Segunda Guerra Mundial Hitler y Eva, así fue la boda que hizo estremecerse al nazismo
Día 29/04/2015 - 10.29h
Hace exactamente 70 años que el «Führer» dio el «sí quiero» a la mujer que le acompañó en la última etapa de su vida
Desde Benito Mussolini con Clara Petacci, hasta Iósif Stalin con Nadezhda Alilúyeva. Si algo ha demostrado la historia, es que incluso los líderes más crueles tienen derecho a encontrar el amor. Por ello, y como no podía ser de otra forma, Adolf Hitler
no iba a ser una excepción a pesar de estar considerado como uno de los
asesinos más crueles conocidos hasta el momento. Su «media naranja» no
fue otra que Eva Braun, una mujer controvertida con quien decidió casarse en la madrugada del 29 de abril de 1945 bajo el replicar de las bombas que, de forma metódica, hacían llover los lanzacohetes múltiples «Katyusha» y la artillería de campaña soviética.
El desenlace de los felices esposos, no obstante, fue
incluso más trágico que su boda. Y es que, decidida a compartir el
destino del «Führer», Braun se suicidó junto a su esposo en una de las estancias del «Führerbunker»
(el refugio ubicado tras la Cancillería). Así pues, Adolf Hitler -con
56 años- y Eva Braun -con 33- se marcharon al otro mundo de la misma
forma en la que habían vivido sus últimos días en este: unidos. Su
muerte, sin embargo, supuso un respiro para los aliados, pues hizo que
las desmoralizadas tropas de la «Wehrmacht» y de las «SS» capitularan dando así por finalizada la batalla de Berlín.
Eva, la mujer perfecta para Hitler
Eva Braun vino al mundo el 6 de febrero de 1912 en
Múnich (Alemania). Hija de padres católicos, no pasaron muchos años
hasta que fue enviada a un colegio de monjas. «Los Braun habían tomado
por costumbre enviar a sus hijas al convento para completar allí su
educación. En Baviera, ninguna chica se convierte verdaderamente en una dama
si antes no pasa por una de esas instituciones especializadas donde las
jóvenes aprenden una profesión, además de ciertos convencionalismos
sociales», explica el escritor e investigador Nerin E. Gun en su libro «Hitler y Eva Braun, un amor maldito».
Tras abandonar el convento, y con apenas 17 años, esta
alemana decidió cambiar drásticamente su porvenir y optó por cursar
estudios en mecanografía y,
posteriormente, por entrar a trabajar por un sueldo ínfimo en el taller
del fotógrafo personal de Hitler. Allí fue donde conoció al futuro «Führer»
en 1929, un hombrecillo que –por entonces- empezaba a despuntar pero
que todavía no había alcanzado el poder que adquiriría en 1933 (cuando
fue nombrado jefe del Gobierno alemán tras las reglamentarias
elecciones). Días después, Eva envió una carta a un familiar calificando
a ese hombre como un «señor de cierta edad con un gracioso bigotillo». Cupido acababa de clavar su flecha.
Hitler, por su parte, correspondió a los deseos de esta
joven 20 años menor que él y ambos empezaron a verse. Así, poco a poco
la relación fue cuajando hasta que, antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial, ambos formalizaron su amor. Los siguientes años fueron perfectos para la pareja, que vio acompañado su romance de las continuas victorias del ejército nazi sobre
sus enemigos en media Europa. El dinero, además, entraba a por doquier,
por lo que el «Führer» podía dar todos los caprichos a su novia (entre
los que se incluían sus largas estancias en los Alpes Bávaros).
Sin embargo, al igual que sucedería con Mussolini y Stalin,
su amor estaba destinado a acabar en tragedia, una tragedia que llegó
cuando a los alemanes no les quedó más remedio que huir con el rabo entre las piernas de la U.R.S.S. y empezar a replegarse hasta llegar a la capital del Reich.
Finalmente, fue en las dos últimas semanas de abril cuando, rodeados
por las tropas soviéticas y bajo el fuego de la artillería, esta pareja
selló su amor contrayendo matrimonio entre los muros de hormigón del
«Führerbunker» un día antes de suicidarse.
Una boda nada idílica
La boda más famosa del Tercer Reich, un matrimonio que
muchos esperaban pero que Hitler no quiso hacer oficial hasta que vio
que su hora de morir se acercaba, se sucedió en la medianoche del 28 de abril de 1945.
Se decidió que la boda se celebraría en el salón del reuniones del
búnker, la misma estancia en la que, día tras día, el «Führer» enviaba a
miles de soldados a morir en el frente contra los rusos y desde la que
no tenía reparos en fusilar a todo aquel que considerase un traidor de
Alemania (independientemente de su edad y sexo).
«Bormann [el secretario personal de Hitler] indicó que
cambiara de sitio algunos muebles para hacer sitio. La mesa, donde se
extendía habitualmente los mapas de operaciones, se desplazó hasta el
centro de la sala. Delante de la misma se dispusieron cuatro sillones:
los dos de la primera línea, para Hitler y Eva. Los dos de la segunda, para Goebbels y Bormann, que habían sido designados testigos de la boda», explican Henrik Eberle y Matthias Uhl en su obra «El informe Hitler».
Posteriormente, se hizo llamar a un funcionario del Ministerio de
Propaganda, al que se fue a recoger en un vehículo blindado, para que
oficiase la ceremonia.
Cuando todo estuvo preparado, Hitler y Eva salieron de sus
habitaciones cogidos de la mano. Por entonces, poco quedaba ya del
glorioso líder nazi que, en otro tiempo, convencía a las masas gracias a
su vehemencia. Ahora ya solo era un hombrecillo apático al que le
costaba andar. «Su semblante estaba lívido, su mirada erraba de un lugar
a otro. Llevaba puesto el traje arrugado con el que se había tumbado en la cama durante el día. Lucía la insignia de oro del Partido, la cruz de hierro de primera clase, y la insignia de los heridos de la Primera Guerra Mundial», añaden los expertos.
Eva Braun no lucía mejor, pues estaba pálida por la falta
de sueño y se notaba que había sufrido para poder tapar sus ojeras.
Vestía, por su parte, una gorra de piel gris y un traje azul marino.
«Una vez en el salón de reuniones, Hitler y Eva Braun saludaron al
funcionario que les aguardaba junto a la mesa. A continuación, ambos
tomaron asiento en los sillones de primera fila. […] Se cerró la puerta.
La ceremonia no duró más de diez minutos», afirman los historiadores en su obra.
De esta forma, se materializó un matrimonio que Hitler
había rechazado hasta entonces. «En su condición de “Führer”, había
declarado varias veces que él no podía ligarse personalmente a ningún ser humano:
la idea estatutaria que tenía su de su función no permitía imágenes de
intimidad familiar», explica, en este caso el historiador Joachim Fest en su obra: «El hundimiento».
A pesar de que duró un momento, lo cierto es que este
matrimonio a la carrera trajo consigo una curiosa anécdota que se
produjo cuando Eva Bran tuvo que firmar la partida de matrimonio. Y es
que, en lugar de escribir «Eva Hitler», los nervios hicieron que se
equivocase y pusiese «Eva B».
Al percatarse del error, tachó aquella B de forma vistosa y garabateó
lo siguiente: «Eva Hitler. Nacida como Eva Braun». Un gracioso suceso
entre el mar de desesperación que se vivía en aquella estancia en la
que, apenas un día después, ambos se suicidarían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario