miércoles, 24 de diciembre de 2014

Entre la microsociología y el interaccionismo simbólico: Relaciones sociales e interacción social en George Herbert Mead y Erving Goffman

Entre la microsociología y el interaccionismo simbólico: Relaciones sociales e interacción social en George Herbert Mead y Erving Goffman

    En sociología se trabajan con conceptos clave, que permiten comprender el significado y hallar una explicación a los fenómenos sociales y las acciones colectivas. Estos conceptos, se han empleado en buena parte de las escuelas de pensamiento y teorías sociológicas. Así, es de gran familiaridad, encontrar las palabras “interacción social” y “relaciones sociales”.
Entre la microsociología y el interaccionismo simbólico
    Cada escuela de pensamiento, aporta y entrelaza estos conceptos en sus paradigmas; sin embargo, teorías como el marxismo, el funcionalismo, la sociología comprensiva, el estructural-funcionalismo y la teoría crítica, trabajan con explicaciones macro-estructurales, es decir, analizan las estructuras sociales de una época determinada, sin ahondar en el elemento más básico de cualquier sociedad: el individuo.
     La inconformidad con los paradigmas macrosociales, es que los fenómenos sociales visualizados tienden a una generalización profunda. Las generalizaciones causales tienden a una problemática central, pasan desapercibidos los casos concretos de socialización en contextos sociales muy reducidos. Y en más de una ocasión, se le ha reconocido a las explicaciones microsociales, la capacidad de transformación de los actores sociales en escalas pequeñas.
    Este artículo, somete a una revisión exhaustiva, la interpretación microsocial de “interacción social” y “relaciones sociales”. Para esto, recurro a uno de los fundadores directos del interaccionismo simbólico, George H. Mead; después, realizaré un bosquejo en los escritos de Erving Goffman, principalmente en su obra La presentación de la persona en la vida cotidiana, donde expone las relaciones sociales a través de los roles sociales y los escenarios.
    En el primer apartado, realizo un esbozo acerca de los conceptos empleados por Mead para analizar la interacción social. Esto incluye “el yo”, “el mí” y “el otro generalizado”, conectándolos con el proceso de socialización.
    La segunda parte, consiste en revisar las relaciones sociales a través de los roles, expresados por medio de los escenarios sociales. Ya que el espacio es reducido, y las definiciones propuestas por Goffman son amplias, sólo trataré los elementos de mayor importancia. 
 George H. Mead: La comunicación y la adopción de roles por medio de la interacción social.
      George H. Mead es uno de los teóricos sociales más originales de la primera mitad del siglo XX. A pesar de que no escribió libro alguno, se conservan sus discursos, gracias a las notas de sus alumnos en la Universidad de Chicago. Los apuntes reúnen sus principales ideas y dan paso a una obra distinguida en la teoría sociológica. “Espíritu, persona y sociedad”, marca una etapa dentro de la sociología y la psicología social.
    En esta obra, Mead aborda la interacción social desde perspectivas innovadoras. Se apoya en el conductismo social, estudia el lenguaje como construcción social y la vía por la cual se transmiten los roles sociales y determinados valores. A partir de esto, llega a la conclusión de que los seres humanos son conformamos simbólicamente por medio del lenguaje.
    Los componentes que permiten la constitución de los seres humanos, es por medio de la socialización con otros de su especie. La personalidad, la identidad, el concepto propio del individuo y cualquier característica personalizada, son producto de la integración a los grupos sociales. Los componentes de la interacción que posibilitan la incorporación de comportamientos y conductas en los individuos, son el “yo”, el “mi” y el “otro generalizado”.
    Bajo los conceptos anteriormente mencionados, se construye la base de la persona. La comunicación transmite de forma simbólica, las normas, las pautas de comportamiento y los roles socialmente establecidos.
El otro generalizado y la adaptación del individuo.
     Los seres humanos somos seres sociales por excelencia. Esta máxima se refleja en cualquier parte del mundo. No pueden existir personas aisladas, ni sujetos que hayan adquirido su humanidad de manera autónoma e individual. Las relaciones sociales son el pilar fundamental que rige la vida colectiva.
    En “Espíritu, persona y sociedad”, hay un concepto clave, localizado en el apartado de la persona. Ahí Mead explica como es que se consolidan las relaciones sociales de manera automática, y cómo hallan su reproducción dentro de la interacción de los grupos sociales.
    Los actores sociales estamos integrados en un mundo construido socialmente. Bajo esta lógica, podemos adquirir las pautas de comportamiento validas para un contexto y que este nos valga la anexión a los distintos conglomerados sociales.
    La adaptación de los individuos parte de la adopción de las conductas socialmente establecidas. En este proceso se configura la personalidad del individuo, relacionándose con sus similares e interactuando con estos. A este proceso Meda lo define de la siguiente manera:
  “La comunidad o grupo social organizados, que proporciona al individuo su unidad de persona puede ser llamado “el otro generalizado”. La actitud del otro generalizado es la actitud de toda la comunidad. (…) Además, del mismo modo que adopta las actitudes de otros individuos hacia él y de ellos entre sí, tiene que adoptar sus actitudes hacia las distintas fases o aspectos de la actividad social común o serie de empresas sociales, en las que, como miembros de una sociedad organizada o grupo social, están todos ocupados”.
(Mead, 1968: 174)
     Entiéndase al otro generalizado, como la capacidad de los individuos para interactuar y coordinarse ellos mismos; es la introducción de los comportamientos socialmente establecidos a su personalidad. El otro generalizado se relaciona con el imaginario social de una colectividad, la diferencia radica en el contexto específico de cada comunidad. Pero no solo es eso, los actores tienen en sus manos, transformar elementos de esa cosmovisión, sin dañar en forma permanente los elementos centrales.
    De esta manera, los individuos tienen razón de ser, si son parte de un grupo, que les brinda identidad, una forma de pensar, actuar y relacionarse con los demás. La función del otro generalizado es la de adecuar al individuo en modo funcional para el grupo social o la comunidad donde se encuentre.
    Cabe mencionar que el otro generalizado puede ser modificado, a través de los roles, la reciprocidad de las relaciones sociales y con el paso del tiempo, se van transformando acorde a las tendencias y los procesos de socialización.
 El “YO” y el “MI”.
     La interacción social, sólo es posible cuando existe una reciprocidad entre las actitudes de los sujetos. Se requiere de una comprensión mutua entre los actores que interactúan, para que se produzca un intercambio de conductas y de esta manera haya una respuesta óptima.
    En la medida que los seres humanos nos entrelazamos socialmente, requerimos de ciertos elementos que nos permitan diferenciarnos de los demás, y simultáneamente nos apropiemos de las conductas socialmente establecidas. Para que haya cambio de gestos, comunicación verbal y corporal, es indispensable acoplarse a las situaciones sociales que se viven al momento. A esta dificultad, Mead agrega el concepto del “yo”. El “yo” es la capacidad que tengo como individuo para reafirmarme a través de los otros, adaptarme a su forma de pensar, actuar y de ser, de esta forma puedo interactuar libremente con ellos. Por otra parte, el “mi” es una actitud social, que se reproduce en el comportamiento de una comunidad y se inserta en el individuo, por lo tanto el “mi” establece las pautas de acción colectiva. Mead define estos conceptos de la siguiente manera:
    “El “yo” es la reacción del organismo a las actitudes de los otros, el “mi” es la serie de actitudes organizadas de los otros que adopta uno mismo. Las actitudes de los otros constituyen el “mi” organizado (…) El “yo” es la acción del individuo frente a la situación social que existe dentro de su propia conducta, y se incorpora a su experiencia (…) El “mi” surge para cumplir tal deber”.

(Mead, 1968: 186)

    El yo y el mi son las fases de la interacción, que permiten acoplarse al otro generalizado de la comunidad o grupo social. El yo es la capacidad de los sujetos para expresarse, por medio del lenguaje oral, corporal o señales, el yo reafirma a las personas con relación a los demás. Por el contrario, el mi son las conductas y actitudes comunes en un grupo, y que los individuos deben transmitir a los otros para generar la interacción cotidiana. El yo y el mi garantizan una idónea comunicación, ya sea el habla, el lenguaje corporal o los gestos, los seres humanos somos simbólicos en todos los aspectos y así es nuestra forma de interactuar socialmente.
Erving Goffman: Las relaciones sociales por medio de los escenarios y los roles.
     El análisis realizado por Erving Goffman, es innovador en la teoría sociológica, al poner su atención en los seres humanos y la manera como llevan su vida cotidiana. Goffman se centra en las relaciones sociales y como se tejen a partir de distintos escenarios, es decir, cómo es que los seres humanos somos influenciados por los escenarios sociales y éstos determinan nuestra actuación a lo largo del día.
    En “La presentación de la persona en la vida cotidiana”, se ofrece todo un marco conceptual para definir las relaciones sociales por medio de los papeles asignados a cada persona. Según sea la situación social a la que esté inserta en un momento determinado. Conceptos como la fachada, la realización dramática, idealización, el control expresivo, tergiversación, mistificación, realidad y artificio etc., son parte de la actuación que ejecutamos todo el tiempo.    
    La presentación de la persona en la vida cotidiana, se asemeja a un teatro, donde los actores sociales representan de forma casi perfecta su rol, adaptándose al guión y la actuación que el papel conlleva. Es en este teatro, donde nos conformamos socialmente y nos relacionamos conforme sea nuestro rol en turno. Corresponder al papel de hijo se representa de una forma, mientras que ser trabajador lleva otro comportamiento, lo mismo que las relaciones familiares y personales, mostramos una porción de nuestra persona; es así como nos construimos socialmente, somos determinados por el entorno y reaccionamos acorde a las necesidades del momento.
La representación: La fachada. 
    La representación de los roles sociales, está fijada por el escenario en el que se desarrolla. Todo contexto tiene un trasfondo escénico y éste determina la manera en que la persona se identifica con su actuación. El término de fachada abarca distintos ámbitos y características; entre ellos se encuentran los modales, la apariencia, la manera de dirigirse a un público, los gestos corporales, el lugar de trabajo, las actividades cotidianas entre otros.
    La fachada social es una construcción que va más allá de un tiempo determinado, y en otros casos es temporal, se acopla a los papeles que ejecute el actor. Por fachada Goffman entiende lo siguiente:
    “(…) a la parte de la actuación del individuo que funciona regularmente de un modo general y prefijado, a fin de definir la situación con respecto a aquellos que observan dicha situación. La fachada, entonces, es la dotación expresiva de tipo corriente empleada intencional o inconscientemente empleada por el individuo durante su actuación”.
 (Goffman, 1959: 14) 
    Bajo esta definición, Goffman advierte la necesidad de identificarnos con una serie de elementos distintivos. El medio en el cual nos relacionamos, el vestuario de una persona y el modo de dirigirse hacia sus interlocutores, influyen profundamente en las relaciones sociales. Si nos hallamos en un club social y es para un público selecto y distinguido, lo más probable es que un trabajador manual, una persona en situación de calle o un comerciante no sean bienvenidos. No cumplen con la vestimenta adecuada, no tienen un medio de transporte de renombre y sus condiciones sociales advierten cierta inferioridad frente al estatus de los asistentes. De cierta manera, su propia fachada es lo que los excluye de socializar y lograr concretar relaciones sociales con los estratos sociales superiores.
    La fachada no es fija, tampoco se diluye fácilmente, solamente se moldea de acuerdo a los contextos y situaciones sociales presentes. Por último, la fachada social es el rol social interpretado por un actor social, y el recibimiento que obtiene para con los otros individuos, es lo que conforma el tipo de fachada social.
La expresión subjetiva: La realización dramática.
     Cuando se habla de la realización dramática, nos referimos a la capacidad de los actores sociales por congeniar con el auditorio y expresar sus estados de ánimo y emociones; sin embargo, en muchas ocasiones el actor se ve contrariado por la dificultad del papel, ya que ostenta rasgos predeterminados, y si falla en su ejecución, tiene que lidiar con las repercusiones. Se entiende por realización dramática lo siguiente:
    “Mientras se encuentra en presencia de otros, por lo general, el individuo dota a su actividad de signos que destacan y pintan hechos confirmativos (…) Porque si la actividad del individuo ha de llegar a ser significante para otros, debe movilizarla de manera que exprese durante la interacción lo que él desea transmitir. (…) se puede pedir al actuante que no solo exprese durante la interacción las capacidades que alega tener sino que también lo haga de forma instantánea”.
(Goffman, 1959: 19)

    En la realización dramática se alternan las máscaras de los individuos; al tratar de igualar sus emociones y estados de ánimo para que la interacción resulte correcta, deben dominar ciertos comportamientos preestablecidos para aquellos roles. Siempre habrá una diferencia entre lo que se piensa, cómo se actúa y cómo se transmite al auditorio. Ésta diferencia de lo que se espera de una dramatización y lo que resulta, pone en evidencia que las actuaciones varían según el contexto, el medio y el esfuerzo que realice la persona para interpretar su personaje a la perfección.
 Bibliografía. 
Goffman, Erving, La presentación de la persona en la vida cotidiana, Amorrortu editores, Buenos Aires, Argentina, 1959, 320 Págs.
Herbert Mead, George, Espíritu, persona y sociedad, Paidòs Editorial, Buenos Aires, 1968.


Acerca de Samuel Aparicio Hernández

Egresado de la Universidad Autònoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco. Sus intereses varian en cuestiòn, desde la sociologìa de la literatura, sociologìa del conocimiento y sociologìa polìtica. La relectura de los textos clàsicos de la teorìa sociològica, polìtica y la filosofìa polìtica son su principal quehacer.

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