sábado, 16 de mayo de 2015

IRGINIA ELENA ORTEA, una de nuestras más grandes poetas

Te gusta esta página · 9 de mayo · Editado ·
 

VIRGINIA ELENA ORTEA, una de nuestras más grandes poetas

Nació en Santo Domingo, el 17 de junio de 1866. Falleció en Puerto Plata el 30 de enero de 1903.

A los 13 años por las persecuciones que sufrió Francisco Ortea, su padre, viajo a Puerto Rico. Allí, en Mayagüez, adoptó como seudónimo para escribir , el nombre de su abuela paterna Elena Kennedy; práctica ésta muy frecuente en la época, especialmente en las mujeres, algunas de las cuales incluso escribían con nombres de hombres. Cultivó la poesía con singular talento, así como la prosa en la cual brilló con luz propia.

Junto a Salomé Ureña, la reina del Parnaso dominicano, es la segunda escritora nacional; Ureña en el verso; y Ortea, en la prosa. Al igual que Salomé, murió muy joven, a la edad de 37 años, en su ciudad natal de Puerto Plata.

Algunas de sus obras más conocidas son: Mi Hermana Catalina, publicada en 1897; y Risas y Lágrimas, en 1901. Además La Zarzuela Las Feministas, (con música de José María Arrezón), Los Diamantes, La Rosa de la Felicidad y Los Bautizos.

Entre sus versos más recordados, destacan: A Puerto Plata, Para ti, Nostalgia, y El Poeta.

“Poetisa y escritora de estilo claro y terso, muy femenino, tan libre de afectación como de trivialidad…” dijo de ella don Pedro Henríquez Ureña.

Veamos su romance Puerto Plata, que publicara en la Revista Letras y Ciencias el 31 de mayo de 1893, aunque fue escrito en Mayagüez, Puerto Rico en el 1889.

“Puerto Plata a orillas del mar Atlante, y por siempre acariciada por las ondas que se agitan cubiertas de espuma blanca para besar las arenas de su pintoresca playa; en la falda de una hermosa, esbelta y gentil montaña, que eleva orgullosa al cielo su cúpula de esmeralda para coronar su frente con nubes de tenue gasa, está la ciudad querida, nido de mi alegre infancia, que guarda el dulce tesoro de los recuerdos del alma”

¡Cuánta fuera mi ventura
si pudiera, entusiasmada,
pisar sus verdes riberas,
besar sus amantes playas.

Y cuando extienda la muerte
sobre mí sus negras alas,
un asilo cariñoso
pedir a esa tierra amada!

¡Ay, qué inefable delicia,
qué placer sentirá el alma
cuando mire, desde lejos,
envuelta en nube de plata,
la verde y altiva cúpula
de su orgullosa montaña,
y el regio penacho admire
de sus gigantescas palmas,
y aspire el suave perfume
de los lirios que engalanan
como nevados encajes
los confines de mi patria!

Mas ya que la suerte impía
me arrojó, cruel, de sus playas,
y siento que va a faltarme
el aliento y la esperanza,
¡ay! Dejad que el entusiasmo
le dé tregua a mi nostalgia;
dejad que mi pobre lira
pida notas dulces, blandas,
y las ofrezca temblando
en el altar de la patria.

TEXTO: educando.com.do

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