia directa? ¿Cómo un pueblo puede dejar el excesivo servilismo, y pedir cuentas reales del escrutinio formal? ¿De qué lado del honor se ponen las lealtades intelectuales de los pensadores cuando se prefiere el silencio cómplice, incluso la “bondad” del laissez faire, para no razonar sobre la democracia con honestidad, sin temer a que los lleven al paredón?
Andrejulio: La palabra libertad, la palabra democracia siempre ha sido un grito de combate. Los habitantes de la ciudad republicana la escribieron en la balanza del tiempo y de la virtud cívica; quedó grabada en la grandeza de quienes tienen como mayor riqueza a la dignidad. La tierra, el suelo patrio, la tomó como legado, y la consideró la llave para cerrar la celda donde los corruptos deben autogobernarse en la maldad; además, la extendió como dominio, alcanzó a los virtuosos porque sospechaba que la irónica fatalidad que cae sobre los pueblos se confía a los malos, a los individuos simuladores y emuladores de la tiranía.
La democracia, Andrejulio, se hace inquietante cuando los gobernantes se creen mecedores de la servidumbre, y deliran de grandeza. Andrejulio: ¿Cuál es el riesgo de cruzar la línea divisoria entre la legalidad y la ilegalidad?-“La subversión”, nos dirás. ¿Cuál es el riesgo de cruzar la línea divisoria entre la legitimidad y la ilegitimad?-“La censura y la desautorización”, quizás, responderás.
Pero nos falta aun preguntarte: ¿Cómo se moviliza la conciencia de un pueblo? ¿Cómo se desatan las ataduras sin provocar una lucha sangrienta? ¿Cómo triunfar sobre la adversidad cuando las facciones políticas se convierten en ejércitos de simuladores cómplices?
Pero, Andrés, Andrejulio, contestanos: ¿Cómo derrumbar la arbitrariedad de las minorías; esas minorías que secuestran la identidad de las mayorías? Dinos, ¿qué actitud se debe asumir para ser dignos del perdón de Juan Pablo Duarte, por no obrar conforme a sus principios? ¿Es cierto que los valores colectivos de virtud, honor y patriotismo están en decadencia absoluta? ¿Qué impide a un pueblo deliberar con valentía? ¿Qué es el “mandato imperativo” de la minoría de los representantes? ¿Es la demagogia una práctica del “mandato imperativo”?
Ha transcurrido, Andrejulio, un siglo de tu carta, y la democracia continúa aflorando desvalida, letalmente herida, agotada, añorada, pero al mismo tiempo odiada. Tú que escribiste a Duarte, respónd
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