"Bebí orina y sangre de murciélago para sobrevivir"
Aquí cuenta su historia.
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Lo que más me gusta de correr maratones extremas es el hecho de que me permiten acercarme a la naturaleza. Las carreras suelen llevarse a cabo en escenarios hermosos que incluyen montañas, desiertos, glaciares. Como atleta profesional no había podido disfrutar de ese entorno: estaba muy concentrado en ganar medallas.
Me enteré de la Maratón de las arenas (Marathon des Sables) por casualidad. Ya me había retirado del pentatlón cuando un buen amigo me dijo: "Hay una maratón increíble en el desierto, pero es muy difícil". Como me encantan los retos, empecé a entrenar inmediatamente, corriendo 40 kilómetros al día. Además, reduje la cantidad de agua que bebía, para acostumbrarme a la deshidratación. No paraba en la casa.
Cuando llegué a Marruecos, descubrí algo maravilloso: el desierto. Me sentí embrujado.
En estos días la Maratón de las arenas es una experiencia muy diferente. Participan unas 1.300 personas que avanzan por el desierto como una especie de serpiente gigante. No podrían perderse así lo intentaran. En 1994, en cambio, solo éramos 80 participantes y muchos menos los que estaban corriendo como yo. De modo que durante la mayoría del tiempo estuve solo.
Siempre fui el primer italiano en llegar a la siguiente etapa y me gustaría poner una bandera en mi tienda para que todos pudiéramos reunirnos en las noches. Fue divertido.
El cuarto día, durante la etapa más larga y difícil de la carrera, las cosas se complicaron.
Cuando partimos esa mañana ya había un poco de viento. Tras pasar cuatro puestos de control, entré a una zona de dunas de arena. Estaba solo. Las liebres -los corredores que marcan el ritmo- ya se habían adelantado.
De repente comenzó una tormenta de arena muy violenta. El viento arreció con una furia aterradora. Fui tragado por una pared de arena amarilla. Estaba ciego, no podía respirar. Sentía los latigazos de arena en el rostro, era como una tormenta de agujas.
Entendí por primera vez lo poderosa que podía ser una tormenta de arena. Le di la espalda al viento y me envolví una bufanda alrededor de la cara para evitar que la arena siguiera hiriéndome. No estaba desorientado, pero no podía dejar de moverme para evitar ser enterrado. Eventualmente me agaché en un lugar protegido y esperé que la tormenta terminara.
Hay un plazo de 36 horas para cumplir con esa etapa de la carrera. Si tardas más tiempo, quedas descalificado. Todavía tenía una oportunidad. Lo que no podía imaginar era la forma dramática cómo la tormenta cambiaría todo lo que me rodeaba.
Me desperté muy temprano y me encontré con un paisaje transformado. No tenía idea de que estaba perdido. Tenía una brújula y un mapa, así que pensé que podía andar perfectamente bien. Sin embargo, sin puntos de referencia, todo es mucho más complicado.
No me preocupaba aún porque estaba seguro de que tarde o temprano me encontraría con alguien. "Quién sabe cuántos otros estarán en esta misma situación", pensé.
"Tan pronto me encuentre con alguien podremos trabajar en equipo y llegar a la meta juntos". Ese era mi plan, que por desgracia, no funcionó.
Cuando me di cuenta de que estaba perdido, lo primero que hice fue a orinar en mi botella de agua de repuesto, porque cuando se está todavía bien hidratado la orina es más clara y más potable. Me acordé de mi abuelo cuando me decía que durante la guerra, él y sus compañeros de armas habían bebido su propia orina cuando el agua se agotó. Lo hice como medida de precaución, pero no estaba desesperado. Estaba seguro de que los organizadores me iban encontrarían pronto.
Soy muy resistente al calor y estaba teniendo cuidado. Solo caminaba cuando esta fresco, en las mañanas, y luego de nuevo en la noche. Durante el día, cuando no estaba caminando, intenté encontrar refugio y sombra. Llevaba dos sombreros: una gorra de béisbol con un sombrero de lana roja encima para mantener la temperatura lo más constante posible. Por suerte mi piel es bastante oscura, así que no sufría por las quemaduras solares.
El segundo día al atardecer escuché el sonido de un helicóptero que se acercaba. Asumí que me estaba buscando, así que saqué mi bengala y la tiré al aire. Volaba tan bajo que llegué a ver el casco del piloto. Pero no, él no me vio.
Un par de días después me encontré con un morabito, un santuario musulmán donde los beduinos paran cuando están cruzando el desierto. Tenía la esperanza de que estuviera habitado, pero por desgracia no había nadie allí: solo el ataúd de una persona a la que se le atribuye cierta santidad. Al menos tenía un techo sobre mi cabeza, era como estar en casa. Evalué mi situación: no era de color de rosa, pero me sentía bien físicamente. Comí un poco de mis raciones que cociné con orina fresca y no con la embotellada que estaba ahorrando para beber. Empecé a beberla al cuarto día.
El morabito se había llenado con la arena de cada una de las tormentas, así que el techo era muy bajo. Subí a la azotea para plantar mi bandera italiana, con la esperanza de que alguien que me estuviese buscando pudiera verme. Mientras estuve allá arriba, vi algunos murciélagos, apiñados en la torre. Me decidí a beber su sangre. Agarré un puñado de murciélagos, les corté la cabeza y aplasté su interior con un cuchillo. Luego chupé. Me comí al menos 20 de ellos, crudos. Sólo les hice lo que ellos le hacen a sus presas.
Me quedé en el morabito por unos días, esperando ser descubierto.
Llevaba tres días en el morabito cuando oí el ruido de un motor. No sé si me estaba buscando, pero inmediatamente inicié un fuego con todo lo que tenía: mi mochila y todo lo demás, con la esperanza de que el avión viera el humo. Pero justo entonces otra tormenta de arena golpeó. Duró 12 horas. De nuevo, no me vieron.
Sentí que era mi última oportunidad para ser encontrado. Me deprimí. Estaba convencido de que iba a morir y de que sería una muerte larga y agonizante, así que quería acelerarlo. Pensé que si moría en el desierto nadie me iba a encontrar. Mi esposa no recibiría la pensión de la policía: en Italia, si alguien se pierde, hay que espera 10 años antes de ser declarado muerto. Si me moría en este santuario musulmán al menos encontrarían mi cuerpo y mi esposa tendrían un ingreso.
No tenía miedo de morir. Mi decisión de atentar contra mi propia vida surgió del racionamiento lógico y no de la desesperanza. Escribí una nota a mi esposa con un trozo de carbón y luego corté mis muñecas. Me tumbé y esperé a morir, pero mi sangre se había espesado y no salía.
A la mañana siguiente me desperté. No había logrado suicidarme. La muerte no me quería todavía.
Mauro el atleta estaba de vuelta. Necesitaba tener un plan. Todavía tenía energía, no estaba cansado. Como expentatleta acostumbrado a entrenar 12 horas al día, además me había preparado para la carrera, así que no me sentía demasiado débil. Todavía me quedaban algunas pastillas de energía también.
Recuperé mi fuerza y lucidez mental. Decidí salir del santuario y comenzar a caminar de nuevo, pero ¿hacia dónde? Seguí el consejo que los tuaregs nos habían dado antes de empezar la carrera: "Si están perdidos, busquen las nubes que puedan ver en el horizonte al amanecer, allí encontrarán vida. Durante el día desaparecerán, pero fijen su brújula y continúen por esa dirección. Así que decidí ir hacia esas nubes míticas en el horizonte.
Caminé por el desierto durante días. Maté serpientes y lagartos y me los comí crudos. De esa manera, conseguía beber también. Algunos instintos surgen en situaciones de emergencia. En ese momento, mi cavernícola interior emergió.
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Sobrevivir en el desierto
- Sin agua, la muerte llega después de tres días en el desierto, debido a que el cuerpo se deshidrata rápidamente. En el mar, la gente puede sobrevivir de seis a siete días.
- No hay que beber nada en las primeras 24 horas para que el cuerpo pueda entrar en modo de supervivencia.
- No es recomendable beber orina, pues contiene sales que en realidad pueden deshidratar más. El agua de mar es mucho peor.
- Para digerir proteínas hace falta más agua que para otras comidas. Lo mejor es evitarlas.
- Beber sangre puede ayudar a prolongar la supervivencia. Quienes sobreviven en el mar beben sangre de tortuga borracha, que tiene una concentración similar a la sangre humana.
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Quería ver a mi familia y amigos de nuevo y me concentré en eso. No tenía miedo. Al mismo tiempo, empecé a ver el desierto como un lugar donde la gente podía vivir.
Empecé a pensar en mí mismo como un hombre del desierto. Más tarde, un príncipe tuareg me dedicó un poema que aseguraba que yo era el "elegido" por haber sobrevivido tanto tiempo.
Mientras tanto, los organizadores estaban buscándome. Mi hermano y mi cuñado volaron desde Italia para unirse a la búsqueda. Encontraron algunas de las huellas que dejé atrás, como las trenzas de mis zapatos. Llegaron al morabito y encontraron signos de que estuve allí. Sin embargo, estaban seguros de que estaban buscando un cuerpo.
En el octavo día me topé con un pequeño oasis. Me acosté y me bebí, sorbiendo lentamente, durante unas seis o siete horas. Vi una huella en la arena, así sabía que la gente no podía estar lejos.
Al día siguiente, vi algunas cabras a la distancia que me dieron esperanza.
Sólo había mujeres en el campamento, los hombres habían ido al mercado. Ellas se hicieron cargo de mí. Fueron muy amables. Una mujer mayor salió de la tienda y de inmediato me dio leche de cabra para beber. Trató de darme un poco de comida también, pero vomité inmediatamente. No me permitieron entrar en la tienda porque era hombre, pero me pusieron en una alfombra en la sombra de su porche. Entonces enviaron a alguien a llamar a la policía. A ellos les gusta acampar cerca de bases militares para garantizar su protección.
La policía vino y me llevó a su jeep. Me llevaron a su base militar, con los ojos vendados, porque no sabían quién era yo. Ellos pensaron que yo podía ser peligroso. Tenían armas y en ocasiones llegué a pensar que iban a matarme. Cuando se enteraron de que era el corredor de maratón que había se perdió en Marruecos me sacaron la venda de los ojos y celebraron. Descubrí que había cruzado la frontera con Argelia. Estaba 291 kilómetros fuera de curso.
Ellos me trasladaron al hospital de Tinduf, donde finalmente, después de 10 días, tuve la oportunidad de llamar a mi esposa. Lo primero que le dije fue: "¿Ya me hiciste un funeral?". Después de 10 días perdido en el desierto es lógico esperar que alguien esté muerto.
Cuatro años más tarde estaba de vuelta en el Marathon des Sables. La gente me pregunta por qué volví. Yo digo que cuando empiezo algo quiero terminarlo. La otra razón es que ya no pude vivir sin el desierto. La fiebre del desierto sí existe, y es una enfermedad que definitivamente contraje. El desierto me llama a saludarlo cada año, a experimentarlo.
Corrí ocho maratones desérticos más y ahora me estoy preparando para mi mayor reto. El año que viene tengo la intención de correr 7.000 kilometros de costa a costa a través del Sahara, desde Agadir (Marruecos) en el Océano Atlántico a Hurghada (Egipto) en el Mar Rojo. El deporte y la naturaleza son parte de mi vida.
Mi esposa se portó como una santa. Me soportó muchos años, hasta que debido a mi estilo de vida decidimos separarnos. Seguimos siendo mejores amigos, tal vez más ahora que cuando estábamos casados. Tengo una nueva pareja, pero ella sabe que soy un hombre con una misión. No puedo cambiar.
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