martes, 12 de mayo de 2015

Orestes Ferrara: intelectual y aventurero de armas tomar

Orestes Ferrara: intelectual y aventurero de armas tomar

Armando de Armas

http://otrolunes.com/28/otra-opinion/orestes-ferrara-intelectual-y-aventurero-de-armas-tomar/
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Orestes Ferrara, sin ser isleño, sino italiano, Nápoles 1876, sería probablemente el más grande intelectual cubano del siglo XX y sería, probablemente también, el único durante la primera mitad de dicha centuria dotado de un pensamiento que pudiéramos definir como de derechas.
Pero, además de intelectual Ferrara fue un hombre de acción y un político exitoso. En 1896, a los 20 años de edad, cuando era un estudiante de leyes en la Universidad de Nápoles se escapa de su casa, dejando atrás a una acomodada familia y a sus muchos amigos, para irse a pelear a la guerra por la independencia de Cuba y, tras previo contacto con los isleños del exilio en Nueva York y Tampa, arriba en 1897 a territorio cubano bajo control de las fuerzas insurgentes, donde es recibido por Salvador Cisneros Batancourt, Presidente de la República en Armas, y después de pasar la fortificada Trocha de Júcaro a Morón, junto al también aventurero italiano Guglielmo Petriccione, en una audaz acción que casi le cuesta la vida, va a dar primero con las tropas del Generalísimo Máximo Gómez y finalmente con las tropas del Mayor General José Miguel Gómez en Las Villas, con quien entabla una entrañable amistad que sería fundamental para su futuro político en la República.
Durante los primeros meses de su participación en la Guerra de Independencia Ferrara se desempeñó como soldado de infantería, cortaba la leña, seleccionaba la carne para distribuirla entre la tropa y realizaba otras tareas menores, mientras que sus primeras escaramuzas bélicas transcurrieron en los alrededores de Santa Cruz del Sur, comportándose de forma tan arrojada que le valió ser ascendido en varias ocasiones. Así, ya con el grado de comandante participa con las fuerzas dirigidas por el Mayor General Calixto García Iñiguez, jefe del Departamento Oriental, en el ataque y toma de Las Tunas, una de las batallas más importantes de la Guerra del 95. Al regresar a Camagüey, luego de la batalla, Ferrara había recibido un nuevo ascenso, esta vez a teniente coronel, por su valiente actuación en la mencionada toma de Las Tunas, y entonces pide licencia para marchar al encuentro del General en Jefe Máximo Gómez, a quien admiraba y deseaba conocer desde que se encontraba en Italia, pues  seguía su accionar por periódicos franceses y locales.
Pero, tras el arriesgado paso de la Troya, su admirado Gómez por poco lo manda a fusilar, pues aunque fue bien recibido en un primer momento por los oficiales del General en Jefe, su llegada coincidió con el arribo al campo insurrecto de la noticia acerca de la muerte del jefe de Gobierno español, Antonio Cánovas del Castillo, a manos del anarquista italiano Michelle Angiolillo, y ocurrió entonces que el jefe de la escolta de Gómez sospechó que tal vez Ferrara no fuese más que miembro de una célula de asesinos anarquistas italianos que se había propuesto eliminar al jefe del Ejército Libertador. A inicios de diciembre de 1897, se le comunicó a Orestes Ferrara que por órdenes expresas del Generalísimo se le trasladaba al Estado Mayor del General José Miguel Gómez, y el 31 de diciembre recibió el nombramiento de auditor de la Primera División del Cuarto Cuerpo de Ejército. Finalmente convencido el dominicano de que el italiano no era anarquista ni quería matarlo, lo llamó a su Cuartel General para que actuara como auditor en los juicios seguidos al brigadier Rafael Rego  y al coronel Juan Manuel Menocal, del que ambos resultaron absueltos, a raíz de la traición del coronel Masó Parra, quien se había acogido al autonomismo, y, por otro lado, en el juicio efectuado contra el general Roberto Bermúdez López, condenado a fusilamiento por homicidio y desacato al jefe del Ejército cubano.
Tras el fusilamiento del general Bermúdez, Ferrara volvió junto a su jefe José Miguel Gómez para marchar hacia el litoral norte con la encomienda de recibir la expedición de los buques Florida Y Fanita. La llegada del alijo de armas se produjo bajo la escolta de navíos de guerra de Estados Unidos en el sitio de Palo Alto, y durante los días que duró la espera de la expedición, los insurrectos se mantuvieron devorando mangos verdes, atacados por nubes de mosquitos y bebiendo agua salobre, todo lo que provocaba diarreas y enfermedades en la tropa. Con los pertrechos recibidos en Palo Alto, que incluían dos cañones de dinamita, el general José Miguel Gómez realizó los ataques a los poblados de El Jíbaro y Arroyo Blanco en julio de 1898, en los cuales Ferrara participa valientemente.
En la batalla de Arroyo Blanco, última de todas las batallas libradas por las tropas cubanas durante las tres guerras por la independencia, el coronel José D´Strampes, que estaba al frente de la artillería insurrecta, pidió a Ferrara su colaboración para corregir el tiro sobre un fortín español, puesto que no contaba su pieza con telémetro y por lo mismo erraba ignominiosamente el tiro, y ocurre que el napolitano loco se subió sobre un árbol a mitad de camino entre las fuerzas mambisas y las peninsulares, y bajo un nutrido fuego cruzado Ferrara fue y vino varias veces entre el árbol señero y el cañón de D´Strampes, hasta obtener que la pieza de artillería corrigiera eficazmente el tiro al punto de que uno de los proyectiles dio en la diana del fortín español, abriendo un boquete por donde penetraron al degüello los insurrectos isleños, haciendo que los españoles entregaran la plaza de Arroyo Blanco el 28 de julio de 1898, y que Ferrara fuera ascendido al grado de coronel del Ejército Libertador.
El general norteamericano Leonardo Wood, gobernador militar de Cuba, nombró a Ferrara gobernador interino de Santa Clara en 1901, mientras que al año siguiente el napolitano se diploma de Derecho Social y Economía por la Universidad de La Habana, y asiste como delegado de Cuba a la famosa Exposición de París. En noviembre  de 1902 contrae matrimonio con María Luisa Sánchez (a quien conociera y de quien se enamorara mientras ella estaba con su familia en el exilio y él iba de paso hacia la guerra en Cuba) y, ese mismo año, al constituirse el Congreso de la República de Cuba, es nombrado director del Diario de Sesiones del Senado y la Cámara.
Ferrara fue en muchos aspectos un desmitificador, aunque el mismo deviniera finalmente en mito, y en ese sentido deja claro en sus apuntes que en 1898 las tropas norteamericanas decidieron la contienda bélica, que no estaba ganada ni mucho menos por los cubanos (como asegura la copiosa historiografía de halago al ego patriótico), y sí empantanada en una campaña de desgaste en que los españoles parecían dispuestos a gastar efectivamente hasta el último hombre y la última peseta (según había sentenciado Cánovas del Castillo cuya muerte, como ya vimos, estuvo a punto de producir la de Ferrara) y donde los cubanos, aunque controlaban grandes territorios de manigua, no tenían ocupado ni siquiera un poblado importante, por no hablar de ciudades; y que por lo mismo podía prolongarse por una imprevisible cantidad de años con las consiguientes pérdidas de vidas, añadidas a las elevadísimas sumas ya existentes para ambos bandos contendientes, y, sobre todo, para la famélica población civil diezmada feroz y metódicamente desde la Reconcentración del General Valeriano Weyler en 1896.
El coronel Ferrara asegura en su libro Mis relaciones con Máximo Gómez que: “El hambre, la fiebre, el enemigo, diezmaban nuestras filas. ¡Terrible fue el año noventa y ocho! (…) La actividad bélica era extrema y no nos daba reposo cuando los Estados Unidos intervinieron a nuestro favor con nuestro júbilo intenso y profundo agradecimiento.” Y lo cierto es que no habría elementos suficientes que hagan pensar que ese no sería el sentir general entre soldados, oficiales y jefes de la guerra; acá no se debería perder de vista que desde la campaña de 1868 los cubanos insurrectos habían cabildeado (para utilizar un término moderno de la política exiliada al uso) con el fin de lograr la intervención de los anglos en contra de los iberos.
Respecto al tan llevado y traído intervencionismo estadounidense en general, Ferrara apuntó en sus Memorias: “Al norteamericano, a la luz de la verdad, se le puede acusar de una excesiva vanidad en materia internacional, pero no se puede afirmar que quiera abusar de nadie, ni ocupar territorio ajeno, ni exigir indemnizaciones indebidas, ni apropiarse de lo que no es suyo”. Más adelante el intelectual ítalo-cubano apunta algo que, entre otros factores, vendría a explicar la permanencia en la isla durante más de medio siglo de un régimen marxista de índole absolutista: “El principio de no intervención en sentido absoluto, me ha venido después a probar que aumenta el número de dictadores, deja manos libres a las turbas ignorantes y agresivas, momentáneamente mayoritarias, y permite que todas las infamias se perpetúen haciendo víctimas a los mejores, y victimarios impunes a los facciosos…
Y, por si fuera poco lo contado, digamos que Ferrara durante su accidentada vida participa en más de una docena de duelos, lo mismo a espada que a pistola, de los cuales salió siempre victorioso, tanto en la guerra como después en la convulsiva paz de la República. Accidentada vida que no le impidió escribir una sólida obra compuesta por más de cuarenta libros entre los que destacan Vida de Nicolás Maquiavelo, Martí y la elocuencia, La correspondencia privada de Nicolás Maquiavelo, El Papa Borgia, Un pleito sucesorio: Enrique IV, Isabel la Católica, El Estado y la sociedad futuros: El mundo por venir, El siglo XVI a la luz de los embajadores venecianos, Una mirada sobre tres siglos: Memorias. Entre esa copiosa bibliografía no podemos dejar de mencionar su detallada y muy consultada obra La guerra europea: causas y pretextos, libro que se centra en el análisis profundo de la contienda bélica que luego llegaría a ser conocida como la Primera Guerra Mundial.
Entre los muchos reconocimientos, títulos, distinciones y nombramientos recibidos por Ferrara a lo largo de su vida, mencionemos los siguientes: Doctor en Jurisprudencia de la Universidad de Nápoles, Miembro del Centro de Derecho Internacional Público de la Universidad de Buenos Aires, Doctor Honoris Causa de la Universidad de Santo Domingo, Medalla Juan Pablo Duarte de la República Dominicana, Miembro de la Delegación Cubana a la Liga de las Naciones, Académico de Número de la Academia de Historia de Cuba, Miembro Correspondiente de la Real Academia de Ciencias Políticas y Morales de España, Miembro Honorario de la Academia de Historia de México, Miembro Honorario de la Academia de Ciencias Sociales de Cuba y Miembro de la Academia Diplomática Internacional de París.
Y es que Ferrara fue, además de militar, un diplomático y político de altura, un estadista en verdad, lo que no se convirtió en obstáculo para que llegara a ser un escritor y un periodista de lustre y fuste. Un hombre de refinado gusto y cultura sólida que ganó celebridad en América y Europa por sus enjundiosos volúmenes dedicados a figuras y hechos del Renacimiento; un renacentista él mismo. En ese sentido su Vida de Nicolás Maquiavelo resulta una valoración inigualable sobre el muy renombrado escritor y pensador, con el que se nota a las claras que Ferrara se siente en sintonía, más que todo por la modernidad de sus principios políticos, su carácter práctico y su sagacidad en el estudio de los entresijos y avatares del poder de su tiempo; del poder en todos los tiempos. Una línea semejante sigue el autor italo-cubano con el más célebre de sus biografiados: Alejandro VI, El Papa Borgia, pues mientras la mayor parte de la historiografía demagógica y liberal de la época destacaba los sombríos procedimientos del pontífice español, Ferrara procura ver su proceder a partir de la visión de un estadista y a tono con la Realpolitik.
El intelectual cubano Carlos Márquez Sterling (Camagüey 1898, Miami, 1991) escribió: “Hay otro Ferrara, del cual no se ocuparon mucho los políticos, y que no conocen las generaciones más nuevas, que le ha dado la vuelta al mundo con sus libros, sus conferencias, sus folletos, y su enorme personalidad… Ferrara reunía grandes cualidades. Talento, valor, audacia, tacto, prudencia, espíritu de aventura, ideales, realismo, romanticismo, destreza, habilidad. Sentido del límite, conocimientos diversos, una cultura inmensa. Hablaba varios idiomas y poseía un saber hacer las cosas que nunca le fue superado por sus contemporáneos”.
A través de su vida, Orestes Ferrara ocupó muchos de los más altos cargos y rangos de la política cubana, entre ellos Secretario de Estado, Embajador de Cuba en Brasil, Embajador de Cuba en Estados Unidos de América y Delegado de Cuba ante la UNESCO, y se relacionó con las más descollantes figuras de las finanzas y de la nobleza de su época, así como de la literatura y el poder político, entre estas últimas figuras cabe mencionar, entre muchas otras, al profesor italiano Franceso Saverio Nitti, al  dictador español Miguel Primo de Rivera, al poeta italiano Gabrielle D´Annunzio, al mandatario español Francisco Franco Bahamonde, al dictador italiano Benito Mussolini, al primer ministro inglés Winston Churchill, a los presidentes estadounidenses William Howard Taft, Herbert Hoover y Franklin Delano Roosevelt, y al poeta francés Paul Claudel. Ferrara sobrevivió en 1940 a un atentado cuando se dirigía a la Asamblea Constituyente que debía aprobar la nueva Carta Magna de la República de Cuba ese año, recibiendo diez impactos de bala de desconocidos que disparaban desde un auto a gran velocidad  en la esquina de la Avenida de Infanta y San Miguel, mientras los pistoleros huían, Orestes se montó sólo y sangrando en un taxi y se fue a curar a un hospital de emergencia. El chofer que conducía el auto de Ferrara murió en el sitio; sobre el timón del auto.
Pero, antes en 1933, a la caída del gobierno de su amigo de la Guerra de Independencia, el General Gerardo Machado, había acompañado al derrotado mandatario en su huida a Nassau, junto al eminente historiador Ramiro Guerra y el periodista Alberto Lamar, siendo el último de los altos funcionarios en abandonar el Palacio Presidencial, minutos antes de que las turbas envalentonadas lo ocuparan y saquearan, para acto seguido dirigirse a una entrevista con el jefe del Ejército, el General Alberto Herrera, para entregarle al militar el archivo del Gobierno, antes de dirigirse a su casa, donde llega para poder encontrarse con el embajador de España, pero ocurre entonces que en la mansión se produce un intercambio de disparos entre sus escoltas y los elementos revolucionarios que pretenden asesinarlo. Finalmente logra huir en su hidroavión desde los muelles, minutos antes de que estos fueran ocupados por un numeroso grupo de estudiantes, marinos y soldados sublevados quienes se tuvieron que conformar con hacer fuego de ametralladora contra la nave, que recibió aproximadamente cincuenta impactos de bala.
Ferrara fue un pensador y un defensor de la libertad individual, rara avis en el siglo XX cubano, que supo percibir el peligro de las tendencias estatistas no sólo en Cuba, sino también en Estados Unidos y, en ese sentido, tuvo el valor de opinar y escribir en contra de los íconos establecidos por polémico que resultase. Así, en sus Memorias puede leerse: “Como todos los hombres públicos de limitados alcances, al ser electo Roosevelt (Franklin Delano), anunció cambios sociales y políticos que asombraron especialmente a las mayorías incultas deseosas de cambios y novedades. El New Deal sirvió de nombre de batalla (…) Por la calle se encontraban a menudo a grandes grupos de obreros que trabajaban el asfalto para devengar un salario del Estado (…) pero, la obra hubiese podido ser llevada a cabo en pocos minutos por cualquier instrumento mecánico apropiado (…) y tuve la impresión directa de que si el New Deal era verdaderamente algo nuevo, impresionaba por su carácter antiamericano”. En esas misma Memorias también manifiesta: “Soy igualmente un sempiterno anti-estatal, por odio intuitivo a la burocracia, especialmente a la de los países latinos. No cabe duda que la limitación de las funciones  estatales impulsan la colectividad humana hacia el mayor bienestar. Considero que el orden es la primera  necesidad de la vida colectiva, pero cuando es espontáneo, cuando es la resultante del concurso de la voluntad general. El Estado, a mi entender, es indispensable para impedir el abuso, no para crearlo; para reprimir la violencia, no para ejercerla; para armonizar los interesas procomunales, no para dominarlos.”
Pero cuando ese orden es la resultante del concurso de la voluntad general, la fuerza para mantenerlo se hace no sólo necesaria, sino deseable, parece desprenderse del estudio que hace Ferrara de las relaciones entre gobernantes y gobernados, no obstante, para el intelectual ítalo-cubano el orden estaba en una categoría inferior a la del derecho, pero, pragmático como era, había sabido encontrar el equilibrio indispensable entre bien y mal, entre los principios y la práctica, entre la luz y la oscuridad, había sabido como buen renacentista (no olvidemos que el Renacimiento pudiera no ser más que un entendimiento entre la noche medieval y la antigüedad clásica para dar lugar al crepúsculo de la modernidad) sellar el pacto con la sombra en el negociado de la existencia, pacto indispensable no ya a los sabios sino a las estadistas y que, preciso es decirlo, se ha echado tanto de menos entre intelectuales y políticos isleños, al menos desde la segunda mitad del siglo XIX para acá, y ese pacto en los claroscuros del devenir en el trópico lo llevaría a preferir el orden emanado de la fuerza, aún en detrimento del derecho, cuando se ponía en peligro la seguridad de vidas y haciendas por obra y desgracia de la demagogia amparadora y sostenedora de la subversión, ejercida con el único fin de imponer la dictadura de las mayorías sobre las minorías, en beneficio de una claque sin sentido alguno de país que vendría a mandar en régimen absolutista a nombre de la dicha mayoría; del bien común.
Siguiendo ese razonamiento Ferrara ve en la derrota de Gerardo Machado en 1933, no el inicio de la madurez democrática de la República, como muchos quieren aún creer, sino el inicio del fin de la República, y en la derrota de Fulgencio Batista en 1959, no la esperanza de una era de derecho y desarrollo bajo el auspicioso restablecimiento de la Constitución de 1940 (por cierto que la participación del napolitano como constituyentista sería clave para enmendar en algo el escoramiento socialista de la mencionada carta), como muchas lumbreras creían, sino el fin mismo de la República; y es que Ferrara percibía, sin ser propiamente un machadista ni mucho menos un batistiano, que Machado y Batista, dadas las deterioradas circunstancias nacionales, hubiesen representado el pacto con la sombra ante la inminencia del advenimiento del restallante mediodía en punto, que ambos hombres fuertes, con sus errores y sus horrores, serían no la solución pero sí un valladar momentáneo, mal necesario, frente a la avalancha de la demagogia que se desbordaba en delincuencia organizada, disfrazada de pueblo enérgico y viril que llora y que, ¡ay!, sostiene ahora por medio siglo a la modernidad concentracionaria. Pensamiento paradójico sin dudas, como paradójica fue la vida misma de Ferrara; como paradójico es, en definitiva, todo análisis resultante del ahondamiento más allá de la sinuosa superficie de la normalidad.

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