PROYECTO MAURANUS DULCES DIECIOCHO
PROYECTO MAURANUS
Parafraseando al ínclito Miguel Ángel Rodríguez, si la arqueología de las Guerras Cántabras fuese mujer, hoy se pondría de largo; y si fuera un ciudadano, iría a votar. Porque hoy, 9 de Febrero, la búsqueda, localización y estudio de las huellas materiales de la conquista romana de Cantabria cumplen 18 años.No es que tal día como éste, hace casi dos décadas, alguien decidiese de repente que había que salir al campo a tratar de localizar campamentos romanos de campaña, castros asediados, asaltados y destruidos, guarniciones romanas semi-permanentes y demás. Y que había que trascender, sin dejar de utilizarlo, el discurso de las fuentes escritas y, sobre todo, la lamentable visión de una historiografía dominante empeñada por entonces en sostener lo que el tiempo (y el trabajo) han demostrado no ser otra cosa que insensateces: que no hubo nada digno de ser considerado una guerra, que todo el relato de las campañas no fue más que propaganda al servicio de Augusto, que los cántabros únicamente habitaban al sur de la Cordillera y la zona litoral estaba (muy dispersamente) ocupada por poblaciones "residuales" y poco menos que cavernícolas, que sólo hubo un único campamento romano y estuvo bajo la actual Herrera de Pisuerga, que Aracillum estaba en Aradillos, etc. No. No fue así. Hacía ya tiempo que se había dado ese paso y que se estaba trabajando en ello, como también diría el jefe de Miguel Ángel Rodríguez. Eduardo Peralta y la gente que colaboraba con él habían cruzado ya ese Rubicón. Hubo una larga y silenciosa (y silenciada) gestación hasta que aquel domingo de Febrero de 1997 todo saltó por los aires. Y lo hizo de la forma más impensable: en la portada del periódico de mayor tirada y número de lectores de la comunidad autónoma de Cantabria, el Diario Montañés.
En mi caso, se trata de uno de esos momentos inolvidables que todos tenemos grabados a fuego en las meninges y que aún recuerdo perfectamente. Estábamos en mi piso de estudiante de entonces (lugar en el que viví tres años también inolvidables, por cierto) Enrique, Borja Gómez-Bedia, Marcos Rebollo y yo, preparando (o, más bien, fumando y echando el rato) el examen de Arqueología que teníamos al día siguiente. Hacia mediodía, decidimos bajar a tomar algo al bar Potes (otro sitio mítico "de cuando aquello") y allí, al hojear el periódico, nos dimos de morros con la noticia. Y casi se nos saltan los ojos de las órbitas al leerla.
Parafraseando al ínclito Miguel Ángel Rodríguez, si la arqueología de las Guerras Cántabras fuese mujer, hoy se pondría de largo; y si fuera un ciudadano, iría a votar. Porque hoy, 9 de Febrero, la búsqueda, localización y estudio de las huellas materiales de la conquista romana de Cantabria cumplen 18 años.No es que tal día como éste, hace casi dos décadas, alguien decidiese de repente que había que salir al campo a tratar de localizar campamentos romanos de campaña, castros asediados, asaltados y destruidos, guarniciones romanas semi-permanentes y demás. Y que había que trascender, sin dejar de utilizarlo, el discurso de las fuentes escritas y, sobre todo, la lamentable visión de una historiografía dominante empeñada por entonces en sostener lo que el tiempo (y el trabajo) han demostrado no ser otra cosa que insensateces: que no hubo nada digno de ser considerado una guerra, que todo el relato de las campañas no fue más que propaganda al servicio de Augusto, que los cántabros únicamente habitaban al sur de la Cordillera y la zona litoral estaba (muy dispersamente) ocupada por poblaciones "residuales" y poco menos que cavernícolas, que sólo hubo un único campamento romano y estuvo bajo la actual Herrera de Pisuerga, que Aracillum estaba en Aradillos, etc. No. No fue así. Hacía ya tiempo que se había dado ese paso y que se estaba trabajando en ello, como también diría el jefe de Miguel Ángel Rodríguez. Eduardo Peralta y la gente que colaboraba con él habían cruzado ya ese Rubicón. Hubo una larga y silenciosa (y silenciada) gestación hasta que aquel domingo de Febrero de 1997 todo saltó por los aires. Y lo hizo de la forma más impensable: en la portada del periódico de mayor tirada y número de lectores de la comunidad autónoma de Cantabria, el Diario Montañés.
En mi caso, se trata de uno de esos momentos inolvidables que todos tenemos grabados a fuego en las meninges y que aún recuerdo perfectamente. Estábamos en mi piso de estudiante de entonces (lugar en el que viví tres años también inolvidables, por cierto) Enrique, Borja Gómez-Bedia, Marcos Rebollo y yo, preparando (o, más bien, fumando y echando el rato) el examen de Arqueología que teníamos al día siguiente. Hacia mediodía, decidimos bajar a tomar algo al bar Potes (otro sitio mítico "de cuando aquello") y allí, al hojear el periódico, nos dimos de morros con la noticia. Y casi se nos saltan los ojos de las órbitas al leerla.
Ahora,
cuando todo esto está más que aceptado, social y académicamente, puede
sonar raro, pero en 1997 la noticia supuso una verdadera revolución y
puso patas arriba todo el panorama científico sobre la conquista romana
de Cantabria (y, por extensión, del norte de la península Ibérica). Y,
por supuesto, fue encajado peor que mal por el stablishment
universitario. El primer ejemplo lo vivimos al día siguiente, durante el
propio examen de Arqueología, cuando un profesor de Historia Antigua
entró en el aula, muy azorado y periódico en mano, y se puso a
cuchichear con el titular de la asignatura, que se mostraba igual de
contrariado, o más, por la noticia. Creo que tampoco olvidaré nunca
aquella escena.
Todo lo
que vino a partir de entonces daría para escribir varios libros y no es
este el lugar para tratar sobre ello. Resumiendo mucho, se puede decir
que entonces empezó una "guerra" (en sentido figurado, pero sin cuartel)
entre Peralta, su equipo y sus apoyos extra-universitarios, por un
lado; y prácticamente todos los demás que habían trabajado o trabajaban
el tema de la conquista y la romanización (que se repartían entre la
indiferencia hacia los nuevos hallazgos, la burla poco disimulada y la
abierta y declarada hostilidad), por el otro. Una guerra total, en
ocasiones sucia, donde muchas veces lo personal se mezcló con lo
científico y en la que, como no podía ser de otra forma, hubo muchas
bajas (también figuradas, pero, a su manera, muy reales).
Nosotros,
jóvenes e inconscientes, no tardamos en tomar partido. Nos liamos la
manta a la cabeza y nos fuimos a excavar con Peralta y su equipo, con
quienes, durante años (los de la "Arqueología Heroica"), compartimos
muchas penurias, pero también muchos pequeños momentos de gloria y
muchas situaciones únicas, irrepetibles y, en ocasiones, muy muy
bizarras (algunas, incluso peligrosas para nuestra integridad física y/o
mental). La Espina, Cildá, La Muela, el Cerro de la Maza, La Loma....
Todos constituyen ya una parte importante de nuestra vida, arqueológica y
en general. Yo siempre tuve clara la idea de estar "haciendo historia"
(o de estar ayudando a que se hiciera, más bien). Puede sonar
pretencioso, pero es así como lo sentía. Y creo que el tiempo me ha dado
la razón: 18 años después, el panorama es radicalmente distinto. Ya
nadie con dos dedos de frente cuestiona la existencia de las guerras ni
niega una importante presencia militar romana en Cantabria. Los
campamentos romanos son reconocidos como tales, no se acusa a nadie de
comprar denarios en el Rastro y "colocarlos" en los yacimientos y
tampoco se escucha a respetables cátedros afirmar a gritos que es
imposible que una legión hubiese acampado en el Campo de las Cercas
(tenía razón: es probable que realmente fueran dos legiones) porque, de
haberlo hecho, "habrían convertido el Besaya en una cloaca". No se ve a
los cántabros de finales del siglo I a. de C. como una especie de
Picapiedras echados al monte, sino como lo que realmente fueron: un
conjunto de pueblos profundamente celtiberizados, de cultura casi
protourbana en algunas zonas y capaces de ofrecer una importante
resistencia militar a Roma, como atestiguan los numerosos castros
asaltados y reocupados por guarniciones legionarias. Y quedan muy pocos
que sigan afirmando que lo que dicen Floro, Orosio o Dion Casio es mera
propaganda imperial. El mapa de Cantabria, el de Asturias y ahora
también el de Galicia están salpicados de nuevos enclaves relacionados
con la conquista y/o la posguerra, ofreciendo una imagen que no tiene
nada que ver con la de hace 18 años. Y siguen apareciendo más, año tras
año.
Una
de las cosas que más me fascinan de toda esta historia es ver (y leer)
cómo algunos de los que lo negaban todo hace 15 años dan lecciones ahora
sobre la importancia de los escenarios de la guerra en los montes de
Cantabria, Palencia y Burgos. Y vienen a mi memoria algunas palabras
dirigidas a mí y que tuve que oír de boca de terceros... En fin. Como
pasa siempre, el tiempo termina poniendo las cosas en su lugar. Y yo
tengo buena memoria.
En lo estrictamente académico, el congreso de Octubre pasado en Gijón
sirvió para repasar el estado de la cuestión a finales de 2014 y ha
significado, en cierta medida, la "victoria" de un Eduardo Peralta
bastante alejado, hoy por hoy, del trabajo de campo (y también la de
quienes le acompañaron en este periplo). La arqueología de la conquista
romana del norte de Hispania goza de muy buena salud y los avances en la
investigación se suceden en varios frentes.
Por
nuestra parte y aunque dejamos de formar parte de su equipo hace años
(la edad, el trabajo y esas cosas), nunca pudimos sacudirnos del todo
las ganas de seguir aportando al tema. Así, a nuestro trabajo pionero (y cañero) de 2001 le han seguido algunas otras contribuciones, como el artículo que firmamos con el propio Peralta en 2011 sobre las monedas de algunos campamentos, el que escribimos con Rafael Bolado en Cántabros. Origen de un pueblo
en 2012 o el que estamos ultimando ahora mismo, también con Rafa, sobre
los nuevos establecimientos militares muy posiblemente relacionados con
las Guerras Cántabras que hemos descubierto en los últimos años y que presentamos en Gijón.
Lo cierto es que tenemos muchas esperanzas depositadas en este último
y, sobre todo, en la investigación que tiene detrás, aún en marcha y que
sin duda seguirá dando sorpresas.
Y en
cuanto a La Espina del Gallego, el yacimiento que junto con Cildá está
en el origen de todo y que forma parte de un Bien de Interés Cultural
que engloba varios de los escenarios de la guerra desde 2002 ("Conjunto arqueológico formado por los yacimientos de La Espina del...), yo ya no creo que se pueda identificar con el Aracillum
de los textos latinos (o al menos no creo que sea la opción más
probable). Lo que parecía un castro de mediano tamaño asaltado por la
legión que avanzaba desde el sur y reocupado por una pequeña guarnición
romana ha resultado no ser exactamente eso (aunque casi). Fue tomado y
reocupado por los romanos, sí, pero era en realidad un castro muy
pequeño (una fortificación destinada a controlar el paso por la sierra).
Y todo el recinto exterior se ha revelado finalmente como una obra
enteramente romana y que defendía un punto sin duda importante en la
"Vía del Escudo", el camino militar de altura que comunicó la costa
cántabra y la premeseta durante la inmediata posguerra. A estas alturas,
lo de menos es que fuera o no Aracillum. Lo realmente importante
es que su reinterpretación por Peralta (fue descubierto por J. González
de Riancho en los años 80 del siglo XX), junto a la de Cildá, como un
escenario de las Guerras Cántabras supuso un punto de inflexión en la
arqueología cántabra (y, en cierta medida, en la peninsular) y abrió la
puerta a enfocar el estudio de la conquista romana de la única forma
posible: desde la arqueología. En estos 18 años la investigación sobre
el tema ha avanzado más que en los 200 anteriores y ése es un dato
incuestionable y que habla por sí solo. Celebremos pues esta mayoría de
edad como se merece. Y mantengamos el recuerdo de cómo fueron realmente
las cosas y quiénes las protagonizaron, no sea que algún día alguien
venga a contarnos otra historia y nos la terminemos creyendo.
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