SEXUALIDAD DE PUEBLOS & ÉLITES EN LA ANTIGÜEDAD
Antes de que se produjera la catástrofe a escala mundial a la que se refiere Nietszche, el Mundo habitado por los antiguos, nuestros predecesores, no sabía nada de prejuicios sexuales a la hora de sacarle partido a sus genitales. No existía ningún dios castrador que prohibiese el follar por el follar, ni condenase como herejía el amor entre parejas del mismo sexo, y sí existían dioses propicios a las más variadas prácticas sexuales.
Si mal no recuerdo, creo que fue el dios Seth quien fue erigido como santo patrón de los que practicaban el sexo con semejantes. Con eso quiero decir que Seth era la divinidad, por excelencia, de los gays. De hecho, existen pruebas fehacientes de que los faraones (no todos, obviamente) tenían, además de sus numerosas concubinas, sus amantes masculinos. Podríamos citar a Ptolomeo IV y a Ptolomeo VII, que alternaban indistinta y gustosamente con doncellas y chicos.
El amor entre personas del mismo sexo era tenido por cosa común y socialmente respetada. Las paredes de los templos faraónicos son un ejemplo claro de que ellos entendían de manera muy distinta la sexualidad de cómo la conciben hoy día los cristianos y musulmanes. Cuando en el siglo XIX, las sucesivas expediciones europeas fomentaron el redescubrimiento de la civilización egipcia, a instancias de la, nunca mejor dicho, castradora moral cristiana y musulmana, se cometieron toda suerte de atrocidades contra murales, relieves e imágenes en las que se reproducían miembros viriles en erección o posturas sexuales explícitas.
Mientras los hijos de Abraham vivían bajo las opresoras leyes de un iracundo Yahvé, los reinos vecinos mantenían prostitutos sagrados como en Corinto, donde los jóvenes efebos formaban parte de ritos de fertilidad realizando orgías con los creyentes que rendían culto a la diosa Afrodita Urania.
Alejandro el Grande de Macedonia, el genial conquistador más conocido como Alejandro Magno, ese mismo que antes de cumplir los 30 fundó el mayor imperio conocido de la antigüedad, tenía auténtica devoción por su amigo, compañero de armas y amante Hephaestion desde la adolescencia. Su larga relación no impediría que casara por dos veces con princesas extranjeras siguiendo una rigurosa política de alianzas: Roxana de Bactria y Barsine Stateira de Persia. Cuando Hephaestion murió, Alejandro le lloró como una viuda enamorada hasta las trancas.
Si hay un dato interesante que añadir, es el gusto compartido entre Alejandro Magno y su poderoso rival derrotado, el gran Darío de Persia, por el mismo hombre: un bailarín persa llamado Bagoas. Este personaje fue, sucesivamente, el calienta camas de Darío y de Alejandro.
Busto del rey Filipo II de Macedonia.
Pero no fue el único monarca macedonio en mantener relaciones con personas de su mismo sexo. Filipo II, su padre, fue asesinado por su joven y vengativo amante tras despreciarle y mandar que fuera brutalmente violado por sus soldados.
Otros como Demetrio Poliorcetes -rey de Macedonia entre 294 y 288 a.C.-, Antioquio I (280-261 a.C.) y Antígono II de Macedonia (276-239 a.C.), también se acostaban indistintamente con hombres y mujeres... Con hombres para el placer y con mujeres para obtener descendencia.

En la Grecia clásica, de sobras es conocida la costumbre en la que los hombres adultos inseminaban a sus jóvenes chavales para inculcarles sus conocimientos, además de ejercer de mentores-tutores hasta que les saliera la primera barba. El papel de la mujer, por aquel entonces, se reducía al de paridoras y ni siquiera tenían el derecho a participar en la educación y manutención de sus hijos varones. Tampoco se permitía a la mujer el acceso, como espectadora, a las competiciones olímpicas en las que los atletas demostraban sus aptitudes y potencial completamente desnudos.
En Esparta, se veneraba al hombre con un ideal difícilmente comprensible en la sociedad actual, de ahí que se conciba como crueldad el hecho de que al nacer un bebé con malformaciones o defectos que vulneraban los cánones del hombre ideal, tirasen al crío desde una roca para matarlo. Las razones eran obvias: un impedido no era productivo para su sociedad militarizada.
Por otro lado, desde muy críos, los hijos varones eran separados de sus madres y de las niñas de su edad, para recibir una durísima instrucción y formación militar antes de llegar a la edad adulta. Se fomentaba la relación entre compañeros y que se formasen, en cierto modo, parejas entre ellos; la excusa o motivo eran buenos: cimentaba la unidad y la eficacia de la tropa pues, como explicaba un filósofo, al ser amantes, siempre intentaban superarse el uno al otro, darse mútuo ejemplo de valentía y arrojo, y luchar hasta la muerte para que su pareja nunca sintiera vergüenza de él.
Esta idea fue, curiosamente, retomada y aplicada con éxito por un célebre almirante francés, el Baílio de Suffren de Saint-Tropez, en pleno siglo XVIII.
Cayo Julio César Augusto, el conquistador de las Galias que cruzó el Rubicón, fue de mozo el muerdealmohadas del rey Nicomedes de Bitinia, quien pasó literalmente de sus exhuberantes esclavas negras para acostarse con el romano Julio; de allí su apodo de "putita de Bitinia".
Tanto es así que la mala fama empezó a perseguirle, arrastrando el rumor de que era "mujer de todos los hombres, y marido de todas las mujeres" porque encima tenía afición por las damas casadas. Los cornudos no debían de llevarlo muy bien, que digamos.
Legendaria y poco conocida también su pasión por el caudillo galo Vercingetorix, del cual, al parecer, estaba prendado como una colegiala cuando éste rindió las armas en el 52 a.C. Pero como el guerrero galo le dio calabazas, Julio lo mandó atar a su carro durante su triunfal entrada en Roma, y luego lo dejó macerar unos cinco años en una celda antes de mandarle ejecutar. Eso si, romántico antes de que existiera el término, mandó guardar la rubia cabellera de Vercingetorix para confeccionar con ella una peluca.
Sin embargo y curiosamente, permanece su tardía aventura con Cleopatra VII Filopator, última soberana de un decadente Egipto y de una dinastía griega caída en la endogamia, madre del supuesto hijo de éste, el archiconocido Cesarión que supuestamente pereció a manos de los soldados del bizarro emperador Octavio Augusto. Y digo supuesto, porque ciertos historiadores dudan de que Cleopatra VII quedase preñada por el César, e insinúan que Cesarión no era más que el bastardo fruto de una coyunda con un apuesto legionario romano.
Busto del emperador Tiberio.
Sus sucesores y emperadores Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Domiciano,Verva, Trajano, Adriano, Cómodo, Heliogábalo y Valentiniano III le superaron con creces en proezas sexuales. Si a Tiberio le ponía la líbido a cien nadar entre decenas de mozalbetes cachondos en su retiro de Capri, a Heliogábalo le obsesionaba retozar con hombres bien formados, viriles y superdotados, algunos auténticos mandingos de enormes atributos, especialmente traídos ante él de cualquier rincón del vasto Imperio Romano, y disfrazarse para ellos de prostituta. Le pasó incluso por la cabeza que le operasen para convertirlo en una auténtica mujer... cosa que no pudo ser.
Cabeza del emperador Heliogábalo. Abajo, estátua de Antinoo, el joven amante del emperador Adriano, que se convirtió en un modelo de belleza masculina.
Si Adriano se nos antoja más tranquilo y romántico, por su gran amor por el adolescente efebo Antinoo, que trágicamente pereció ahogado (no se sabe si por accidente o por ser objeto de un ritual de sacrificio religioso), Calígula se nos presenta como un perverso personaje de gustos eclécticos, de gran lubricidad e incomensurable sadismo que no las tenía todas consigo. Supongo que el hecho de convertir a todas las esposas de senadores y prohombres de Roma en prostitutas de una multitudinaria orgía, cobrando entrada cual proxeneta, rebasó la copa de la paciencia de los que tenían que sufrirle y servirle.
Más respetable aparece Claudio, casado con la reina de las putas y de las arpías habidas y por haber, la más que recordada Mesalina que acabó por envenenarle.
Un famoso general romano de la época del emperador Marco Aurelio, de nombre Macrinio, poseía una barba roja y una musculatura impresionante que hacían de él el macho más solicitado y adorado tanto por hombres como por mujeres. Pero estaba locamente enamorado de un joven llamado Cneo Virgilio quien, para colmo, sufría del mismo mal que Julio César: la epilepsia. Eso no impidió que ambos batallaran duramente durante las campañas bélicas de Marco Aurelio, y Cneo Virgilio encontró, precisamente, una muerte heróica al término de una de ellas. Muerto el amante, Macrinio se consoló entre los brazos de un joven robusto y viril guerrero germano al que había hecho prisionero.
Y siguiendo con el tema de la Roma imperial, recordar que era costumbre entre hombres abrirse la túnica y mostrar sus genitales para indicar que les interesaba mantener relaciones sexuales con el contrario (fuese hombre o mujer). Costumbre también, en el momento de prestar juramento, era la de agarrarse el paquete al jurar, y no como se suele hacer hoy día llevando la mano derecha al corazón.
Pero en aquella Roma antigua, si el sexo entre hombres era permitido y tolerado, era a condición de que el ciudadano libre penetrara a un hombre de estatus inferior, fuera esclavo o prisionero de guerra. Que ocurriera al revés era considerado humillante e inaceptable, una afrenta para el honor y el orgullo romano.
Volviendo a los Judíos, quizá merezca la pena citar la historia de amor existente entre el rey David y Jonathan, hijo del rey Saúl, cuando eran adolescentes.
Para rematar el apartado, citar como curiosidad la civilización hindú con su famosokamasutra, especie de bíblia del sexo que no sólo iba dirigida a los amantes heterosexuales, sino que también ofrecía una amplia gama de posturas para los amantes del mismo sexo, y cuyas ilustraciones esculpidas adornan el templo de Khajuraho, en la India.
Pero, para hacer justicia a los demás pueblos, he de seguir desgranando otras curiosidades dignas de mención.
En Papúa, Nueva Guinea, existe una tribu bautizada con el nombre de "Pueblo Sambia" por el antropólogo Jared Martin. Su peculiaridad reside en que los hombres y las mujeres viven separados unos de otros, como si de dos comunidades distintas se tratase. Los niños y niñas de la tribu Sambia no pueden jugar juntos y revueltos, ni siquiera tratarse o mirarse. Cuando los varones alcanzan los siete años de edad, abandonan los brazos de sus madres para integrarse en la comunidad masculina donde se practican relaciones sexuales entre ellos; los recién llegados deben iniciarse a un ritual en el que han de practicar felaciones a los adultos y tragarse su semen para, supuestamente, adquirir todo el vigor, la virilidad y la fuerza del sexo masculino. Cuando los chavales adquieren la mayoría de edad, tienen la opción de elegir pareja entre las muchachas núbiles de la tribu para perpetuar su descendencia, aunque para la mayoría de estos jóvenes el contacto con el sexo femenino supone un trauma al estar tan acostumbrados a tener relaciones sexuales con otros hombres.
En Perú, los indios Moches o Mochicas eran en su mayoría homosexuales y dejaban patente sus prácticas sexuales en todo tipo de objetos de uso cotidiano, sobretodo en vasijas de barro y cerámicas, tal y como atestiguan piezas de arte rescatadas de muchas tumbas moches descubiertas recientemente. Por lo visto, cuando los conquistadores españoles arribaron a Perú y pudieron comprobar las prácticas sexuales de los Moches, éstos no dudaron en reprimir duramente a los nativos, en castigarlos y en destrozar cualquier objeto u obra de arte que recordase aquella manera de entender la sexualidad que iba contra las creencias católicas. En "La Crónica de Perú", se citan a los capitanes españoles Pacheco y Olmos como los que censuraron cruelmente las costumbres Moches.
En "La Historia verdaderad de la Conquista de la Nueva España" de Bernal Díaz, se cuenta que los Huastecos, nativos que vivían cerca del Golfo de México allá en el siglo X, eran todos someticos (homosexuales) y que rendían culto al falo con adolescentes que asumían el papel de sacerdotes de Quetzalcoalt. En sus rituales sagrados, eran práctica corriente aplicarse enemas por puro placer y el cacique, gobernante de Cempoala, era atendido por jóvenes esclavos sexuales.