domingo, 27 de septiembre de 2015

Un desafío a la libertad


Un desafío a la libertad

Ante todo, quisiera expresar mi gratitud a mi buen amigo Eduardo Ulibarri y a sus colegas por el honor de invitarme a pronunciar esta conferencia magistral en la Cátedra Enrique Benavides sobre la Libertad.
Es esta mi primera visita a su país, pero conozco muy bien su larga historia democrática, y cada momento aprendo una nueva lección en sus tradiciones liberales. También es un honor especial ser el primer europeo en su serie de conferencias. Y, al mismo tiempo, no es solamente un honor, sino un placer, estar con ustedes.
Don Eduardo me pidió una conferencia sobre el tema de la libertad. Pero preferí hablar sobre un tema relacionado, el de la esclavitud.
En estos días estoy trabajando en el tema de la trata de los esclavos africanos. Por eso, mi conferencia puede ser denominada "Un desafío a la libertad".
Pienso que el tema tiene, al mismo tiempo, algo interesante y adecuado para nuestra época.
Precisamente voy a hablar sobre el comienzo de la trata de esclavos africanos en el siglo dieciséis, durante el reinado de Fernando el Católico.
Esto les puede parecer a algunos de ustedes algo muy remoto, far away and long ago indeed (muy lejano y hace mucho tiempo), para utilizar el título mágico de las memorias del escritor inglés W. H. Hudson, que recordaba tan bien su infancia decimonónica en Argentina. Pero el siglo XVIp no está tan distante. Al mismo tiempo, es cosa nada más que de unas quince generaciones, biológicamente nada; a la vez, en todas las Américas las consecuencias de la trata de esclavos sigue siendo un asunto controversial. En cierta forma, es algo que une a Estados Unidos y América Latina.
Sabemos todos que un líder de los negros africanos estadounidenses, el señor Farakhan, está haciendo propaganda antisemita con la acusación de que la trata de esclavos africanos fue invención de los judíos.
Yo voy a exponer algo totalmente diferente.
II
Durante el invierno de 1509 a 1510, Fernando el Católico, rey de Aragón, regente de Castilla después de la muerte de su esposa Isabel, se encontraba en la ciudad de Valladolid, en la cima de su poder. Ya el poeta Juan de Encina ha denominado el tiempo de Fernando y de su esposa Isabel como "edad de oro".
El Papa ya ha designado a Fernando e Isabel como "los reyes católicos" y también "atletas de Cristo".
El realismo político de don Fernando ha sido del agrado del propio Maquiavelo, quien escribió en El Príncipe que "desde su condición de debilidad, el rey se ha alzado por fama y gloria en el primer rey de la Cristiandad".
Pero había tres cosas preocupantes:
Primero, el hijo único de don Fernando y de doña Isabel, el infante Juan, había muerto a causa de hacer el amor con su esposa con demasiada frecuencia, según se dijo en la familia; aunque otros pensaron que la muerte fue consecuencia de haber ingerido mariscos en mal estado en una fiesta en Salamanca.
Segundo, la heredera de Fernando, su hija Juana, era tenida por loca, al menos por los cortesanos del siglo XVI.
Tercero, lo que finalmente sería lo más recordado del reinado de Fernando e Isabel: su apoyo a Colón en 1492 y el descubrimiento de las Américas por los europeos, que terminó, al parecer, en una catástrofe.
III
Esta catástrofe del Caribe se ha basado en cinco justificaciones: Primero, no había tanto oro como había pensado el propio Colón inicialmente.
Segundo, los otros productos del Caribe parecían no tener importancia, aunque había una planta agradable: el tabaco.
Tercero, en definitiva el Caribe no era la China.
Cuarto, el Viejo Mundo llevó muchas enfermedades a las Américas, como el paludismo y el vómito negro, pero el Nuevo Mundo contribuyó también con una nueva enfermedad transmitida a Europa, la sífilis, aunque los españoles, al comienzo, la denominaron "la enfermedad francesa": un ejemplo más de la rivalidad entre estas dos grandes naciones, España y Francia. Finalmente, lo peor de todo: la población indígena, a juicio de los españoles, estaba sumida en una fatal decadencia.
IV
Esta decadencia o, más precisamente, el descenso de la población, no fue consecuencia del contagio de los indígenas con las enfermedades europeas, pues la primera epidemia seria, de viruela, no ocurrió hasta 1518.
La causa no fueron tampoco las batallas entre los indígenas y los españoles, pues no fueron tantas las personas que murieron así.
La explicación principal de este fenómeno es que los taínos, gente de las islas, fueron espiritualmente destruidos por el trabajo al que los sometieron los españoles; fueron desmoralizados por la introducción de las llamadas "encomiendas", un sistema de agricultura usado por los castellanos durante la reconquista en España. Debido a estos cambios, los indígenas perdieron toda confianza en su futuro.
Una causa frecuente de muerte fue el suicidio. Algunas mujeres indígenas, es verdad, comenzaron a convertirse en amigas de algunos conquistadores: incluso Hernán Cortés tuvo una hija con una taína en Cuba. Pero no es necesario aceptar las cifras exageradas de Bartolomé de las Casas o de los profesores Borah y Cook, de Berkeley, California, en el siglo veinte, para ver que la disminución de la población fue verdaderamente una enorme tragedia: el declive fue de cerca de 80.000 o quizás 100.000 almas en la Española en 1492 a unas 30.000 en 1510, y las cifras continuaban bajando.
Además de ser cada día menos numerosas, los taínos fueron expertos en evitar el trabajo en los ríos buscando oro, así como en las pocas haciendas azucareras fundadas por los españoles en La Española.
Algunos taínos fueron transportados a España por Colón, por Américo Vespuccio y otros aventureros de la primera generación, y ahí tampoco demostraron muchas cualidades como trabajadores.
Se ha demostrado que los indígenas fueron mucho menos eficientes que los pocos esclavos negros que vinieron al Caribe desde España o Portugal después de 1502, año en que, aparentemente, el primer esclavo de origen africano fue llevado de Sevilla hasta Santo Domingo. Tampoco los esclavos indígenas importados de otras islas en el Caribe --como de las Lucayos, ahora las islas Bahamas-- fueron eficientes. Por eso, don Nicolás Ovando llamaba a estas las islas sin meta: useless islands.
Un informe de 1511 al rey don Fernando diría que el trabajo de un negro era "el equivalente del trabajo de cuatro indios". Es verdad que ya algunos de los esclavos negros exportados a Santo Domingo en 1502 habían unido sus fuerzas con algunos taínos en un débil esfuerzo por montar una rebelión. Pero los castigos duros pusieron fin a todo. También algunos esclavos blancos, es decir, musulmanes capturados por los cristianos después de la caída de Granada en 1492, fueron transportados a las Antillas. Pero los negros se mostraron claramente superiores.
V
Por eso, no fue una sorpresa que, el 10 de enero de 1510, don Fernando entregase unos permisos para el transporte de 50 esclavos a Santo Domingo para trabajar en las minas. Seis semanas más tarde, el 15 de febrero, extendió licencias por otros 200 para ser vendidos a quien quisiera comprarlos.
Así comenzó la trata de esclavos africanos en las Américas, una de las más curiosas, y al mismo tiempo más crueles, empresas de la historia, una empresa en la que se mezclaron no solamente todos los países marítimos de Europa, incluyendo mi país (sobre todo en el siglo XVIII), sino todos los pueblos de Africa con costas atlánticas, y que no se terminaría hasta los años sesentas del siglo pasado.
Un artículo de hace unos seis meses en ABC, periódico de Madrid, decía que esta trata fue monopolio de musulmanes y protestantes. Desgraciadamente, la empresa fue más "multiconfesional".
VI
Hasta ahora nada es nuevo en todo esto. Se ha conocido desde siempre el hecho de este permiso de don Fernando. Thomas Clarkson, el filántropo inglés, habla, alrededor de 1800, del asunto en su Historia de la abolición de la trata y añade curiosamente que el Rey debía desconocer "la manera pirata y furtiva" en que los portugueses se procuraban esclavos.
Pero aunque sí sea cierto que los españoles compraban estos esclavos a los portugueses, don Fernando no fue un hombre para tener dudas sobre unos cientos de esclavos. Ya fríamente había deportado a muchos judíos y musulmanes españoles. Liberó a un gran número de esclavos cristianos de manos de los moros y esclavizó a muchos moros después de la toma de Málaga y de Granada.
Clarkson también incurre en error en otro asunto: estos esclavos transportados a las Américas, como consecuencia del permiso de don Fernando el Católico, no se obtuvieron en su mayor parte mediante actos de piratería. Más bien en esos días los esclavos africanos, en su gran mayoría, eran comprados por los portugueses a reyes o a mercaderes africanos, en las costas de Africa; mejor dicho, fueron trocados por mercancías europeas: vinos de las islas Canarias, caballos españoles, tejidos ingleses o manillas (pulseras de latón) hechas en Alemania.
VII
El Rey Católico fue naturalmente responsable de enviar estos primeros esclavos negros al Nuevo Mundo, y hay documentación precisa y abundante en el Archivo de Indias en Sevilla, que yo estudié, donde se indica la participación del Rey en el asunto, con su firma y todo. Pero en 1510 el Rey estaba demasiado ocupado en asuntos políticos de Italia y en la conquista de Trípoli para poder extirpar la piratería musulmana del Mediterráneo occidental.
Estaba preocupado también por el hecho de que su segunda mujer, la poco popular germana de Foix, no le había proporcionado un descendiente varón, heredero del trono.
Y nunca estuvo muy interesado en las cosas del Nuevo Mundo.
Las Indias habían sido asunto personal de su esposa, la reina Isabel, y fueron, con algunas excepciones, tierra reservada para los castellanos, no para los aragoneses o los catalanes.
VIII
El hombre que recomendó al Rey la política esclavista fue su primer consejero en asuntos de las Américas, un "ministro de las colonias" sin el título: Juan Rodríguez de Fonseca, en esos momentos obispo de Palencia, un rico obispado entre Burgos y Valladolid. Rodríguez de Fonseca, miembro de una importante familia de burócratas castellanos, fue un hombre singular. De él viene el nombre del Golfo de Fonseca, entre Nicaragua y El Salvador.
Enemigo de Colón, de Cortés y de todos los hombres imaginativos, quiso, al mismo tiempo, obtener el máximo de dinero de las Indias para la Corona de España y para él mismo y sus amigos, como su secretario, Lope Conchillos, un aragonés converso, bastante conocido en la corte como amigo de don Fernando.
Es quizás demasiado fácil considerar a Rodríguez de Fonseca como el malvado de todos los fallos de la primera generación española después de la Conquista. Hombre codicioso y culto al mismo tiempo, fue mecenas de varios pintores flamencos. Maestro en organización, fue quien preparó el segundo viaje de Colón, quien organizó la gran expedición del Gran Capitán a Nápoles y quien estableció la Casa de la Contratación en Sevilla y probablemente el Consejo de Indias, instituciones imperiales que duraron 250 años.
La documentación en Sevilla sugiere que fue Rodríguez de Fonseca quien propuso la nueva política esclavista; también quien propuso un impuesto de dos ducados por esclavo en la concesión de la licencia para su transporte.
Este impuesto comenzó en seguida a ser un recurso importante para la Corona y siguió siendo la explicación del interés de la Corona por la trata de esclavos. Ofrece también una explicación de muchos asuntos arreglados más tarde con todos los países de Europa, incluyendo después el Tratado de Utrecht en 1713, con la famosísima South Sea Company de Londres (la Compañía del Mar del Sur), que transportó en el siglo XVIII a tantos esclavos africanos a Cartagena de Indias, a Veracruz y a La Habana.
IX
Otras dos personas estuvieron mezcladas en la decisión fernandina de enviar esclavos a las Américas.
Los dos fueron florentinos, como era de esperar en una política del Renacimiento.
En primer lugar, Piero Rondinelli, mercader florentino de Sevilla, en ese momento el representante en esa ciudad del famoso Banco Médici. Este personaje tenía muchos intereses en la industria de azúcar en las islas Canarias; en seda, en terciopelo, en brocados, y en textiles ingleses; también en proveer a Santo Domingo de carne seca y ropa. Igualmente le interesaba el comercio de esclavos, para lo que necesitaría un socio en Lisboa.
X
Este socio era Bartolomé Marchionni, también florentino, una figura cosmopolita, verdaderamente un ciudadano del mundo. Marchionni se estableció como azucarero en la isla portuguesa de Madeira, la primera isla del Atlántico en actuar como una colonia azucarera.
Joris Huysmans, escritor francés del siglo XIX, pensando en las estaciones de ferrocarril, denominó a la iglesia de Saint Suplice en París como "una profecía en piedra." Pensando ya en el Caribe de los siglos XVII y XVIII, Madeira fue, en el siglo XV, una profecía en caña de azúcar. También Marchionni financia a dos aventureros portugueses, de Paiva y de Covilhan, en el primer viaje de europeos a Etiopía en 1487.
En 1500 Marchionni fue dueño de uno de los buques en la flota de Cabral, que descubrió Brasil por casualidad.
Fue Marchionni quien sugirió al rey de Portugal que su amigo y compatriota Américo Vespuccio (también trabajó él en el Banco Médici en Sevilla) debería ir a Brasil en 1500. Y lo hizo.
Pero gran parte de la enorme riqueza de Marchionni, que permitió tantas inversiones interesantes, fue el resultado de su comercio de esclavos. Porque en 1480 el Rey de Portugal vendió a Marchionni el monopolio de tratar con los esclavos, desde Golfo de Benín (lo que es ahora Nigeria) hasta Portugal.
Marchionni vendió los esclavos no solamente en Lisboa, sino en Sevilla, Valencia y en su propia Italia, e incluso en Africa, sobre todo en la nueva colonia de Elmina, en la Costa de Oro, donde había mercaderes africanos o sus representantes, ansiosos de comprar los esclavos de Benín para sus minas de oro.
Pues bien, fue Marchionni, un personaje totalmente olvidado, la persona clave en el comercio de esclavos, en todas las direcciones, en 1510, y solamente él proporcionaría tantos esclavos como se necesitaban.
La base de Marchionni en Lisboa era esencial, porque en 1479 Castilla había autorizado a Portugal todos los derechos de hacer comercio en Africa del Oeste a cambio de su soberanía --la soberanía de Castilla-- en las Canarias.
Este arreglo fue confirmado por el Papa en Tordesillas, en 1493. Por ello no había ningún mercader español en la costa de Africa, solamente portugueses, o italianos autorizados por Portugal. Un viajero alemán, Hironymnius Münzer, visitando Lisboa en los años noventas del siglo XV, notó que casi todos los esclavos africanos vendidos a España y a Italia (y había muchos) pasaron por las manos de Marchionni.
Y un documento en el Archivo de Indias indica que, efectivamente, para efectuar los planes de don Fernando, o del obispo Rodríguez de Fonseca, los mercaderes españoles debían comprar cientos de esclavos en Lisboa a Marchionni.
XI
Es necesario comprender que en estos momentos la esclavitud no era, en definitiva, una institución extraordinaria en Europa, sobre todo en Europa del sur. Había miles de esclavos en Portugal y en España, en Italia y en Francia del sur, muchos eran negros de Africa; algunos esclavos blancos, es decir, musulmanes; algunos esclavos probablemente de una generación ya mayor, de Europa del este, los Balcanes, incluso de Rusia.
Había en España también algunos guanches, esclavos de las islas Canarias exportados a España después de algunas llamadas "rebeliones" en estos nuevos territorios castellanos. Estos esclavos europeos trabajaban en tareas domésticas, algunas veces alquilados por sus propietarios para trabajar en los astilleros; de vez en cuando laboraban en la agricultura --los viñedos de Jerez, por ejemplo-- o en las haciendas azucareras fundadas por genoveses (no florentinos) en el Algarve, en Portugal, durante los primeros años del siglo XV.
Los esclavos de Sevilla en 1510 probablemente eran unos 10.000, la mitad blancos, la mitad negros. Los esclavos negros de España en 1510 eran, como los de Portugal, en su mayoría personas compradas en Africa por nuestro amigo Marchionni u otros mercaderes por el estilo.
Pero algunos esclavos negros llegaron allí por las viejas rutas a través del Sahara hasta el Mediterráneo, una ruta ya muy conocida, pues en la época musulmana en Granada la ruta del Sahara era una fuente abundante de esclavos en todo el mundo árabe.
Había algunas cofradías de negros libres en Barcelona, en Sevilla y también en Valencia en el siglo XV, muchos años antes del comienzo de la trata de los esclavos por los portugueses.
Una de estas, la así llamada "Negritos", de Sevilla, sobrevive como institución hasta la fecha, y podemos ver su procesión en esa ciudad en la Semana Santa, aunque hoy sin negros, en verdad.
Había también en esta época un sinnúmero de esclavos en Valencia y en Italia: negros al igual que blancos.
El pintor Parpaccio, en 1496, representaba a un esclavo negro manipulando una góndola en su cuadro Curando a un hombre poseso, ahora en la Academia en Venecia.
XII
Quisiera insistir en cinco cosas con respecto a la esclavitud en Europa en el siglo dieciséis.
Primero, la institución continuó sin interrupción seria desde los días de Roma.
Segundo, las guerras entre los cristianos y los musulmanes durante la Edad Media estimulaban el uso de esclavos porque los dos lados esclavizaban a sus cautivos.
Tercero, Marsella, Montpellier, Génova, Venecia y Nápoles poseían mercados de esclavos de todo tipo.
Cuarto, la trata musulmana de esclavos negros de Africa occidental podría haber sido más amplia en 1500 que el tráfico marítimo portugués.
Quinto, es muy difícil encontrar alguna indicación de que la opinión pública europea --o africana-- de entonces sintiera repudio hacia la esclavitud.
XIII
Tampoco es fácil encontrar tal repudio durante muchos años. La razón es la siguiente: la época que conocemos como Renacimiento fue una de las eras más fascinantes de la historia. El motor de la época era la creencia de que se podían revivir las ideas y las costumbres de la antigüedad clásica, Roma y Grecia. Este rescate del pasado comprendía mucho más que solamente el arte, porque incluía la ciencia y la tecnología.
Las recuperaciones abarcaban el urbanismo, la filosofía y el pensamiento político, ofreciendo mucha luz, sugiriendo una versión nueva basada en el pasado.
Pero en el asunto de la esclavitud, la antigüedad clásica no podía dar un ejemplo moderno, porque Roma y Grecia fueron igualmente edificadas sobre cimientos esclavistas.
XIV
En Grecia y en Roma los esclavos trabajaban en las minas, en obras públicas, en equipos o individualmente en las haciendas, en el comercio, en los astilleros e incluso en las casas como criados.
Servían en --y organizaban-- los burdeles, en talleres, en la ciudad y en el campo.
Había 60.000 esclavos en Atenas en su edad de oro; 10.000 en la famosa mina de plata en Laurium.
Los romanos usaban a los esclavos en las mismas categorías que los griegos, aunque la cantidad de esclavos domésticos era mucho mayor. Un senador en los tiempos de Nerón podría fácilmente poseer 400 esclavos en casa.
El Estado romano usaba una cantidad enorme de esclavos: por ejemplo, 7.000 solamente para mantener los acueductos.
Estos esclavos eran de todas partes: algunos negros de Etiopía, aunque la mayoría provenían de Europa del norte o eran alemanes, británicos, galos, sin ningún perjuicio en pro o en contra del color de ninguno de ellos.
XV
La cristiandad no demostró demasiado interés sobre el asunto. San Pablo, por ejemplo, dijo que la esclavitud era algo externo. La epístola a Filemón el Griego explica cómo el Apóstol devolvió a su dueño un esclavo fugado.
La actitud del Renacimiento era igual: los papas humanistas, como el genovés Nicolás V, y los papas juristas, como el valenciano Calixto Tercero, el primer Borgia, aplaudieron con entusiasmo a los portugueses en sus viajes esclavistas a Africa occidental en el siglo XV. Y la bula de Nicolás V, en 1454, habla de las consecuencias positivas de esclavizar a tantos paganos.
La única censura, aún parcial, de una autoridad papal durante el Renacimiento fue la del culto papa Pío II, Eneas Silvio Piccolomini, que envía una carta en 1462 a un obispo portugués quien está preparando su viaje a Africa occidental, en la que él, el Papa, condena a todos los mercaderes que hacían esclavos de los africanos ya convertidos al cristianismo.
Esto, sin embargo, no es mucho porque en esos días la mayoría de los esclavos africanos no eran bautizados (en contraste con la trata en sus días clásicos, cuando todos los esclavos portugueses eran sometidos a un bautismo rudimentario antes de salir de Africa).
Pero sí es interesante ver a un Papa discutiendo el asunto, aunque la condena de Pío II no me parece adecuada para justificar la frase incluida en la Nueva enciclopedia católica diciendo, tout court, que Pío II condenó la trata de esclavos.
La única otra referencia que encuentro de un Papa hablando de esclavos al final del siglo XV es en la relación de un consistorio, en 1488, fuera de Roma, donde el papa Inocencio VIII --otro genovés-- ofreció cien esclavos musulmanes (regalados a él por Fernando el Católico después de la caída de Málaga) a su clero.
Es verdad que el ingenioso papa León Décimo, un Médici, dijo de la esclavitud en el Nuevo Mundo que "no solamente la Cristiandad, sino la naturaleza misma, protesta contra la idea de la esclavitud". Pero, evidentemente, León hablaba de los indígenas americanos, no de los esclavos africanos.
XVI
Curiosamente, durante el Renacimiento no se escribió mucho ni de la esclavitud misma ni de la esclavitud en la antigüedad.
El único trabajo serio es un libro de un señor Lorenzo Pignoria, de Padua, que en 1613 presentó su De servis, un estudio sobre la vida de los esclavos urbanos en Roma, una obra de la que un historiador inglés en el asunto, sir Moses Finlay, dice que no fue superada hasta el fin del siglo XIX. Pero Pignoria no nos dejó ninguna visión para nuestra época.
Otro humanista de la época, Giles de Roma, dijo en 1607 que el filósofo Aristóteles había "probado"que había algunas personas que "son esclavos por naturaleza": un punto de vista bastante popular en esa época. La misma idea, por ejemplo, fue expresada cien años antes en un libro de 1460, llamado Un jardín de señoritas de la nobleza, escrito por un padre agustino, Martín de Córdoba, por su apellido probablemente un judío converso. La obra es una colección de declaraciones piadosas encargada por Isabel de Portugal, la madre loca de Isabel la Católica, que la leyó.
Martín de Córdoba dijo sobre la esclavitud: "Los bárbaros son los que viven fuera de la ley; los latinos, los que tienen la ley; y es la ley de las naciones que los que viven y son gobernados por la ley son los señores de quienes no tienen ninguna ley. Pues estos señores pueden capturar y esclavizar a los que son por naturaleza los esclavos de los justos".
¡Los esclavos de los justos! No es esta una frase que pueda estar de moda en el siglo XX quizás, pero este argumento evidentemente influyó en la actitud de la reina Isabel frente a los esclavos negros, guanches (de las Canarias) y musulmanes, muchos de los cuales debía de tener ella en la Corte.
Tomás Moro incluyó la idea de la posesión de esclavos en su famosa Utopía, libro que salió seis años después del permiso, en 1510, de don Fernando de transportar a los esclavos del Caribe.
Moro, con un pueblo de Brasil quizás en su cabeza, pensó que la esclavitud era una condición idónea para los cautivos de guerra, los criminales, y también para los pobres que trabajaban bien, pero que venían de otro país.
Parece que el querido amigo de Moro, Erasmo, no dijo nada sobre la esclavitud; tampoco Maquiavelo.
Por el contrario, un diplomático flamenco, Busbeq, rumbo a Estambul hacia 1550, escribió que una de las características de su tiempo fue precisamente la escasez extraordinaria de esclavos. Por eso dijo: "Nunca pudimos realizar nada equivalente a los grandes trabajos de la antigüedad: la mano de obra nos falta."
XVII
Algunos escritores o filósofos portugueses o españoles sí han hablado un poco de la esclavitud como institución en la segunda mitad del siglo 
XVI.
Por ejemplo, los portugueses, los grandes traficantes de esclavos hasta 1640, sí procuraban insistir, en teoría, en las buenas condiciones para la travesía del Atlántico. Pero había un gran golfo entre la teoría y la realidad.
En España, Bartolomé de las Casas, personaje que no necesita ninguna presentación aquí y que, cuando era joven, apoyaba la política de enviar los esclavos africanos a las Indias para compensar la falta de mano de obra indígena, escribía, en su famosa historia, que, cuando pensaba así, había caído en una trampa, "desconociendo la injusticia con la cual los portugueses los cautivaban y los hacían esclavos".
Después se arrepintió porque vio "que la esclavitud de los negros era igual a la de los indios".
Los que critican a Las Casas (y hay muchos), olvidan que, por lo menos, denunció por fin la esclavitud, y ninguno de sus contemporáneos hizo lo mismo.
Las Casas, ustedes tal vez lo recuerden, tuvo una disputa famosa y pública en 1550 con el clasicista Ginés de Sepúlveda sobre el asunto de cómo se podría promulgar y predicar la fe católica en el Nuevo Mundo. Ese debate fue sentenciado por una junta de 15 sabios, entre ellos Domingo de Soto, dominico, el alumno más importante del jurista Vitoria, con quien vivió en el mismo convento dominico en Salamanca.
Profesor en Segovia y en Salamanca, Soto representó a la Corona en el Concilio de Trento y es considerado, con Vitoria, como uno de los padres de la ley internacional. También fue confesor del emperador Carlos V. Tras unos pocos años, Soto publicó sus Doce libros sobre la justicia y la ley, en los que insistía en que era pecado el retener como cautiva a una persona nacida libre o a una persona capturada con fraude o con violencia, aunque hubiera sido comprada legalmente en un mercado regular.
Al hablar así, Soto, al contrario que los papas León X y Urbano VIII, evidentemente estaban hablando de los esclavos africanos o musulmanes, de los cuales había algunos seguramente en Salamanca, pues sus palabras, escritas con energía en la que fue en su tiempo la universidad más importante de España, no encontraron ningún eco en la práctica.
XVIII
Después del permiso de don Fernando el Católico, se enviaron cargamentos regulares de africanos, hombres y algunas mujeres, al Nuevo Mundo.
Pero este primer envío de 200 esclavos no demostró ser tan fuerte como se había pensado.
"No entiendo --escribió don Fernando, en junio 1511-- cómo tantos esclavos murieron; guárdalos bien."
Algunos negros, o esclavos o libres, sí sobrevivieron para participar en la nueva ola de conquistas españolas.
Por ejemplo, ya en 1512 Núñez de Balboa tenía con él un esclavo africano cuando vio por primera vez el océano Pacífico.
Pedrarias también tenía con él esclavos cuando estableció su capitanía en el Río de Oro.
El más famoso negro en la expedición de Cortés era el hacendado libre Juan Garrido, que fue la primera persona en plantar trigo en el Nuevo Mundo, en su finca en Coyoacán, donde había una visita interesante de la primera mujer de Hernán Cortés, Catalina la Marcayda, el domingo antes de su muerte repentina. Un negro de Marruecos, Estebanico, fue con Cabeza de Vaca en su expedición extraordinaria y heroica desde la Florida hasta México de 1528 a 1536, la primera exploración seria de América del Norte. (No sé por qué Cabeza de Vaca no es una leyenda en Estados Unidos.) Y había negros en la expedición de Heredia en 1533 a Cartagena de Indias.
XIX
Todo el que examine las fuentes de la historia de la trata de esclavos se encuentra unos párrafos famosos de un cronista portugués, Zurara.
Zurara habla de los 200 esclavos cautivados en Africa en 1444 y vendidos en Lagos, en Algarve, en lo que fue la primera venta importante de esclavos transportados por mar desde Africa occidental. Estos esclavos eran de la Puerta de Arguim, ahora en Mauritania, o su vecindad.
Zurara notaba la belleza y el misterio de los cautivos y después se permitió una oración, no a Dios o a la Virgen, sino a la diosa Fortuna:

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