miércoles, 27 de marzo de 2013

Cartas inéditas revelan el lado emocional de Charles Darwin


Cartas inéditas revelan el lado emocional de Charles Darwin

Última actualización: Miércoles, 27 de marzo de 2013
Carta de Darwin a Hooker
La pena de ver a su hijo destruido tras la muerte de su nuera y la comparación de su teoría de la evolución con "la confesión de un asesinato" son algunas de las joyas que se pueden encontrar en una colección de cartas inéditas escritas de puño y letra por Charles Darwin.
La colección de más de 1.400 cartas pronto estará disponible online, publicadas por el Proyecto de Correspondencia de Darwin de la Universidad de Cambridge, en Reino Unido.
Éstas tienen un alto contenido emocional y están dirigidas a su mejor amigo, el botánico Joseph Hooker.
De las muchas cartas que Darwin escribió y recibió en su vida, algunas de las más importantes precisamente forman parte de la correspondencia con Hooker durante 40 años.
Aparte del seguimiento del desarrollo de las ideas científicas de Darwin, las misivas dan una visión íntima de una amistad victoriana.

Tinte personal

Lo que más llama la atención de los documentos es el tinte personal que contienen.
En una conmovedora carta, escrita en 1876, Darwin escribió sobre la muerte en el parto de la esposa de su hijo Francis.
"La pobre Amy tuvo convulsiones severas debido a una falla en sus riñones. Después de las convulsiones se dejó caer en un sopor del que nunca se recuperó", escribe.
Carta de Darwin
Carta de Darwin a Hooker. Cortesía de Darwin Estate y Cambridge University Library.
"Es un consuelo inefable el que no haya sufrido ni sabido que se iba para siempre del lado de su amado esposo. Ha sido un golpe más amargo para todos nosotros".
Unos años antes, Hooker le había escrito sobre la muerte de su propia hija, dirigiéndose a él como "Querido viejo Darwin", y diciendo: "Acaban de enterrar a mi niñita querida y vi tu nota".
Darwin recuerda los sentimientos de su amigo a partir de su dolor compartido.
"Te agradezco tu amable y sentida carta. Cuando te escribí desde Glasgow (carta que entiendo llegó demasiado tarde) no había olvidado tu antiguo dolor, pero no quise referirme a él ya que sabía que no sería bueno de mi parte hacerte revivir estos antiguos sentimientos, pero no me pude resistir a escribirte".
La misiva también revela la cercanía de los lazos familiares de Darwin, en particular su preocupación por su hijo.
"Nunca he visto a nadie sufrir tanto como el pobre Frank. Él ha ido al norte de Gales para enterrar el cuerpo en una pequeña iglesia entre las montañas (...) Me alegro de saber que él está decidido a hacer un esfuerzo y mantenerse trabajando ¿Hasta dónde será capaz de mantener esta sabia resolución? No lo sé".

Ventana íntima

Darwin y Hooker se conocieron en su juventud, después de que ambos viajaron extensamente como botánicos: Darwin a las Islas Galápagos a bordo del Beagle, Hooker a la Antártica.
Luego siguieron carreras científicas muy diferentes. Hooker se convirtió en el director del Real Jardín Botánico de Kew Gardens –al sur de Londres-, mientras que Darwin desarrolló sus ideas sobre la evolución por selección natural que resultaron completamente innovadoras.
Los dos hombres se veían de vez en cuando, pero su amistad floreció principalmente por correspondencia. Según Paul White, editor e investigador asociado en el Proyecto de Correspondencia Darwin, las cartas ofrecen una ventana íntima a la vida emocional de Darwin.
Charles Darwin
Charles Darwin fue el padre de la teoría de la evolución por selección natural.
"Es un maravilloso conjunto de documentos no sólo sobre la ciencia victoriana sino sobre los vínculos sociales que se podrían haber forjado en la correspondencia, y los lazos emocionales que pudieran derivarse entre dos hombres", dice White.
Darwin también usa a Hooker como caja de resonancia de sus ideas científicas. Debido a su posición en Kew Gardens, Hooker lo puso en contacto con una amplia red de contactos científicos.
Esto fue vital para Darwin. "Fue muy importante, porque había decidido vivir una vida bastante solitaria. Él no tenía una posición institucional, por lo que Darwin utilizó las cartas más que la mayoría de la gente de su época, como una ventana al mundo", comenta White.
Fue con Hooker el primero con quien Darwin compartió sus ideas radicales sobre la evolución. Según White, el hecho de que confiara 100% en Hooker como para confiarle esta información, que había mantenido privado durante varios años, fue una señal de lo cercanos que se habían convertido.
Aun así, la comunicación de sus pensamientos no estuvo exenta de temor.
"Por fin vinieron los destellos de luz y estoy casi convencido (contrariamente a mi opinión inicial) que las especies no son (esto es como confesar un asesinato) inmutables", escribe.
Está claro que Darwin estaba consciente de la naturaleza revolucionaria de sus ideas. Y Hooker argumentó con fuerza a favor de su amigo en el debate religioso que siguió. Gran parte del debate se llevó a cabo a través de cartas, con Darwin respondiéndole personalmente a muchos de sus críticos.
White sugiere que las cartas ayudan a "dar una imagen diferente de Darwin y la actividad científica, al mostrar que esta está en colaboración y no divorciada de la vida privada".
Esto se debió, en parte, a las personalidades bastante distintas de ambos hombres, dice White.
"Hooker parece bastante irascible, él se muestra mal genio y chismoso, y a Darwin realmente le encantó eso -no era una cualidad que se expresara en sus cartas. Él era más reservado, actuaba con formalidad y cortesía. Pero probablemente fue gracias a esto que expresó cosas que no habría expresado de otra manera".
Es esta apertura, en conjunto a la luz que arrojan sobre la obra de Darwin, lo que hace estas cartas tan fascinantes.

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PAPEL DE LOS AFRICANOS Y LOS NEGROS Y MULATOS EN EL MARCO DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL.


PAPEL DE LOS AFRICANOS Y LOS NEGROS Y MULATOS EN EL MARCO DE LA INDEPENDENCIA  NACIONAL.

Ponencia presentada ente el Congreso de Historiadores, en el 150 aniversario de la  Independencia Nacional, el 18 de febrero de 1994

Fuente: Revista CLIO. Órgano  de la Academia Dominicana de Historia, de la República Dominicana. No. 161-02. Año 1994. Pág. 29 a

Por Franklin Franco Rosario
Historiador.

Entre las cosas positivas que-nos dejó el período; en que nuestra sociedad vivió integrada a la República de Haití, 1822-1844 uno de los hechos  más  relevantes lo fue la abolición de la esclavitud, y consecuentemente, la liquidación del prejuicio racial anti negro y el afianzamiento en el seno del pueblo, del principio de la unidad de raza. El racismo, tara antisocial surgida durante el periodo de la colonización esclavista española, sólo quedó presente entre los hateros, y los comerciantes importadores y exportadores, éstos últimos,  casi todos de origen extranjeros.

El primer ensayo independentista dominicano, ocurrido  en 1821 bajo la dirección  del licenciado José Núñez de Cáceres, fracasó precisamente porque no tomó en cuenta, ni la importancia de la abolición de la esclavitud, ni mucho menos adoptó medida alguna que afectara los profundos sentimientos racistas de la minoría aristocráticas  que le acompañó en su aventura. Bien  mirada la historia nacional con objetividad y sin apasionamiento, esa conducta de Núñez de Cáceres, abrió de par en par las puertas de la integración dominicana a la República de Haití.

Uno de los grandes méritos del fundador de la República Juan Pablo Duarte, estriba en haber comprendido la importancia estratégica de la unidad de raza en su proyecto independentista, destinado a llevarse en efecto en una sociedad integrada  en más de   un 95% por negros y mulatos de todos los matices. Esa  unidad de raza,  que Duarte adoptó como consigna, explica el Dr. Alcides García Lluberes,  “existía  en el país como  consecuencia forzada de la ocupación haitiana” y en tal virtud, era de suma importancia para el proyecto independentista, partir de esa realidad, para ganar a su favor el apoyo  de la inmensa mayoría de la población.

Paro el lograr imponer ese principio, no fue tarea fácil para Duarte. Entre  otras cosas,  por su propia procedencia social y racial, y además, según explicación de la hija del prócer, doña Mariana de la Concha de Serra, porque la sociedad secreta La Trinitaria,  “parecía al principio un movimiento racista de los descendientes puros o casi puros de europeos” (Duarte de la Reforma, Alcides García Lluberes, BAGN No.105.pág 124). Por su parte. Rosa Duarte, hermana del patricio dejó constancia de que originalmente en el seno de la Trinitaria, Duarte encontró resistencia a sus ideales de unidad racial.
Cuanta esa insigne mujer,  testigo singular, que en reunión donde se discutía el proyecto de Constitución que su hermano había  elaborado, cuando se pasó a discutir un artículo sobre  los derechos ciudadanos que expresaba que “ la ley no reconocía más vileza que  la del vicio, ni más  nobleza que la virtud, ni más aristocracia  que la del talento, quedando para siempre abolida la aristocracia  de la sangre como contraria a la unidad de raza, que es uno de los principios fundamentales de nuestra asociación política “, fue “ combatido acaloradamente” y que por  ello “ Duarte en un rapto de irritabilidad, hizo pedazos la Constitución que estaba escribiendo ( Rosa Duarte. Apuntes para la historia de la isla de Santo Domingo y para la biografía  del general dominicano Juan Pablo Duarte. Véase también; Duarte y la Unidad de Raza de Alcides García Lluberes. BAGN. No. 102, 1976. Pág. 132).

Esa resistencia fue finalmente vencida, pues de otra manera no puede comprenderse la presencia de Sánchez y Mella, dos mulatos, en calidad de dirigentes de la Trinitaria.
No se conoce la fecha  del ingreso de Sánchez y Mella, en el movimiento independentista dominicano, pero se  infiere que  ingresaron al mismo después  de 1840, cuando La Trinitaria empezó a crecer, debido a la profundidad de la crisis que comenzó a registrarse en aquel momento en el régimen de Boyer, en  cual si bien se inició como un gobernante liberal, terminó sus días convirtiéndose en un déspota.
Meses antes del surgimiento de la República Dominicana, se enrolaron en el ideal independentista cuatro dirigentes militares de color,  cuya presencia sería en verdad determinante para consolidar la consigna duartiana de  unidad de raza, como postulado esencial  del proyecto independentista: José Joaquín , Gabino, Eusebio y José Puello Castro. La idea de sumar a los hermanos Castro a la causa trinitaria, fue obra  de José Diez, tío de Duarte, quien según un interesantísimo documento histórico de aquella época, intervino en una reunión de los independentistas, expresándole las siguientes palabras; “Señores, no se cansen ustedes. Mientras no inicien (sic) en la revolución algunas personas que hay aquí que tienen bastante (sic) influencia en casi todas las clases  de la ciudad, principalmente en la gente de color, no hacen anda” (Emilio Rodríguez Demorizi. Documentos para la Historia de la República Dominicana. Pág. 13. Archivo General de la Nación. Vol. V. Editorial El Diario. 1944)

Este documento señala que fue el mismo José Diez la persona elegida por el grupo reunido, para efectuar los contactos con los hermanos Puello, a fin de ganar apoyo a la causa trinitaria.
La integración de los hermanos Puello fue  un detalle capital, por no decir decisivo,  dentro de los planes independentistas, pues se convirtieron, junto con Sánchez, en el símbolo que representaba la unidad racial del proyecto, y ello permitió sumar una buena parte de la gente de color, negros, mulatos e  incluso, a africanos puros, traídos a nuestra raza durante los últimos  años de la colonización  española y durante la dominación francesa.
Para que se tenga una idea de la magnitud del hecho,  es importante consignar que la población  dominicana de entonces, según un investigador norteamericano que visitó nuestro país por aquellos años, el teniente David Dixon Porter, enviado por el Presidente de los Estados Unidos, ascendía a 165,000 habitantes, y  estaba compuesta de la siguiente manera; 5,000 blancos; 60,000 cuarterones; 60,000 mulatos; 14,000 mulatos oscuros: y 20,000 africanos. (D. Dixon Porter. Diario de una misión secreta a Santo Domingo. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1978)
Es decir, apenas el tres por  ciento de la población  dominicana en los momentos de la independencia, era blanca, mientras la población de color, en sus diferentes matices, ascendía  al 97%.
En (La verdad y nada más Imprenta Nacional, 1843, Rep. en Clío No. 15, mayo-junio de 1935. Pág. 78). Presenta declaraciones de Manuel María Valencia, sobre el temor de la gente de color,  sobre el movimiento revolucionario independentistas, para volver a la esclavitud.
Destaca don Vetilio. Alfau Duran, que las  masas negras y los mulatos y ex esclavos que  no habían olvidado los horrores de su anterior  condición  durante la dominación española y francesa de  nuestra zona, muchos pensaban que si la parte Este se desligaba de Haití, el restablecimiento de la esclavitud hubiera sido un hecho inevitable (Vetilio Algau Durán. “En torno a Duarte y la Unidad de la Raza”. Revista CLIO No. 100. Julio  de 1954. Pág. 108)
Sin embargo la presencia de los afrancesados y antiguos funcionarios  del gobierno de Boyer, en  la dirección  política del movimiento independentista, con Tomas Bobadilla  a la cabeza, creó ciertos temores entre los integrantes de la milicias africanas, y esto originó que a las pocas horas después de proclamada la Independencia Nacional, se  registrase un motín en Monte Grande, sección Guerra, que sólo pudo ser resuelto, cuando la Junta Central Gubernativa envió al otro día a ese lugar a Manuel Jiménez y al propio Bobadilla, para brindar garantías de que la esclavitud no sería restablecida.
Y  al día siguiente, mediante su primer decreto el primer gobierno dominicano estableció que; “La esclavitud ha desaparecido  para  siempre del territorio dominicano, y el que propagare lo contrario, será considerado como delincuente, perseguido y castigado si hubiere lugar (Emilio Rodríguez Demorizi. Documentos para la Historia de la República Dominicana. Vol. I. Pág. 18.  Año  1944. Archivo General de la Nación. )
Y  además, el jefe de los sublevados, capitán Santiago Basora, nacido en África, fue  designado oficial comandante del grupo de militares del Presidente de la Central Gubernativa
Rufino Martínez destaca sobre  el Batallón Africano, que a partir de espíritu de igualdad reinante entre los dominicanos”.
Ese mismo autor subraya, en la reseña Biográfica  que escribió sobre Basora, (Ver Diccionario Biografico-Historico Dominicano, 1821-1930 de Rufino Martínez. Colección Historia y Sociedad No. 5. Vol. CLII. Año 1971. Editora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Pág. 60 ) que el Batallón Africano brindó decidido apoyo  a Duarte y a sus partidarios, cuando  en junio 9 del 1844, estalló el conflicto entre los trinitarios y los enemigos de la Independencia y de la plena soberanía nacional, quienes querían  colocar nuestra patria, unos bajo el protectorado de Francia, y otros, el retorno de la dominación colonial española. Ese día el sector nacionalista, que seguías las ideas redentoras de Duarte, que defendía la Independencia plena, decidió expulsar del seno  de la Junta Central Gubernativa, al grupo conservador.

Los más revelador; el cónsul francés Saint Denis, propulsor  junto a Bobadilla, Caminero y Báez y otros más del plan del protectorado, en esos momentos ideólogos de Santana, en carta que escribiera a su jefe en París, Guizot, dando cuenta del anterior acontecimiento, señalaba “que  Puello y Duarte mal vistos de la población y los notables, no tienen más apoyo que de los oficiales que los rodean y un centenar  de antiguos esclavos seducidos o engañados por sus promesas”
Como se conoce, la lucha entre los que tenían fe en  la permanencia de la República sin la merma de su soberanía, y el grupo antinacional  partidario de la enajenación de nuestra Independencia, culminó con el apresamiento de Duarte y sus partidarios, y más tarde,  con la expulsión  perpetua ordenada por Santana en agosto del 1844. Como es natural, luego que los conservadores asumieran totalmente el Poder, por su franco apoyo a los trinitarios, el Batallón Africano fue mirado con recelo, y por ese motivo, fue enviado a la región Sur, donde permaneció por más de dos años.

En julio de, 1844, luego de un  serio incidente  donde   se vio envuelto un español ,residente en Puerto Rico, quien visitó nuestro país paran reclamar  la entrega de  varios esclavos suyos que habían  huido de aquella isla, y que según argumentaba, se encontraban enrolados en el Batallón Africano, la Junta Central Gubernativa, presidida ya en esos momentos por el general Santana, temerosa de un levantamiento de la población de color, mediante decreto, declaro Como libres "a todos los esclavos que pongan pie en el territorio de la República". Ese mismo decreto además expresaba, que "cualquier ciudadano de la República, sin distinción de clase ni persona, que hiciese armar buques para ir al África a extraer esclavos o que se prestase y ocupase de este tráfico vergonzoso e inhumano, comprándolos o vendiéndolos, será considerado como pirata, juzgado y castigado con la  pena de muerte. Ese decreto fue la respuesta obligada del gobierno a las pretensiones, no sólo del español residente en Puerto Rico, quien por poco pierde la  vida en las manos del Batallón Africano, siendo salvado por la presencia del general Santana, sino de otros nacionales, o como se expresa en el considerando el mismo decreto, de "algunos espíritus mal. Intencionados, que quieren sembrar la división y la desconfianza propagando falsa y maliciosamente, que a los que fueron desgraciadamente esclavos en otro tiempo, se les pretende reducir a tan ignominioso yugo" (Emilio Rodríguez  Demorizi. Academia Dominicana de la Historia. Documentos  para la Historia de la República Dominicana. Vol. IV Editora El Caribe, 1981. Pág. 39
Con el mismo recelo que fue mirado el Batallón Africano de parte del sector proteccionista o anexionista dominicano, también lo fueron los hermanos Puello. Pero el gran arraigo que tenían en el seno de las masas populares, y a su vez, debido al crecimiento de su prestigio, sobre todo del general José Joaquín, luego de que éste derrotara al ejército haitiano en la Batalla de la Estrelleta  1885, impidieron en principio que se actuara contra ellos. Esto último, a pesar de las presiones del Cónsul francés, Saint Denis, principal consejero y protector de Santana, quien demandó en varias ocasiones alejarlos de toda posición de mando.

Saint Denis consideraba que José Joaquín Puello, "en todo tiempo enemigo de los blancos y hostil a la Francia, por perjuicio de su casta, no debe ser tratado con  miramiento. Peligroso para la tranquilidad y el mantenimiento del orden, capaz de todo exceso por lograr sus fines, es indispensable alejarlo de los negocios  y aún del país. Es lo que trabajo activamente y sin que haya ninguna duda. Si llego a obtener como lo espero, que sean alejados de la villa los soldados negros, que son su sola fuerza, no tenemos nada que temer de él. El comando de la plaza de Santo Domingo, del cual está investido desde hace cuatro meses, le ha hecho peligroso para todos los partidos sin excepción" (F. Rodríguez Demorizi. Correspondencia  del Cónsul de Francia en Santo Domingo, Vol. 1. Pág. 122. Colección Tmjillo 1944).

Según un informe del Vicecónsul inglés, Harrison J. Thompson, en Puerto Príncipe, a su Cancillería, elaborado siguiendo testimonios de agentes ingleses en Santo Domingo, luego que la Junta Central Gubernativa asumió la responsabilidad del protectorado, en reunión efectuada el 26 de mayo de 1844, el coronel Puello "reunió a los habitantes y rodeó el Palacio Nacional, gritando: 'abajo los traidores que quieren vender la patria", e insistiendo en la expulsión de dos de los miembros de la Junta, el señor Bobadilla y el señor Caminero, anteriormente firmes partidarios del Presidente Boyer.

"El clamor que se produjo fue tan grande, que estos dos individuos se vieron obligados a buscar Precipitadamente protecci6n en casa del señor Juchere (Saint Denis) el Cónsul francés, quien amenazó con cañonear la ciudad si se cometía alguna violencia para apoderarse de sus personas en su casa. El Cónsul se adelantó y dijo que la Convención era únicamente un proyecto, el cual no había recibido todavía la sanción de su gobierno, cosa que en cierto grado pacific6 a la gente e hizo que todos se dispersaran".

"Después, el coronel Puello envió algunos emisarios  al interior del país a invitar a la población negra a que se uniera a 151, y a decir que el deseo de los franceses es el introducir nuevamente la esclavitud en el país". (Emilio Rodríguez Demorizi. Documentos para la historia de la República Dominicana. Vol. 3. Archivo General de la Nación 1959).

Para 1947, José Joaquín Puello, a quien Santana mantenía en cargos de importancia, al decir de Saint Denis, por "necesidad" se encontraba en la cima de su carrera política y militar, y en medio de la profunda crisis económica y social que sacudía el país en aquellos momentos, era visto por amplísimos sectores nacionales como el posible sucesor del Presidente de la  República. Esta situación levantaba odio y envidia en ciertos representantes extranjeros, como el francés, y también entre varios miembros del gabinete de Santana, donde Puello ocupaba ya las funciones de Ministro de Hacienda y Comercio.
García señala a este respecto que José Joaquín Puello "era blanco de la saña de muchos hombres de importancia que veían en su preponderancia política un estorbo, hora para realizar cualquier conspiración, hora para llevar a cabo proyectos antipatrióticos, de los  cuales  se le miraba opositor" (José G. García. Negocio de los Puello. Clío No. 96, Pág. 100,1953).

Bernardo Pichardo, por su parte, nos dice que el General Puello "gozaba de universales simpatías, sobro todo en la gente de color" que componía la mayoría de la población. Por esa razón "la camarilla que entonces rodeaba a Santana vio que aquel bravo y denodado general no tardaría en llegar a ser presidente, y hubo de aconsejarle al mandatario, cuyo poder y prestigio empezaba a debilitarse y disiparse, que diera un paso enérgico para matar en flor las esperanzas de aquellos que ya se agrupaban en derredor de Puello".
(Bernardo Pichardo. Resumen de Historia Patria. Pág. 89-90. Colección Pensamiento Dominicano. 1969).

Además de las diferencias que, por razones de principios en la cuestión de la defensa de la soberanía nacional, mantenía el general Puello con los proteccionistas sin fe en el destino de nuestro país, en julio de 1847, una disposición del Poder Ejecutivo que favoreció la inmigración de personas de la raza blanca, creó un costado nuevo en el marco del mismo conflicto. El general Puello, quien ya formaba parte del gabinete de Santana, manifestó abiertamente su oposición a esa disposición, demandando que se permitieran las mismas facilidades de los blancos a los negros y demás personas de color.

Señala Víctor Garrido en su libro Los Puello que para el general Puello, "la libertad de la gente de color tenía como pedestal la independencia absoluta. Cuando se solicitó su concurso se lo dio al obtener seguridades de que se trataba de volver a Colombia. Ahora que el gobierno andaba en tratos con franceses v españoles, él desconfiaba. Si se perdía la independencia podía caerse de nuevo en la esclavitud. El mismo podía volver a ser esclavo. Cuba y Puerto Rico eran un ejemplo de cómo gobernaba España. "La manera de evitar la caída, si se quería importar extranjeros, era trayéndolos de todos los matices, sin discriminación de color ni raza. La agricultura,

Quiero concluir señalando, que los negros y mulatos criollos, y los africanos puros, grupos que en aquel momento constituían la inmensa mayoría de la población de la nación dominicana, con los hermanos Puello, y con Sánchez como sus máximos representantes, siguieron el camino trazado por Duarte, pues se opusieron de manera decidida y abierta, al proyecto proteccionista que apoyaban Santana, Bobadilla, Báez, Camineros y demás conservadores.
Esa conducta aseguró el mantenimiento de la independencia nacional, aunque desgraciadamente,  no por mucho tiempo, pues como todo el mundo conoce, el grupo antinacional, enemigo de Duarte, luego de liquidar a los principales dirigentes militares negros criollos y africanos -Santiago Basora y su grupo fueron expulsados por Santana en 1849- culminó su tarea convirtiendo en 1861 a nuestro país de nuevo en colonia española.

El Ferrocarril Sánchez – La Vega, Don Gregorio Riva, auge y descendencia, su gran precursor, una obra que no debió colapsar




El  Ferrocarril Sánchez – La Vega, Don Gregorio Riva,  auge y descendencia, su  gran precursor,  una obra que no debió colapsar
FUENTE; obra SANCHEZ, cien  años  de vida municipal,  autores; Mercedes Mata Olivo, Dulce María Olivo y Graciela Paredes R., Impreso en los talleres litográficos de la editora Nordeste, Santo Domingo,  Junio 1986, fotos y texto
Es  a partir de 1880, cuando en la República Dominicana, se  presentan las condiciones para la instalación de  proyecto de la  primera vía férrea del país  contemplaba   abarcar los pueblos de Samaná y Santiago, pero solamente  se extendió hasta La Vega de Jima a San Francisco  de Macorís años más tarde, con el  la región del cibao entro en pleno desarrollo económico, social y cultural
La historia del ferrocarril Sánchez-La Vega, no se puede escribir sin sobresaltar el  nombre de su gran  precursor el  progresista comerciante  y hacendado Don Gregorio Riva, que con su extraordinario aporte contribuyó a la realización de la construcción  de la vía férrea. Con este  visionario proyecto conllevaría al desarrollo de la República Dominicana, en especial los municipios de Sánchez y La Vega,  como también la región del Cibao.
Riva, descendiente de suizos, nació en Moca y radicado en La Vega, donde se dedico  su empresa de  producto agrícolas para la  exportación , el cual  fomento la  siembre del cacao en toda esta región, canalizando los Ríos Yuna y Camú, a fin de hacerlo navegable,  como forma de  facilitar los transporte de pasajeros y productos agropecuarios del Cibao Central. Hombre de mente ágil de  de estupendas ideas para hacer negocios
Gregorio Riva, llevo a Sánchez, maestro que se dedicaran a la enseñanza del  español,  porque en esa época pocos habitantes dominaban  el  idioma, por la  enorme influencia de; ingleses, franceses,  y holandeses que se habían ubicado en la Península de Samaná. Era poseedor de grande extensiones de terrenos, en el área de Santa  Capuza, siendo él   de quien emana la idea de construir un ferrocarril,  algo inexistente y irreal en  esa época en el país
Para su construcción, don Gregorio Riva,  llevó a cabo una serie de actividades, la cual dieron  en el futuro el  ansiado proyecto. Una de las primeras medida fue la instalación de un  magnifico hotel, ubicado en sus predios de Santa Capuza,  donde  recibía a distinguidas  personalidades extranjeras, procedentes de Glasgow, Escocia, Islas Británicas, quienes finalmente financiaron la  obra. Fue en 1875, cuando  obtuvo del gobierno  dominicano, una autorización  para canalizar el Río Yuna, por espacio de 50 años y es por lo que edifica un almacén de depósito en San  Antonio de Yuna, el  antiguo San Rafael de Angelina o Río Abajo, después bautizado como Villa Riva en su homenaje.
En 1879, el norteamericano Allen H. Crosby, logra  una concesión  del gobierno dominicano, para  construir un ferrocarril de Samaná  a Santiago. Al saber la buena nueva, Riva se  sintió muy entusiasmado, no obstante, éste proyecto perjudicaría su empresa de la canalización  del Río Yuna, y es a él  a quien se le encomienda materializar la referida obra. Se  vio precisado entonces a hacer un viaje a Glasgow, Escocia, lugar en el que gracias a sus  hábiles Ideas, pudo atraer el capital de una compañía escocesa, la cual adquirió los derechos que en el ferrocarril  poseía el señor Allen H. Crosby, , convirtiéndose en propietario el empresario escocés Alexander Baird.
En  el 1886, en el cual se iban a ultimar los trabajos de construcción  del ferrocarril, Don Gregorio Riva solicitó  al gobierno dominicano, la reparación  de los perjuicios experimentados por la pérdida de sus derechos en la canalización del río Yuna, y el gobierno de buen grado, le pagó una cuantiosa suma de dinero.
Inicio de la obra  del ferrocarril: A partir  del 1880, con  el capital de la  obra  ya aprobado para la construcción , el cual  tratando de unir  las ciudades de Samaná y Santiago,  sólo llegó a  cubrir la línea Sánchez – La Vega, construcción  ejecutada por el  señor Alexander Baird. Y como maestro director al ingeniero escocés, nacido en La India Charles McGregor, quien se  radicó en este país, lo cual fue tronco de la familia Imbert McGregor.
El lugar en que se  iniciaron las  construcciones  de la Vía férrea estaba localizado en Santa Capuza, una  hacienda perteneciente a Don Gregorio Riva. Oficinas, Fábricas, Muelles, Alcantarillas, Extensión de Rieles, Movimiento de maquinas propulsoras, se llevaban avanzadas en la construcción, cuando llegó al país  el propietario de la empresa. Es  en ese momento, que ocurre el traslado de la construcción del ferrocarril de Santa Capuza a Las Cañitas.
En torno a las razones de este cambio existen dos versiones: < 1ra. Es la que  dice  el destacado educador borinqueño Eugenio María de Hostos, en una de  las cartas que escribiera  en su viaje  por Sánchez en el año de 1887,  desde  Almacén del  Yuna ( hoy Villa Riva) y reproducida  en el  libro Hostos en Santo Domingo, Volumen I, del afamado escritor sanchero Don Emilio Rodríguez Demorizi;  “ según parece, el  ingeniero a quien, junto con la administración local de la empresa, había transpuesto las instrucciones recibidas, y el director sintió y manifestó tan viva  y ardiente indignación , que resolvió destruir y perder los trabajos hechos y gastos ocasionados,  trasladando a Las Cañita, el material, oficinas, la población”>
Según la 2da.  < El traslado se hizo en razón  de  que, Joaquín Hernández (papá Joaquín), el propietario de la mayor cantidad de terrenos de Las Cañitas, concertó un acuerdo con el inversionista de la empresa ferrocarrilera, Alexander Baird, ofreciéndole regalar una porción  de sus terrenos ubicados en Las Cañitas, para la construcción  de dicha obra, a cambio de que se le exonerase del pago de boletas de transporte a la familia Hernández, hasta la quinta  generación, a partir de él.>
En consecuencia el traslado  de la construcción del ferrocarril a Las Cañitas, en 1885, esta comenzó  a experimental un desarrollo en constante crecimiento, por lo que el Congreso Nacional, mediante Resolución No. 2325 del 8 de mayo de 1885 declaró a Las Cañitas, “Puerto habilitado para ser abierto al comercios marítimo exterior, tan pronto estuvieren listos los muelles, depósitos e instalaciones correspondientes. Que el propietario  del ferrocarril Samaná-Santiago estaba obligado a construir; la causa fundamental  de la apertura del puerto de Las Cañitas,  era  por el  esplendor y progreso que éste lugar poseía, por ser estación primera del ferrocarril, la  que enlazaba a Sánchez con la ciudad de La Vega.
Su inauguración.  Con el  traslado de la construcción  del ferrocarril Samaná-Santiago, que se había iniciado en el paraje Santa Capuza y ubicado nuevamente en el paraje Las Cañitas, los trabajos para la terminación de esta magna obra se estaban  realizándose  a ritmo acelerado empleándose un mayor número de trabajadores  que  estaban  bajo las órdenes del Ing. Charles McGregor.  El 13 de mayo de 1884, estando  en  su etapa final de construcción, partió de la estación de Las Cañitas en recorrido de prueba, una locomotora llevando consigo diez  y nueve  (19) vagones, concomitantemente, a la instalación de los elementos necesarios para el funcionamiento, como oficinas, almacenes de depósitos, vía férreas, muelle, se construían en áreas cercanas, bonitas residencias edificadas   de acuerdo al estilo victoriano. Estas grandes viviendas eran parte de las facilidades que disfrutaba el personal administrativo o de posiciones  jerárquicas en la compañía
El 16 de agosto de 1887, fue inaugurado el ferrocarril de Samana-Santiago (que en línea era de Las Cañitas (hoy Sánchez)-La Vega). Y luego se construiría  el segundo tramo con fondo del gobierno dominicano, que abarcaría  desde Jina a San Francisco de Macorís, inaugurado esta 2do. Etapa  el  16 de agosto de 1895. El 3er tramo que cubrió  la ruta Las Cabuyas – La Jagua San Rafael (hoy Villa Tapia)-Salcedo y Moca, inaugurado el 28 de septiembre de 1908.
Ruta  del ferrocarril Sánchez-La Vega. Estación Sánchez, Km. 0; Rincón de Molinillo, Km. 19; Ciénaga Vieja, Km. 24; Arenoso, Km.27; Villa Riva, Km.32; Bomba de Yaiba, Km. 42; Ceiba de Hostos, Km. 45; Sabana Grande, Km. 50; Pimentel, Km.55; Las Guáranas,  Km. 64; La Jina, Km. 72; San Francisco de Macorís, Km. 80; Cenovi, Km. 84; Las Cabuyas Km.87; La Vega, Km. 100; La Jagua San Rafael (hoy Villa Tapia), Km.93: Salcedo, Km. 99; Moca, km. 111.
Los días de salida de la estación de Sánchez, eran lunes, miércoles  y viernes y de la estación de La Vega, Martes, Jueves y Sábados, los  horarios para ambas estaciones eran las seis (6.00) de la mañana, los precios del transporte por personas en primera clase RD$3.50   y en segunda clase, RD$2.50.
La principal finalidad del ferrocarril era de transportar los productos agropecuarios que se producían en  la región del Cibao Central y Oriental, tales como Café, Tabaco, Guineos, Cera, Madera,  Pieles de Animales, Cacao, siendo este el de mayor importancia para la exportación ya que su siembra  había sido incrementada por Don Gregorio Riva, desde años anteriores
Las locomotoras  estaban numeradas del 1 al 14, habiendo dos tipos: 1ra. Las que viajaban al interior y la 2da. Denominadas Maquinas  del  Patio, la cuales tenían los números; 4m, 5, 7, 11,12 y 14,  utilizadas para transportar las mercancías llegadas al puerto de Sánchez, hasta las oficinas de aduanas. Las mismas utilizaban  como combustible carbón mineral, traído desde Londres-Inglaterra,  en el taller de mecánica  del ferrocarril, laboraban  una gran cantidad de obreros provenientes de; Las Islas Vírgenes (Saint Thomas, Saint Croix, San Marteen, Tortola,  y otras, que eran contratados  por la administración  en sus islas de origen
NOTA; es  una compilación de lo escrito en la obra arriba expresada como fuente,  por su  valor  en relación  con  el ferrocarril Sánchez-La Vega,  de gran significación para el pueblo vegano,  con la finalidad de  que sirva para el conocimiento de este extraordinario proyecto, una idea de una de las personas más visionaria  para el desarrollo de la región de Cibao, Don Gregorio Riva. Es  únicamente  nuestro interés para los conocimientos de esta generación que aún ignoran estos acontecimientos de nuestro pasado de gloria y esplendor. (U. Solís.)






LA ISLA, ORIGEN DE SU NOMBRE, LOS ABORIGENES LA LLAMABAN HAITI ó QUISQUEYA


LA ISLA, ORIGEN DE SU  NOMBRE, LOS ABORIGENES LA LLAMABAN  HAITI  ó  QUISQUEYA
El nombre que le daban los naturales, era de Haití,  según las crónica, este dato de tipo histórico  que aportan los verídico relatos de  Fray Bartolomé de las Casas y del Capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, y hasta el cronista indiano  Antonio  Herrera,  quien con  frecuencia repite  al Obispo de Chiapas. Tal testimonio fue recogido  de boca de  los soldados de la Conquista.  Hay  información   por vía indirecta , de carácter antehistórico, que alegan que  haber sido   transmitida por la tradición o por los escritores de la época que no surcaron siquiera el Océano , como  lo fue Pedro  Mártyr de Anglería, la cual  trae  confusión para el logro de la verdad objetiva de la Historia, para el esclarecimiento de la materia  , al tratar  respectivamente los nombres de Haití ó Quisqueya.
Las Casas, en su Historia de las Indias, dice “Yendo pues así  (el Almirante) mirando las tierras puso los ojos hacia  el Sueste, y visto tierra muy  grande, y es  la  grande  felicísima  isla Española, de la  cual tenía nuevas  muy frecuentísimas de los indios, que como de cosas muy  fastuosa, se la nombraban  llamándola Bohío; no supo  porque   tal nombre le pusieron, siendo toda   una lengua de los  de Cuba y de la Española, pues se llamaba sino “ Haytí”, la última sílaba lengua y aguda. Y agrega Las Casas,  “Así, que, miércoles 5 de diciembre, descubrió el Almirante la isla de Haytí a la cual  puso  después como luego Procederá, La Española.
Herrera, dice en su Décadas, Vol. V,  “No me  acuerdo que tanto durara de ancho  y largo esta cumbre,  porque  ha  mas de 50 años que estuve en ella,  llámase Haytí, la última sílaba aguda, de la cual de denominó y llamó toda la isla, y  así la nombraban todos las gentes de las islas comarcanas
Mientras que  Gonzalo Fernández de Oviedo, antes que Las Casas y Herrera, consagra el nombre de Haití con que llamaban los oriundos a la isla. “El Almirante preguntaba a los indios por Cipango,  dice, y ellos por señales le  respondían  y señalaban que era esta isla  de Haytí,  que después se llamo Española. Y creyendo los indios que el Almirante no acertaba el nombre, decían Cibao, Cibao, pensando que por decir  Cibao decían Cipango, porque en el Cibao es donde en esta isla están las minas más ricas  y de más fino oro.
Así pues, la isla que llamaron los hispanos, primero, La Española y luego Santo Domingo, los aborígenes, denominaban Haytí, (que   Pedro  Mártyr de Anglería, incurre en el barbarismo de llamar a la Isla Hispaniola) y Las Casas, dice “...y a esta  gran isla Española, nombraban Haytí, y  debían ellos decir  que en Haytí había grandes bohíos, Vol. I.) De su parte Krieger atribuye este  último nombre a los arahucanos cuando dice en  Aborigen Indian Pottery, vol. 156,  “los aborígenes arawacos llamaban la isla  Haití o Aití, dice  nombre también aplicado a la parte montañosa de la provincia de  Higuey.  Después cuando Colón descubrió la Isla, le cambio la denominación por la Española.  Este nombre más tarde ha sufrido la corruptela de la Hispaniola, término algo vago a veces adoptado por el uno geográfico desde entonces para designar la isla de Santo Domingo en concocción con la porción oriental, reservándose el de Haití para la parte occidental ocupada  por los haitianos en la actualidad.
Se ignora si este vocablo de Haití  es de origen náhoa o arahuco. En el caso de que proviniera del primero de estos  dialectos  o sublenguas  isleñas, no significaría, “tierra alta y montañosa” como  consigna algunas historias, < José Gabriel García en su Historia de Santo Domingo le da a Haití el sentido de “tierra  alta”. Moreau de Saint Rémy en su Descripción Topográfica y Política de la  parte española de la isla de Santo Domingo, se refiere cómo “los  insulares que habitaban la isla entonces llamaban Haití, expresión que, en su idioma, significaba “Tierra elevada, Tierra Montañosa”.
Porque ese idioma era polisintético como el Caribe y el  de todas estas islas, y emplearíase sólo las voz  arahuaca “tikeo (ti, elevada; keo, montañosa). Pero si Haití es náhuatl quiere decir “morada” o “templo del sol”. Padilla dice “puede ser Haití, un vocablo compuesto de náhos y Arauco y sindicaría entonces “casa elevada (de la raíz náhos” hay, casa,  y de la aruaca ti, elevada. Esta  puede ser la hipótesis más verosímil, ya que en el léxico taino la palabra  Haití es “horcón (Oviedo, Vol. 1, pág. 164)
Hay, una analogía entre Haití y su más antiguo significado, Diego Álvarez Changa en su  Carta al Cabildo de Sevilla y algunos cronicones de los escritores indianos atribuyen el nombre  de Haití  a la región costera de la bahía de Samaná, donde está la gruta “ Haití, que por  corrupción  lingüística  degenero en “ Haitises” o “ Haitiles”, por ser muchas las cavernas que se encontraban en  dicho sitio. Los moradores primitivos de la isla habitaron en esas cavernas envueltas en una leyenda indígenas ( Los aborígenes de Samaná que eran  los  ocupantes  originales de la isla que  Vivian  en las cuevas de ésta, dice Krieger,  eran muy escasos en número y estaban en relación  con los indios de la Martinica quienes  se comunicaban en  sus canoas.
Se aplicaba el nombre de Haití a una región montañosa del oeste  que según la tradición poseía frutas que ocupaban los araguacos y quizá  hasta los  yaquis, la cual Oviedo, Las Casas, y Herrera, han de  describir  como Haití
Pedro Mártyr se refiere a ella,   en sus Décadas Oceánica, dice  el cronista que la isla  fue poblada en su origen por salvajes provenientes de Martinica. Caizemú, donde la primera entrada de la isla, se extiende hasta el río que corre por la ciudad principal de Santo Domingo, y es el Hozama. Más por el Septentrión   termina en ásperas montañas, que,  por lo horrorosas que son, se llaman particularmente  Haití.
 Para Alberti y Bosch, precursor de la Prehistoria de Santo Domingo, las grutas de los Haitises la poblaron los autóctonos como es de evidencia en la caverna de San Rafael, la cual muestra  un piso cubierto por una espesa capa de cuerpo de caracol y otro detritus de mariscos.

Fuentes consultadas: por Ubaldo Solís
Dr. Gustavo Adolfo Mejía Richard, obra Historia de Santo Domingo (una  interpretación objetiva) Vol. I, Ciudad Trujillo (Santo Domingo) 1948, Instituto de Investigaciones Histórica,

“El Primer Libertador Americano”


“El Primer Libertador Americano”
“El Presentamos el artículo “El Primer Libertador Americano” lo más fiel posible a como comienza en la página 14 de la revista Carteles, edición que circuló el 6 de Febrero de 1944. Primer Libertador Americano”
Este artículo lo consideramos un ensayo de carácter histórico que trata con los caciques taínos Caonabó, Guacanagarix y Maniocatex durante los primeros días de la conquista europea en el Nuevo Mundo. También señala la traición de Alonso de Ojeda y Cristóbal Colón al honor que tanto presumían tener.
“El Primer Libertador Americano” por Juan Bosch
El día mismo que pisaba tierra americana al volver en su segundo viaje, iba a encontrarse Cristóbal Colón, por vez primera, con la sombra de un jefe que estaba llamado a llenarle de graves preocupaciones durante largo tiempo. El primer mensaje de Caonabó -"Señor de la Casa de Oro"- fue terrible: se trataba de los cadáveres de dos soldados españoles; los siguientes serían más fieros y tendrían todos el sello de altivez única que distinguió al cacique indígena, el primero que luchó en América por la libertad, el primero, también, que venció a los europeos en este hemisferio y el primero que produjo -hasta donde lo sepa la historia- una huelga de hambre en el Nuevo Mundo.
Señor de la montaña, majestuoso, altivo como el más poderoso de los reyes del mundo, parco en palabras y heroico en todos los momentos de su vida, Caonabó, que no era un salvaje cruel ni mucho menos, combatió en defensa de indios que no pertenecían a su cacicato y mostró agudeza y señorío bastante para poner en peligro el poder español en sus recién conquistadas tierras, aun inutilizado por la prisión. Mientras él vivió, Colón no se atrevió a imponer tributos a los pueblos indígenas. Aun teniéndolo encerrado en una estrecha celda, el Almirante jamás consiguió de él la menor muestra de sumisión o de debilidad y ni siquiera de respeto. Su sola presencia imponía admiración
“Propiamente, la primera escaramuza habida entre indios y españoles ocurrió sin la intervención de Caonabó; esa escaramuza tuvo lugar en lo que Colón llamó, debido a las muchas que se le lanzaron, Golfo de las Flechas, actualmente la hermosa bahía de Samaná en el oriente de la República Dominicana. Pero del cambio de flechas y arcabuzazos que hicieron ese día indio y español apenas
Salió un hombre de Colón con un ligero rasguño y un indio con una herida de espada en la región glútea. Combate propiamente, con bajas de muerte por ambas partes -de la española, todos-, no lo hubo sino en 1493, hace ahora 450 años, por cierto nadie sabe en qué día de qué mes, aunque debió ocurrir entre septiembre y octubre. Ese combate estuvo dirigido por Caonabó, del lado indígena, y Diego de Arana, del español
“Diego de Arana, escribano real, se había enrolado en el viaje del Descubrimiento -o lo habían enrolado, pues tenía cierta autoridad en virtud de su cargo de escribano del Rey- y fue escogido por Colón para capitanear el primer destacamento de puesto en el Nuevo Mundo, formado por 39 hombres a quienes el Almirante dejó en la Española cuando retornó a Europa para dar cuenta de los resultados de su primer viaje. Costeando la gran isla antillana a la que llamó la española por su parecido con la metrópoli, Colón perdió la nao Santa María, una de las tres que componían la pequeña y audaz flota descubridora; la perdida se debió a un choque con arrecifes y ocurrió el día de Navidad de 1492. Con la madera de esa nao construyó Colón el fuerte que llamó de la Navidad, el cual situó cerca de donde hoy está la ciudad de Cabo Haitiano (Cap-Haitien), y a su cuidado dejó a Diego de Arana. Colón emprendió su viaje de retorno a España pocos días después, el 4 de enero de 1493 y, apoyado en la alianza tácita que había formado con el cacique Guacanagarix, pidió a éste que atendiera debidamente a los españoles mientras él volvía, cosa que pensaba hacer en cuatro o cinco meses.
Pero el Almirante iba a tardar casi un año en verse de nuevo en la española, y a su regreso, que sucedió en noviembre de 1493, iba a ser sorprendido por noticias bien extrañas. Habiendo llegado a la desembocadura del río Yaqué, doce leguas más al este del fuerte de la Navidad, los españoles dieron con un espectáculo bastante macabro: restos de dos cadáveres, uno con una soga al cuello y otro amarrado a un tronco.
“Eso desconcertó a Colón y le hizo caer en sospechas, pues durante su anterior viaje tuvo ocasión de observar la índole generosa y nada bélica de los naturales del lugar, quienes, desde el cacique Guacanagarix hasta el último, festejaron su presencia con visibles muestras de alegría y obsequiaron al extranjero con cuanto llamó su atención, especialmente oro.
Sorprendido por el mensaje que le llevaban esos restos de cadáveres, Colón hizo registrar el lugar. Al día siguiente sus
hombres dieron con otros dos, esta vez de personas que en vida llevaron barbas. A partir de ese momento, a nadie cupo duda de que los muertos eran españoles, pues hasta donde habían visto un año antes, no había indios barbados. El extraño silencio de los indígenas sobre tales cadáveres comprobaba la suposición. Puesto en sospechas, Colón hizo interrogar a unos cuantos y oyó por primera vez ese nombre que tanto iba a preocuparlo por algún tiempo: Caonabó. Confundido por la prosodia taína, el Al-mirante escribió tal nombre así: Cahonaboa. Otros historiadores le llamarían Caonabó, pero Las Casas específica: "La última fuerte", queriendo significar que sobre la última sílaba debía caer un acento. Caonabó, pues, parece haber sido propiamente su nombre. En fin de cuentas, Caonabó, Cahonaboa y Caonabó eran una misma, cosa, designaban a un mismo ejemplar de la desdichada raza llamada a sucumbir ante los conquistadores; por cierto, a un ejemplar impresionante, de hermosa y heroica altivez, moralmente un rey nato, ante quienes los hombres comunes, y hasta el propio Colón, parecían vasallos.
“Caonabó, posiblemente extranjero o hijo de algún extranjero, era cacique de la región del Cibao cuando los españoles llegaron por primera vez a la isla. El Cibao -"Tierra de piedras y montañas"- quedaba distante de la costa norte, donde Colón estableció su base de operaciones y donde había dejado el fuerte de la Navidad. La zona donde este fuerte había sido establecido estaba bajo el cacicazgo de Guacanagarix, un típico señor taíno, amable y pacífico.
“Tan pronto el Almirante puso proa a España, para dar cuenta de sus primeros descubrimientos, los españoles de la Navidad comenzaron una era de depredaciones que tenía por objetos principales el oro y las mujeres indígenas. Con su poderosa vitalidad sujeta durante el largo tiempo que medió entre agosto de 1492, cuando iniciaron la aventura del Descubrimiento, hasta enero de 1493, cuando quedaron dueños y señores de esa nueva tierra; y con su enorme codicia estimulada por hechos tan fantásticos como los que le habían ocurrido desde que salieron de Palos hasta que quedaron destacados en la Navidad, nada extraño fue que tales hombres padecieran una explosión de todos sus instintos y que se las arreglaran para disfrutar de placeres. Así, pues, los indios de la española tuvieron que sufrir el despojo de sus mujeres y de su oro, el saqueo de sus alimentos y el despotismo de aquellos desaforados ex presidiarios y tahúres de la costa sur hispánica. Fiel a la promesa que le hiciera a Colón, y temeroso de las espingardas que había visto causar destrozos y hacer tremendas explosiones desde las naos de
Colón, Guacanagarix hizo todo lo posible por que no hubiera ruptura entre los españoles y sus indios.
“Pero Guacanagarix no pudo evitar que la noticia de los atropellos se internara en las montañas y llegara a oídos de Caonabó, señor del Cibao. Este altivo y poderoso cacique oyó las historias que le hacían y envió hombres de su confianza a comprobar las denuncias. Cuando esos hombres volvieron y le confirmaron los rumores, Caonabó puso en pie de guerra a los suyos y marcho hacia el noroeste, en dirección de la Navidad. Hacía mover sus ejércitos solo de noche. Ya en las cercanías del Fuerte organizó un sistema de espionaje en el que él era parte principal; vigilo estrechamente a los extranjeros, que no se apercibieron de la amenaza, y una noche cayo con toda su gente sobre los españoles. Guacanagarix salió a combatir en defensa de los que habían sido puestos bajo su protección y en medio de la lucha se dio con Caonabó. El fiero cacique del Cibao hirió gravemente a Guacanagarix, que hubiera muerto allí a no salvarlo los suyos. Los españoles quedaron dominados por el número y la impetuosidad de los atacantes; los que pudieron escapar fueron concienzudamente buscados en toda la región, encontrados y muertos, entre ellos, aquellos cuyos cadáveres encontró, meses después, el Almirante a varias leguas del lugar en que estuvo la Navidad. El Fuerte fue incendiado y borrada así la última huella del primer destacamento europeo en tierras de América. El vencedor, verdadero padre de los libertadores del hemisferio, retorno a su cacicato. Llevaba la satisfacción de la victoria. Ignoraba que la lucha solo había empezado
“Cuando Colon volvió a ver a Guacanagarix, al dar término a su segundo viaje, le halló herido. Puestos a sospechar, los españoles creyeron que el propio Guacanagarix había sido el autor de la matanza habida en la Navidad. El doctor Chanca, "físico" y cronista de la expedición, fue a examinarle para ver si la herida que le achacaba al legendario Caonabó era obra de sus propias manos. Al fin el Guamiquina -nombre que le dieron los indígenas a Colón- juzgó que era cierto cuanto decía el cacique taíno y que era de rigor hacer preso a Caonabó. Registrando los restos del Fuerte, Colón halló a algunos españoles enterrados, que lo fueron por disposición de Guacanagarix. El poblado de éste había sido también incendiado durante el combate. No había duda, pues, respecto a la buena fe de Guacanagarix. “Pasaron en bojeos y descanso los últimos días de 1493, y entró el 1494. El Almirante decidió fundar la primera ciudad española del
Nuevo Mundo y lo hizo más hacia el este de donde había estado el Fuerte de la Navidad, en la desembocadura de un río llamado hoy Bajabonico. Allí fue establecida la Isabela, en homenaje de Isabel II, reina de España y factor principal en la empresa descubridora. Desde la Isabela se despacharon varias columnas hacia el interior y carabelas para bojear la costa de la isla.
“Sobre esas columnas que marchaban hacia las montañas se cernía la sombra de Caonabó, el poderoso cacique que con tanta ferocidad había atacado a Diego de Arana y los suyos y de quien se hablaba entre los españoles como de un rey invencible y fiero. Todos esperaban constantemente el ataque del implacable señor indio. Impresionado también, como cualquiera de los suyos, Colón pensaba en Caonabó y cavilaba cómo inutilizarlo. El día 9 de abril de 1494 escribió, en el pliego de instrucciones que entregó a Mosén Pedro Margarit -encargado de conducir una de las columnas que iba al interior- estos párrafos significativos: "Desto de Cahonaboa, mucho querría que con buena diligencia se tuviese tal manera que lo pudiésemos haber en nuestro poder". Inmediatamente pasaba a explicar que era necesario crear confianza en el cacique, para, llegado el momento, abusar de esa confianza echándole mano. Ordenaba que se le enviase con diez hombres un regalo "y que él nos envíe del oro, haciéndole memoria como estáis vos ahí y que os vais holgando por esa tierra con mucha gente, y que tenemos infinita gente y que cada día verán mucha más, y que siempre yo le enviaré de las cosas que trajeran de Castilla, y tratarlo así de palabra fasta que tengáis amistad con el, para poderle mejor haber"
“Estas expresivas instrucciones, que demuestran cómo la mentalidad de los conquistadores ha sido más o menos la misma desde Colón hasta Hitler, terminaban señalando el mejor medio de apresar a Caonabó: "Hacedle dar una camisa -dice el almirante, dando por seguro que el cacique acabaría haciéndose amigo de los españoles y que éstos podrían tratarle- y vestírsela luego, y un capuz, y ceñille un cinto, y ponerle una toca, por donde le podáis tener e no se vos suelte".
. “Pero no era fácil "ponerle la camisa y el capuz y la toca" al jefe indígena. Incitados por él, según aseguraban los españoles, los naturales se rebelaban. A principios de 1495 el propio, Colón salió a campaña, al frente de 200 infantes y 20 hombres de a caballo. Iba a apresar a Caonabó. Dominó el alzamiento de Maniocatex y ganó la enconada batalla de la Vega Real, donde, según afirmaron en graves documentos, obtuvieron la victoria gracias a que en el momento
más álgido de la pelea la Virgen de las Mercedes hizo acto de presencia sobre una cruz plantada por Colón y a la que los indios se empeñaban en destruir. Actualmente hay en el lugar -el Santo Cerro- un santuario donde se venera a la Virgen de las Mercedes.
“Después de la batalla de la Vega Real y tras haber fundado algunos fuertes para guarnecer la ruta, Colón se retiró a la Isabela sin haber logrado su propósito principal, el apresamiento de Caonabó. La sombra trágica y vengativa de este altivo señor de las montañas dominaba el escenario en los primeros tiempos de la Conquista y cubría de arrugas la frente del Almirante cuando entró de nuevo en la Isabela, vencedor sin haber logrado su fin. Como un fantasma, Caonabó, cuyo espíritu parecía animar todas las rebeliones, seguía siendo un ser terrible y desconocido, casi una imponente leyenda, inencontrable, inaprensible, con su amenazador prestigio creciendo cada vez más.
Un día era atacado determinado fuerte español; a Caonabó se achacaba la empresa. O algunos soldados hispanos que se aventuraban a alejarse de sus compañeros aparecían muertos y mutilados; Caonabó era el autor de esas muertes. O las imágenes de santos católicos eran destruidas; Caonabó lo había ordenado. Caonabó era ya el dios del mal en la Española, el espíritu implacable, el perseguidor incansable. Colón, más sagaz político de lo que se ha querido ver, sabía que mientras viviera Caonabó su dominio de la isla sería insuficiente, porque los españoles no dejarían de temerle y los indios no se sentirían desamparados en tanto supieran que él podía aparecer un día para acabar con los invasores, como lo hizo la primera vez.
“Estudiando a sus capitanes, el Almirante resolvió poner el apresamiento de Caonabó en manos del osado y terrible Alonso de Ojeda, un hombre que iba a dar que hablar en la conquista de varios países y que a la hora de su muerte iba a pedir ser enterrado de pie en la entrada de la iglesia de San Francisco, erigida en la ciudad de Santo Domingo, porque quería purgar todos sus pecados haciendo que cuantos entraran en la iglesia pisaran sobre su cabeza. Alonso de Ojeda, ambicioso de gloria y de oro, era asaz atrevido como para internarse en las montañas tras el fiero cacique. Lo mismo que a Mosén Pedro Margarit, Colón lo instruyo de lo que, según él, era la mejor manera de hacer preso a Caonabó, y le dio despacho para la arriesgada misión
“Recién llegado a la Española, Ojeda comprendió que los indígenas tenían un lado flaco: su falta de dobles. Eran hombres tan respetuosos de sus promesas y tan rectos al proceder, que se presentaban como enemigos al que consideraban su enemigo y que no podían admitir que quien se introducía como amigo fuera otra cosa. Este descubrimiento, que lo había hecho ya Colon en su primer viaje, le llevó a la conclusión de que el plan del Almirante para apresar a Caonabó era excelente si se podía poner en práctica. Y él, Alonso de Ojeda, se sentía capaz de hacerlo.
“Como la mayor parte de los conquistadores, Alonso de Ojeda fue lo bastante iletrado para no comprender la importancia histórica de escribir o hacer escribir los lances de aquella época, y ésa es la razón por la cual se ignora de que artes se valió para internarse, sin correr peligro, en los dominios de Caonabó. El caso es que se internó y que acabó haciéndose amigo del cacique. Se había presentado ante éste como hombre de bien, y Caonabó, que no odiaba a los hombres por ser españoles y que sólo procedía a atacar a los que se comportaban como criaturas perversas, no tuvo inconveniente en tratarle e incluso en quedarse a solas con él muchas veces. Alonso de Ojeda era un hombre, y el altivo señor de las montañas no temía a hombre alguno, no importaban su color, sus armas o su vestimenta.
“En paz el país desde que, atendiendo a la demanda de miles de indios que se congregaron en el Fuerte de la Concepción para pedir al Almirante la libertad del cacique Maniocatex, Colón dejó a éste libre, y tranquilo Caonabó porque los invasores respetaron sus dominios, todo indicaba que un capitán de Sus Majestades Católicas y un cacique indio podían ser amigos. Lo fueron. Al cabo de algún tiempo de estarse tratando, una mañana Alonso de Ojeda acompañó a Caonabó al baño, que el cacique realizaba en un río cercano a su vivienda. Cuando el señor indígena se preparaba a entrar en el agua, Ojeda le dijo que llevaba para él un notable regalo, envío especial de la reina doña Isabel II al poderoso cacique; y le mostró el presente, que el indio tomó en sus manos y observó detenidamente. “-Es para llevar en los pies -dijo Ojeda-. Permitidme que os lo ponga yo mismo. “Se inclinó el español ante Caonabó y cerro los tobillos del cacique con dos aros de hierro. ¡El regalo era un grillete!
“Cumplida la primera parte de su traición, Alonso de Ojeda llamó a gritos, y entonces vio Caonabó que de la espesura salían varios hombres de a caballo, escondidos allí por Ojeda para dar feliz término a su obra. En un santiamén Caonabó fue atado de manos y puesto al anca de uno de los caballos, sobre el que montó Ojeda; inmediatamente amarraron al cacique a Ojeda y partieron los españoles a todo el paso de sus bestias. Dos días después llegaban a la Isabela
“La indignación del cacique por la celada de que había sido víctima fue indescriptible. Le encerraron y pasaron por su celda todos los españoles, deseosos de contemplar a aquel cuyo solo nombre les infundía espantado. Entonces pudieron apreciar el temple de Caonabó. Orgulloso y sensible como un rey cautivo, jamás se dignaba volver los ojos a los curiosos ni respondía a preguntas. Ni una queja salía de su boca. A pesar de que recibió órdenes expresas de ponerse en pie cuando el Almirante entrara en su celda, nunca lo hizo ni le miró siquiera; en cambio, se incorporaba si era Alonso de Ojeda el que entraba. Interrogado por que hacía eso, siendo así que a quien debía respeto era a Colón, jefe de Ojeda, respondió:. “-Sólo debo ponerme en pie ante el español que tuvo la audacia de hacer preso a Caonabó. Los demás son unos cobardes.
“Pasaba las horas mirando a través de las rejas de una ventana, contemplando el lejano horizonte con una expresión de gran señor preocupado, sin mostrar jamás una debilidad. Sus guardianes tuvieron siempre la impresión de que aquel prisionero tenía un alma más grande que las suyas. En todo momento exigió el trato que su posición requería y siempre se sintió, en la prisión, un rey absoluto. Al fin, acabó imponiéndose. Un día dijo que deseaba tener servidores indios, y se los dieron.
“Al cabo de largos meses, Caonabó pidió hablar con el Almirante. Explicó a éste que a causa de su prisión, caciques enemigos estaban atacando sus territorios y que lo menos que podían hacer los españoles era defender los hombres y las tierras de un rey que no podía hacerlo por sí mismo a causa de que ellos lo retenían en cautiverio. Con su acostumbrado señorío, mandaba a Colón como si fuera su subordinado. El Almirante respondió que era razonable la petición del cacique, y éste le pidió entonces que fuera él mismo al frente de las tropas españolas que habían de atacar a sus enemigos. Según explico, la presencia de Colon haría más fácil la empresa.
“Prometió el Almirante que así se haría y ordenó investigaciones para saber quién atacaba los dominios de Caonabó. Por esas investigaciones se supo que había de verdad en el fondo de la petición de Caonabó: mediante sus servidores indígenas, el gran guerrero había urdido un plan de vastas proporciones, capaz de dar la medida de lo que era su autor. Según ese plan, Caonabó debía obtener de Colón que éste saliera hacia el interior, al frente de un ejército español suficientemente fuerte para que formaran en el los más numerosos y mejores de los hombres apostados en la Isabela; de esa manera, la plaza quedaría casi desguarnecida, situación ideal para que Maniocatex atacara al frente de millares de indios, y libertara a Caonabó, quien inmediatamente se pondría al frente de la indiada para iniciar una guerra de exterminio sobre los conquistadores.
“Descubierta la conspiración, Colón se mostró indignado. Nada logró sacar de Caonabó. Ordeno entonces que se le iniciara proceso por los hechos de la Navidad. Aunque hasta ahora no ha aparecido copia alguna de ese proceso, se sabe que Caonabó no negó los cargos y que justificó su conducta con las tropelías que cometieron los españoles mandados por Diego de Arana. En todo momento seguía siendo de tan notable altivez, que impresionaba favorablemente a sus enemigos. Temeroso de que su muerte provocara una sublevación de grandes proporciones y, sobre todo, movido a respeto por el temple de aquel ser extraordinario, el Almirante no se atrevió a darle muerte. Un hombre así no podía ser tratado como un salvaje cualquiera. Ello habla bien de Colón, que tan falaz fue siempre.
“Cabe sólo la sospecha de que Colón creyera que podía sacar más provecho de Caonabó vivo que de Caonabó muerto. ¿De qué manera? Pues enviándolo a España a fin de que los Reyes Católicos vieran por sus ojos que clase de enemigos eran los que su Almirante tenía que enfrentar en la española. Mentiría con ello, puesto que no todos los indios eran iguales a Caonabó y ni siquiera era fácil hallar un corazón tan extraordinario entre los europeos. Pero la mentira le vendría bien.
Un día el cacique Caonabó, el "Señor de la Casa de Oro", fue sacado de su celda y llevado al embarcadero. A distancia se mecían en las aguas las naos que iban a España. Caonabó fue metido en un bote y conducida a una de esas naos.
“-¿A dónde me lleváis?- pregunto el altivo dueño de las montañas, mostrando por primera vez aprensión, bien justa porque jamás había embarcado“-Vais a España, donde seréis presentado a Sus Majestades-le respondieron. “¿A España? ¿De manera que iban a alejarlo de sus tierras, a él, el señor de tantas y de tantos indefensos indios? “-Yo no puedo dejar abandonados a los míos -reclamó. Pero no le hicieron caso. A la fuerza le metieron en la nao. Habían resuelto que iría a España y tendría que ir. Caonabó, en cambio, había resuelto que no iría a España, y no iría.
Contemplando ansiosamente las costas de la isla y las lejanas cimas de la Cordillera, el cacique pasó horas y horas mientras las naves emprendían el camino. A la de comer dijo que no quería y todos respetaron su voluntad, pensando que iba demasiado apenado y que ya reclamaría comida cuando sintiera hambre. ¡Desdichados españoles que así pensaban que se doblaría aquel poderoso espíritu a los reclamos del cuerpo!
Caonabó no comió más. Se negó a hacerlo y ninguna fuerza humana, pudo lograr de él que desistiera de su empeño. “Cuando las naos llegaron a España hacía semanas que Caonabó, el señor de las montañas, no iba en la suya. Había quedado sepultado en las aguas del océano, donde tuvieron que lanzarlo después de su muerte. Se había suicidado lentamente, de hambre, sin haber mostrado flaqueza ni una sola vez. Cuando supo el fin de Caonabó, Colón dispuso que todos los indios de la española debieran pagar un tributo anual, en oro, a los Reyes de España. Mientras él vivió, el Almirante no se hubiera atrevido a imponer esa ley arbitraría. Aun preso, Caonabó bastaba a evitar males a su raza.”
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