La Pepa
“La nación no es el Estado, sino el espíritu que al Estado anima y así como el Estado se nutre de cuerpos, la nación se nutre de espíritus”.
27/03/2012 - Autor: Francisco Javier López Zuloaga - Fuente: www.cronicadelquindio.com
Así llamada la jactanciosa, rimbombante y singular Constitución española del 19 de marzo de 1812, que define a España “La Nación Española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. Fue en Cádiz, puerto del Atlántico, cerca al río Guadalquivir y los exquisitos vinos de Jerez, donde se gestó la nación española.“La nación no es el Estado, sino el espíritu que al Estado anima y así como el Estado se nutre de cuerpos, la nación se nutre de espíritus”.
En los hilos de la historia ya se había desmadejado el ovillo, con la expulsión de los judíos andaluces en 1492 en tiempos de los reyes católicos, por una consecuencia lógica de la creación del Santo Oficio.
Otra dramática expulsión la de los moriscos entre 1609 y 1614 por parte de la Inquisición, en el reinado de Felipe III y de su valido el duque de Lerma. Los moriscos eran campesinos que vivían en las tierras agrícolas del Levante y en los valles de Aragón, Zaragoza, Huesca, Teruel, otros eran artesanos, y los cristianos los consideraban competidores en el mercado laboral. Se les acusaba con justicia o sin ella de practicar clandestinamente la religión de Muhámmad.
Para los perseguidos judíos, la acusación era diferente, derivaba de las supuestas prácticas clandestinas de la religión de Moisés. Para terminar con este criptojudaismo, los inquisidores aconsejaron su expulsión.
Cerradas las sinagogas, desaparecían los relapsos “herejes” y judaizantes. Los moros fueron expulsados buscando la seguridad nacional y por el temor a un desembarco otomano. La expulsión de los judíos, de distinguidos médicos valencianos, de banqueros como Isaac Abravand, descuartizaron a España. La misma expulsión de los moriscos, tuvo como consecuencias gravísimas la decadencia comercial de los borbones, al desaparecer la industria de la seda en Granada y Toledo.
En una sociedad cuyo lenguaje más socorrido en las tascas, toldillos improvisados y plazas era sobre los hidalgos, pícaros, soldados, frailes, vagabundos y mendigos, donde se había instaurado la limpieza de sangre porque los hidalgos, burgueses, duques, marqueses y condes, no querían tener vínculos con judíos y moriscos. Se formó una sociedad de castas más que de clases.
Pero llegó la Pepa, la Constitución de 1812, luego de Carlos IV, que hizo triada matrimonial como hemos repetido con María Luisa de Saboya y Manuel Godoy, su válido.
Una Constitución que estableció los deberes del patriota “El amor a la patria”, “la obligación de ser justos y benéficos”. La contribución “con los haberes para los gastos del Estado”, “la obligación de defender la patria con las armas”.
Se acordó como de notable importancia la “instrucción pública”, la enseñanza prioritaria de las letras: “leer y escribir en castellano y aprender el catecismo católico”; estimular que todos los españoles consiguieran con su trabajo hacerse propietarios.
Los más destacados liberales, Arguelles, Muñoz Torrera, Toreno. Una sola Nación. La Constitución de 1812 convirtió a los súbditos y vasallos en ciudadanos. Las revoluciones liberales se habían iniciado con la inglesa del siglo XVII, con Carlos IV, cuya cabeza fue cortada en 1649; la revolución americana de 1716 y la francesa de 1789 y la política imperial de Napoleón.
Nota bene: Estamos sorprendidos con la buena elección del Fiscal de la Nación, la Corte Suprema enmendó los errores de antaño, con las virtudes de hogaño. La justicia no puede politizarse.
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