Las caras de la violencia social: crece la intolerancia cotidiana y las agresiones son más graves
“Relatos salvajes” en la vida real En el SAME atienden cada vez más casos de disputas de tránsito o peleas de vecinos que terminan a los golpes. Y los expertos hablan de violencia de género y escolar sin freno. Acá, los rostros del drama.- http://www.clarin.com/sociedad/Crece-intolerancia-cotidiana-
Lo muestra “Relatos salvajes”, la nueva película de Damián Szifrón: se trata de personas comunes que, ante circunstancias que las superan o creen injustas, pierden los estribos, estallan, detonan. Coincide el director del SAME, Alberto Crescenti: “La gente ha perdido la paciencia y está mucho más agresiva, lo vemos en la calle: cualquier disputa de tránsito, pelea entre vecinos o acarreo de un auto puede terminar a los golpes o en un ataque con objetos contundentes”.
Lo que vivió la pediatra de La Plata lo conocen de memoria en el ambiente. “La tolerancia es cero, si los familiares creen que estás demorando mucho, las agresiones y las amenazas de muerte se disparan inmediatamente: empujones que si no calmás terminan a las trompadas, seguidos del ‘te voy a matar, ya vas a ver”, cuenta Julio Wakugawa, médico de guardia del Hospital Piñero, en el Bajo Flores. “Acá ha venido una familia armada a vengarse de un médico. Un paciente con HIV ha sacado una hoja de afeitar en la sala de espera al grito de que si no le daban psicofármacos se iba a cortar todo. La semana pasada hubo un tiroteo entre bandas y recibimos heridos de los dos lados: al rato, sitiaron el hospital bajo amenaza de prendernos fuego, a nosotros incluidos”. Es cuestión de segundos: “Cuando tiran la trompada es sin aviso, por la espalda y a traición”, dice Patricia Oreiro, pediatra del Santojanni. “Ahora bien, el que ataca ¿en verdad venía a atender a su hijo? Es el imperio de la fuerza: no busca resultados sino mostrar fuerza. Es como el conductor que insulta ferozmente al que va despacio: ¿en verdad logra llegar más rápido?”.
Hay violencia contra médicos y violencia porque la grúa se llevó un auto. Violencia de género y violencia de padres contra sus propios hijos. La historia de Mía, la nena de 14 meses a quien su padre le hizo “el submarino” en un lavarropas, es un ejemplo: “Esa noche, Mía empezó a llorar y él se acercó, y en vez de calmarla, le pegó una piña en la sien. Después me hizo desnudarla y acostarla en las baldosas heladas. Durante 8 horas le pegó patadas en la cabeza, le pegó con un pedazo de machimbre en la espalda, y la encerró sola y a oscuras en un cuarto. Cuando yo lo empujaba, me atacaba con un palo: me dio una paliza tan grande que me hice pis encima”, cuenta Mayra, la mamá de la beba. Pero no terminó ahí. Siguió el ruido de agua, Mayra a punto de desmayarse y una imagen: él metiendo y sacando a Mía del lavarropas lleno de agua. El manotazo, la desesperación, las convulsiones, la madre que le gritaba que no se muriera y las dos juntas, escapando, desnudas, heladas y bañadas en sangre.
Fabiana Túñez, especialista en niñez y género, lo explica: “Hay un aumento y una mayor conciencia del impacto que la violencia de género tiene en los chicos: el agresor los usa para destruir a la mujer pegándole donde más le duele”. ¿Cómo sigue la vida después de la violencia? Contesta Susana Gómez, la mujer que quedó ciega después de una paliza que le dio su ex pareja en 2011: “Tuve que aprender a caminar desde la oscuridad. Lo que más me duele es no poder volver a verle las caras a mis hijos”.
Hay violencia ahí y cuando un psiquiatra de Vicente López estalla y mata a un vecino por un problema con sus perros. Ahí y en ese segundo en que alguien decidió tirar a Tony Lezcano del Puente Avellaneda porque quiso atravesar un piquete. Ahí y cuando alguien sale a robar y, para amedrentar, dispara un tiro al aire. La historia de Luciana, la nena de 5 años que en junio recibió un balazo en la cabeza cuando volvía del jardín, lo muestra. “La bala quedó adentro de la cabeza, los médicos creen que si la sacan pueden causarle más daño”, dice su papá. Al lado, Luciana, ya en casa pero con un bracito y una pierna que todavía no funcionan, sonríe. “El se apoyó en Dios, yo tengo mucha bronca, no puedo dormir”, dice Estela, su mamá. “Son pibes del barrio (Villa Diamante, en Lanús Oeste). ¿Qué voy a hacer? ¿Denunciarlos? ¿Voy y les mato un pibe?”, dice él y marca la diferencia: sabe que responder a la violencia con violencia sería encender una mecha corta.
Hay, además, violencia de padres hacia docentes y violencia entre alumnos. “Es que la violencia social se metió en la escuela. La cuestión más tonta que pueden hacer los padres afuera, desde dejar el auto en la rampa para discapacitados o insultar a alguien porque le sacó un taxi, el chico la reproduce en la escuela. Si no tienen límites afuera, ¿por qué los van a tener en la escuela?”, dice María Zysman, directora de Libres de bullying. “Esta dicotomía que se ve en lo social también se plantea en la escuela: o sos mi amigo o sos mi enemigo, algunos incluso dicen ‘es mi mejor enemigo’.
Hace dos semanas, Maia, una cordobesa de 16 años fue atacada por tres alumnas a la salida del colegio: le reventaron la cabeza contra la vereda hasta que se desmayó. “Me decían, ‘cheta, dejá de hacerte la linda”. Pero no terminó ahí: una de las atacantes, de 15 años, le juró ir a buscar a su hermanita, de 5 años, si Maia no retira la denuncia. Así, mientras esos vómitos de furia crecen, la violencia se naturaliza y se instala cierto miedo: a darse vuelta y contestarle a alguien que acosa en la calle, a enfrentar al colectivero que fuma mientras maneja o al que atraviesa el auto en la bicisenda. Miedo a lo que Szifrón resumió en un slogan: “ Todos podemos perder el control ”.
Colaboraron: La Plata y Córdoba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario