Expedición de Colón
contra Los Indios de La Vega, Batalla (1494)
Fuentes: Washington Inving, obra, Vida y Viajes de Cristóbal Colón, Editora
de Santo Domingo, S.A. Sto Dgo, 1974, 1ra. Edición Gaspar y Roig, Madrid, 1852, pps. 314 a327, grabados, de la misma edición
A pesar de su derrota, los indios conservaban aún
intenciones hostiles hacia los españoles. La idea de que su cacique estaba
prisionero (se refiere al Cacique Caonabo),
y encadenado irritaba a los naturales de Maguana y la simpatía de todas las tribus de la isla mostraba
con cuántas ramificaciones hacia
aquel inteligentes salvaje extendió
su influencia y con qué veneración
miraban los isleños.
Aún le quedaban activos y poderosos parientes para
recuperar su recate o vengar su muerte.
Uno de sus hermanos llamado Manicaotex, también Caribe y tan osado
belicoso como él mismo, sucedió en el mando al prisionero. Su mujer favorita,
Anacoona, de célebre hermosura, tenía gran
influjo con su hermano Bohechio,
cacique de las populosas provincias de Jaragua.
Por estos medios se generalizó en la isla la hostilidad contra los españoles y la formidable liga de los
caciques, que Caonabo había en vano querido formar mientras estaba libre, se
efectuó a consecuencia de su cautiverio.
Guacanagarí, el cacique de Marien,
fue el único amigo que quedó a los
españoles, dándoles oportunos informes de la tormenta que iba a estallar y ofreciéndoles como fiel aliado,
para salir al campo con ellos.
La prolongada enfermedad de Colon, la escasez de su fuerza militar y el miserable estado de los
colonos, reducidos por el hambre y las enfermedades a mucha debilidad física,
le habían hasta entonces obligado a
valerse exclusivamente de medios conciliatorios para impedir y disolver la
liga. Pero ya habría recobrado la salud
y su gente se hallaba algo repuesta y
vigorosa con las provisiones venidas en
los buques. Al mismo tiempo recibió la noticia de que los caciques aliados estaban
aglomerando considerable fuerzas en La Vega, a
dos días de la marcha de Isabela, con la intención de dar un asalto general a la colonia y hacerla
sucumbir a fuerza de gente.
La fuerza
efectiva que pudo juntar, en
el mal estado de la colonia, no excedía
de doscientos infantes y veinte caballos. Iban las tropas armadas de flechas,
espadas, lanzas y espingardas o grandes arcabices, que se usaban entoces con
descasos de hierro y hasta solian momtarse sobre ruedas como los cañones.
Con estas formidables armas, un puñado
de europeos vestidos de acero y protegidos por escudos, podía pelear
ventajosamente con millares de salvajes desnudos.
Llevaban también
ayuda de otra especie, que consistía en veinte perros de presa, animales
casi tan asombros para los indios como lo caballos, pero infinitamente más
letales, porque impávidos y feroces, nada le amedrentaba, ni cuando llegaban
hacer presa bastaba fuerza alguna para hacérsela soltar. Los cuerpos desnudos
de los indios no ofrecían defensa contra sus ataques. Se lanzaban a ellos, los arrojaban al suelo y los despedazaban.
Iba el Almirante acompañado en la expedición de su hermano Bartolomé, cuyo consejo
solicitaba a todas las ocasiones críticas, pues estaba dotado no
sólo de extraordinaria fuerza física y valor indomable, sino que también en su ánimo
deicidamente militar. Guacanagarí también
llevó al campo sus gentes, aunque no eran de carácter
guerrero, ni aptos para prestar mucha ayuda. La
principal ventaja de su cooperación
consistía en que por ella se separaba del todo de los demás caciques y
aseguraba para siempre su fidelidad y la de sus
súbditos. En el débil estado de
la colonia dependía su seguridad principalmente de los celos y disensiones
sembradas entre los soberanos indígenas de la isla.
El 27 de marzo de 1495 salió Colón de Isabela con su pequeño ejército,
aproximándose al enemigo, sus marchas eran de diez leguas diarias. Subieron de nuevo al paso de los Hidalgos, desde donde la vez primera habían descubierto La Vega.
Las viles pasiones de los blancos habían
convertido ya aquella risueña y hospitalaria región en tierra de rencore4s y hostilidades.
Dondequiera que se levantaba el
humo de una población india, había una horda de exasperados enemigos y en aquellas extendidas y ricas
selvas se ocultaban miríadas de ofendidos
guerreros. En la pintura que su fantasía
bosquejada de la condición suave y dulce de aquella gente, se había lisonjeado
con la idea de gobernarlos como el
padre y bienhechor.
Supieron los indios por sus espías el movimiento de
los españoles, le llenaba de
confianza la superioridad de sus
guerreros, el ejército debía ser
considerable, porque la fuerza era la
combinación de todos los caciques de la
isla. Comandada por Manicaotex, hermano
de Caonabo. Los indios poco hábiles en
la numeración apena sabían contar
hasta diez, tenían
un sencillo método de averiguar y
describir la fuerza de un enemigo, contando un grano de maíz por cada guerrero.
Cuando los espías que habían seguido a
Colón volvieron con solo un
puñadito de maíz, los caciques se mofaron de la tropa española,
creían que tan reducido grupo no podía
resistir los esfuerzos de la multitud de
los guerreros indios
Colón se acercó al enemigo por las inmediaciones del
sitio, donde se edifico después la
ciudad de Santiago. Habiendo averiguado la mucha fuerza de los indios,
aconsejó Bartolomé que se dividieran en
destacamento el pequeño ejército
y que se atacase a un mismo tiempo
por varios puntos. Adoptase este plan:
la infantería dividida en varias columnas avanzó repentinamente y en diversas
direcciones con mucho estruendo de tambores y trompetas y una destructiva
descarga de armas de fuego, cobijándose
al mismo tiempo con los arboles.
Sobrecogió a los indios un terror pánico y se
dispersaron co9mo avispas en el aire. Parecía acometer un ejército por cada
flanco, las balas de los arcabuces
hacían morder la tierra a muchos guerreros y relampagueaban, al parecer,
por la selvas los rayos del cielo, retumbando en ellas espantosos truenos.
Mientras los aterraban y ponían en fuga a estos ataques, Alfonso de Ojeda cargó
impetuosamente el centro del ejército a
la cabeza de su caballería, penetrando con lanza y sable por entre los indios.
Los caballos
atropellaban a los desnudos y amedrentados combatientes, en tanto los
caballos herían por todos lados sin
oposición. Los perros de presa se soltaron y precipitándose sobre los indios con sanguinaria furia, le
asían de la garganta, los
derribaban, los arrastraban y le hacían
pedazos. Los indios no acostumbrados a grandes cuadrúpedos de ninguna especie, se horrorizaban al verse perseguidos por aquellos tan feroces. Creían que los caballos eran
también devoradores y sanguinarios. La contienda, si tal puede llamarse,
fue de corta duración. ¿ Que resistencia
podían oponer una multitud desnuda, tímida, exenta de disciplinas, sin más
armas que clavas, flechas y dardos de
madera, a soldados cubiertos de acero, provistos de armas de hierro y fuego y
ayudados por monstruos feroces, cuya sola presencia cubría de terror el corazón de los más fuertes?.
Colon, victorioso, ejecutó un paseo militar por
varias partes de la isla, para deducirla a obediencia. En vano le oponían los
naturales una resistencia obstinada. La caballería que mandaba Ojeda, Jeda grandes servicios por
la rapidez de sus movimientos, la intrepidez de su jefe y el mucho terror que
los caballos inspiraban. A la menor señal de guerra en cualquier punto de la isla se internaba un pequeño
escuadrón por la espesura de las selvas y caía como un rayo sobre los
aborígenes obligándole a someterse
La Vega Real quedó
muy pronto sujeta. Como era una llanura inmensa, sin una sola aspereza
ni promontorio, la recorrían fácilmente los caballos, cuya presencia llenaba de terror las más populosas
ciudades. Guarionex, el Cacique Soberano era de apacible carácter, y aunque
había salido al campo, instigado
por los caudillos vecinos, se sometió difícilmente al dominio de los españoles.
Manicaotex, el hermano de Caonabo, se
vio también obligado a solicitar la Paz, y como era cabeza de la liga, su ejemplo, fue seguido por los
demás caciques.
Solo
bohechio, el cacique de Jaragua, cuñado
de Caonabo, rehusó someterse. Sus dominios estaban distantes de Isabela, en el extremo occidental de la isla,
alrededor de una profunda bahía y de la larga península llamada Cabo Tiburón.
Eran casi inaccesibles y no habían aún
sido visitado por los blancos. Retiro a
su territorio con su hermana la bella
Anacaona, mujer de Caonabo, a quien acogió fraternamente en su desgracia
Obligo Colón,
en La Vega, en el Cibao y en todas las provincias sometidas a cada individuo de más de 14 años quedaba
obligado a pagar por trimestre la medida de un cascabel flamenco, lleno de polvo de oro. Los caciques debían satisfacer
sumas muchas mayores como tributo
personal. Manicaotex, hermano de Caonabo, quedo obligado individualmente a pagar cada tres meses media
calabaza de oro, lo que ascendía a ciento cincuenta pesos. En los
distritos lejanos a las minas y que no
producían oro, cada individuo debía
pagar una arroba de algodón por
trimestre. Al entregar los individuos el
tributo, se le daba por vía de recibo una medalla de cobre,
que debían llevar colgada del cuello, quedando sujeto a prisión y
castigo los que se hallaban sin este documento.
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