viernes, 28 de noviembre de 2014

Nietzsche y los viajes en el tiempo

Nietzsche y los viajes en el tiempo

Publicado por Ruben Avila
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eterno retorno
Una de las principales teorías del filósofo alemán Friedrich Nietzsche es la conocida como el eterno retorno, según la cual cada gesto, cada cosa que hagamos, la tendremos que repetir eternamente. No de manera aislada sino concatenadamente. Es decir, los acontecimientos que traspasan nuestras vidas, nos traspasarán continuamente, en vidas sucesivas, que repetirán cada momento eternamente.
Naturalmente, como es habitual en el pensador teutón, a veces parece que nos presenta la teoría como real y otras como simple metáfora. Como un empujón para comportamos como debemos (aunque ese “debemos” pueda diferir). Si nos comportamos un día como unos cobardes, tendremos que repetir esa cobardía eternamente, cada vez que se repita ese día. Y lo hará, inexorablemente. Como decimos, esta concepción la podemos entender al pie de la letra o como una motivación: ojo con lo que haces, que lo tendrás que repetir.


Claro, desde nuestro punto de vista, es un disparate entenderla al pie de la letra. El tiempo es lineal, sucesivo, y cuando morimos, se acabó. Incluso aunque creamos en una vida más allá, en la transmigración de las almas, seguiremos en un plano temporal lineal. Lo hecho está hecho, pero sólo se hace una vez. Como mucho queda en el recuerdo, en la memoria.
Y parece sensato pensar en la idea del eterno retorno como una metáfora, y ya está.
Sin embargo, con la debida distancia, es una idea que siempre me viene a la cabeza cuando leo algún libro o veo alguna película o serie que hace referencia a los viajes en tiempo. Sobre todo a los referidos al pasado. Sí, porque para viajar al pasado, a un momento concreto de una situación anterior cualesquiera supone que ese momento no se ha perdido, que en algún lugar o en algún tiempo está ahí, siempre, para ser visitado.
Si el 20 de noviembre de 2014 sólo existiese una vez y después de desapareciese, no se podría volver a él, puesto que no existe. Hoy sería ese día, mañana sería otro, donde el 20 de noviembre de 2014 ya no es. Pero si de alguna forma se puede volver a él, si de algún modo alguien, en algún momento del futuro puede viajar y aparecer en el 20 de noviembre de 2014, eso significaría que nunca desapareció. Significaría que ese día está encapsulado en alguna parte, repitiéndose eternamente, para siempre, dispuesto a ser” visitado” por ese viaje temporal, por ese o por miles más, los que sean y en cualquier momento.
¿No es acaso eso lo que pretendía decir Nietzsche con su metáfora (o no) del eterno retorno? Ese hacer sempiterno, de manera inconsciente, al que siempre se volvería, una y otra vez.
Aunque en el caso del que hablamos sería más bien como fotografías. Los días como instantáneas que son tomadas una vez pero siguen ahí para ser observadas por cualquiera. Fueron tomadas en un momento concreto pero pueden ser observadas en cualquier otro. Sólo que son de tal material que el observador, para observarlas, tiene que introducirse en ellas, de suerte que su tiempo se convierte en el de la fotografía que observa.

Imagen: elnihilistaperfecto.blogspot.com.es

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