miércoles, 13 de mayo de 2015

OPINIÓN: La rebelión del leonelismo

OPINIÓN: La rebelión del leonelismo
OPINIÓN: La rebelión del leonelismo
EL AUTOR es abogado y catedrático universitariop. Reside en Santo Domingo.

OPINIÓN: La rebelión del leonelismo

   Nadie en el PLD lo quiere decir (ni siquiera sus conocidos “kamikazes” del verbo, tan dados a exponer “la verdad” en altos decibelios), nadie en el gobierno desea darse por enterado (sus principales figuras parecen estar esperando que otros les “pichen” el juego), nadie en los poderes fácticos se atreve a hablar de eso (no se sabe si por agradecimiento o por adhesión a la lógica de Pilatos), pero los hechos no admiten discusión: el doctor Leonel Fernández encabeza una rebelión contra la institucionalidad de su propia organización política.
   No es una exageración: los leonelistas no sólo se han pronunciado sino que trabajan febrilmente contra una resolución del hasta hace poco todopoderoso e incontestable Comité Político del PLD, y aunque han establecido el cuartel general de la sublevación en el Congreso Nacional (quizás porque eso es lo que dictan tanto las conveniencias como la necesidad de disponer de un escudo protector de considerable grosor) no engañan a nadie: hasta el menos informado de los dominicanos sabe que las órdenes salen de las oficinas del ex mandatario.
   Más aún: los miembros del Comité Político del PLD que militan en el sector del doctor Fernández, situándose en contra del organismo al que pertenecen, directa o indirectamente participan en la asonada interna: unos de manera desenfadada (poniendo en tela de juicio la viabilidad o la pertinencia del proyecto reeleccionista), otros “como la gatita de María Ramos” (es decir, lanzando la piedra y escondiendo la mano), y los más con hipócritas llamados a la “unidad” o con un silencio “equidistante” que no puede ocultar su hostilidad a lo aprobado.
   Todavía más: el grupo del doctor Fernández cuenta con el auxilio del doctor Marino Vinicio Castillo y su prole familiar y política para que actúen como fuerza de choque contra el danilismo, un rol que desempeñan de mil amores desde su pequeño pero influyente partido porque en el presente gobierno perdieron su antigua ascendencia palaciega, ese ha sido su fuerte (siendo apenas un puñado de electores, tienen capacidad para perturbar al mismo Satanás con su incendiaria elocuencia) y, además, es el fundamento de la nombradía política del patriarca desde que hizo pinitos al amparo de un nombramiento congresual durante la “Era”.
   (La gravedad de lo que ocurre en el PLD se nota en el simple curso de los acontecimientos: la reunión del Comité Político fue un cuadrilátero en el que se escenificó una pelea de “máscara contra cabellera”; la comisión designada para redactar el proyecto de ley que modificaría la Constitución nunca pudo reunirse con matrícula plena; legisladores peledeístas de ambas cámaras proclamaron que no votarán por el proyecto; el doctor Fernández hizo “mutis por el foro”, pero soltó sus artilleros contra el danilismo; el doctor Reinaldo Pared -a quien le conviene jugar a la crisis en virtud de sus aspiraciones- no ha tronado contra los “indisciplinados”; el Senado envió a comisión “para estudio” el proyecto, nadie sabe para qué: se trata de un párrafo con seis o siete líneas; la comisión senatorial para “estudiarlo” se completó después de muchos escarceos porque los leonelistas se negaban a ser parte de ella; y el presidente Medina continúa, silente e impertérrito, desarrollando actividades gubernativas funcionales al reeleccionismo).
   La insistencia es válida: no se trata de discrepancias ideológicas o programáticas (la ideología y el programa de los peledeístas son unívocos: se reducen a mantenerse en el poder), no se trata de discrepancias sobre táctica o estrategia política de cara al presente y el futuro de la nación (hace tiempo que en el PLD eso es “pluma de burro”), no se trata de meras malquerencias personales (todo el mundo sabe que los dirigentes menos ricos sólo “golosean” a los más opulentos): lo que hay es un levantamiento de la minoría, una revuelta de los perdedores, una sedición en marcha contra la institucionalidad del peledeísmo encarnada en la mayoría danilista de su Comité Político.
   Esa realidad ha quedado patente, inclusive, a la luz de los “métodos” de trabajo y de dirección que evocaban y defendían los peledeístas antes de que los balagueristas ingresaran a sus estructuras y se convirtieran en mayoría militante: si es cierto que la decisión del órgano supremo que le abrió la puerta a una eventual repostulación del presidente Medina puede ser cuestionada a la luz de la prudencia política y las pertinencias de coyuntura, no lo es menos que se trató de un ejercicio del “centralismo democrático” que -en la mejor mecánica operativa del peledeísmo- debió ser acatada o atacada dentro de las coordenadas de la institucionalidad partidaria.
   (El “centralismo democrático”, metodología de toma de decisiones nominada por cierto marxismo de rumor macondiano en el siglo XIX uniendo dos conceptos contradictorios entre sí, tuvo su época de esplendor cuando la disciplina o la ausencia de intereses personales primaban en las organizaciones políticas, pero en los últimos tiempos -ya rotas las cadenas de la sujeción a voluntades o liderazgos omnímodos y convertido el laborantismo partidario en un vehículo de promoción de las apetencias individuales- abonó el fraccionalismo y la división, fuese por la prepotencia de las mayorías o, a la inversa, por la insubordinación de las minorías).
   Se puede argüir que la reunión en la que se adoptó la decisión de marras a la postre se develó como una celada de los danilistas (y que, como tal, tomó por sorpresa a mucha gente) en la que se desarrolló un guión cuidadosamente preparado, pero ello sólo habla de una falta de previsión propia (se subestimó el tamaño de las garras del adversario, a pesar de lo ocurrido en el proceso de selección de los miembros del Comité Central y de ampliación del Comité Político) que hizo posible que lo peor que le podía pasar al PLD se convirtiera en realidad: el pase impiadoso de una “aplanadora” bien engrasada y, por reflejo, el subsecuente desenterramiento del hacha de la guerra.
   Tampoco hay que hacerse el sueco o dejarse confundir por los silbidos y las rechiflas de los corifeos del circo: en el PLD hay un lío de proporciones ciclópeas, sin dudas engordado por la decisión ya aludida de su más encumbrada instancia directiva (que desechó el contemporáneo e inclusivo método del consenso), pero que se refiere a un asunto de mayores profundidad y alcance desde el punto de vista de la existencia misma de la entidad: la imposibilidad -temporal o definitiva- de una cohabitación sin tensiones de los liderazgos del presidente Medina y el doctor Fernández. O sea: es una crisis mucho más espesa y peligrosa de lo que muchos de sus dirigentes venden.
   (Un connotado comunicador acaba de decir que con su postura el doctor Fernández ha provocado un “encarecimiento” del costo de la reelección, y han llovido las críticas peledeístas sobre esa afirmación. No por ello, empero, deja de ser cierta: con su actitud levantisca los leonelistas han aumentado el monto de lo que hay que “invertir” en lo intelectual, lo político y lo económico para poder consumar el proyecto continuista, y aunque en la historia dominicana muy escasas veces se le ha torcido el pulso a los gobernantes en situaciones de este tipo, todo indica que actualmente su posibilidad de concreción es también menos cierta -ergo: carga adicional sobre el costo- de lo que era antes de que se produjera la rebelión).
   Es poco probable que los peledeístas terminen dispuntándoles el cetro de la irracionalidad política a los perredeístas y se deslicen por el desrricadero de la división (sobre todo porque están conscientes de que ésta implicaría su inevitable salida del poder y la consiguiente posibilidad de que muchos de ellos tengan que rendir cuentas judiciales de sus actos). No osbtante, dos cosas parecen claras: que los forecejos y lances verbales en marcha ya han producido en alguna gente heridas de difícil cictarización, y que la llave de la unidad está en manos del doctor Leonel Fernández.
   Y hay que enfatizarlo: la cuestión envuelta no es únicamente que los abiertos y enconados antagonismos que separan en la actualidad a los seguidores del presidente Medina de los del doctor Fernández son inusuales, ni que el tema nodal en torno al cual se producen sea -como lo es- de difícil abordaje tanto dentro de la entidad como frente al país, sino que se trata de algo más espinoso: es que sus desenlaces involucran -por donde quiera que se les mire- el presente y el futuro inmediato de ambos líderes, pero sobre todo los del astuto caudillo de Villa Juana.
   En efecto, aunque hoy los indicadores de opinión apuntan a que el candidato presidencial del PLD para las elecciones del próximo año debería ser el licenciado Medina o cualquier otro con parecidas cualidades (las razones son tan obvias y conocidas que en esta oportunidad huelga mencionarlas), el doctor Fernández no puede sustraerse de unas expectativas potencialmente letales para su liderazgo: si cede en cualquier sentido sin haberse garantizado determinadas salvaguardas, estaría entregando su presente y poniendo en riesgo su porvenir, y entonces ya no se diría que lo “jubiló” Quirino sino Danilo.
  Acaso por ello es que los leonelistas pudieran estar barajando condiciones para la modificación constitucional: 1. Que ésta contenga una disposición transitoria que le impida aspirar de nuevo al licenciado Medina, y otra que cree la figura del senador vitalicio con aplicación inmediata para los ex presidentes vivos: 2. Que la doctora Margarita Cedeño de Fernández sea nuevamente candidata vicepresidencial del PLD; 3. Que se designe al frente de un número dado de ministerios e instituciones públicas a seguidores del doctor Fernández; 4. Que la membresía del Comité Político del PLD sea ampliada con 9 o 10 miembros del sector del doctor Fernández; 5. Que determinados jueces de las altas cortes se mantengan en sus puestos; 6. Que se archiven los expedientes judiciales de los ingenieros Félix Bautista y Víctor Díaz Rúa, y no haya más “persecusiones” contra peledeístas; y 7. Que todos los legisladores, alcaldes y regidores leonelistas sean repostulados.
   Las preocupaciones de fondo latentes en esas condiciones estarían claras y harían entendible el talante actual del leonelismo ante la decisión del Comité Político que ha generado la crisis: la radical renuencia iría dirigida, más que a torpedear las posibilidades reeleccionistas del presidente Medina (que cuenta con gran apoyo ciudadano, pero aún tiene gruesos obstáculos políticos y constitucionales que superar), a evitar el aplastamiento de su gente, y en consecuencia el final del alzamiento sobrevendría una vez se garantice que el cambio de mando interno en el PLD (que desde hace algún tiempo avanza de manera tortuosa) no entrañe, como en 2007, la liquidación momentánea del sector no palaciego.
   El autor de estas líneas confiesa que tiene sentimientos encontrados frente a la rebelión leonelista, pues al tiempo que deplora el desconocimiento de reglas de juego previamente aceptadas, no puede ocultar su íntima algarabía por la quiebra de la autoridad de un apolillado mecanismo de dirección vertical propio de la racionalidad de la Guerra Fría: ese Comité Político del PLD (tan parecido al “politburó” de la URSS), que es una aberración histórica, una “nomenclatura” directriz para chupamedias y mentecatos, una absurda aristocracia orgánica cuya cesárea jefatura apostrofa la cultura democrática moderna… Es una pena, de veras, que su ridícula omnipotencia haya sido desafiada justamente por quienes ahora están en minoría y, además, en franca bancarrota moral.

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