domingo, 2 de noviembre de 2014

LA ESCLAVITUD EN EL IMPERIO ROMANO.

LA ESCLAVITUD EN EL IMPERIO ROMANO.

La condición de esclavo normalmente se tenía en el momento de nacer, se heredaba de los padres. Sin embargo, puede pasar a ser esclavo y verse privado de la libertad un ciudadano libre como castigo a un delito de robo, de deuda no pagada, de otros varios casos. El cautiverio de extranjeros era, con todo, el método mediante el cual se incrementaba más el número de esclavos.
La condición jurídica del esclavo se define en una palabra: no es persona. No teniendo libertad, no es ciudadano ni tiene familia. Carece también de patrimonio y no tiene derecho a sostener un pleito por cuenta propia. El dominio del dueño sobre él es absoluto y sin limitación alguna, igual que el que ejerce sobre cualquier objeto de su propiedad. El dueño puede, por tanto, vender o regalar su esclavo, castigarle, pegarle, hacerle matar.
Veamos, en primer lugar, la constitución y trabajo de los esclavos domésticos.
La servidumbre doméstica del ciudadano rico se llamaba familia urbana. La casa tenía un intendente a la cabeza y, por bajo de él, otros encargados de los muebles, de los vestidos, de la plata y de toda aquella vajilla de lujo resplandeciente de oro o de piedras preciosas que en las casas había.
Luego venían las diferentes partes del servicio.

En la puerta había a veces un esclavo, que más tarde fue sustituido por un perro encadenado, al que acompañaba al mismo tiempo un esclavo sujeto igualmente por una cadena. Estaban después los guardianes del atrio, los porteros, los instructores, los que iban levantando los cortinones delante de las visitas, y toda la tropa de criados del interior. A continuación estaban:
El servicio de los baños, desde los encargados de calentar el agua hasta los bañistas, cuya misión consistía en frotar, untar con aceite y perfumar los cuerpos.
Es servicio higiénico. Los ciudadanos romanos, en un principio limitaron el arte de la medicina a las prácticas más primitivas, pero más tarde desearon tener médicos. Grecia se encargó de proporcionarles hombres debidamente preparados en una profesión que en aquél país había estado siempre reservadas a los ciudadanos libres.
El servicio de mesa. El esclavo encargado de preparar las comidas era el último en categoría.
Posteriormente, cuando el influjo griego fue mayor, se contaban el mayordomo, los despenseros, los proveedores y toda la familia alta y baja de la cocina: cocineros jefes, simples cocineros y pinches; los que mantenían el fuego, los panaderos y mil artistas en pastelería, porque estos cargos, menospreciados o desconocidos anteriormente, habían llegado a constituir un arte que no tenía precio.
Venían luego los esclavos encargados de las invitaciones, el maestresala, los que colocaban los lechos, los que preparaban las mesas y disponían el festín; el trinchador, los que repartían el pan o los manjares, los que probaban éstos antes de ofrecérselos a los invitados; jóvenes esclavos permanecían sentados al pie de sus dueños para cumplir las órdenes que éstos les dieran o simplemente para alegrarles con su charla. Para este papel eran elegidos sobre todos los egipcios. De gran hermosura, jóvenes, cubiertos hasta los hombros por sus rizadas melenas, con una blanca y ligera túnica hasta las rodillas, cuyos pliegues sujetaba apenas un cinturón, distribuidos en varios grupos según se edad, su estatura y su color, acudían a echar el vino en las copas o derramar el agua de nieve sobre las manos y los perfumes sobre la cabeza de los convidados.
A aquellas bandas de esclavos reunidas con esmero, formadas con tantos refinamientos para las delicias del dueño, a aquella brillante compañía adornada por todas las artes y como barnizadas de elegancia, el gusto completamente hastiado del Imperio añadía los enanos, los monstruos y los mimos grotescos, pobres seres que provocaban las burlas y las risotadas de una sociedad deshumanizada y carente del sentido de la libertad y el derecho de los hombres.
El servicio exterior era una verdadera tropa de esclavos que daban escolta al dueño, yendo delante o detrás de él, por poco solemne que fuera la salida, o que acudían al anochecer a su encuentro con antorchas, o que, en el momento de las elecciones, le acompañaban entre la muchedumbre repartiendo el oro y los saludos y ayudándole a reconocer a los que pasaban, cuyos nombres le soplaban al oído.

La mujer tenía también sus esclavas propias. Eran, por ejemplo, la partera, la dueña, la nodriza, las encargadas de mecer a los niños, las portadoras, las que les daban de comer. Eran también las encargadas de los cuidados interiores, cuya tarea dice Plauto, era "hilar, moler el grano, partir la leña, manejar la escoba, y recibir palos". En el departamento de las mujeres había siempre esclavas ocupadas de hilar, coser, tejer, siendo vigiladas de cerca por las señoras. Había además esclavas encargadas del guardarropa, bajo la dirección de la ama de gobierno. Otras se distribuían entre los pormenores infinitos del tocado: el tocado, la habilidad para teñir el pelo, para pintar la boca, y mil servicios análogos como agitar el abanico, tender la sombrilla, llevar las sandalias o cuidar los perros.
Una salida a la calle era para las damas la mejor ocasión de ostentar en público la magnificencia de su casa y la delicadeza de sus gustos. La acompañaban, por tanto, los mejores de entre sus esclavos: correos y lacayos, mensajeros, emisarios de cortesía, hermosos jóvenes con elegantes melenas como guardias de honor, y gente escogida entre tantos esclavos y portadores afectos a las diversas clases de vehículos, sillas y literas, carros y carrozas, mulas y troncos de toda clase. Junto a la litera de la matrona se podían ver todas las razas del mundo: en calidad de portadores, capadocios y sirios robustos y hasta medos; más tarde, bárbaros del Danubio y del Rin; al lado, liburnios que llevaban escabeles; delante, en calidad de correos, númidas de piel de ébano, cuyo negro mate hacían resaltar mejor con placas de plata suspendidas sobre su pecho y sobre las cuales llegaban a grabar el nombre y las insignias de su dueña. A veces la dama llevaba tras sí la casa entera, un ejército, al decir de Juvenal, porque nada era superior a su manía de brillar.
El influjo de la riqueza había bastado para multiplicar hasta este punto las distintas ramas del servicio privado. La influencia griega hizo nacer otros caprichos y otras necesidades. Se quiso adquirir ilustración y se tuvieron secretarios. En las grandes casas hubo bibliotecas y todo el personal que exigía la ordenación, la conservación, la confección de los libros; guardas, anotadores, escribiente, copistas, con los encoladores ,batidores, pulidores, para preparar los pergaminos o los papiros... Para los niños hubo pedagogos, preceptores, maestros de todas clases. Hasta se tuvieron sabios en propiedad.
Tanto los hombres como las mujeres se vanagloriaban del saber de alguno de sus esclavos y que ellos hacían suyo. Compraban o alquilaban un filósofo, como una especie de libro parlante que dispensaba del trabajo de leer, hacían que escribiese para ellos alguna disertación moral, no sin interrumpirla, a veces, para contestar a alguna carta de amor, y llevaban en el coche la moralista, con el enano y el mono. "Lo gracioso -dice Luciano- es que las damas toman su lección de filosofía cuando entran en el tocador mientras les trenzan el pelo. El resto del día no tendrían tiempo."

A todo este personal hay que añadir los esclavos empleados en los negocios: los procuradores y los agentes designados por la naturaleza misma de su cometido, los que llevaban las cuentas, prestaban sobre prendas o con hipotecas, los esclavos encargados de tal o cual negocio, tratantes de bueyes, de caballos, etc., los patrones de barcas, los buhoneros, los dependientes de tiendas. A veces era aparentemente difícil distinguir a los esclavos de los hombres libres, cuando aquellos desempeñaban los más variados oficios en cometidos en los que disponían de un cierta libertad de acción y de movimientos.
Para ilustrar algunas de las cuestiones hasta aquí dichas sobre los esclavos, citaremos tres testimonios de autores romanos que, por las fuentes de donde proceden, constituyen singulares documentos.
"El modelo de los buenos servidores, es el esclavo que se sacrifica por los intereses de su dueño, vigila, dispone, se preocupa por él y le conserva sus bienes con más diligencia y cautela que si el dueño mismo se hallara presente. Pensará más en su espalda que en su boca, en sus piernas que en su vientre, si su carácter es un tanto razonable. Debe tener muy en cuenta las recompensas que los dueños guardan para los ladrones, los malos sujetos, los bribones: los azotes, los grillos, las labores del molino, los excesos de fatiga, los sufrimientos del hambre y del frío... Tal es la recompensa de la mala conducta. Tengo mucho miedo a tales sufrimientos, y este miedo saludable me pone al abrigo del mal y en el camino del bien. Más vale recibir órdenes que golpes. Lo segundo es demasiado duro, y  para lo primero la paciencia es más fácil. Prefiero mucho más comer el grano molido a sudar moliéndolo yo. Por eso mi dueño tiene en mi un servidor puntual y discreto, y así me encuentro muy bien. Que otros hagan lo que bien les parezca; yo cumplo con mi deber. Siempre estoy con temor para así no caer nunca en falta, y mi dueño me encuentra siempre dispuesto a obedecer. El esclavo no vale nada sino cuando teme a su dueño y trata de cumplir con su obligación. Aquellos que no sienten temor alguno, empiezan por actuar mal y al final vienen los resultados. Por mi parte, ya no habré de temer mucho tiempo, puesto que se acerca el momento en que mi amo recompensará mi celo. Cumplo con mis servicio con tal celo, que pruebo profesar cariño a todos."
                                                                                                                                                   (Plauto, Menecmos, 870 y ss.)
"Los esclavos rurales recibirán en invierno, cuando trabajen, cuatro medidas (35 litros) de harina y cuatro medidas (39 litros) durante el verano. el intendente, el ama de gobierno, el vigilante, el pastor, recibirán tres medidas (26 litros), los esclavos encadenados cuatro libras de pan (1,300 kilos) en invierno y cinco libras (1,630 kilos) desde el momento en que empiecen las labores de la viña hasta que maduren los higos.
"Vino para los esclavos. Después de la vendimia beberán aguapié durante tres meses. El cuarto mes tendrán una hemina de vino diaria, o sea, dos congios y medio (ocho litros y medio) al mes. Durante el quinto, sexto séptimo y octavo mes, tendrán un sextario al día, o sea, cinco congios (16 litros y medio) al mes. Finalmente, el noveno, el décimo y el undécimo tendrán tres heminas diarias, o sea, un ánfora (26 litros y cuarto) al mes. En las Saturnales y en las Compitalia se dará a cada individuo un congio (tres litros y cuarto).
"En lo que concierne al alimento de los esclavos, se conservarán todo lo posible las aceitunas caídas del árbol. Conserva igualmente las cosechadas que producen poco aceite, y alíñalas para que duren más tiempo. Cuando se hayan terminado las aceitunas, da salmuera y vinagre. Distribuirás a cada uno un sextercio (medio litro) de aceite al mes. Una medida de sal (ocho litros tres cuartos) por cabeza y año será suficiente.
"Para vestir, una túnica de tres pies y medio y un sayo cada dos años. Cuando des una u otra cosa, recoge primero las viejas para hacer casacas. Cada dos años hay que dar un buen calzado.
"Vino de invierno para los esclavos. Pon en un tonel diez partes de mosto y dos partes de vinagre muy fuerte. Añade dos partes de vino cocido y cincuenta de agua dulce. Con un palo revuélvelo todo tres veces diarias durante cinco días consecutivos. Añade una mitad de agua de mar cogida anteriormente. Tapa el tonel y tenlo cerrado diez días. Este vino se consumirá hasta el solsticio. Si algo quedara después de esta fecha, hará un vinagre muy fuerte y de excelente calidad."
                                                                                                                                     (Catón, De Agricultura, 56,57,58,59. 104)

Respecto al trato personal recibido por los esclavos y los modales que los dueños empleaban con ellos, bastará con la lectura de el siguiente trozo de Pseudolus, de Plauto, para hacernos una idea:
"BALION (a los esclavos). Vamos, venid, acercaos, buitres que consumís más de lo que valéis, que me costasteis un sentido, ninguno de los cuales tendrá nunca idea de obrar bien y de los que nunca puedo lograr nada sino acudiendo a este procedimiento (los golpes). ¡Nunca he visto animales como éstos, con las costillas tan duras! Se les pega, y se hace uno más daño que ellos. Tal es su naturaleza, se rompen las correas en sus costillas.
"Todos sus pensamientos se reducen a lo mismo: aprovechar la ocasión y robar, engañar, echar la garra, llevarse las cosas, comer y escapar... eso es todo lo que hacen.Sería preferible dejar entrar lobos en el redil, que guardianes semejantes en casa. Y, no obstante, miradles a la cara, se les tomaría por buenos servidores. Pero cuando trabajan, ¡qué desengaño! Ahora, si no escucháis todos la orden que os doy, si no desterráis de vuestro ánimo y de vuestros ojos el sueño y la pereza, ya os arreglaré las costillas. Quedarán más adornadas de dibujos y colores que las colgaduras de Campania y que la púrpura rameada de los tapices de Alejandría. ¿No os había enseñado ayer la lección? ¿No había dicho ya lo que cada uno tenía que hacer? Pero sois tan malos sujetos, tan holgazanes, de tan mísera ralea, que hay que recordaros vuestros deberes a latigazos. Si así lo queréis, ved pues si podéis con este (mostrando un látigo de cuero)... y conmigo. ¡Mirad qué distraídos están! ¡Atención, oídme, prestad atención a lo que digo! No por Polux, vuestra piel no será más dura que la correa de mi látigo.(Golpea.) ¡Ah, ah! ¿Os duele? Tomad, ved cómo se pega a los servidores desobedientes. Ea, poneos todos en fila delante de mí, y sed todo oídos para escucharme. (Dirigiéndose a uno de ellos.) Tú, el del cántaro, trae agua y llena pronto la tinaja. (A otro.) Tú, con el hacha, te encargarás de partir leña.
"EL ESCLAVO. (Mostrando en hacha.) Pero si ya no corta...
"BALION. Sírvete de ella tal como está. ¿Acaso no estáis también todos vosotros gastados por los golpes? Y no por ello renuncio a vuestro servicio. (A otro.) A ti te recomiendo que limpies la casa. Tendrás con ello bastante ocupación. (A otro.) Tú te encargarás del comedor. Limpia la plata y colócala en los armarios. Ten cuidado de que cuando vuelva encuentre todo dispuesto, limpio, barrido, regado, seco, cada en su sitio y la comida a punto. Hoy es mi cumpleaños y debéis celebrar todos este día. (Al esclavo marmitón.) Cuídate de poner en agua un jamón, un solomillo de vaca, molleja de cerdo y una ubre. ¿Me entiendes? Quiero tratar magníficamente a altos personajes para que crean que vivo con desahogo. (A todos.) Id, apresuraos a ejecutar mis órdenes, que no hay retraso cuando llegue el cocinero. Voy al mercado a comprar los pescados más exquisitos. (A un esclavo que lleva la bolsa a la espalda.) Ve delante, muchacho. Hay que tener cuidado con los ladrones, que podrían agujerearme la bolsa"

En todo el Imperio Romano, se idearon toda clase de suplicios para castigar a los esclavos. Diversas pinturas halladas hacen alusión a los castigos corporales que se les imponían.
En primer lugar, estaban las varas, el palo, el látigo, el aguijón y las correas. Plauto compara a los esclavos con los burros por su resistencia a los golpes, y añade que son de la raza de las panteras por las manchas que surcan sus cuerpos. Pocos había, en efecto, que no estuvieran señalados. Trocalión, en el Rudens, pretendiendo ser menos culpable que otro, pide que se juzgue el caso por el examen de sus espaldas.
Estaban después las torturas de toda clase: esposas en las manos, grillos en los pies, horca en el cuello, cadenas en la cintura, y la fatiga, el hambre y el frío, porque todas estas secuelas de su falta de libertad figuraban como elementos de un sistema de represión que era para el dueño el medio de obtener mayores provechos. Los obtenía hasta del suplicio del esclavo, porque le disminuía lo necesario y doblaba el trabajo.
El primer grado de esta escala de penas era enviarle al campo, donde se le dedicaba a la agricultura, azadón en mano, con los grillos en los pies. Pero había grados inferiores, tanto en la ciudad como en el campo. El molino es algo que se repetía en las amenazas de los dueños porque era el lugar de suplicio más frecuente. Lo mismo se puede decir de las canteras y de las minas.
¿Como libarse de todos estos rigores? La fuga era mucho peor. Era uno de los grandes delitos que podía cometer un esclavo. Se descubría en seguida y, por ligera que fuera la sospecha, quedaba ya imborrable, puesto que se marcaba el rostro del esclavo con hierro y fuego. Por otra parte, ¿huir, adónde? La ley condenaba como encubridores a los particulares que recibieran en su casa a esclavos fugitivos. Y Roma no aceptaba el derecho de asilo a los templos, inviolables en Grecia, por lo que tampoco éstos podían ofrecer amparo al fugitivo. La única posibilidad de ayuda para él era algún amigo del dueño. Pero si era cogido, no sólo eran aumentados hasta el límite los castigos corporales, sino que podían incluso ser enviados a las sangrientas ejecuciones del anfiteatro, a las peleas de fieras, a los juegos de los gladiadores, arrojarle a un pozo o a un horno, dejarle morir en la horca, en una cruz, cubierto de pez y quemado vivo...
En materia de malos tratos, el derecho del dueño no tenía límite alguno. El menor descuido en el cumplimiento de las órdenes, era suficiente para proferir los más duros castigos.

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