lunes, 18 de mayo de 2015

Cultura Mochica o Moche.

Cultura Mochica o Moche.

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Antigua cultura peruana, la más importante de la costa norte en la época de florecimiento regional, muy conocida por la iconografía de su cerámica. El corazón de la civilización mochica estaba en los valles de Chicama y Trujillo, pero su cultura se expandió por la costa desde el valle de Lambayeque hasta la cuenca del río Nepeña, a lo largo de 300 km. Se trataba de un estado expansionista, con una sociedad muy organizada y un poder central capaz de gobernar esta población al servicio de sus dioses. Además de esta organización, resulta fundamental tener en cuenta la planificación, necesaria para explicar la construcción de los grandes centros ceremoniales en todos los valles de la costa norte ocupados por esta cultura.
Conocida primero con el nombre de Proto-Chimú (véase cultura chimú), que le dio Max Uhle, o de Mucjik, según Julio C. Tello, actualmente se la conoce con el nombre de mochica o cultura moche, por tomarse como referencia el nombre de uno de los valles que se incluyen en el área antes indicada. Los materiales, descubiertos por Max Uhle y depositados después en la Universidad de California fueron estudiados por Alfred L. Kroeber y sus discípulos. Posteriormente, Rafael Larco Hoyle llevó a cabo los estudios más importantes, hizo finas subdivisiones de la cerámica mochica y obtuvo una cronología más precisa que los descubrimientos recientes vienen confirmando (Lumbreras, 1969: 152.) Entre los numerosos estudios más recientes hay que mencionar los de Ubbelohde-Doering, Gerdt Kutscher, Horkheimer, Strong y Evans, Donnan, etc.
Desde los estudios de Larco Hoyle se conoce una secuencia compuesta por cinco fases (de I a V) que difiere en su cronología según los autores. Así, Rowe y Sawyer dan las siguientes cronologías:
Rowe Sawyer
Moche I 0-150 d. de C. 250-50 a. de C.
Moche II 150-250 d. de C. 50-0 a. de C.
Moche III 250-400 d. de C. 0-200 d. de C.
Moche IV 400-550 d. de C. 200-500 d. de C.
Moche V 550-650 d. de C. 500-700 d. de C.
La serie de fases que podemos denominar "premochicas", es decir, Salinar, Cupisnique y Gallinazo, parecen conducir directamente al gran florecimiento que significa, dentro del ámbito geográfico que estamos examinando, la cultura mochica.

Economía

La economía mochica era fundamentalmente agrícola; en ella destacaba el cultivo del maíz, algodón, frijoles y diferentes frutos. La producción alcanzó cotas nunca anteriormente conseguidas gracias especialmente a las grandes construcciones de ingeniería hidráulica que ampliaron el territorio cultivado. Entre dichas construcciones destacan el llamado reservorio de San José, con capacidad de varios cientos de miles de metros cúbicos, y la acequia de la Cumbre, que tiene un recorrido de más de 110 km. También se atribuye a la época mochica el acueducto de Ascope, en Chicama, de más de 1 km de largo. Para aumentar la producción emplearon además fertilizantes, especialmente el guano, y realizaron trabajos de ordenación de la tierra, tanto de drenaje como de irrigación.
Los mochicas fueron maestros, además, en la actividad de la pesca, una labor que se realizaba en pequeñas embarcaciones de totora, similares a los caballitos de totora que se ven hoy en las playas de Huanchaco, muy cerca del valle de Moche, así como en diferentes puertos norteños. En los desiertos cazaban lagartijas, tradición que subsiste hasta nuestros días, así como caracoles; además hay evidencias de consumo de pato, cuy, perro y llama. De esta última obtenían carne, lana y cuero, además de utilizarla como animal de carga.
(Véase Cultura Nazca ; Cultura Huarpa ; Cultura de Tiahuanaco).

Organización sociopolítica

La cultura mochica está considerada como una sociedad teocrática con fuerte sustento militar. La autoridad suprema estaba magnificada con múltiples símbolos que la hacían destacar dentro de su gobierno rígidamente organizado. En las batallas, los altos jefes guerreros se ataviaban lujosamente con cascos, orejeras, pectorales, muñequeras y anillos de metal. Usaban túnicas, faldones, tocados de vistosos colores confeccionados con plumas, sandalias de cuero y otros artículos.
La existencia de diferentes clases sociales se puede inferir a partir de la gran cantidad de ofrendas encontradas en las tumbas excavadas de los grandes señores, a diferencia de las de los individuos de menor rango que prácticamente no tenían nada. Además, las tumbas tienen diferentes formas, desde sarcófagos de adobe y piedra, hasta cámaras con nichos en las paredes.

Ideología y creencias

Los mochicas dejaron una enorme cantidad de información acerca de sus creencias y rituales en sus detallados dibujos y esculturas, y además se han realizado estudios de notable importancia sobre iconografía moche, lo que ha permitido conocer ampliamente esta faceta de la cultura.
De las fuentes iconográficas se desprende que el antiguo poblador mochica tuvo un claro concepto y conocimiento de su medio ambiente; hacía de su variado entorno ecológico su fuente sobrenatural de enlace con cultos, sacrificios, magias y comunicaciones divinas con sus deidades.
Las representaciones de carácter mitológico eran increíblemente abundantes, por lo que sólo se pueden mencionar aquí algunos de los temas. En la vida religiosa de los mochicas parece que tenía una importancia particular el culto al felino, que se encuentra personificado en la divinidad de un dios supremo llamado Ai Apaec, que representa a un hombre con grandes colmillos transformándose en animal. Este dios se identifica con viejas herencias ideológicas que vienen desde la época de Chavín, y que se completaron con otras deidades como la serpiente, el cóndor o el águila.
Entre las representaciones que dejaron los mochicas, destacó la del animal lunar. La iconografía de esta deidad o personaje mitológico se encuentra tanto en el área mochica como en la región de la cultura de Recuay, y se prolonga en el tiempo durante un período de aproximadamente un millar de años. El motivo consiste básicamente en un animal encerrado en lo que cabe interpretar como la imagen tradicional de la luna en cuarto menguante, todo ello en medio de símbolos astrales. La boca del animal, así como las manchas que aparecen en algunas representaciones, han hecho que Tello lo identificase como un jaguar; por otra parte, hay algunas evidencias de mitos de tradición oral que se refieren a un jaguar que se come a la luna en circunstancias diversas, y, si bien es cierto que este tipo de mitos no pueden extrapolarse a tanta distancia en el tiempo y en el espacio, prueban al menos que la tradición existió en el área andina.
Las especies de la costa, sierra y selva se encontraban sacralizadas en una metamorfosis mítica, donde el hombre y el animal se integran y transforman mediante actos chamánicos conducidos por sacerdotes chamanes especializados que han adoptado la presencia de alguna criatura viviente de su entorno. Después de sacrificarla en cruenta lucha, logran espiritualizarla en la conciencia del iniciado, que más tarde tomará los atributos y el instinto del animal sacrificado. Entre las numerosas representaciones de chamanes o imágenes de metamorfosis de "hombre-animal", de los que hay ejemplos tan abundantes en las vasijas pintadas de esta cultura, se encuentran entre los tipos más frecuentes el chamán-pájaro u "hombre-deidad-ave", el chamán-felino u "hombre-deidad-felino", el chamán-pez u "hombre-deidad-pez", el chamán-cangrejo u "hombre-deidad-cangrejo" y el chamán-serpiente u "hombre-deidad-serpiente".
Por último, existen numerosas representaciones que muestran las ceremonias de entierro de distintos personajes; la creencia en una vida después de la muerte, en la cual se iba a necesitar el mismo tipo de bienes de los que se disfrutaba en la vida terrenal, se apoya además en los sacrificios, ajuares y ofrendas que se han encontrado en las impresionantes tumbas mochicas. Los entierros variaban en tipología y ofrendas dependiendo de la clase social y la fase cultural en que se realizaron.
Uno de los más complejos diseños del arte mochica representa el entierro ceremonial de un individuo de gran importancia, seguramente uno de aquellos que gobernaban la sociedad mochica. Los entierros representados son, en opinión de Luis Jaime Castillo y Christopher. B. Donnan (1994), los de las sacerdotisas que se han encontrado en el yacimiento de San José de Moro (vid. infra). Muchos ejemplos del entierro y el sacrificio ceremonial aparecieron en ese yacimiento, lo que junto con el hallazgo de las tumbas, ha permitido reconstruir la ceremonia: a medida que el ataúd antropomorfizado de la sacerdotisa era bajado a la tumba se procedía a recolectar las ofrendas de cerámica, collares, brazaletes, telas y otros ornamentos que la acompañaban. Dos jóvenes asociadas con su culto eran sacrificadas inmediatamente antes de introducirlas en la tumba. Al fondo, una nueva Sacerdotisa tomaba posesión del título y las funciones de la difunta.

Yacimientos

La mayoría de los sitios mochicas se encuentran en la parte baja y media de los valles, y sólo se encuentran sitios fortificados en las partes altas de los mismos. Además, los yacimientos más conocidos son los centros ceremoniales y algunos cementerios, pues el resto de los asentamientos se han conservado peor en el registro arqueológico, aunque se conocen las casas de habitación por las representaciones y reproducciones realizadas en cerámica.
Los templos del Sol y la Luna, ubicados en el valle bajo de Moche, son probablemente los centros políticos de la sociedad moche. El Templo de la Luna es una pirámide truncada que tiene cuatro etapas constructivas; en ella se conservan una serie de frisos polícromos en bajo relieve, en los cuales destaca un personaje antropomorfizado en relieve de barro también polícromo.
Otro sitio importante es el complejo arqueológico El Brujo, en la Huaca Cao Viejo, ubicada en la margen derecha del valle de Chicama, cerca del litoral. Se trata de un sitio ceremonial vinculado a un centro poblado que debió de encontrarse en la parte baja del valle, donde se centralizaban las diversas actividades. Su ubicación cercana al mar y sobre una gran terraza recuerda la ubicación de otro extenso y complejo centro moche, Pacatnamú, en la desembocadura misma del río Jequetepeque. Estos centros complejos requirieron de arquitectos dedicados al diseño y construcción de construcciones monumentales al servicio de los dioses, además de orfebres que trabajaron oro, plata, cobre y diferentes aleaciones, y que combinaron en la fabricación de sus finas joyas diversos elementos, como spondylus, nácar y hueso, prácticamente con la misma iconografía que la alfarería.
El centro ceremonial de Pañamarca, edificado sobre la cima del cerro que tiene el mismo nombre, ubicado en el interior del valle de Nepeña, era un conjunto muy complejo de plataformas que medía en la base 200 por 150 m, y que culminaba en una pirámide escalonada con seis plataformas y 40 m de lado en su base. El monumento moche fue edificado con muros altos en diversos niveles, para adaptarse a las ondulaciones de la naturaleza rocosa del lugar; dichos muros estuvieron originariamente enlucidos y pintados. En ese lugar se han encontrado algunos de los más bellos murales del área mochica, con una extraordinaria tonalidad de colores.
Entre los grandes hallazgos que han conmocionado al mundo científico se encuentra el que se registró en Sipán, en el departamento de Lambayeque. Este complejo arqueológico era un monumento piramidal construido con adobes que fue descubierto en 1989 por un grupo de huaqueros; sufrió a manos de éstos un considerable saqueo en una de las fosas principales. Posteriormente, los arqueólogos Walter Alva y Luis Chero descubrieron y reconstruyeron una tumba con un personaje que ha sido bautizado con el nombre de Señor de Sipán.
De acuerdo con las investigaciones, se trataba de un importante dignatario de la región y fue sepultado junto a sus esposas, servidores más directos y un perro sacrificado especialmente para acompañar al gran señor en su viaje a la eternidad. El mausoleo contenía seis sepulturas: a los pies y a la cabeza del sarcófago del Señor de Sipán se encontraron las tumbas de dos mujeres; luego, la de un hombre fuertemente armado; otra osamenta de un segundo hombre, un "vigilante" del panteón, y junto a los pies se encuentro el esqueleto del perro. Asociadas al mausoleo se hallaron múltiples ofrendas que prueban la categoría del Señor y sus acompañantes.
El personaje principal portaba una coraza en el pecho, compuesta por un sinnúmero de pequeñas láminas de cobre dorado, un cetro, máscara, nariguera, orejeras, diadema, puñal de sacrificios, collares y otros objetos suntuarios confeccionados en oro, plata y cobre dorado. El cuerpo fue envuelto con paños y embellecido con cuentas; el torso y los muslos también estaban adornados con collares de huesos y turquesas.
Un yacimiento que combinaba un importante centro ceremonial y un cementerio para la elite de los mochica es San José de Moro, a pocos kilómetros al norte de Chepén, en el distrito de Pacanga. En las excavaciones llevadas a cabo en este yacimiento se ubicaron contextos funerarios (tumbas de pozo, de bota y cámara) pertenecientes a las ocupaciones mochica II-V. Entre los hallazgos destacaron las grandes tumbas de cámara, dos de las cuales contenían dos sacerdotisas. La tumba de la primera sacerdotisa, excavada en 1991, se encontraba a más de 7 m de profundidad; estaba formada por cuatro paredes de adobe con catorce nichos y dividida en dos áreas: la antecámara, a la derecha, donde se encontraron dos jóvenes mujeres probablemente sacrificadas poco antes del entierro, y la cámara funeraria a la izquierda, donde se encontraron la mayoría de las ofrendas. El complejo ajuar de la Sacerdotisa incluía setenta y tres ceramios, collares y brazaletes de cuentas de metal, hueso, concha de turquesa, etc. Originalmente, la Sacerdotisa yacía dentro de un ataúd rectangular de cañas a cuyos lados se cosieron piezas de metal en forma de brazos y piernas; también se encontraron una gran máscara funeraria y piezas en forma de sandalias.

Arte

En general, el arte mochica fue fundamentalmente realista y naturalista; los motivos decorativos estaban inspirados en el entorno natural del artista, pero el arte distaba mucho de tener un mero valor descriptivo o narrativo. Los motivos estaban cuidadosamente elegidos dentro de una ideología religiosa y de poder concreta.
Si por algo se conoce la cultura mochica es por sus increíbles piezas cerámicas, pero también construyeron impresionantes centros ceremoniales y fueron grandes escultores, metalúrgicos y pintores; además, realizaron bellos tejidos y eran amantes de la música y la danza, como muestran las representaciones y los numerosos instrumentos encontrados en las excavaciones arqueológicas.

Arquitectura

La arquitectura mochica tiene gran importancia tanto en el aspecto religioso y funerario como en lo que se refiere a la ingeniería y a los trabajos públicos.
Acerca de las casas de habitación de la cultura mochica, sabemos que se han encontrado algunos restos en el terreno, pero la más abundante y rica información procede de las reproducciones en la cerámica. Suelen ser de una sola cámara, con techos inclinados a una o dos vertientes y con abundantes huecos de ventilación, de igual modo que en la cultura Gallinazo. Los muros se construían generalmente con adobes de formas y tamaños diversos, con huecos para las puertas y, muy raras veces, para ventanas.
Lo más sobresaliente de la arquitectura mochica son los centros ceremoniales, con grandes construcciones de carácter piramidal entre las cuales las huacas del Sol y de la Luna, en el valle de Moche, son las de mayor tamaño. La Huaca del Sol es una pirámide que alcanza la enorme altura de 50 m. Construida enteramente con adobes, se calcula que se emplearían hasta cincuenta millones de estos pequeños adobes en forma de paralelepípedos. La pirámide mide en su base 228 m de longitud por 136 m de anchura y se compone de cinco grandes terrazas, a cuya cima se asciende mediante una rampa de 90 m de longitud y 6 m de anchura. Sobre esas cinco terrazas, en su parte meridional, se eleva una pirámide escalonada con otras cinco plataformas.
A unos 500 m de esta pirámide se halla la llamada Huaca de la Luna, en cuya construcción se ha utilizado el mismo sistema de grandes muros de adobes que se van adosando unos sobre otros. De tamaño notablemente menor que la Huaca del Sol, mide en su base 80 por 60 m, y su altura máxima es de 21 m. Uno de los lados es casi llano, a manera de una sola plataforma, mientras que los otros tres lados están bordeados por seis terrazas escalonadas. En la Huaca de la Luna se han descubierto numerosas habitaciones, en alguna de las cuales se han localizado fragmentos más o menos amplios de pinturas murales; una de éstas, conocida como la Rebelión de los Artefactos, ha sido realizada utilizando diseños parecidos a los de la cerámica, con varios colores para su composición.
Otros importantes centros ceremoniales son los de Huaca Cortada, Huaca Blanca, Huaca Cartario, Mocollope, y los de Miraflores, Chorrillos y Tombuinga, etc. Frente a los templos piramidales se abren grandes plazas y terrazas, ordenadas también según un sistema escalonado.
Debemos mencionar, finalmente, respecto a la arquitectura de este período, las abundantes construcciones militares, de las que tenemos muestras tanto en la cerámica -casas-cuarteles- como en las ruinas de los diversos valles de la región que estudiamos. Se sitúan estas fortalezas, generalmente, en las crestas de las montañas que dominan los fértiles valles habitados por las comunidades de agricultores que edificaron los templos y habitaciones antes mencionados y son una demostración palpable del estado de guerra que debió de reinar entre los distintos valles de la región en aquella época. Los muros de estas fortalezas fueron de grandes dimensiones, tanto en altura como en espesor, y presentan frentes en gran declive y escaleras y pasadizos estrechos y de difícil acceso.
Ya hemos indicado cuánta importancia tiene dentro de la cultura mochica, y en general dentro de la cultura precolombina del área andina, la cerámica producida por esta civilización. Puede ser sugerente la comparación de esta cerámica con la de los griegos, sobre todo en el sentido de considerar la importancia que tiene el examen de sus representaciones pictóricas y escultóricas para la comprensión de la vida social y espiritual de aquellas gentes. La abundancia de los materiales cerámicos ha permitido a Larco Hoyle dividir el conjunto de los mismos, como ya se ha dicho, en cinco fases.

Cerámica

La cerámica del período Mochica I presenta ya una multitud de rasgos que perdurarán a lo largo de su evolución; a pesar de perfeccionarse y sufrir algunas modificaciones a lo largo del tiempo, las características esenciales son siempre las mismas. Las vasijas de este período son sensiblemente más pequeñas que en los subsiguientes, y presentan una altura aproximadamente igual a su anchura. Por lo que respecta a las formas, aparecen ya los famosos vasos-retratos, los antropomorfos de cuerpo entero y los de tema fito y zoomórfico. Además, son abundantes los vasos con asa-estribo sencillos, los de pico y puente de influencia Gallinazo, los botelliformes de cuello corto, las ollas, etc. Además de la decoración moldeada de carácter escultórico, estas vasijas están cubiertas de pinturas, generalmente de carácter geométrico, en las cuales se utilizan el rojo, el crema, el ocre, el anaranjado y el negro, en diversas combinaciones. Los trazos son generalmente gruesos y cubren casi toda la superficie del vaso.
En el período Mochica II se observa un perfeccionamiento notable, no solamente en la confección de la pasta, sino en la cocción y, en general, en toda la confección. Las formas se hacen más alargadas y esbeltas en comparación con el período anterior. Siguen fabricándose los vasos-retrato, así como los antropo y zoomorfos y los globulares con asa-estribo. Aunque en general las formas sufren pocas modificaciones, la decoración escultórica se perfecciona notablemente y la pintada, que sigue siendo por lo general de carácter geométrico, se hace más fina y deja paso a algunos temas de carácter zoomórfico, como son ciertas representaciones de serpientes e iguanas. En cuanto a los colores empleados para la decoración pintada, se observa un marcado predominio del crema y rojo, aunque no faltan el negro, marrón, anaranjado, etc.
La fase Mochica III es, sin duda, el período inicial del florecimiento de la cerámica mochica. Los vasos-retrato, en los que se representan una y otra vez cabezas humanas distintas, son de un realismo y una belleza clásica inigualables; las vasijas zoomórficas, igualmente, son de un naturalismo excepcional; abundan los vasos fitomórficos y son igualmente muy abundantes los globulares o troncocónicos, con asa-estribo o de doble pico y puente, etc. La decoración pintada es igualmente rica; se reducen los temas geométricos, que aparecen situados ahora generalmente en la parte superior de la vasija, mientras en el resto del cuerpo se representan escenas diversas de caza, pesca, mitológicas y de guerra, que cada vez tienen una mayor importancia. Rojo, ocre, crema y negro, o plomizo se combinan de muy diversos modos para trazar tales representaciones, siempre llenas de vida y expresión.
El periodo Mochica IV viene a coincidir con la gran expansión de la cultura mochica. En lo que se refiere a la cerámica, se observa que las formas son de un tamaño superior al de las del periodo anterior, mientras el asa-estribo adquiere una forma redondeada o ligeramente trapezoidal. En general, las formas son semejantes a las de la fase Mochica III, aunque se añaden algunas nuevas; tal son, por ejemplo, las vasijas botelliformes que representan un mono o, sobre todo, las escenográficas, en las cuales se suelen representar paisajes en los que destacan los cerros y montículos que rodean los valles de la costa, etc. La decoración pintada es fundamentalmente escenográfica, y tiene un gran valor para reconstruir la vida ordinaria de los mochicas; la pintura de temas geométricos es muy limitada y se circunscribe a determinadas orlas, que sirven para enmarcar las escenas antes indicadas. También hay notables relieves en que se reproducen escenas de guerra, caza o pesca, etc.
En la fase Mochica V, que significa, en general, un momento decididamente decadente en todos los sentidos, las formas de los recipientes se reducen en tamaño, pero se agranda, por el contrario, el gollete; el tubo se hace más delgado y el asa presenta una forma trapezoidal. La decoración se hace más barroca y abundan los temas pornográficos. Los motivos, generalmente en rojo o castaño sobre el fondo crema, son cada vez más geométricos e invaden no solamente toda la superficie del cuerpo del vaso, sino también el asa y el pico (Larco, 1948).
En general, podemos decir que el arte mochica es un arte fundamentalmente realista que se inspira en el entorno natural y cultural del artista, quien vuelca toda su experiencia en las representaciones pictóricas y escultóricas que contienen sus vasijas. Pero, al mismo tiempo que esto es así, en la mayor parte de los casos no tienen un mero valor descriptivo o narrativo, sino que se utilizan dentro de un contexto religioso o no secular.
Aunque la mayor parte de las plantas y animales cuya imagen se reproduce escultórica o pictóricamente en la cerámica mochica proceden del medio natural propio de los valles costeros del norte del Perú, algunos de los motivos son extraños a ese medio. Entre los primeros hay que mencionar sapos, serpientes, zorros, venados, jaguares, patos, búhos, loros, pepinos, calabazas, cangrejos, pulpos, peces y pájaros diversos, leones marinos, perros, llamas, etc. Muchos de esos animales y plantas están presentes en las excavaciones mediante sus restos; otros, sin embargo, aparecen representados en la cerámica, pero no hay evidencias arqueológicas que confirmen su uso como alimentos, o, al revés, aparecen en los basureros, pero no se tienen noticias de que hayan sido representados. Entre los que no pertenecen al medio natural de los mochicas hay que contar los monos, los tucanes, las iguanas y las conchas de Strombus galeatus, cuya importancia se pone de manifiesto por haber dado lugar a un personaje mítico mezcla de Strombus y de dragón (Donnan, 1978: 566-64).
De manera parecida se puede decir que los ceramistas mochicas representaron mediante pintura o escultura muchos de los objetos usados por sus contemporáneos. Es importante señalar el hecho de que en algunas pinturas se representan vasijas muy decoradas o de lujo, lo que prueba que estas cerámicas no sólo se usaban para las ofrendas de los enterramientos, sino que también, en determinadas circunstancias, las usaban con otros fines. Otro tanto podemos decir de las hachas de metal, generalmente usadas para cortar cabezas, o las macanas con cabeza anular o estrellada y algunos otros instrumentos de difícil interpretación.
Las representaciones de gorros o cubrecabezas, vestidos y adornos proporcionan una variedad tal y se han representado con tal fidelidad que su tipología permite hacer inferencias muy sustanciosas en lo relativo a la categoría social de los individuos que los llevan, su actividad principal y muchas otras que vienen a constituir una información etnográfica de primerísima importancia (Donnan, 1978:73-78).
Las escenas en que se representan actividades ordinarias como son la caza, la pesca o la guerra son muy abundantes. La reproducción de las embarcaciones de totora son tan exactas que se puede emplear el calificativo de naturalistas. Lo mismo podemos decir del atuendo o adorno de los individuos representados, o de los instrumentos utilizados por ellos y otros mil detalles.
Un conjunto de vasijas, generalmente modeladas, de extraordinario valor representativo es el de la cerámica erótica (Larco, 1965), en la que se representan individuos aislados con un gran falo, un falo solamente, o masturbándose, o parejas de individuos masturbándose uno a otro -a veces es la muerte quien masturba a un hombre vivo- en actitud de fellatio, de coito natural o de coito anal, etc.

Escultura

En lo que se refiere a la escultura, no se han encontrado ejemplares realizados en piedra de grandes proporciones. Sin embargo, la capacidad de los mochicas como grandes escultores se pone de manifiesto en la cerámica, y el tratamiento de la madera y los metales.
Ya se ha mencionado, al hablar de la cerámica, la gran importancia que tiene la escultura en la decoración de la misma y especialmente el alto valor estético de las famosas cabezas-retrato. Los rostros más nobles, junto a los más ruines; los de rasgos más burdos al lado de los más refinados, los de jóvenes y ancianos, los de hombres enfermos, locos o en las más variadas expresiones son motivo de un trabajo minucioso, seguro, firme, reflexivo y, sobre todo, de una enorme expresividad por parte del escultor alfarero. Pero la escultura mochica en cerámica no se limita a eso: los más variados animales y plantas son representados con escrupulosa fidelidad y, como hemos visto, se llegan a desarrollar verdaderas escenas mitológicas, etc., todo ello realizado con un enorme sentido de la realidad y de la vida, con soltura y animación.
Aunque una buena parte de la escultura en madera ha debido de desaparecer, las excepcionales circunstancias ambientales del desierto peruano han hecho que algunas piezas hayan llegado hasta nosotros. Algunos ejemplares, como el de la isla Macabi (que representa a un prisionero), nos hablan de un verdadero dominio de la técnica escultórica en madera. Sin embargo, son verdaderas obras maestras el recipiente de madera que representa un prisionero desnudo y atado por el cuello y las muñecas que se conserva en el Museo de Historia Natural de la Smithsonian Institution, o la cabeza de un bastón que representa a un felino que ha dado muerte, al parecer, a un hombre y que se conserva en el Indiana University Art Museum (Donnan, 1978). Bastones de mando o de carácter ceremonial se han conservado bastantes y muchos de ellos llevan esculturas en el puño que representan guerreros, figuras humanas o animales, etc.
Hay que mencionar también algunos ejemplos de esculturas realizadas en hueso y que representan búhos, iguanas antropomórficas, etc. Hay también un cierto número de espátulas de hueso en cuyo mango se representa una mano, etc. (Donnan, 1978).

Metalurgia

En cuanto a la metalurgia, los mochicas desarrollaron un trabajo muy fino de la plata, el oro, el cobre y el plomo. Se han encontrado algunas aleaciones de oro con plata o cobre, así como ciertas amalgamas áuricas mediante las que doraban la plata y el cobre. Soldaban la plata con aleaciones de oro y supieron laminar y pulimentar este metal. Entre las obras más notables hay que mencionar máscaras diversas de oro, o las orejeras de oro, concha y piedra del Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

Pintura

A diferencia de la pintura cerámica que suele ser monocolor, en la pintura mural los mochicas utilizaron varios colores. Muchos de los monumentos mencionados en primer lugar, pero especialmente las habitaciones relacionadas con las estructuras piramidales, debieron de estar decoradas con pinturas murales. De ellas, sin embargo, han llegado muy pocas hasta nosotros.
En la Huaca de la Luna, de Moche, se encontró una pintura mural que se ha llamado La rebelión de los artefactos, en la que se representa una batalla entre seres humanos y artefactos animados, de la que salen triunfantes estos últimos. En el centro ceremonial de Pañamarca, cerca de Chinbote, otro mural incluye una escena de tipo bélico en la que se representa la toma de prisioneros; se emplearon en su ejecución siete colores: blanco, negro, gris, rojo, amarillo, marrón y azul. El estilo de estas pinturas, sin embargo, no difiere excesivamente del utilizado para las pinturas en cerámica.

Tejido

El tejido tuvo una gran importancia en la cultura mochica; se tejía generalmente en telares de mano con lanas de llama o vicuña y algodón. Entre los restos de estos tejidos que han llegado hasta nosotros los hay de malla y de urdimbre muy apretada sobre los que se desarrollaban temas decorativos de carácter fitomórfico, zoomórfico o geométrico. Igualmente, tuvo un gran desarrollo el arte plumario, técnica con la que se fabricaban camisas y turbantes.

Música y danza

En las representaciones pictóricas mochicas se han encontrado escenas que muestran músicos y danzantes con instrumentos y atuendos de características muy singulares. La indumentaria de los músicos y danzantes tenía, al parecer, gran preponderancia dependiendo de la categoría de las ceremonias, lo mismo que del tiempo y el ambiente. En la iconografía, algunos personajes muestran vestimentas simples y extraordinariamente ornamentadas con dibujos, y en muchos casos llevan atributos de cóndor, zorro, venado, halcón, gavilanes y otros animales.
La parafernalia de instrumentos musicales mochicas fue muy variada. Los confeccionaban con arcilla, metal, hueso y carrizo. Con instrumentos como las antaras o flautas de pan, las ocarinas, tamboriles, trompetas, cornetas, sonajas, cascabeles y pitos dieron armonía rítmica a sus danzas.

Bibliografía

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Autor

  • José Alcina FranchAna Molero Sánchez

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