Hijo de encomendero. Entró en la orden de los dominicos en 1523. Mantuvo hasta el fin de sus días la pasión por la defensa de las poblaciones de Indias. Su obra Brevísima relación de la destrucción de Indias le dio gran fama. Este informe fue leído por él mismo en Valladolid, ante una comisión especial, con ideas que influyeron en la promulgación de las Leyes Nuevas de Indias, dictadas en 1542. Sus encendidos alegatos quizá sirvieron de base a la leyenda negra contra España. En los últimos años de su vida llegó a sentar el principio de indiscutible modernidad de que las riquezas obtenidas en América pertenecían a sus pueblos aborígenes.
Palabras de Fray Bartolomé de Las Casas:
"No y mil veces no, ¡paz en todas partes y para todos los hombres, paz sin diferencia de raza! Sólo existe un Dios, único y verdadero para todos los pueblos, indios, paganos, griegos y bárbaros. Por todos sufrió muerte y suplicio. Podéis estar seguros de que la conquista de estos territorios de ultramar fue una injusticia. ¡Os comportáis como los tiranos! Habéis procedido con violencia, lo habéis cubierto todo de sangre y fuego y habéis hecho esclavos, habéis ganado grandes botines y habéis robado la vida y la tierra a unos hombres que vivían aquí pacíficamente... ¿Creéis que Dios tiene preferencias por unos pueblos sobre los demás? ¿Creéis que a vosotros os ha favorecido con algo más que aquello que la generosa naturaleza concede a todos? ¿Acaso sería justo que todas las gracias del cielo y todos los tesoros de la tierra sólo a vosotros estuvieran destinados?" [...]
"No y mil veces no, ¡paz en todas partes y para todos los hombres, paz sin diferencia de raza! Sólo existe un Dios, único y verdadero para todos los pueblos, indios, paganos, griegos y bárbaros. Por todos sufrió muerte y suplicio. Podéis estar seguros de que la conquista de estos territorios de ultramar fue una injusticia. ¡Os comportáis como los tiranos! Habéis procedido con violencia, lo habéis cubierto todo de sangre y fuego y habéis hecho esclavos, habéis ganado grandes botines y habéis robado la vida y la tierra a unos hombres que vivían aquí pacíficamente... ¿Creéis que Dios tiene preferencias por unos pueblos sobre los demás? ¿Creéis que a vosotros os ha favorecido con algo más que aquello que la generosa naturaleza concede a todos? ¿Acaso sería justo que todas las gracias del cielo y todos los tesoros de la tierra sólo a vosotros estuvieran destinados?" [...]
"Yo creía que los negros eran más resistentes que los indios, que yo
veía morir por las calles, y pretendía evitar con un sufrimiento menor
otro más grande"... Su proyecto había sido "un error y una culpa
imperdonable, que era contra toda ley y toda fe, que era en verdad cosa
merecedora de gran condenación el cazar a los negros en las costas de
Guinea como si fueran animales salvajes, meterlos en los barcos,
transportarlos a las Indias Occidentales y tratarlos allí como se hacía
todos los días y a cada momento".
"en estas ovejas mansas... entraron los españoles, desde luego que las
conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días
hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, e
hoy en este día lo hacen, sino despedazallas, matallas, angustiallas,
afligillas, atormentallas, y destruillas por las extrañas y nuevas y
varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de
crueldad."
"todo el oro, plata,
piedras preciosas, perlas, joyas, gemas y todo otro metal y objeto
precioso de debajo de la tierra, o del agua o de la superficie que los
españoles tuvieron desde tiempo en que se descubrió aquel mundo hasta
hoy, salvo lo que los indígenas... concedieron a estos en donación o
gratuitamente o por razones de permutación en algunos lugares
voluntariamente, fue robado todo, injustamente usurpado y perversamente
arrebatado; y, por consiguiente, los españoles cometieron hurto o robo
que estuvo y está sujeto a restitución". (De las Casas. De Thesauris.
1563)
Cubagua:
Autor del segundo ensayo de colonización pacífica en las costas de Cumaná en 1521, intento que fracasó en 1522 tanto por las animadversión de los indígenas como por las entradas de esclavistas cubagüenses en busca de mano de obra para la pesquería de perlas. Defensor de los indígenas, debatió en España en los años 1550 y 1551 con Juan Ginés de Sepúlveda, partidario del trato con vara de hierro a los pobladores autóctonos. Dejó conmovedores testimonios de la vida de los indios buceadores de perlas en Cubagua:
Autor del segundo ensayo de colonización pacífica en las costas de Cumaná en 1521, intento que fracasó en 1522 tanto por las animadversión de los indígenas como por las entradas de esclavistas cubagüenses en busca de mano de obra para la pesquería de perlas. Defensor de los indígenas, debatió en España en los años 1550 y 1551 con Juan Ginés de Sepúlveda, partidario del trato con vara de hierro a los pobladores autóctonos. Dejó conmovedores testimonios de la vida de los indios buceadores de perlas en Cubagua:
Es, pues, la vida de los indios que se traen para pescar perlas, no
vida, sino muerte infernal, y es ésta: llevándolos en canoas, que son
sus barquillos, y va con ellos un verdugo español que los manda;
llegados en la mar alta, tres y cuatro estados de hondo, mandan que se
echen al agua; zambúllense y van hasta el suelo y allí cogen las ostias
que tienen las perlas, y hinchen dellas unas redecillas que llevan al
pescuezo o asidas a un cordel que llevan ceñido, y con ellas o sin ellas
deben salir arriba a resollar, [...] y si se tarda en mucho resollar,
dales prisa el verdugo que se tornen a zambullir, e a las veces les dan
de varazos que se zambullan, [...] están en esto todo el día, desde que
sale hasta que se pone el sol, y así todo el año si llegan allá; [...]
Algunas veces se zambullen y no tornan jamás a salir, o porque se ahogan
de cansados y sin fuerzas y por no poder resollar, o porque algunas
bestias marinas los matan o tragan [...] [los indios] mueren comúnmente
de echar sangre por la boca y de cámaras de sangre por el apretamiento
del pecho, por causa de estar casi la mitad de la vida sin resuello.
(Citado por Enrique Otte, en Las perlas del Caribe, p. 25.)
El mal que hay en ello es haber hecho trabajar demasiadamente a los
indios en las minas, en la pesquería de perlas y en las cargas. Oso
decir sobre esto que todos cuantos han hecho morir indios así, que han
sido muchos, casi todos han acabado mal. En lo cual, paréceme que Dios
ha castigado sus gravísimos pecados por aquella vía. (López de Gómara, 1552)
Los misioneros españoles y las lenguas indígenas:
La porción de continente americano cubierta hoy por el español era la sede de más de cien familias de lenguas indígenas diferentes, cando llegaron a él los conquistadores. Este hecho constituyó inicialmente una gran dificultad para los soldados y para los misioneros: la lengua que aprendían en un territorio, de nada les valía en otro vecino; los indios a los que enseñaban español para que les sirvieran de intérpretes, sólo les eran útiles como mediadores con su tribu. Ello desesperaba a Colón, que se queja alguna vez de tamaña dificultad. Añádase a esto que los indígenas tampoco ponían mucho celo en aprender el idioma de los conquistadores. Y en la resolución de este problema, se plantea un auténtico conflicto entre el interés de los militares y políticos, que propugnaban la imposición del español a los indios, y el de los misioneros, contrarios a que se ejerciera una violencia sobre ellos que los apartara de la predicación evangélica. Estos se aplicaron con fervor a aprender aquellos idiomas, y favorecieron la enseñanza de las lenguas indígenas más extendidas entre quienes no la conocían, con el fin de formar auditorios más amplios para su doctrina. Enseñaban ellos mismos tales "lenguas generales" a los indios, los cuales las aprendían con mejor gana que el español. (Hubo, con todo, indígenas y mestizos que aprendieron con entusiasmo nuestro idioma; el Inca Garcilaso de la Vega, mestizo, hijo de uno de los conquistadores. Es el primer gran escritor que dio América a las letras españolas). Por otra parte, los misioneros trataron de reunir a los indios nómadas en grupos urbanos, para protegerlos del contacto con los españoles. El propio Hernán Cortés escribía: "Es notorio que la más de la gente española que acá pasa son de baja manera, fuertes y viciosos, de diversos vicios y pecados." El mantenerlos, pues, recluidos en su idioma parecía imponerse como necesidad evangélica. La corona, atenta al beneficio espiritual de sus nuevos súbditos, dictó en principio instrucciones para que los eclesiásticos aprendieran las lenguas de los indios, sin descuidar por ello la enseñanza de la nuestra. El clero secular y las autoridades insistían en esto último, y el Consejo de Indias llegó a redactar una cédula, en 1596, por la que se ordenaba la enseñanza del español a todos los indígenas, con la subsiguiente prohibición de emplear la propia. Pero Felipe II no quiso poner su firma al pie del documento y resolvió:
La porción de continente americano cubierta hoy por el español era la sede de más de cien familias de lenguas indígenas diferentes, cando llegaron a él los conquistadores. Este hecho constituyó inicialmente una gran dificultad para los soldados y para los misioneros: la lengua que aprendían en un territorio, de nada les valía en otro vecino; los indios a los que enseñaban español para que les sirvieran de intérpretes, sólo les eran útiles como mediadores con su tribu. Ello desesperaba a Colón, que se queja alguna vez de tamaña dificultad. Añádase a esto que los indígenas tampoco ponían mucho celo en aprender el idioma de los conquistadores. Y en la resolución de este problema, se plantea un auténtico conflicto entre el interés de los militares y políticos, que propugnaban la imposición del español a los indios, y el de los misioneros, contrarios a que se ejerciera una violencia sobre ellos que los apartara de la predicación evangélica. Estos se aplicaron con fervor a aprender aquellos idiomas, y favorecieron la enseñanza de las lenguas indígenas más extendidas entre quienes no la conocían, con el fin de formar auditorios más amplios para su doctrina. Enseñaban ellos mismos tales "lenguas generales" a los indios, los cuales las aprendían con mejor gana que el español. (Hubo, con todo, indígenas y mestizos que aprendieron con entusiasmo nuestro idioma; el Inca Garcilaso de la Vega, mestizo, hijo de uno de los conquistadores. Es el primer gran escritor que dio América a las letras españolas). Por otra parte, los misioneros trataron de reunir a los indios nómadas en grupos urbanos, para protegerlos del contacto con los españoles. El propio Hernán Cortés escribía: "Es notorio que la más de la gente española que acá pasa son de baja manera, fuertes y viciosos, de diversos vicios y pecados." El mantenerlos, pues, recluidos en su idioma parecía imponerse como necesidad evangélica. La corona, atenta al beneficio espiritual de sus nuevos súbditos, dictó en principio instrucciones para que los eclesiásticos aprendieran las lenguas de los indios, sin descuidar por ello la enseñanza de la nuestra. El clero secular y las autoridades insistían en esto último, y el Consejo de Indias llegó a redactar una cédula, en 1596, por la que se ordenaba la enseñanza del español a todos los indígenas, con la subsiguiente prohibición de emplear la propia. Pero Felipe II no quiso poner su firma al pie del documento y resolvió:
No parece conveniente apremiarlos a que dejen su lenga natural, mas se
podrían poner maestros para los que voluntariamente quisieren aprender
la castellana, y se dé orden como se haga guardar lo que está mandado
en no proveer los curatos sino a quien sepa la de los indios.
(Fernando Lázaro)
La timidez intelectual de Vitoria y la actitud radical de Las Casas:
Por otro lado, es lógico que un paso tan gigantesco en la Historia de la Humanidad no se diera sin vacilaciones ni incertidumbres. En éstas se han basado algunos historiadores para dar por sentada la postura mucho más firme y clara, tanto doctrinal como humanamente, del padre Las Casas frente a las vacilaciones de Vitoria. Es sabido que éste manifiesta muchas dudas y un gran temor ante aquellas cuestiones; por las confesiones que le hace a su amigo el padre Miguel de Arcos en una curiosa epístola conservada hasta nuestros días sabemos el temor que le inspiraban las cosas de Indias, de las que dice: "se me hiela la sangre en el cuerpo en mentándomelas". Sobre todo, sus vacilaciones y escrúpulos se hacen mayores ante las consultas de los llamados en la época "peruleros", es decir, aquellos que habían obtenido beneficios o se habían apoderado de bienes durante la conquista del Perú; dice que su reacción es primum fugere ab illis, pues, como "no veo bien la seguridad y justicia que hay en ello, que lo consulten con otros que lo entiendan mejor". Igualmente se refiere a la guerra, condenándola cuando se hace con malas artes y en beneficio propio, pues si los indios
"son hombres y prójimos, et quod ipsi praese ferunt, vasallos del Emperador, non video quomodo
excusar a estos conquistadores de última impiedad y tiranía, ni sé que
tan grande servicio hagan a Su Majestad de echarle a perder sus
vasallos. Si yo desease mucho el arzobispado de Toledo, que está vaco, y
me lo hoviesen de dar porque yo firmase o afirmase la inocencia de
estos peruleros, sin duda no lo osara hacer. Antes se me seque la lengua
y la mano, que yo diga ni escriba cosa tan inhumana y fuera de toda
cristiandad". (Carta de Vitoria al padre Arcos sobre negocios de Indias)
En la relación De temperantia (1537-1538) afirmaba tajantemente
que los cristianos no podían ocupar las tierras de los infieles por la
fuerza si éstos las poseen como verdaderos dueños, es decir, si
estuvieron siempre bajo su dominio. Y lo mismo dice de los pecados contra Natura
-antropofagia, sodomía, etc.-: que tampoco justifican la intervención
bélica o violenta de los españoles. Naturalmente, todo ello era
consecuencia de haber negado el poder tempora del Pontífice. Pero las
vacilaciones de Vitoria se manifiestan una vez más aquí, al no darles a
copiar a sus alumnos la parte de la relación que hace referencia a los
indios americanos. Al padre Vitoria le preocupaba que pudieran acusarle
de que condenaba la rey, así como de que condenaba igualmente la
conquista de las Indias, e incluso llega a manifestarse explícitamente
contrario a tales aseveraciones cuando se da cuenta de que si fallasen
todos estos títulos (se refiere a los legítimos, que acaba de exponer),
de tal modo que los bárbaros no diesen ocasión alguna de guerra ni
quisiesen tener príncipes españoles, etc., deben cesar también las
expediciones y el comercio, con gran perjuicio de los españoles y enorme
quebranto de los intereses de sus reyes, consecuencia todas para
nosotros inaceptables [Quod non esset ferendum].
Manuel María Martínez, que ha estudiado esta cuestión, se escandaliza de
semejante afirmación de Vitoria, viendo en ella una defensa de
intereses espúreos, y no un planteamiento claramente moral. Este autor
cree que la causa de ello hay que buscarla en la timidez de Vitoria y en
su falta de dominio de los temas indianos. Por nuestra parte, esa
timidez y sus consecuentes vacilaciones nada tendrían que ver con esa
defensa de intereses materiales y políticos, sino que sería la duda
propia del intelectual que no se conforma con soluciones fáciles ni con
salvar un problema mediante una solución de trámite, sino que busca
caminos nuevos y no trillados que supongan un indudable progreso para la
Humanidad.
En cualquier caso, y dado el anterior planteamiento, es obvio que la
propuesta del padre Las Casas resulta más radical y, en apariencia, más
valiente. Para éste, el único título que legitimaba la entrada y
permanencia de los españoles en América era la donación pontificia, bien
entendido que ésta se refería sólo al derecho de predicar y difundir el
Evangelio, y que este derecho sólo se extendía al dominio de tierras y
hombres en la medida que fuese voluntariamente aceptado por los
indígenas. En esta línea tampoco se opone Las Casas al comercio entre
españoles e indios, siempre y cuando los indios convinieran en tales
tratos, pero jamás si se les obligaba a ello por la fuerza, y mucho
menos ún si los españoles se apoderaban de sus bienes -oro, perlas,
piedras preciosas, etc.- contra la voluntad de los indígenas. En esto se
manifiesta claramente en contra de Vitoria cuando éste justifica que
los españoles se apoderaran de los bienes comunes (res nullis) en
aquellas tierras, pues Las Casas considera que aquéllos eran sólo
bienes comunes de los habitantes,pero no de cualquier extranjero que de
ellos quisiera adueñarse.
(José Luis Abellán, Cap. El derecho al dominio o de la soberanía española)
[Debate entre moralistas españoles:]
Si pasamos a la América española, en el campo de la historia de las ideas encontramos diferencias relevantes con cuanto hemos dicho hasta ahora. En efecto, es intenso a fines de los primeros tiempos la actividad misionera con acentos milenarios. Además, para todo el siglo XVI y las primeras décadas del siglo XVII, se desarrolla un intenso debate político sobre la nueva tierra, sobre los indígenas, los motivos que pueden justificar la conquista española. Es un debate del cual participaron las mejores inteligencias españolas de la época, teólogos, juristas, políticos. Nada similar podemos encontrar en otro lugar. También por los motivos circunstanciales: ni los franceses ni los ingleses ni los portugueses se encontraron con organismos políticos desarrollados y organizados en Estados, como los reinos azteca e inca que encontraron los españoles. En España gracias también a la decisión tomada de posiciones papales, se supera rápido el problema de la naturaleza del indio. Pablo III con la célebre bula Sublimis Deus de 1537, declara a los indígenas hombres con todos los efectos y capacidades de cristianos. Es cierto que esto no parece suficiente porque quedaba en vigor el requerimiento y la bula Inter coetea promulgada por Alejandro VI en 1493, sobre la cual Juan López de Palacios Rubios y Matías de Paz de 1512 fundaban jurídicamente la ocupación de América.
Si pasamos a la América española, en el campo de la historia de las ideas encontramos diferencias relevantes con cuanto hemos dicho hasta ahora. En efecto, es intenso a fines de los primeros tiempos la actividad misionera con acentos milenarios. Además, para todo el siglo XVI y las primeras décadas del siglo XVII, se desarrolla un intenso debate político sobre la nueva tierra, sobre los indígenas, los motivos que pueden justificar la conquista española. Es un debate del cual participaron las mejores inteligencias españolas de la época, teólogos, juristas, políticos. Nada similar podemos encontrar en otro lugar. También por los motivos circunstanciales: ni los franceses ni los ingleses ni los portugueses se encontraron con organismos políticos desarrollados y organizados en Estados, como los reinos azteca e inca que encontraron los españoles. En España gracias también a la decisión tomada de posiciones papales, se supera rápido el problema de la naturaleza del indio. Pablo III con la célebre bula Sublimis Deus de 1537, declara a los indígenas hombres con todos los efectos y capacidades de cristianos. Es cierto que esto no parece suficiente porque quedaba en vigor el requerimiento y la bula Inter coetea promulgada por Alejandro VI en 1493, sobre la cual Juan López de Palacios Rubios y Matías de Paz de 1512 fundaban jurídicamente la ocupación de América.
[Los teólogos dominicos Victoria y Soto:]
Lo que se quiere notar aquí es que siempre en los treinta años del 1500 dos teólogos dominicos de la celebérrima Universidad de Salamanca, Francisco de Victoria y Domingo de Soto, enfrentaron el problema de los principados indígenas americanos. Colocados en el camino que conduce a la más moderna teoría del Estado, construyeron un camino paralelo a aquel de Maquiavelo y de Jean Bodin, los dos, pero sobre todo el primero con la fuerza de la novedad y gran vigor polémico, que era de los eclesiásticos (por esto propia fuerza) corría lentamente la discusión de lo religioso a lo político y declararon la legitimidad política de las regiones y de los soberanos indígenas americanos. Ellos no eran ni paganos ni pecadores para sacarles la soberanía india y la legitimidad de sus gobernantes, ya que la sociedad y el poder están fundados sobre la naturaleza y no sobre la gracia, como decía Santo Tomás de Aquino (los dos son dominicos y Victoria introduce como libro de texto la Suma Teológica de Santo Tomás en Salamanca). La legitimidad del poder no depende por lo tanto del hecho que el gobernante sea ó no cristiano, como habían sostenido primero algunos herejes para los cuales era después un poder pagano legítimo y la afirmación de nuestros dos españoles, si nunca lo han conocido, sólo podían estar en las aberraciones demoníacas papistas. Pero hay más. Para demostrar la racionalidad de los indios americanos, Francisco Victoria recurre a lo político. Demuestra que eran razonables y que podían tener una vida política, fundándose en abundantes noticias que llegaban de América a su convento de San Esteban, afirma que había vida social y política y por lo tanto son racionales. De esta manera va más allá de lo que afirmó Pablo III en su bula de 1537, cuando era la racionalidad el reconocimiento de la naturaleza humana de los indios. Para Victoria la existencia de una vida asociada, con leyes, con comercio, instituciones, gobierno, es lo que cuenta. De un lado, por lo tanto, Victoria y Soto reconocen la legitimidad de los príncipes americanos; por el otro niegan la existencia de poderes universales: ni el Papa ni el emperador son los señores del mundo. No hay entonces valor político alguno en la bula Inter coetera con la que en 1493 el papa Alejandro VI había dividido el mundo en meridional para los españoles y portugueses. Victoria y Soto deben preguntarse después cuál es ó puede ser el motivo legítimo que permite estar a España en América. Victoria dará una larga lista de motivos, muchos ilegítimos y puestos premeditadamente, otros legítimos, por lo que la presencia española en América queda a salvo, pero lo que aquí interesa es el reconocimiento a la política americana y de los estados americanos. Las razones que en él aduce para justificar la legitimidad de la presencia española en América son motivos que también se dan en Europa, por ejemplo entre franceses y españoles. No es casual, en efecto, que Carlos V permanezca desconcertado de las dos relectiones de Indis que Victoria escribe al sacerdote del convento de San Esteban, donde Victoria vivía, para prohibir los debates posteriores a su argumentación. Sin peros (es significativo) saca su favor a Victoria que años después quisiera enviar a Trento como teólogo imperial. Esta fue por años y decenios la línea dominante. No faltó también en el mundo hispano negadores radicales de la humanidad del indio o de su posibilidad de civilización; mucho menos faltó quien explotó a los indios en su propio interés. Pero el plan de debate de aquellas ideas que declaraba el derecho hispánico a la sumisión de los indios por su naturaleza inferior, fueron voces minoritarias y perdedoras.
Lo que se quiere notar aquí es que siempre en los treinta años del 1500 dos teólogos dominicos de la celebérrima Universidad de Salamanca, Francisco de Victoria y Domingo de Soto, enfrentaron el problema de los principados indígenas americanos. Colocados en el camino que conduce a la más moderna teoría del Estado, construyeron un camino paralelo a aquel de Maquiavelo y de Jean Bodin, los dos, pero sobre todo el primero con la fuerza de la novedad y gran vigor polémico, que era de los eclesiásticos (por esto propia fuerza) corría lentamente la discusión de lo religioso a lo político y declararon la legitimidad política de las regiones y de los soberanos indígenas americanos. Ellos no eran ni paganos ni pecadores para sacarles la soberanía india y la legitimidad de sus gobernantes, ya que la sociedad y el poder están fundados sobre la naturaleza y no sobre la gracia, como decía Santo Tomás de Aquino (los dos son dominicos y Victoria introduce como libro de texto la Suma Teológica de Santo Tomás en Salamanca). La legitimidad del poder no depende por lo tanto del hecho que el gobernante sea ó no cristiano, como habían sostenido primero algunos herejes para los cuales era después un poder pagano legítimo y la afirmación de nuestros dos españoles, si nunca lo han conocido, sólo podían estar en las aberraciones demoníacas papistas. Pero hay más. Para demostrar la racionalidad de los indios americanos, Francisco Victoria recurre a lo político. Demuestra que eran razonables y que podían tener una vida política, fundándose en abundantes noticias que llegaban de América a su convento de San Esteban, afirma que había vida social y política y por lo tanto son racionales. De esta manera va más allá de lo que afirmó Pablo III en su bula de 1537, cuando era la racionalidad el reconocimiento de la naturaleza humana de los indios. Para Victoria la existencia de una vida asociada, con leyes, con comercio, instituciones, gobierno, es lo que cuenta. De un lado, por lo tanto, Victoria y Soto reconocen la legitimidad de los príncipes americanos; por el otro niegan la existencia de poderes universales: ni el Papa ni el emperador son los señores del mundo. No hay entonces valor político alguno en la bula Inter coetera con la que en 1493 el papa Alejandro VI había dividido el mundo en meridional para los españoles y portugueses. Victoria y Soto deben preguntarse después cuál es ó puede ser el motivo legítimo que permite estar a España en América. Victoria dará una larga lista de motivos, muchos ilegítimos y puestos premeditadamente, otros legítimos, por lo que la presencia española en América queda a salvo, pero lo que aquí interesa es el reconocimiento a la política americana y de los estados americanos. Las razones que en él aduce para justificar la legitimidad de la presencia española en América son motivos que también se dan en Europa, por ejemplo entre franceses y españoles. No es casual, en efecto, que Carlos V permanezca desconcertado de las dos relectiones de Indis que Victoria escribe al sacerdote del convento de San Esteban, donde Victoria vivía, para prohibir los debates posteriores a su argumentación. Sin peros (es significativo) saca su favor a Victoria que años después quisiera enviar a Trento como teólogo imperial. Esta fue por años y decenios la línea dominante. No faltó también en el mundo hispano negadores radicales de la humanidad del indio o de su posibilidad de civilización; mucho menos faltó quien explotó a los indios en su propio interés. Pero el plan de debate de aquellas ideas que declaraba el derecho hispánico a la sumisión de los indios por su naturaleza inferior, fueron voces minoritarias y perdedoras.
[Bartolomé de las Casas:]
De este punto de vista me parece que se puede decir que resulta en cambio cuanto insatisfactoria la posición de Bartolomé de Las Casas, el dominicano defensor de los indios, que muchos trabajos han estado y se han aprovechado de la polémica sobre la colonización española y católica. En sus ideas, en sus posiciones intelectuales y políticas hay algo que grita y contrasta con el mundo que está naciendo. Se enfrentaban sus ideas con las de Victoria y Soto, paradójicamente, Las Casas aparece más cerca de Juan Ginés de Sepúlveda, el célebre autor de grandes textos políticos y filosóficos donde se sostenía, casi solo entre los teóricos políticos y contrario a la autoridad de Carlos V, pero como buen aristotélico, la esclavitud natural de los indios americanos. El gran amigo de los indios, Las Casas, y el gran enemigo de los indios, Sepúlveda, tuvieron también un durísimo encuentro público en Valladolid ante una comisión de estudiosos, teólogos, juristas, encargados de evaluar las respectivas posiciones. No obstante, los dos adversarios pensaban del mismo modo ambos de nuevo a esquemas políticos de tipo medieval, legados de la vieja concepción de la teocracia pontificia, aquella que siguiendo la bula de Alejandro VI constituía título legítimo de infundamento y de dominio político. Desde este punto de vista, Las Casas y Sepúlveda razonaban ambos en términos de república cristiana. Victoria y Soto en cambio, pertenecen ya al tiempo del jus publicum europaeum. Y ella es la verdadera y principal línea doctrinaria española en materia de teoría del Estado, y contemporáneamente son los que mayormente recordaron la dignidad de los indios. Porque Las Casas reconoce más aún la dignidad humana, pero Victoria reconoce la dignidad política. No se crea que las afirmaciones y las protestas de Francisco de Victoria y de Domingo de Soto, así como la de otros teólogos, filósofos, políticos, juristas españoles quedaban sin efecto práctico. Eran hombres de grandísimo prestigio intelectual, escuchados en la corte, con gran influencia sobre los españoles; así como las ideas contribuyeron fuertemente a la legislación de protección promulgada en aquellos años. Carlos V escuchaba las protestas de Las Casas; la Corona y el Estado se ubicaban entre los colonos y los indios, de modo que el drama tuvo tres protagonistas: los colonos, los indios y el Estado. Ese Estado que perderá como tercer protagonista en las otras colonizaciones. Más tarde, uno de los motivos de la rebelión contra Madrid será también el deseo de terminar la relación con los indios, el control, por cuanto eran lejanos y débiles a la Corona. Los intermediarios a favor de los indios por parte de la Corona no estuvieron ausentes ni siquiera en Inglaterra (un decreto en tal sentido de 1763 provocó la rebelión de las colonias), pero por la diversidad de mentalidades y la diversidad de estructuras sociales y políticas de la colonia tuvo efectos nulos y limitados. (Claudio Finzi)
De este punto de vista me parece que se puede decir que resulta en cambio cuanto insatisfactoria la posición de Bartolomé de Las Casas, el dominicano defensor de los indios, que muchos trabajos han estado y se han aprovechado de la polémica sobre la colonización española y católica. En sus ideas, en sus posiciones intelectuales y políticas hay algo que grita y contrasta con el mundo que está naciendo. Se enfrentaban sus ideas con las de Victoria y Soto, paradójicamente, Las Casas aparece más cerca de Juan Ginés de Sepúlveda, el célebre autor de grandes textos políticos y filosóficos donde se sostenía, casi solo entre los teóricos políticos y contrario a la autoridad de Carlos V, pero como buen aristotélico, la esclavitud natural de los indios americanos. El gran amigo de los indios, Las Casas, y el gran enemigo de los indios, Sepúlveda, tuvieron también un durísimo encuentro público en Valladolid ante una comisión de estudiosos, teólogos, juristas, encargados de evaluar las respectivas posiciones. No obstante, los dos adversarios pensaban del mismo modo ambos de nuevo a esquemas políticos de tipo medieval, legados de la vieja concepción de la teocracia pontificia, aquella que siguiendo la bula de Alejandro VI constituía título legítimo de infundamento y de dominio político. Desde este punto de vista, Las Casas y Sepúlveda razonaban ambos en términos de república cristiana. Victoria y Soto en cambio, pertenecen ya al tiempo del jus publicum europaeum. Y ella es la verdadera y principal línea doctrinaria española en materia de teoría del Estado, y contemporáneamente son los que mayormente recordaron la dignidad de los indios. Porque Las Casas reconoce más aún la dignidad humana, pero Victoria reconoce la dignidad política. No se crea que las afirmaciones y las protestas de Francisco de Victoria y de Domingo de Soto, así como la de otros teólogos, filósofos, políticos, juristas españoles quedaban sin efecto práctico. Eran hombres de grandísimo prestigio intelectual, escuchados en la corte, con gran influencia sobre los españoles; así como las ideas contribuyeron fuertemente a la legislación de protección promulgada en aquellos años. Carlos V escuchaba las protestas de Las Casas; la Corona y el Estado se ubicaban entre los colonos y los indios, de modo que el drama tuvo tres protagonistas: los colonos, los indios y el Estado. Ese Estado que perderá como tercer protagonista en las otras colonizaciones. Más tarde, uno de los motivos de la rebelión contra Madrid será también el deseo de terminar la relación con los indios, el control, por cuanto eran lejanos y débiles a la Corona. Los intermediarios a favor de los indios por parte de la Corona no estuvieron ausentes ni siquiera en Inglaterra (un decreto en tal sentido de 1763 provocó la rebelión de las colonias), pero por la diversidad de mentalidades y la diversidad de estructuras sociales y políticas de la colonia tuvo efectos nulos y limitados. (Claudio Finzi)
La religión en el reglamento de esclavos de Cuba (1842):
Artículo 1°. Todo dueño de esclavos deberá instruirlos en los principios de la Religión Católica Apostólica Romana, para que puedan ser bautizados, si ya no lo estuvieren; y en caso de necesidad les auxiliará con el agua de socorro, por ser constante que cualquiera puede hacerlo en tales circunstancias. Artículo 2°. La instrucción a que se refiere el artículo anterior deberá darse por las noches, después de concluido el trabajo, y acto continuo se les hará rezar el rosario o algunas otras oraciones devotas. Artículo 3°. En los domingos y fiestas de ambos preceptos, después de llenar las prácticas religiosas, podrán los dueños o encargados de las fincas emplear la dotación de ellas, por espacio de dos horas, en asear las casas y oficinas, pero no más tiempo, ni ocuparlos en las labores de la hacienda, a menos que sea en las épocas de recolección, o en otras atenciones que no admitan espera; pues en estos casos trabajarán como en los días de labor. Artículo 5°. Pondrán el mayor esmero y diligencia posible en hacerles comprender la obediencia que deben a las autoridades constituidas, la obligación de reverenciar a los sacerdotes, de respetar a las personas blancas, de comportarse bien con las gentes de color, y de vivir en buena armonía con sus compañeros. Artículo 23. Permitirán los amos que sus esclavos se diviertan y recreen honestamente los días festivos después de haber cumplido con las prácticas religiosas; pero sin salir de a finca, ni juntarse con los de otras, y haciéndolo en lugar abierto y a vista de los mismos amos, mayordomos o capataces, hasta ponerse el sol o toque de oraciones, y no más.
Artículo 1°. Todo dueño de esclavos deberá instruirlos en los principios de la Religión Católica Apostólica Romana, para que puedan ser bautizados, si ya no lo estuvieren; y en caso de necesidad les auxiliará con el agua de socorro, por ser constante que cualquiera puede hacerlo en tales circunstancias. Artículo 2°. La instrucción a que se refiere el artículo anterior deberá darse por las noches, después de concluido el trabajo, y acto continuo se les hará rezar el rosario o algunas otras oraciones devotas. Artículo 3°. En los domingos y fiestas de ambos preceptos, después de llenar las prácticas religiosas, podrán los dueños o encargados de las fincas emplear la dotación de ellas, por espacio de dos horas, en asear las casas y oficinas, pero no más tiempo, ni ocuparlos en las labores de la hacienda, a menos que sea en las épocas de recolección, o en otras atenciones que no admitan espera; pues en estos casos trabajarán como en los días de labor. Artículo 5°. Pondrán el mayor esmero y diligencia posible en hacerles comprender la obediencia que deben a las autoridades constituidas, la obligación de reverenciar a los sacerdotes, de respetar a las personas blancas, de comportarse bien con las gentes de color, y de vivir en buena armonía con sus compañeros. Artículo 23. Permitirán los amos que sus esclavos se diviertan y recreen honestamente los días festivos después de haber cumplido con las prácticas religiosas; pero sin salir de a finca, ni juntarse con los de otras, y haciéndolo en lugar abierto y a vista de los mismos amos, mayordomos o capataces, hasta ponerse el sol o toque de oraciones, y no más.
Carta de fray Julián Garcés a Paulo III:
[Denuncia sobre las atrocidades cometidas contra los indígenas de Nueva España por algunos españoles] Suelen tener por opinión que no es pecado despreciarlos, destruirlos, ni matarlos. Esta voz es de Satanás, afligido de que su culto y honra se destruye, es voz que sale de las avarientas gargantas de los cristianos, cuya codicia es tanta, que por poder hartar su sed quieren porfiar que las criaturas racionales hechas a imagen de Dios son bestias y jumentos, no a otro fin de que los que las tienen a cargo no tengan cuidado de librarlas de las rabiosas manos de su codicia, sino que las dejen usar en su servicio, conforme a su antojo.
[Denuncia sobre las atrocidades cometidas contra los indígenas de Nueva España por algunos españoles] Suelen tener por opinión que no es pecado despreciarlos, destruirlos, ni matarlos. Esta voz es de Satanás, afligido de que su culto y honra se destruye, es voz que sale de las avarientas gargantas de los cristianos, cuya codicia es tanta, que por poder hartar su sed quieren porfiar que las criaturas racionales hechas a imagen de Dios son bestias y jumentos, no a otro fin de que los que las tienen a cargo no tengan cuidado de librarlas de las rabiosas manos de su codicia, sino que las dejen usar en su servicio, conforme a su antojo.
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