Meses antes de fallecer, así inició el general de brigada (r), Demetrio Montseny Villa, excepcional testigo de las últimas decisiones tomadas en vida por Frank País García, el testimonio sobre aquellos cruciales momentos previo al vil asesinato del inolvidable joven, por esbirros batistianos al mando del teniente coronel José María Salas Cañizares, hace 58 años en las calles de Santiago de Cuba.
“Fue exactamente a las 2:30 de la tarde de ese martes —prosiguió—, cuando tiene lugar nuestro encuentro en casa del fiel compañero Raúl Pujol Arencibia, para coordinar la posibilidad de comprar, mediante los contactos que como Jefe de Acción y Sabotaje en Guantánamo yo mantenía en la Base Naval yanqui, alrededor de 20 000 tiros ‘3006’, que podrían destinarse a la guerrilla en la Sierra Maestra y los luchadores clandestinos.
“¡Yo sabía que ustedes no me iban a fallar!, ustedes siempre llegan en el momento oportuno y sé que ustedes tienen algunos fusiles; pero, urgente hay que conseguir más”, fue la primera exclamación de Frank, recordaba Villa, al conocer la propuesta y mostrarle inmediatamente una carta del Comandante en Jefe Fidel Castro, sobre las necesidades del núcleo rebelde.
Después de precisar detalles financieros para la compra y tomar un café, la conversación giró en torno a la seguridad de Frank en aquella casa, sin sospechar que debido a la delación de una mujer sobre su posible presencia allí, en esos instantes Salas Cañizares iniciaba la siniestra “cacería” con fuerzas combinadas del Servicio de Inteligencia Militar, el ejército, la policía y la marina.
“El murmullo y natural revuelo causado por los allanamientos de viviendas cercanas —precisó—, nos puso en aviso, pero Frank no se inmutó, solo comentó: ‘Parece que quien está fatal soy yo y no Navarrete, pues nos separamos y ya tengo la policía por aquí’”. Recordaba así, que días antes él y su compañero Agustín Navarrete tuvieron al propio Cañizares y sus matones a escasos metros del recinto donde entonces se ocultaban.
“Como medida de precaución —expuso Villa—, la carta de Fidel fue escondida entre las tablas de una pared, y cuando le propongo irnos todos en la máquina que me había llevado al encuentro, Frank se niega argumentando que en otras ocasiones ha ocurrido lo mismo. Llama por teléfono a Vilma Espín, en ese instante llega Raúl Pujol y le insiste en nuestra propuesta, pero por el contrario recibe la orden de volver a su trabajo en la ferretería.
“‘El Movimiento me ha responsabilizado contigo aquí, y si algo ocurre muero contigo’, fueron las firmes palabras de Pujol. Frank le encomienda despedirnos en la puerta, para que nos marcháramos a cumplir la misión concretada respecto a las armas, y ante nuestra insistencia de partir todos reitera tras sentarse en un desnivel del piso: ‘Aquí me quedo yo’”.
Pasadas las cuatro de la tarde, indagaría luego Montseny Villa para la publicación de un libro al respecto,
“Frank y Pujol abandonan la casa por la propia calle San Germán, pero en dirección opuesta al cerco, cuando son llamados por uno de los policías. En ese instante el audaz luchador pudo haberse defendido con la pistola que portaba, pero optó por no poner en peligro la vida de los familiares de su compañero y la de los curiosos vecinos.
“Identificado por el entonces policía Luis Mariano Randich Jústiz, antiguo conocido de la Escuela Normal de Maestros, en manos de Cañizares solo transcurren escasos minutos antes de que a las 4 y 15, su cuerpo sea atravesado por una ráfaga de ametralladora, a la que siguen otros disparos a quemarropa. Según diría luego Doña Rosario: ‘Conté y taponé treinta y seis perforaciones en el cuerpo de mi hijo, y no seguí porque me parecía que le dolía’.
“El hecho tuvo lugar en Callejón del Muro y San Germán. Instantes antes habían segado la vida del valeroso Raúl Pujol, y cuando permiten el acceso de la prensa los fotógrafos encuentran el cadáver de Frank de espaldas en el suelo y el pecho hacia el cielo, los ojos abiertos y, a su lado, para simular que había intentado primero agredir a las ‘fuerzas oficiales’, le habían colocado la pistola calibre 38, que no llegó a empuñar.
“Por indicaciones de Vilma Espín un grupo de mujeres del M-26-7, junto a Doña Rosario reclaman esa noche el cadáver de Frank y es llevado a su casa, donde lo visten con el traje blanco que con tanta elegancia solía llevar. A solicitud del Movimiento dos horas después es trasladado para rendirle homenaje en el hogar de su novia América Domitro, con quien pensaba casarse en esos días en condiciones clandestinas”.
De aquellos terribles momentos relataría luego la propia Vilma en comunicación a Léster Rodríguez: “Le mandé a poner el uniforme (verde olivo) con el grado de coronel, la boina sobre el pecho y una rosa blanca sobre ella. Creo que a él le hubiera gustado que fuera así”. Además le fue colocado sobre un fondo roji-negro la inscripción “26 de Julio”.
La tarde del día 31 tiene lugar lo que en el mismo informe Vilma calificó como “la más imponente y colosal demostración de duelo que se haya visto en Cuba. Por la tarde no abrió ningún comercio para que todo el mundo pudiera ir al entierro. La ciudad entera se quedó vacía mientras se acumulaban más de 20 cuadras de gente en apretada marcha”.
De la casa de América (Heredia esquina Clarín) partió el cortejo fúnebre con los restos de Frank, y desde la antigua Colonia Española, en Trocha y prolongación de Calvario, salieron quienes acompañaban los de Pujol, para coincidir en el Parque Céspedes, desde donde tomó San Pedro en manifestación que desafió al régimen entonando las notas del Himno Nacional y gritando: ¡Abajo Batista!, ¡Asesinos!, ¡Libertad!, ¡Libertad!, ¡Viva Fidel!, ¡Revolución!, ¡Revolución!, ¡Huelga!, ¡Huelga!...
Desde balcones, techos y ventanas fueron lanzados pétalos y flores al paso del cortejo fúnebre, que se detuvo en Martí y Crombet, para rendir tributo a Josué, el hermano menor de Frank caído allí exactamente un mes antes, y varias cuadras antes de llegar al cementerio Santa Ifigenia el féretro es sacado del vehículo para continuar sobre los hombros de amigos y compañeros, sobre los hombros del pueblo.
“Fue tal la conmoción y rebeldía de los cientos de personas que colmaron la necrópolis —concluyó su testimonio el desaparecido general de brigada Montseny Villa—, que en prevención de incidentes de gravedad las autoridades judiciales plantearon llevar a cabo la inhumación en una ceremonia íntima al siguiente día. Casi al final de la tarde en la sala del necrocomio por gestiones del Movimiento clandestino es tomada la impresión para la mascarilla mortuoria del héroe.
“En la mañana del primero de agosto de 1957, fecha en que Doña Rosario cumplía los 58 años de edad, recibe sepultura el cuerpo del inolvidable joven. Contrastando con la quietud del cementerio, en las calles de la ciudad se advertía un estado de tensión, la huelga avanzaba, por siempre se adueñaba Frank de su Santiago y de toda Cuba
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