Los ídolos, obstáculos de la razón sociológica
Antes de comprender el
funcionamiento de cualquier sociedad es menester que comprendamos el de
nuestra razón. La razón es “algo” que está en nuestro interior, es
decir, “algo” de lo que no podemos tener experiencia, por lo que es
inevitable atribuirle un modo de existencia, una forma de operar. La
razón, usando el hermoso símil que esgrimió Zenón para marcar las
diferencias entre la retórica y la dialéctica, es como una mano que ase.
Asir los objetos, por de pronto, es la función de la razón, que no
sabemos, ni interesa, “qué” es.
Pero los objetos a veces no se dejan
asir, por lo que es necesario conceptualizarlos, volverlos conceptos
para poder trabajar con ellos. La razón hace conceptos, ase la
dinamicidad de las cosas. Dos modos tiene de hacerlo: teórica y
prácticamente. Teóricamente cuando necesita forjar conceptos generales, o
dicho en castellano simple, otear, y prácticamente cuando necesita
describir lo específico de un objeto. Los conceptos específicos son más
ricos, largos, grandes, que los generales, pero sólo son útiles “a
posteriori”, mientras que los generales son útiles “a priori”.
El sociólogo debe acercarse a las
sociedades como discípulo, dispuesto a oír, pero también como juez,
preparado para señalar lo que parece invisible. Los conceptos generales,
racionales, son como la mano abierta lista para asir, y los conceptos
específicos son como la mano cerrada presta para hacer algo, lo que sea,
con lo asido. Sin enfatizar bien tales distinciones la razón no sabrá
trazar su rumbo y se perderá entre supuestos, preconceptos, creencias,
accidentes y hasta en la preincomprensión. Fácil es ver un objeto a
medias, adoptar el concepto que lo representa lógicamente y creer que
hemos allegado un saber esencial. Dicha inocencia queda deshecha cuando
recordamos lo que Kant nos enseñó, a saber: “lo que puedan ser las cosas
en sí, no lo sé, y no necesito saberlo, porque nunca se me puede
representar una cosa, como no sea en el fenómeno” [1].
Si la razón en sí es una entelequia,
también los objetos sociales lo serán, pues nunca algo que es mera
función, acto, podrá abrigar algo que es substancia. Tenemos que hacer
tan arduos movimientos conceptuales para dejar clara una cuestión: que
la razón es un instrumento y no un recipiente. Tal axioma trastoca la
labor del sociólogo, que a sabiendas de lo anterior ya no pensará en
recoger datos, sino en interpretarlos y en trabajar sólo con lo que ha
extractado de los mismos. Pero retornemos al asunto de la razón. Ésta,
cuando nada está haciendo, cuando carece de preocupaciones reales,
inventa o halla, recordando la etimología de la palabra “invención”,
ídolos, según Francis Bacon, que son: “idola tribus”, “idola specus”,
“idola fori” e “idola theatri” [2].
El pensamiento salvaje, víctima de los
“ídolos de la tribu”, todo lo anima, a todo le encuentra una finalidad,
error que crea supersticiosos que se sienten maldecidos cuando tiran la
sal o agoreros que temen la desgracia sólo porque un gato oscuro estorba
su andar. Los “ídolos de la caverna”, “idola” specus”, causan ideas
inadecuadas, fantasmas, conceptos que deforman, y llevan al ser humano a
elegir siempre lo que no conviene, y muchos ejemplos de esto los hay en
la antropología, que define al hombre por las necesidades políticas del
día y no por su esencia, es decir, por lo que ha sido, es y será. Los
“ídolos del foro” son causados por los malentendidos que el lenguaje
urde, por el mal uso de las palabras. Y finalmente, los “ídolos del
teatro” son los personajes a los que tememos contradecir, desde héroes
militares y políticos hasta científicos afamados y filósofos sagrados.
De todo lo anterior la razón debe tener noticia para poder pensar
libremente.
Pero Francis Bacon advierte un peligro,
el de caer o en el infinito examen de los objetos o en la ligereza al
aceptar los conceptos que recibimos. Un “ídolo” no puede ser despreciado
sólo porque sí. Es necesario que reflexionemos si nos es útil o no. La
época moderna, por ejemplo, ha sido subyugada por el psicologismo, pues
todo quiere explicarlo a través de éste. Pero ciertamente el
psicologismo es eficiente para resolver algunos problemas, como el de la
estructura de la representación, noción imprescindible para toda
investigación etnológica.
¿Qué es una representación? Los
psicólogos más aguzados, los que se ayudan con la Filosofía Analítica,
dicen que es una “estructura de datos”, siendo ésta un lenguaje [3]. Y
un lenguaje es una notación codificable. ¿Qué es para el agorero un gato
negro? Es más un color que se mueve, si nos permitimos poetizar, que un
animal. ¿Y no es el color negro parte de una notación? Tenemos que
aprender a no confundir conceptos con notaciones ni “typos” con
símbolos. Después, cuando estudiemos los métodos de análisis
hermenéutico, hablaremos de los “typos”. Los primeros, los conceptos,
son puntos de partida, y las segundas, las notaciones, lo son de
llegada. Al significado de la notación llego después de haber hecho
conceptos generales y particulares, pero no llego a los conceptos
partiendo del simbolismo.
Toda notación, echando mano del lenguaje
de la filosofía clásica, es “res extensa”, lo que hay que asir, en
tanto los conceptos son “res cogitans”, los instrumentos que hay que
elaborar para llegarnos a las cosas. Los conceptos son preguntas que
hacemos como jueces a las cosas, no como discípulos. El investigador
social, deducimos, no va a la tribu o al sindicato sólo para aprender,
sino también para enseñar algo que no está a la vista o que parece no
existir. Y lo que no está a la vista y explica los fenómenos se llama
“ley”. Ley es lo que enlaza, en los términos de Kant, los “fenómenos
concordantes”. De aquí que el pensamiento histórico, que sabe que las
representaciones de toda civilización perduran en sus literaturas,
códices y tratados, sea provechoso para hacer conceptos, que hemos dicho
son preguntas eruditas.
Hiperbólicamente afirmamos que sólo en
la historia encontramos “fenómenos concordantes” capaces de explicar los
acaecimientos de hoy. Plutarco, en su exordio a la vida de Sertorio,
dijo:
Porque si hay una muchedumbre infinita
de accidentes, la fortuna tiene un poderoso artífice de la semejanza de
los sucesos en lo indefinido de la materia, y si los acontecimientos
están contraídos a un número prefijado, es necesario también que muchas
veces los mismos efectos sean producidos por las mismas causas [4].
Importa rescatar del párrafo citado la
expresión “artífice de la semejanza”. El Derecho romano nos enseña que
los préstamos de valores, “nexum”, se hacían valer merced al honor,
información que nos mueve a preguntar: ¿puede un concepto general y
moderno del honor explicar los contratos “verbis” que hacían los
romanos? No podría explicarlos, pero sí acercarnos a ellos. El “artífice
de la semejanza” del que habla Plutarco nos engañaría haciéndonos ver
en los rituales hieráticos de hoy repeticiones de los del pasado si no
estuviéramos ya habilitados para distinguir lo que es teórico y lo que
es práctico, o sea, lo que viene del concepto, de los ídolos, y lo que
viene de la realidad, de las necesidades humanas. En toda sociedad hay
jerarquías políticas y por ende alguna idea del honor, lo cual no
significa que lo que acá pensamos es honor sólo varíe en ultramar.
El concepto general de “honor” es
lógicamente sólo un tópico que sirve para buscar estructuras políticas,
sólo para eso. Acabemos nuestra lección advirtiendo que el sociólogo no
podrá conocer lo que desea si antes no conoce la tradición a la que
pertenece, esto es, los ídolos que pueblan su razón. Estudiar la obra de
Hegel, que filosofó “en” la tradición occidental, y la de Heidegger,
que lo hizo “en” un tiempo de indigencia, nos ayudará a ejercitar
nuestro juicio sociológico, necesario para saber reconocer “essentia” y
“existentia”, lo que es humano y lo que es político [5].
Fuentes de consulta:
[1] KANT, Immanuel, Crítica de la razón pura, Editorial Porrúa, México, 2005.
[2] BACON, Francis, Instauratio magna. Novum organum. Nueva Atlántida, Porrúa, México, D.F., 2000.
[3] PUTNAM, Hilary, Cómo renovar la filosofía, Cátedra, Madrid, 2002.
[4] PLUTARCO, Vidas paralelas: Sertorio, Eumenes, Foción, Catón el Menor, Colección Austral, Buenos Aires, 1951.
[5] LÖWITH, Karl, Heidegger, pensador de un tiempo indigente, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006.
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