Día del sociólogo 1 Junio: ¿Para qué sirve la sociología?
Opinan
en este especial: José Luis Jofré, Juan Manuel Lucas, Diego Tagarelli
(desde Venezuela) Claudio Fernández y Héctor Castagnolo. Especial
agradecimiento a Marcelo Padilla por en entrada en Facebook.
José Luis Jofré (sociólogo, vice-director de la carrera de sociología. UNCuyo)
Es evidente
que la sociología no es una disciplina que busque lugares comunes,
cómodos para las buenas conciencias, su tragedia en la última dictadura
militar así lo apunta, es una ciencia fastidiosa para los sectores
sociales que tienen algún privilegio que preservar. Esto obedece a que
su objeto de estudio son fenómenos sociales complejos, compuestos
siempre por intereses creados en diferentes ámbitos de pertenencia. Por
ejemplo: la estatización de empresas estratégicas para el desarrollo del
país, la participación política de la juventud, la incidencia de la
asignación universal por hijo, la discusión sobre la punibilidad del
aborto, los regímenes de producción y apropiación de mercancías, entre
otros temas que pueden o no tener presencia en los debates de la
sociedad, presentan un trasfondo socio-histórico que no todos quieren
visibilizar.
El sociólogo
cuando efectúa en su práctica teórica en el mismo momento realiza un
ejercicio profundamente político, esto es develar la compleja trama de
intereses sociales que se ocultan en todo fenómeno social, sacando a
flote lo que los sectores hegemónicos se esfuerzan por ocultar bajo el
engañoso manto del interés universal. En este sentido, las ciencias
sociales en general y la sociología en particular disponen de una
herramienta fundamental para la articulación de su práctica con la
sociedad, esta herramienta es la política. Y es aquí donde la pregunta
¿para qué sirve la sociología? encuentra la punta del ovillo para
esbozar su respuesta.
Teniendo en
cuenta esto, la sociología no sólo es incómoda para los sectores
privilegiados, sino también para el propio sociólogo, que tiene que
escurrirse de los prejuicios científicos dominantes, romper con el
mandato de la neutralidad valorativa y asumir como propio el punto de
vista de los agentes menos favorecidos en el fenómeno social que se
trate. Esto es, si lo que estudia son las relaciones sociales de
producción, el punto de vista de los trabajadores será el adecuado, no
sólo en términos políticos, sino también para lograr un relato más
próximo a la realidad. Lo mismo si se estudia la familia contemporánea,
el enfoque de la mujer será privilegiado o si el objeto de análisis es
la cárcel, el preso es el agente involucrado que menos privilegios tiene
que perder, por lo tanto el que más veracidad puede aportar a la visión
del sistema penitenciario en general.
En pocas
palabras, si la sociología con sus marcos conceptuales y estrategias
metodológicas logra discernir entre dominados y dominantes en toda
relación social, su participación en estas relaciones demanda una
práctica evidentemente política, donde se cristalicen iniciativas
orientadas a logra mayores niveles de justicia social. Siempre teniendo
en cuenta que la política no es un juego de suma cero, en el que se gana
o se pierde todo, cada aspecto de la realidad requerirá su observación
para desentrañar qué elemento es necesario conservar y cuál transformar,
asimismo quiénes son los posibles aliados en una eventual estrategia de
acumulación de poder y quiénes los adversarios. En definitiva, la
sociología se encuentra en una posición privilegiada para la formulación
de políticas tendientes a ajustar las demandas sociales más legítimas
con sus formas institucionales de canalización.
“Entre el oro, el barro y la sociología”
Juan Manuel Lucas (sociólogo)
“Muy bien,
lo felicito, tiene usted un diez en su tesina de graduación…”, palabras
de cortesía, huevos y harina, varieté psicodélico para los festejos, y
entre los estertores de una resaca de semanas dimos con esa decisiva
verdad, ser sociólogo. Sociólogo como, al decir de un “pará sociólogo”,
esas maestras de corte y confección que jamás hicieron un vestido.
Era cierto
nomás. La sociedad capitalista y dependiente estaba allá afuera. Tal
cual la imaginábamos. Había una clase obrera y una burguesía. Había
desigualdad, explotación, marginalidad, pobreza… Había estructura y
superestructura… Había una posibilidad tan latente como ingenua de
revolución, y por eso había crisis… siempre crisis… tanto que si no la
hubiera deberíamos inventarla…
Si como estudiantes aprendimos que los libros muerden, de egresados aprendimos que la realidad tritura.
“Escúcheme,
mire que yo soy sociólogo”…!!!Mire este currículum, aprobé un seminario
sobre la reforma agraria en América Latina¡¡¡ fui orador en el ciclo
“¿Qué pasó con el stalinismo? “Tengo cursos varios sobre las intrincadas
relaciones entre ciencia, ideología y poder, puedo explicar que es la
performatividad de los discursos y, además, ¡¡¡ sé cómo se hace una
revolución¡¡¡”
La variedad no modificaba la dirección de las respuestas:
-Sí, pero no se adapta al perfil requerido por el departamento de recursos humanos…
-Sí, pero tenemos que evaluarlo con el departamento de gestión institucional y planeamiento estratégico de la dirección de contrataciones del área ministerial…
-Sí, pero la inscripción cerró hace diez minutos…
-Sí, pero me está manchando la alfombra con el café, retírese…
-Sí, pero nos interesan las cualidades de la señorita con secundario incompleto que espera en recepción…
-Sí, pero tenemos que evaluarlo con el departamento de gestión institucional y planeamiento estratégico de la dirección de contrataciones del área ministerial…
-Sí, pero la inscripción cerró hace diez minutos…
-Sí, pero me está manchando la alfombra con el café, retírese…
-Sí, pero nos interesan las cualidades de la señorita con secundario incompleto que espera en recepción…
En realidad,
pocas de las largas generaciones de sociólogos que precedió a la última
gran crisis nacional encontraron un espacio tan vital, desafiante y
enigmático para ser eso. Si la disciplina nació preñada de pretensiones
de manipulación social, la Argentina post convertibilidad “condenó”
saludablemente a la mayoría de los sociólogos a laburar en los lugares
en que la gente labura.
Lejos de los
hábitos sedentarios de los ratones de biblioteca que satirizaba
Jauretche, la mayoría de nosotros “trabaja” de otra cosa. Siempre en
part time, somos docentes, periodistas, escritores, empleados públicos,
administrativos, burócratas, juntadores de los más insospechados
papeles, militantes de utopías y distopías varias, artistas de
imprevisibles vanguardias, protagonistas de secretas bohemias,
alcohólicos, apáticos, militantes, cínicos, comprometidos, depresivos,
irónicos, desilusionados, adictos, alienados, empobrecidos,
desempleados… Uff…
Nos
dedicamos a eso mientras habitamos un país que nos ha obligado a
enterrar los prejuicios típicos de la pequeña burguesía ilustrada,
reconocernos como parte de esa sociedad que pretenciosamente creemos
conocer, y luchar, como la gente lucha, contra los gigantes de oro y
barro del poder.
Sin embargo,
nuestras pretensiones sartrianas no superan casi nunca una previsible y
tediosa corrección universitaria teñida, levemente y al gusto
academicista, de un derruido rojo progresista.
Miramos
hacia abajo espiando el barro, y mientras chusmeamos entre sus vísceras,
mantenemos las palmas hacia arriba esperando el oro. Y el moro.
Demasiado ocupados en ocupar espacios, no nos sonrojan nuestras
jeremiadas contra los abusos del poder, nuestras imposturas de
compromiso, ni nuestras indignaciones formalistas.
Endogámicos,
complacientes, autorreferenciales y, necesariamente, “de izquierdas”
constituimos el lubricante de la maquinaria que vehiculiza lo
“políticamente correcto” a caballito de eso que, pomposamente,
denominamos como aparatos ideológicos de estado.
Durante los
últimos años hemos jugado un papel fundamental en la construcción y
legitimación de una iconografía que se supone novedosa. Hoy la
democracia, los derechos humanos y las libertades civiles gozan de una
excelente prensa, un creciente reconocimiento público y un relativo
apoyo popular. No hubiera sido posible sin nosotros, los especialistas
en, quizás, la más insigne de las ciencias auxiliares del estado.
“El rol de los jóvenes sociólogos en América Latina: desafíos, autocríticas y horizontes”
Diego Tagarelli (sociólogo) desde Venezuela
Los jóvenes
sociólogos tenemos la obligación (obligación=necesidad) de articular el
desarrollo del conocimiento científico con el desarrollo del pensamiento
nacional y latinoamericano. Pero esto quiere decir muchas cosas.
Fundamentalmente, significa adherir a las luchas populares que nutrieron
y nutren los procesos históricos. Y en este sentido, es imprescindible
desarrollar una fuerte autocrítica hacia la práctica teórica y hacia la
práctica “real” de vida que motivan muchas aspiraciones de los jóvenes
sociólogos. El “hacer sociología” extrayendo reflexiones desde
posiciones académicas o pequeñas burguesas sobre el mundo popular, ha
sido quizás una de las armas de dominio más formidables del sistema
ideológico académico.
Las tareas
que desarrollan los jóvenes sociólogos en las instituciones académicas o
aparatos públicos y privados son de suma importancia. La inclusión de
los jóvenes sociólogos e investigadores en estos espacios de
conocimiento es no sólo necesaria para impulsar el desarrollo de las
fuerzas productivas en países relegados de los procesos científicos
soberanos e independientes, sino además para articular políticas
sociales destinadas a reducir las brechas de desigualdad social,
modificando las relaciones económicas semicoloniales. Sin embargo, con
esto no basta. Es necesario impulsar una verdadera propuesta
latinoamericana para debatir los objetivos de los jóvenes sociólogos que
adhieren al campo popular. Es necesario producir un debate sobre la
trascendencia práctica y concreta del trabajo del sociólogo en América
Latina, su compromiso colectivo con los fenómenos populares y el aporte
desarrollado fuera de la práctica teórica. Es imprescindible, pues,
alentar los esfuerzos para acompañar el proceso teórico de los jóvenes
sociólogos con procesos prácticos, concretos, en las condiciones y
contextos populares oportunos.
En este
sentido, es preciso desenmascarar algunas cuestiones de gran relevancia,
entre ellas, las aspiraciones burguesas intelectuales y los efectos que
de ello se derivan. Los jóvenes con aspiraciones intelectuales se
hallan sujetos a una superestructura ideológica que los reeduca
constantemente, no sólo para despojarlos de las formas inherentes de
comprensión que poseen según su pertenencia social y sus elementos
culturales, sino para reproducir el divorcio entre los trabajadores
manuales y los trabajadores intelectuales. Es decir, muchas
instituciones académicas se hallan sujetas a una lógica funcional
dominante que paraliza, en cierto modo, muchas capacidades sociales de
los intelectuales y sociólogos. Las formas de reclusión académica
individual, el aislamiento frente a las condiciones populares, la
ausencia de unificación colectiva hacia trabajo, el movimiento
competitivo que motoriza las acciones intelectuales, sus niveles de
subordinación hacia espacios de poder político conservadores, el acceso a
puestos educativos claves, la burocratización del pensamiento, etc.
(Podríamos ocupar muchas páginas nombrando y analizando el modo en que
los aparatos reservados a los jóvenes intelectuales se ocupan de
apropiarse de sus capacidades sociales como sujetos de pensamiento
transformador para convertirlos en esclavos intelectuales de los
sistemas ideológicos).
Por lo
mismo, esto conduce a pensar que no puede existir una transformación en
las instancias ideológicas sin una transformación en las relaciones
socioeconómicas que las sostienen y sin una intervención popular en su
interior. Esto significa que todo joven intelectual con deseos de
formarse para contribuir a la transformación social e intelectual, debe
volcar sus esfuerzos no sólo en modificar aquellas instancias
institucionales consagradas por la ideología dominante, sino que debe
involucrarse en las luchas populares de nuestro tiempo, desde los
espacios y procesos que indiquen las masas populares frente a esas
instituciones. Ahora bien, para involucrase en esas luchas y procesos
populares no basta con contraer un compromiso coyuntural, es decir,
asumiendo un comportamiento meramente “humanista” hacia las causas
justas, en ocasiones específicas y desde los espacios controlados por
las pequeñas burguesías intelectuales, sino que debe formar parte de la
práctica popular misma. Conformarse ya no en un “intelectual orgánico”
que defiende las causas del marxismo y las luchas de nuestros pueblos
con accidentales intervenciones en congresos, manifestaciones o
pronunciamientos masivos desde las academias, sino transformarse en un
sujeto social con idénticas necesidades y prácticas de común acuerdo con
las masas. Claro que, eso conlleva a uno de los riesgos que no todos
los jóvenes “intelectuales” quieren asumir: renunciar a las aspiraciones
burguesas académicas para asumir las aspiraciones populares y políticas
inmediatas, sin los cuales jamás un proceso de transformación
adquiriría sentido.
Para ello,
toda búsqueda de nuevas respuestas, propuestas y objetivos no puede ser
planteado desde los mismos sistemas de preguntas y valores que nacen
desde las jerarquías académicas institucionales. Es necesario cambiar de
terreno para formular las preguntas, asumir un posicionamiento
radicalmente distinto para formular los objetivos que se plantean. Claro
que no significa abandonar los estudios, la investigación o la carrera
académica en las instituciones o aparatos creados para tal fin. Yo diría
que significa renunciar al modo en que se aborda la inclusión en ellos.
Significa abrazar las tareas del conocimiento y el pensamiento
sociológico desde nuevos espacios populares, encauzando las luchas
populares hacia adentro de las universidades e instituciones académicas
para que transformen sus condiciones burguesas y elitistas en universos
populares del conocimiento.
No basta con hacer política en las universidades o afiliarse a los partidos políticos populares de nuestra región. Se trata, además, de adoptar una participación real en las manifestaciones políticas, económicas e ideológicas populares que se desarrollan extra-institucionalmente.
No basta con hacer política en las universidades o afiliarse a los partidos políticos populares de nuestra región. Se trata, además, de adoptar una participación real en las manifestaciones políticas, económicas e ideológicas populares que se desarrollan extra-institucionalmente.
Por lo
mismo, se trata de recoger el aprendizaje de las experiencias populares,
admitirlas como propias, adoptarlas como válidas intelectualmente,
albergarlas como formas necesarias de autocrítica hacia las formas de
hacer política según las modalidades pequeñas burguesas de las
academias. Se trata, además, de profundizar la práctica teórica y la
lectura sistemática de autores y corrientes del conocimiento científico.
En última instancia, puesto que los vientos revolucionarios soplan cada
vez más fuerte y con mayor ímpetu, en las horas decisivas habrá que
elegir: o permanecer como espectadores en el mundo feliz que las
fábricas de titulaciones académicas ofrecen, o lanzarse sin prejuicios
al mundo herido de los pueblos para coger el tren en marcha que la
revolución popular en América Latina empuja firmemente.
“Una pregunta obvia ¿Qué hacen los sociólogos?”
Claudio Fernández – Sociólogo
Para poder
responder a esta pregunta, una pregunta obvia aunque también una
pregunta obscena, antes tendríamos que conocer el campo de
investigación, acción y aplicación de la sociología como ciencia
moderna. Para esto sólo bastará con hacer un click en algún punto nodal
de la maraña informática, wikipedia dará su respuesta, después de todo
estamos en la era de las comunicaciones y el conocimiento. ¿O no? Pues
bien, digámoslo de una vez, todo sociólogo sabe bien cuál es su campo de
acción laboral y tiene bien claro cuáles son las herramientas con la
que cuenta para llevar a cabo su trabajo, sin embargo nadie sabe bien
cuál es su “ocupación”. Ese es un problema (especialmente para el
sociólogo y su familia) ya que en definitiva, como decía Marx, “no se
puede vivir del amor”.
Quizás tratando de dar una respuesta alguien dijo por ahí que la sociología es la ciencia de lo obvio, y aunque parezca un absurdo creo que no estaba muy errado. Ahora bien ¿quién quiere conocer lo obvio? Nadie o casi nadie demanda una consulta de lo que es “obvio”. Se supone que lo obvio está ahí, es palpable, tangible, observable, sensible y por tanto no necesita explicación. Ese es el primer obstáculo para conocer la realidad social: suponerla, darla por sentado, creer, pensar y actual en consecuencia con el “sentido común”. Ese simpático sentido que todo lo simplifica y a toda suposición le llama “la realidad”, ese bendito y bendecido sentido necesita ser criticado, puesto en duda, desmitificado. Para saber bien qué tiene adentro “el sentido” es preciso deshacerlo, pulverizarlo o exponerlo con todas sus vísceras con la panza mirando el sol. Por ser una ciencia que se encarga de investigar “lo obvio” quizás muy pocos se interesen por ella. Pues si es así, se equivocan. Los problemas sociales son como un elefante en una habitación, para usar otra frase de cabecera, es así como hay obviedades tan gigantescas como insoportables, aunque no por eso fácil de explicar, discernir y de hecho muy difíciles de sondear.
Quizás tratando de dar una respuesta alguien dijo por ahí que la sociología es la ciencia de lo obvio, y aunque parezca un absurdo creo que no estaba muy errado. Ahora bien ¿quién quiere conocer lo obvio? Nadie o casi nadie demanda una consulta de lo que es “obvio”. Se supone que lo obvio está ahí, es palpable, tangible, observable, sensible y por tanto no necesita explicación. Ese es el primer obstáculo para conocer la realidad social: suponerla, darla por sentado, creer, pensar y actual en consecuencia con el “sentido común”. Ese simpático sentido que todo lo simplifica y a toda suposición le llama “la realidad”, ese bendito y bendecido sentido necesita ser criticado, puesto en duda, desmitificado. Para saber bien qué tiene adentro “el sentido” es preciso deshacerlo, pulverizarlo o exponerlo con todas sus vísceras con la panza mirando el sol. Por ser una ciencia que se encarga de investigar “lo obvio” quizás muy pocos se interesen por ella. Pues si es así, se equivocan. Los problemas sociales son como un elefante en una habitación, para usar otra frase de cabecera, es así como hay obviedades tan gigantescas como insoportables, aunque no por eso fácil de explicar, discernir y de hecho muy difíciles de sondear.
La única
verdad es la realidad (¿Hegel o Perón?) La realidad social es la más
obvia de las realidades y sin embargo pocos la pueden entender. “El
individuo” (antes de seguir deberíamos aclarar que “el individuo” es una
metáfora de la desesperación y no se corresponde con ninguna categoría
sociológica) está ensartado como bife de croto entre las estructuras que
lo determinan y lo definen, indefenso y sólo en la mitad de la pampa de
los sentidos, guiado por un fin o por un valor, y en última instancia
condicionado por sus ingresos y sus egresos de dinero. Es casi una
osadía que este cristiano un buen día se ponga a contemplar la realidad
(ni hablar de criticarla), no tiene tiempo, no tiene recursos, no tiene
ni idea por dónde empezar, está saturado de información, ciego de tanta
ciencia alrededor. Es por esto que la existencia en sí, la existencia de
“el individuo”, no tiene respuestas, preguntarse por “el por qué de la
vida” es una zoncera filosófica, un “idiotismo metafórico”, todas las
respuestas que el ser humano necesita están en lo social, en la
existencia del individuo como sujeto social: un producto histórico que
comenzó a reproducirse hace tres millones de años y aún hoy se sigue
haciendo preguntas obvias.
A defensa de
los sociólogos, y su mala fama, alguien podrá decir que lo que hace la
sociología es estudiar a “la sociedad”. Si esta afirmación no lo fuera
parecería un chiste, gracias, pero no nos ayuden más. La “sociedad” es
otra de las metáforas encantadoras pero ponzoñosas que el sentido común
utiliza como si fuera una categoría científica pero, “como todo el mundo
sabe”, las metáforas no se pueden explicar. Decir que la sociedad tiene
un problema, que está enferma o que se ha trasformado, evolucionado o
degradado es lo mismo que decir cualquier cosa. Si el objeto de estudio
de la sociología sería simplemente la “sociedad”, así como un todo, como
si fuera “una cosa” e incluso lo tratáramos “como si fuera una cosa”,
un objeto extraño y por lo tanto fácil de observar, no haría falta
sociólogos, cualquier quinielero de barrio tendría las soluciones
precisas para los flagelos más terribles y las explicaciones más
interesantes sobre los fenómenos más extraños.
Aunque esto
último parezca una humorada, más de una vez nos encontramos en reuniones
sociales en dónde cada participante (invitado al asado) tiene una
teoría, elabora hipótesis, desprende conjeturas, tira datos y saca sus
propias conclusiones de cualquier problema social, como si al análisis
de la “violencia en las escuelas”, “el maltrato infantil” o “las
violaciones intrafamiliares” se lo pudiera equiparar al mal
funcionamiento del carburador de un auto. Si entre los presentes se
encuentra un abogado nadie se animará a hablar “a boca de jarro” sobre
leyes y juicios para no quedar como un leguleyo frente al facultativo,
si la charla es de enfermedades coronarias todos escucharan con atención
la explicación que dará el médico (mientras da vuelta los chinchulines
en la parrilla) aunque no sea su especialidad, si se discute sobre tal o
cual funcionalidad de la última obra pública el ingeniero dará su
veredicto, hasta los contadores serán escuchados con atención si la
charla se estira hacia la declaración de haberes o la compra de dólares.
Pero cuando se charla sobre “la sociedad” y sus problemas todos estarán
dispuestos a discutirle al sociólogo que ha sido invitado al asado,
debatirán sus posturas, pondrán en duda sus conclusiones, sospecharán
que su marco teórico se haya ideologizado y lo tildaran de zurdo o de
fascista según mejor se vea. Pero también ¿a quién se le ocurre buscarle
explicaciones tan complejas a algo que “es tan obvio”?
Saludos a todos los sociólogos en su día y un fraternal abrazo a sus familias.
“El sociólogo es como un cineasta y fotógrafo”
Héctor Castagnolo (sociólogo)
Un
Sociólogo, si se me permite la metáfora, tiene que ser un buen fotógrafo
y buen cineasta. Debe ser un buen fotógrafo para que al momento de
tomar sus instantáneas de la sociedad, no deje por afuera de su registro
elementos que son fundamentales para el posterior análisis. Y debe ser
un buen cineasta, en tanto debe interpretar a esas fotografías de manera
inseparable del proceso histórico dentro del cual cobran vida, es
decir, debe significarlas dentro de esa “película” que cuenta la
historia económica, ideológica y política de una determinada formación
social. Una vez realizado ese trabajo con pertinencia, podrá describir,
explicar y predecir fenómenos de la realidad social. De esta manera
trabajará activamente con economistas, políticos, y demás actores
sociales para ofrecer su particular mirada, que está preparada para
anticipar el potencial impacto social que pueden producir determinadas
decisiones políticas, económicas y sociales.
La capacidad
para hacer visibles las tendencias ideológicas que operan dentro de las
diferentes estructuras de poder dentro de una sociedad, es a mi juicio
es una de las tareas más apasionantes que desarrolla un Sociólogo. Esto
implica otorgar sentido a los acontecimientos sociales dentro del
torbellino provocado por el vértigo y la fragmentación con la que
circulan en los medios de comunicación, una vez que esos acontecimientos
sociales se convirtieron en mercancía. Colaborar en la reconstrucción
de ciertos mapas de la realidad allí donde las causas y los efectos se
presentan de manera intencionadamente inconexa, incompleta,
desarticulada y por lo tanto incoherente, es parte de la misión de un
Sociólogo que pretende colaborar para que el mundo sea cada día menos
opresivo e injusto con los menos favorecidos. Mientras ciertos sectores
del poder pugnan por mostrar la realidad como una lluvia de
fragmentaciones absurdas, el Sociólogo recupera esas fragmentaciones
para otorgarles sentido a fin de poner en evidencia las relaciones de
opresión e injusticia que tienen lugar en un determinado modelo de
sociedad.
Fuente: mdzol.com y especial agradecimiento a Marcelo Padilla por su foto en Facebook, que nos sirvió de avis
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