Burkas en el ojo ajeno: el feminismo como exclusión
Un
conductor de autobús negó la entrada a una mujer y a su bebé porque
ésta vestía un niqab. Este hecho se enmarca en un contexto de
islamofobia de género en el que se atrae a sectores críticos, como es el
feminismo, a través de una estrategia que podríamos denominar
‘purplewashing’: la utilización de los derechos de las mujeres para
justificar la xenofobia.
Hace
unas semanas, un conductor de la empresa municipal de autobuses de
Vitoria-Gasteiz decidió unilateralmente vetar del transporte público a
una mujer y al bebé que llevaba por una cuestión vestimentaria, sin
tener siquiera un reglamento en el que apoyar su decisión. La mujer iba
cubierta por un velo integral y el conductor actuó, según sus palabras,
por sentido común, por razones de seguridad y por educación y respeto hacia los demás viajeros.
Este hecho, lejos de entenderse como una agresión con lectura de género
hacia dos ciudadanas – con el agravante de la vulnerabilidad del bebé –
ha suscitado, por el contrario, un debate sobre la conveniencia de tal
expulsión y una ola de solidaridad hacia el conductor.
El
gesto de este hombre no es un hecho aislado, sino un suceso más en un
contexto de islamofobia de género que se acrecienta cada vez que se
acercan unas elecciones. La islamofobia de género es una de las
herramientas preferidas del efectismo electoral pues es gratuita y
rentable: genera más confusión que repulsa, y aglutina no solo el voto
racista y xenófobo, sino que logra apoyos en sectores críticos, como es
el feminismo, a través de una estrategia que podríamos denominar purplewashing [lavado violeta]: la utilización de los derechos de las mujeres para justificar la violencia sobre algunas mujeres.
El fondo del debate
En
los debates sobre la cuestión del velo hay una enorme confusión sobre
el objeto mismo del debate: al centrarnos en la prenda de ropa generamos
una cortina de humo que nos impide ver con claridad el fondo de la
cuestión, que no es otro que los derechos civiles y el derecho al propio
cuerpo, específicamente de las mujeres. Porque este debate, no lo
olvidemos, tiene una marca clarísima de género.
Sobre
el mal llamado burka pesan una serie de malentendidos que van desde su
denominación (la prenda que existe en Europa no es un burka, palabra con
enormes connotaciones, sino un niqab, palabra muchísimo menos connotada
pero que, tal vez por ello, no se incorpora al discurso dominante),
hasta el inmenso entramado de prejuicios sobre usos y razones para
usarlo.
Desde
algunos feminismos, especialmente herederos de unas luchas de
reapropiación del cuerpo centradas en destaparlo, en descubrirlo, en
re-sexualizarlo desde el sujeto y no desde el objeto, el velo integral
se lee como una prenda opresora. Pero cuando tenemos a una mujer y a un
bebé tiradas en mitad de la calle en Vitoria-Gasteiz, vetadas por un
conductor a utilizar un transporte público que, dicho sea de paso, ellas
también pagan con sus impuestos, no tenemos tiempo que perder en
debates sobre si nos gusta o no su indumentaria, o si es necesario que
guste y a quién. La pregunta que tenemos que hacernos con urgencia es:
¿queremos realmente legitimar al Estado para condicionar nuestros
derechos civiles más elementales a la vestimenta que llevamos? ¿Podemos
aplaudir que se nos expulse del espacio público en función de nuestra
apariencia? ¿Queremos suscribir el mensaje de que las mujeres debemos
escoger, y por ley nada menos, entre nuestra identidad y nuestra
visibilidad? Porque así de grave es el asunto: mientras nos perdemos en
elucubraciones nos estamos jugando mucho.
Feminismo contra los derechos de algunas mujeres
El pinkwashing
es la captación (el secuestro) de los derechos de las comunidades LGTBI
para hacer “limpiezas de cara” a políticas represivas, racistas y
xenófobas, que utilizan las libertades sexuales como excusa para negar a
algunos grupos de población sus derechos de ciudadanía. El caso
paradigmático es el Estado de Israel, que se publicita como el mayor
defensor de los derechos de las personas homosexuales en Oriente Medio,
sin llegar a matizar que esa defensa se refiere solo a algunos derechos y
para un tipo de personas que responden a un prototipo de raza, clase y
pertenencia nacional.
Esta
pátina de liberalismo se utiliza, al mismo tiempo, para reforzar
medidas represivas contra “los otros”, aquellos y aquellas que se
presupone que no son liberales y que, por lo tanto, no merecen tener
derechos. En el caso concreto de Israel, esto refiere a la población
palestina. Así, se crea una división de identidades totalmente binaria y
ficticia, generando la idealización de un grupo y la demonización del
otro en base a una categoría escogida de manera totalmente interesada y
tendenciosa. Por ejemplo, el pinkwashingisraelí nunca da cuenta de la opresión que ejercen sus políticas discriminatorias y su sistema de ocupación sobre la población queer palestina.
Tomando
esta idea, podríamos hablar del secuestro o la captación de los
derechos de las mujeres para justificar acciones discriminatorias hacia
algunas mujeres. En nombre de una Europa liberal y feminista (casi estoy
tentada a escribir feminista-por-un-día) y en nombre de la protección
de los derechos de las mujeres, se generan leyes machistas y
discriminatorias que vulneran los derechos de algunas mujeres.
Confundiendo el derecho a la libertad sobre el propio cuerpo con la
obligatoriedad a desnudarlo, arrebatamos a algunas mujeres su derecho a
cubrirlo, llegando incluso a exigirles que escojan entre a su derecho
inalienable al propio cuerpo y a la propia imagen, y su derecho
inalienable a la educación y al espacio público.
Porque
recordemos: no solo estamos aceptando que se expulse a mujeres del
transporte público o de los edificios municipales… estamos llegando a
permitir e incluso a aplaudir que se expulse a niñas de los colegios,
negándoles el derecho a la educación y reforzando, en nombre del
feminismo, la discriminación de género.
¿Y si están obligadas a llevarlo?
Tal vez sea este mismo proceso de purplewashing
el que nos ha convencido de que prohibir el velo integral va en favor
de la libertad de las mujeres que lo usan, incluso cuando éstas afirman
que lo usan por decisión propia.
Desde los feminismos blancos no podemos seguir desoyendo las críticas que nos hacen los feminismos decoloniales, postcoloniales,
negros, chicanos, islámicos, gitanos y etc… por nuestra política de
imposición de valores propios como si fueran universales. Cuando nos
hemos quedado sin voz señalando los privilegios masculinos, no podemos
permanecer ciegas ante el propio privilegio. Antes de enzarzarnos en
debates basados en una idea local de libertad, deberíamos tal vez
desocupar la palabra y repasar atentamente los trabajos de bell hooks,
Audre Lorde, Chandra Tapalde Mohanty, Gloria Anzaldúa
y tantas más que se han hartado de señalarnos nuestros privilegios y de
narrar otros mundos posibles que existen más allá de nuestra concepción
del mundo.
El
prejuicio muy generalizado de que todas las mujeres que llevan velo
integral lo hacen bajo amenazas es infundado y paternalista: [Enlace
retirado],
y los estudios realizados en países con suficiente población
integralmente velada como para realizar estudios (y no es el caso del
Estado español, sino el de Francia o Canadá) aportan datos curiosos:
no todas las mujeres con velo integral están casadas (la presunción de
heterosexualidad que aplicamos a las musulmanas también es parte de la
mirada islamófoba), un porcentaje alto lleva el velo integral en contra
de la opinión de sus familias, que temen verse estigmatizadas, y un
porcentaje también interesante son mujeres sin ninguna relación familiar
con el islam pero conversas recientes.
Esto
es lo que nos dicen las estadísticas: de cada historia concreta debería
poder hablar su protagonista. ¿Cuántas de las que no vestimos hijab o
niqab hemos opinado claramente sobre las razones para llevarlo sin haber
hablado jamás con una sola mujer que lo lleve? ¿Por qué los eslóganes
“mi cuerpo, mi decisión” y “si nos tocan a una nos tocan a todas” no se
aplican claramente en estos casos? Tal vez tenemos pendiente la labor de
romper esas barreras invisibles instaladas entre mujeres veladas y no
veladas, entre musulmanas y ateas, entre cristianas y anarquistas, entre
blancas, negras, gitanas, payas, gordas y flacas, convirtiéndonos en
galaxias de puntos aislados que solo se encuentran para chocar
frontalmente.
Para
terminar, defensa al derecho a decidir sobre la propia indumentaria no
se basa en una construcción idealizada y orientalista del velo o de
cualquier otra prenda. El velo puede tener tantos significados y tantas
connotaciones como una minifalda, una cresta o un tatuaje. Es evidente
por pura lógica estadística que hay mujeres que llevan el velo integral y
están en situación de violencia de género. Ya hemos aprendido que la
violencia y el machismo no entienden de clases, ni de razas: es una
pandemia que nos afecta a todas en tanto que mujeres. Pero también desde
la mirada horizontal y descolonizada entenderemos que en ningún caso la
violencia de género se soluciona aplicando más violencia sobre las
víctimas, aislándolas y lanzando el sistema judicial contra ellas.
Violencia simbólica y colonialismo
En
la mirada al velo integral también nos enzarzamos en los hilos de la
violencia simbólica. Este término, del sociólogo Pierre Bourdieu,
refiere al mecanismos que llevan a la persona o grupo oprimido a adoptar
las ideas y el punto de vista del grupo opresor.
La
violencia simbólica incluye la mirada colonial y la “tutela feminista”:
es la violencia simbólica del sistema patriarcal la que nos convence de
que las “otras” mujeres son eternas menores de edad, faltas de decisión
propia, incapaces de agenciarse sobre su vida y sobre su cuerpo, y
necesitadas de decisiones tutelares para saber qué hacer para
“liberarse”.
Bourdieu
concluye que solo puede esperarse una transformación radical de las
inclinaciones modificando las condiciones sociales de producción de las
inclinaciones. Esa modificación radical que tanto necesitamos todas y
todos, pasa por desarrollar una mirada horizontal, solidaria,
transversal que nos permita generar confluencias en un contexto de
opresión que afecta de manera muy extensa aunque de infinitas maneras
diferentes. Y pasa por entender que no habrá otra manera de dibujar
puntos de fuga a ese sistema que aunando fuerzas, miradas y potenciales,
y renegando sin fisuras a las nuevas imposiciones y de las constantes y
tentadoras violencias horizontales.
Artículo de Brigitte Vasallo en pikaramagazine.co
No hay comentarios:
Publicar un comentario