El extraño ulular de Chiqui Vicioso
A caballo entre Julia de Burgos y su compatriota Salomé Ureña de Henríquez, dos figuras tutelares de este Caribe hispano –a cuyo estudio se ha dedicado con fervor inusual, además de sus poemas o su indagación social más sostenida y su propia vida– Chiqui Vicioso[1] ha puesto todo su quehacer al servicio de una fina escritura que ha logrado expresar su paso por el mundo mediante ese extraño ulular que vuelve fabulosas muchas de sus páginas y que anima, desde su catedral sumergida, una mujer nombrada Sherezada.
Entre una tradición secular aprendida al dedillo y la búsqueda incesante de su pasado se debate su vocación que busca siempre lo nuevo y lo encuentra, en ese Santo Domingo poblado de rincones místicos y a la vez tan ruidosos a los que ha dado voz, Chiqui Vicioso, devota de la verdad con su talento consagrado al encuentro de la más limpia fuente civil en su tierra natal. Como afirma el narrador y crítico Abel Prieto: «Respira y vive aquí, con nosotros, y enseguida vuela y se coloca en el paisaje del mito. Es como ella, como Chiqui, alta y definitiva»[2].
Ni la montaña ni sus fronteras han logrado desvirtuar su camino recto hacia la liberación de un ser cuya identidad ella considera poroso, mestizo, nunca renuente a integrarse a las diversas culturas que la vieron nacer.
El tema insular, apoyado en la historia de Quisqueya, se ha ido apropiando de esta voz dominicana cuya conciencia ambiental la ha ido acercando a otros poetas de la región como, por ejemplo, Ernest Pepin[3], oriundo de la Guadalupe en cuyos presupuestos literarios canta el ropaje desnudo de las islas, en especial la suya que es, como sabemos, asimismo, un archipiélago al que ya había cantado Saint-John Perse.
Puedo afirmar que la esencia poética de Chiqui Vicioso se alimenta de esa tradición y en su cantar la verdadera protagonista es esa isla encantada que la historia colocó dividida en los mapas de nuestra realidad.
El canto de Chiqui, nace en las canoas de los amerindios, en el látigo de los barcos negreros, en las herramientas y su humo cayendo sobre las chimeneas de las factorías.
Por eso, en plena urbe de Santo Domingo, Chiqui se desplaza con una naturalidad solo palpable en los sueños de los poetas románticos hispanoamericanos, como ella misma; y, por ello, la sombra de los helechos acodados en los portales cercanos a la Catedral la han obligado a pertenecer a una estirpe infinita, indoblegable, que mira al pasado para encontrar su legítima existencia en un presente de violentas contradicciones, en cuyo centro late el amor a la verdad histórica y a la defensa de la humanidad como un todo que precisamente nos dio vida durante el intercambio, por desigual que haya sido, entre las metrópolis y sus pueblos.
Insisto sobre el hecho de que la isla Quisqueya es su archipiélago indivisible, inalienable, su patria natural, su mito, en donde han florecido dos culturas, dos pueblos, que han ido conformando la clave de su voz; una voz compartida, más bien multiplicada, bendecida por las aguas y mares que la rodean y la atraviesan sin cesar.
Su vocación insular se yergue en medio de una geografía que la injusticia social ha pretendido convertir a la nada, enfrentando a dos naciones tutelares de un gesto irreversible: la conciencia americana de las culturas de los pueblos que habitan el Caribe. Estos versos suyos así lo demuestran:
Furor de los verdes y los azules
guerra entre el agua y el aire
donde el cuerpo es lo firme
es la víctima
(Canto XXII)[4]
Y en ese territorio mítico del que hablamos, enarbola la «violenta salvaguarda» de sus ancestros; carga «con su única adarga»[5] que bien sabemos es la poesía. Con ella en ristre, ha lanzado a los cuatro vientos su emblema interplanetario bien aprendido por muchas escritoras. Para Camille Aubaude sus poemas «recuerdan a nuestra conciencia la nomadía de su experiencia original».
Trotamundos impenitente, Chiqui clama en su voz la exploración de un mundo indivisible que es suyo, a cuya firmeza ha cantado con la mirada ilusa, con el empuje vital de Walt Whitman y la sabiduría hogareña de Salomé Ureña para quien ha escrito especialmente «Desvelo» uno de los poemas más significativos y trascendentes de la poesía dominicana actual.
¿Qué ha buscado sin parar en esa nomadía que nos enseña Camille Aubaude? A mi entender, la sustancia más pura de una identidad asaltada por falsos valores que son externos y que han conformado, a pesar de haber arribado a su Isla como elementos foráneos, de un modo innegable sobre todo su expresión literaria.
No puede sorprenderse el lector de que sus poemas lleven esa adarga que yo quiero emparentar con la energía citadina de Whitman pero que están ligados a ese lirismo, muy femenino, de una Emily Dickinson por quien Chiqui profesa una admiración comenzada por una lectura encantada que termina en devoción entrañable. Distintas, nacidas en ámbitos muy alejados uno de otro, Chiqui vence y sobrepasa en su decir esas zonas geográficas opuestas solo mecidas por el aire civilizador de una poesía que las identifica y las aúna porque, en su brillo, nos dan una lección inusitada de pertenencia total a una cultura no por híbrida menos original en su cenit, desplegado hasta las corrientes indómitas del Golfo.
No duda nunca Chiqui ni de su origen, ni tampoco de su estirpe, vapuleada por una experiencia secular cuyo llanto proviene de otra experiencia, la de la esclavitud africana. En su jungla antillana, se deshacen los imperios que no precisamente forjaron los seculares elefantes o las zebras sin nombre.
Y esa experiencia que no es otra que la proveniente de las costas occidentales de África se asienta también en el ojo de sus hijos, lanzados a la vorágine brutal de urbes impenetrables como Nueva York, concretamente en Harlem; o incluso en el corazón lastimado de las poblaciones trasplantadas a la Luisiana como lo registra la escritura de la martiniqueña Fabienne Kanor, en su novela Faire l´aventure[6], Premio Carbet del Caribe 2014.
Fija en medio de esa tradición, su poesía es isleña, urbana y liberadora. Transcurriendo en su paseo inteligente, saltando entre los portales que manifiestan su firmeza natural mediante los helechos tupidos y húmedos, ajenos a los mares antiguos pero cercanos a la estampa caribe de esta poeta singular. Su canto bendice la hora en que tuvimos la conciencia de pertenecer a un universo que forjamos con nuestra sangre, con nuestro sudor, con nuestra palabra húmeda de los bosques, como previera el camagüeyano amigo Nicolás Guillén.
La poesía de Chiqui es eso, todo eso, es decir, un extraño ulular entre la flora y la fauna paradisíacas de su país natal; un espejo fosforescente por donde cruzan su yo así como las aguas del pasado, las del presente y de esas que augura con su hermosa pluma de ave ingrávida hacia el porvenir.
La Habana, febrero-marzo, 2015
[1] Sherezada (Chiqui) Vicioso, prestigiosa escritora nacida en Santo Domingo el 21 de junio de 1948. Más conocida por su sobrenombre Chiqui, cursó sus estudios en Estados Unidos y Brasil. Es licenciada en Sociología e Historia de América Latina por el Brooklyn College, de Nueva York; realiza una Maestría en Educación por la Universidad de Columbia, de esa ciudad así como un Postgrado en Administración Cultural por la Fundación Getulio Vargas de Brasil. Ha sido reconocida con el galardón Anacaona de Oro en Literatura y la Medalla de Oro al Mérito a la Mujer en 1992. Su obra incluye, entre otros, los siguientes títulos: Viaje desde el agua (1981); Un extraño ulular traía el viento (1985); Volver a vivir: imágenes de Nicaragua (1986); Julia de Burgos (1987); Algo que decir: ensayos sobre literatura femenina (1981-1991) (1991); Internamiento (1992); Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897): A cien años de magisterio (1997).
[2] Ver Nota de contracubierta en Chiqui Vicioso: Eva / Sión / Es (poemas) Edición trilingüe. Traducción al inglés de Judith Kerman y Fabian Adekunle Badejo. Traducción al francés Camille Aubaude y Daniella Jeffry. St. Martin, ed. House of Nehesi Publishers, 2007, 107 págs.
[3] Ver Ernest Pépin: J´ai fait vœu d´un pays. París, ed. Biennale Internationale des Poetes en Val-de-Marne, 2014, 75 págs. Asimismo, y muy particularmente en relación con este tema caro a Chiqui, su poemario Guadeloupe ouvre ses ailes froissées (Kyenbé Kyè!), ed. Orphie, 2014. E. Pépin ha recibido el Premio Casa de las Américas en 1991 y en el año 2000.
[4] Chiqui Vicioso: op. cit., p. 14
[5] Chiqui Vicioso: op. cit., p. 17, 16
[6] Ver Fabienne Kanor: Faire l´aventure, París, ed. Jean-Claude Lattès, 2014, 364 págs
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