OPINIÓN: La rebelión del leonelismo
Nadie en el PLD lo quiere decir (ni siquiera sus conocidos “kamikazes”
del verbo, tan dados a exponer “la verdad” en altos decibelios), nadie
en el gobierno desea darse por enterado (sus principales figuras parecen
estar esperando que otros les “pichen” el juego), nadie en los poderes
fácticos se atreve a hablar de eso (no se sabe si por agradecimiento o
por adhesión a la lógica de Pilatos), pero los hechos no admiten
discusión: el doctor Leonel Fernández encabeza una rebelión contra la
institucionalidad de su propia organización política.
No es una exageración: los leonelistas no sólo se han pronunciado sino
que trabajan febrilmente contra una resolución del hasta hace poco
todopoderoso e incontestable Comité Político del PLD, y aunque han
establecido el cuartel general de la sublevación en el Congreso Nacional
(quizás porque eso es lo que dictan tanto las conveniencias como la
necesidad de disponer de un escudo protector de considerable grosor) no
engañan a nadie: hasta el menos informado de los dominicanos sabe que
las órdenes salen de las oficinas del ex mandatario.
Más aún: los miembros del Comité Político del PLD que militan en el
sector del doctor Fernández, situándose en contra del organismo al que
pertenecen, directa o indirectamente participan en la asonada interna:
unos de manera desenfadada (poniendo en tela de juicio la viabilidad o
la pertinencia del proyecto reeleccionista), otros “como la gatita de
María Ramos” (es decir, lanzando la piedra y escondiendo la mano), y los
más con hipócritas llamados a la “unidad” o con un silencio
“equidistante” que no puede ocultar su hostilidad a lo aprobado.
Todavía más: el grupo del doctor Fernández cuenta con el auxilio del
doctor Marino Vinicio Castillo y su prole familiar y política para que
actúen como fuerza de choque contra el danilismo, un rol que desempeñan
de mil amores desde su pequeño pero influyente partido porque en el
presente gobierno perdieron su antigua ascendencia palaciega, ese ha
sido su fuerte (siendo apenas un puñado de electores, tienen capacidad
para perturbar al mismo Satanás con su incendiaria elocuencia) y,
además, es el fundamento de la nombradía política del patriarca desde
que hizo pinitos al amparo de un nombramiento congresual durante la
“Era”.
(La gravedad de lo que ocurre en el PLD se nota en el simple curso de
los acontecimientos: la reunión del Comité Político fue un cuadrilátero
en el que se escenificó una pelea de “máscara contra cabellera”; la
comisión designada para redactar el proyecto de ley que modificaría la
Constitución nunca pudo reunirse con matrícula plena; legisladores
peledeístas de ambas cámaras proclamaron que no votarán por el proyecto;
el doctor Fernández hizo “mutis por el foro”, pero soltó sus artilleros
contra el danilismo; el doctor Reinaldo Pared -a quien le conviene
jugar a la crisis en virtud de sus aspiraciones- no ha tronado contra
los “indisciplinados”; el Senado envió a comisión “para estudio” el
proyecto, nadie sabe para qué: se trata de un párrafo con seis o siete
líneas; la comisión senatorial para “estudiarlo” se completó después de
muchos escarceos porque los leonelistas se negaban a ser parte de ella; y
el presidente Medina continúa, silente e impertérrito, desarrollando
actividades gubernativas funcionales al reeleccionismo).
La insistencia es válida: no se trata de discrepancias ideológicas o
programáticas (la ideología y el programa de los peledeístas son
unívocos: se reducen a mantenerse en el poder), no se trata de
discrepancias sobre táctica o estrategia política de cara al presente y
el futuro de la nación (hace tiempo que en el PLD eso es “pluma de
burro”), no se trata de meras malquerencias personales (todo el mundo
sabe que los dirigentes menos ricos sólo “golosean” a los más
opulentos): lo que hay es un levantamiento de la minoría, una revuelta
de los perdedores, una sedición en marcha contra la institucionalidad
del peledeísmo encarnada en la mayoría danilista de su Comité Político.
Esa realidad ha quedado patente, inclusive, a la luz de los “métodos”
de trabajo y de dirección que evocaban y defendían los peledeístas antes
de que los balagueristas ingresaran a sus estructuras y se convirtieran
en mayoría militante: si es cierto que la decisión del órgano supremo
que le abrió la puerta a una eventual repostulación del presidente
Medina puede ser cuestionada a la luz de la prudencia política y las
pertinencias de coyuntura, no lo es menos que se trató de un ejercicio
del “centralismo democrático” que -en la mejor mecánica operativa del
peledeísmo- debió ser acatada o atacada dentro de las coordenadas de la
institucionalidad partidaria.
(El “centralismo democrático”, metodología de toma de decisiones
nominada por cierto marxismo de rumor macondiano en el siglo XIX uniendo
dos conceptos contradictorios entre sí, tuvo su época de esplendor
cuando la disciplina o la ausencia de intereses personales primaban en
las organizaciones políticas, pero en los últimos tiempos -ya rotas las
cadenas de la sujeción a voluntades o liderazgos omnímodos y convertido
el laborantismo partidario en un vehículo de promoción de las apetencias
individuales- abonó el fraccionalismo y la división, fuese por la
prepotencia de las mayorías o, a la inversa, por la insubordinación de
las minorías).
Se puede argüir que la reunión en la que se adoptó la decisión de
marras a la postre se develó como una celada de los danilistas (y que,
como tal, tomó por sorpresa a mucha gente) en la que se desarrolló un
guión cuidadosamente preparado, pero ello sólo habla de una falta de
previsión propia (se subestimó el tamaño de las garras del adversario, a
pesar de lo ocurrido en el proceso de selección de los miembros del
Comité Central y de ampliación del Comité Político) que hizo posible que
lo peor que le podía pasar al PLD se convirtiera en realidad: el pase
impiadoso de una “aplanadora” bien engrasada y, por reflejo, el
subsecuente desenterramiento del hacha de la guerra.
Tampoco hay que hacerse el sueco o dejarse confundir por los silbidos y
las rechiflas de los corifeos del circo: en el PLD hay un lío de
proporciones ciclópeas, sin dudas engordado por la decisión ya aludida
de su más encumbrada instancia directiva (que desechó el contemporáneo e
inclusivo método del consenso), pero que se refiere a un asunto de
mayores profundidad y alcance desde el punto de vista de la existencia
misma de la entidad: la imposibilidad -temporal o definitiva- de una
cohabitación sin tensiones de los liderazgos del presidente Medina y el
doctor Fernández. O sea: es una crisis mucho más espesa y peligrosa de
lo que muchos de sus dirigentes venden.
(Un connotado comunicador acaba de decir que con su postura el doctor
Fernández ha provocado un “encarecimiento” del costo de la reelección, y
han llovido las críticas peledeístas sobre esa afirmación. No por ello,
empero, deja de ser cierta: con su actitud levantisca los leonelistas
han aumentado el monto de lo que hay que “invertir” en lo intelectual,
lo político y lo económico para poder consumar el proyecto continuista, y
aunque en la historia dominicana muy escasas veces se le ha torcido el
pulso a los gobernantes en situaciones de este tipo, todo indica que
actualmente su posibilidad de concreción es también menos cierta -ergo:
carga adicional sobre el costo- de lo que era antes de que se produjera
la rebelión).
Es poco probable que los peledeístas terminen dispuntándoles el cetro
de la irracionalidad política a los perredeístas y se deslicen por el
desrricadero de la división (sobre todo porque están conscientes de que
ésta implicaría su inevitable salida del poder y la consiguiente
posibilidad de que muchos de ellos tengan que rendir cuentas judiciales
de sus actos). No osbtante, dos cosas parecen claras: que los forecejos y
lances verbales en marcha ya han producido en alguna gente heridas de
difícil cictarización, y que la llave de la unidad está en manos del
doctor Leonel Fernández.
Y hay que enfatizarlo: la cuestión envuelta no es únicamente que los
abiertos y enconados antagonismos que separan en la actualidad a los
seguidores del presidente Medina de los del doctor Fernández son
inusuales, ni que el tema nodal en torno al cual se producen sea -como
lo es- de difícil abordaje tanto dentro de la entidad como frente al
país, sino que se trata de algo más espinoso: es que sus desenlaces
involucran -por donde quiera que se les mire- el presente y el futuro
inmediato de ambos líderes, pero sobre todo los del astuto caudillo de
Villa Juana.
En efecto, aunque hoy los indicadores de opinión apuntan a que el
candidato presidencial del PLD para las elecciones del próximo año
debería ser el licenciado Medina o cualquier otro con parecidas
cualidades (las razones son tan obvias y conocidas que en esta
oportunidad huelga mencionarlas), el doctor Fernández no puede
sustraerse de unas expectativas potencialmente letales para su
liderazgo: si cede en cualquier sentido sin haberse garantizado
determinadas salvaguardas, estaría entregando su presente y poniendo en
riesgo su porvenir, y entonces ya no se diría que lo “jubiló” Quirino
sino Danilo.
Acaso por ello es que los leonelistas pudieran estar barajando condiciones para la modificación constitucional: 1. Que
ésta contenga una disposición transitoria que le impida aspirar de
nuevo al licenciado Medina, y otra que cree la figura del senador
vitalicio con aplicación inmediata para los ex presidentes vivos: 2. Que
la doctora Margarita Cedeño de Fernández sea nuevamente candidata
vicepresidencial del PLD; 3. Que se designe al frente de un número dado
de ministerios e instituciones públicas a seguidores del doctor
Fernández; 4. Que la membresía del Comité Político del PLD sea ampliada
con 9 o 10 miembros del sector del doctor Fernández; 5. Que determinados
jueces de las altas cortes se mantengan en sus puestos; 6. Que se
archiven los expedientes judiciales de los ingenieros Félix Bautista y
Víctor Díaz Rúa, y no haya más “persecusiones” contra peledeístas; y 7.
Que todos los legisladores, alcaldes y regidores leonelistas sean
repostulados.
Las preocupaciones de fondo latentes en esas condiciones estarían
claras y harían entendible el talante actual del leonelismo ante la
decisión del Comité Político que ha generado la crisis: la radical
renuencia iría dirigida, más que a torpedear las posibilidades
reeleccionistas del presidente Medina (que cuenta con gran apoyo
ciudadano, pero aún tiene gruesos obstáculos políticos y
constitucionales que superar), a evitar el aplastamiento de su gente, y
en consecuencia el final del alzamiento sobrevendría una vez se
garantice que el cambio de mando interno en el PLD (que desde hace algún
tiempo avanza de manera tortuosa) no entrañe, como en 2007, la
liquidación momentánea del sector no palaciego.
El autor de estas líneas confiesa que tiene sentimientos encontrados
frente a la rebelión leonelista, pues al tiempo que deplora el
desconocimiento de reglas de juego previamente aceptadas, no puede
ocultar su íntima algarabía por la quiebra de la autoridad de un
apolillado mecanismo de dirección vertical propio de la racionalidad de
la Guerra Fría: ese Comité Político del PLD (tan parecido al “politburó”
de la URSS), que es una aberración histórica, una “nomenclatura”
directriz para chupamedias y mentecatos, una absurda aristocracia
orgánica cuya cesárea jefatura apostrofa la cultura democrática moderna…
Es una pena, de veras, que su ridícula omnipotencia haya sido desafiada
justamente por quienes ahora están en minoría y, además, en franca
bancarrota moral.
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