Cuando el heroísmo dominicano resucitó
La Semana Santa había concluido el 18 de abril con el Domingo de Resurrección y la gente se había incorporado a sus faenas habituales, dejando atrás los días de playa y montañas, sin la intensidad de como se celebran ahora en pleno siglo XXI, como lo vimos hace pocos días desbordada por el gasto conspicuo, carreteras saturadas de vehículos, exhibición de bellos cuerpos femeninos y de hombres atléticos y muy poca religiosidad, pese a los esfuerzos de las jerarquías religiosas de hacerlos retornar al redil de la creencia ceremoniosa de una fe ya transformada por el avance de la civilización.
Aquella vez la ciudadanía estaba atormentada por los rumores que arropaban cada sector nacional por el malestar que afectaban a los militares y a la fuerzas políticas en contra del gobierno del Triunvirato, que no pudo contener esa marea envolvente de la insurgencia, para obligar a un retorno a la constitucionalidad malograda el 25 de septiembre de 1963, cuando el profesor Juan Bosch, desencantado de su partido y de su gente en el gobierno, había decidido renunciar a la primera magistratura pero los militares golpistas, sin saberlo, lo salvaron de esa mancha en su admirable vida política.
Desde principios de 1965, el desasosiego se había aposentado en el ánimo de la población, que cada día vivía de los rumores y las locuras que cometían los policías y militares con flagrantes actos de corrupción, que se sucedían en las famosas cantinas militares, que liderados por la alta oficialidad de la Policía, permitía a los civiles nutrirse de lo que ofrecían en especial bebidas y la conspiración desembozada de los militares. Eso le daba fuerza a los grupos militares que no ocultaban sus movimientos conspirativos, ya que cotidianamente ocurrían cancelaciones, traslados de armas hacia otros cuerpos armados y los conocidos militares en ebullición eran enviados al exterior en cargos diplomáticos o como exiliados. Casi todo el mundo estaba en la honda de evitar una consolidación del Triunvirato, que estaba en sus planes de celebrar elecciones para llevar a la presidencia al doctor Donald Reid Cabral.
La tarde del 24 de abril aglomeró en la cabeza occidental del puente Duarte a decenas de dominicanos dispuestos a evitar que las tropas de San Isidro realizaran su incursión a la capital y con el cierre del puente y el bombardeo de la artillería, fuego de tanques y de fusilería, la insurrección tomó cuerpo en esa zona que se cubrió de gloria de gente sin preparación militar, pero con valor heredado de sus antepasados en aquellas épicas batallas en contra de los haitianos. A medida que se organizaba el movimiento y se pretendía instalar un gobierno dirigido por Molina Ureña, que había sido presidente de la Cámara de Diputados hasta septiembre de 1963, muchos dirigentes políticos del gobierno depuesto y militares buscaron asilo en las embajadas latinoamericanas, mientras se sucedían los asaltos a los cuarteles de la Policía, los almacenes, arsenales del Ejército, así como Transportación y la Torre del Homenaje, donde su dotación se refugiaba con miedo o se arriesgaba a cruzar a nado el río Ozama para llegar hasta Villa Duarte, mientras avanzaba la consolidación de los constitucionalistas hasta que llegó el amanecer del día 28 de abril.
Las playas de Haina y la pista de aterrizaje de la base aérea de San Isidro se vieron copadas de naves y aviones que desembarcaban hombres, armas y equipos bélicos de las tropas americanas de intervención, que supuestamente fueron invitadas a evitar que se produjera una toma del poder por los simpatizantes fidelistas dominicanos en momentos en que la guerra de Vietnam iniciaba su escalada pero que en esa fecha los 42 mil soldados eran más los que estaban situados en el país asiático. Entonces la lucha patriótica tomó un nuevo sesgo de internacionalización del conflicto dominicano.
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