El insomnio de la razón
Publicado por: Miguel León 4 días agohttp://ssociologos.com/2015/02/25/el-insomnio-de-la-razon/
El búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo.
G. W. F. Hegel, Filosofía del derecho
En tiempos
convulsos como los nuestros es difícil conciliar el sueño: ¿y si me
echan del trabajo?, ¿y si no me dan la beca?, ¿y si la factura de la luz
es demasiado alta?, ¿y si sube el kilo de manzanas?, ¿y si el médico no
me da más de un día de baja?, ¿y si bajan las ventas de la empresa?, ¿y
si suben pero da igual?, ¿y si…? Consultar nuestras decisiones con la
almohada deja de ser un consejo dictado por la prudencia y se convierte
en un calvario. Los hay, también, que duermen, pero lo hacen con los
dientes apretados porque el cuerpo es vértice donde se unen pensamiento y
dolor. La verdad es que cada día nuestras calles se despiertan con el
clac-clac de los bruxistas.
También se
desvelan los intelectuales, pero el suyo es un insomnio productivo. Uno
se sienta ante el papel en blanco, digital o analógico, y entre dos
pilas de libros como Columnas de Hércules. Las neuronas se cuecen (y
enriquecen) a fuego lento y es difícil saber cuándo comenzarán a bullir.
Hay veces que eso sucede a las dos de la mañana, y no podrías parar
aunque quisieras: tienes que echarlo todo, rellenar líneas y líneas
hasta quedar exhausto, seco, porque la almohada no tolerará que te dejes
nada en el tintero. Si te echas en los brazos de Morfeo sin haber
cumplido con tu tarea te llevarás una paliza, y lo sabes.
Esta
economía del sueño es una buena vía de entrada al análisis de clase. Es
difícil tener por hábito una jornada de trabajo intelectual que
comienza al ponerse el sol si uno ficha en el tajo al amanecer. Pero
también sería raro necesitar la reflexión nocturna si la filosofía fuera
una tarea sólo apta para quienes pueden confiar totalmente la
reproducción material de su existencia al plustrabajo de otros: por
fortuna el marxismo puso definitivamente fin al binomio
filosofía-esclavitud. Decimos que “trabajamos mejor por la noche”, pero
eso es tan absurdo como disfrutar de la sensación de jet lag.
Somos muchos, aunque no lo creáis, los que pensamos con autonomía por la
noche porque no tenemos más remedio, porque por el día alquilamos carne
y nervio, y no porque nos guste.
Esta
economía del sueño refleja una estructura de clases donde todo es, sí,
blanco o negro, explotador o explotado, pero sin negar la escala de
grises. Quienes podemos permitirnos el hábito, no realmente el lujo, de
trasnochar pensando, tenemos la responsabilidad de asumir esa tarea
desde la toma de partido y hasta las últimas consecuencias. Una de
ellas, no la más terrible pero sí la más habitual, es que, incluso
después de haber volcado negro sobre blanco nuestros pensamientos,
seamos incapaces de conciliar el sueño: trazar un mapa de las relaciones
de poder nos puede llevar con facilidad a la desolación que produce
saber que las montañas son demasiado altas, los abismos demasiado
amplios, los desiertos demasiado inhóspitos… Frente a esas dificultades,
uno está tentado de buscar subterfugios que le permitan dormir
tranquilo.
Por
desgracia, es demasiado fácil, demasiado tentador, hacerse trampas en
el solitario y conciliar el sueño. Unos sueñan con el derrumbe y otros
con la reforma, aunque a partir de ahí hay tantas variantes como
personas, intelectuales que devienen sonámbulos. Un sonámbulo es un
peligro porque, si bien puede ser difícil animar a otros a escalar una
montaña, es una irresponsabilidad supina hacerles creer que se trata de
una colina; un abismo puede ser infranqueable, pero se convierte en una
trampa mortal si el sonámbulo consigue convencernos de que se trata sólo de una zanja.
Hay
sonámbulos que dicen que un día estallará una crisis, La Crisis, y que
se acabará el chiringuito. Que es sólo cuestión de tiempo que las
fuerzas productivas entren en contradicción con las relaciones de
producción; afortunados, dicen, serán los pacientes porque ellos
construirán un mundo nuevo sobre los escombros. La consigna “más
materialismo histórico y menos Prozac” entraña el riesgo de una
degradación total del pensamiento. Otros enfatizan el agotamiento
ecológico y, aunque lo nieguen, sueñan con que la violencia (real o
prevista) de los desastres naturales obliguen a su vecino el cafre a
coger la bicicleta para no tener que asumir la responsabilidad de
hacerlo ellos a punta de pistola (con coerción estatal). “Lo tumbemos o
no, lo cierto es que el capitalismo caerá solo”. Entonces, querido, ¿por
qué tumbarlo?
También
se hacen trampas, hipotecando la emancipación de todos, quienes tiran
por el sumidero el problema del hombre nuevo simplemente porque han
perdido el valor necesario para dudar de sí mismos sin dejar de creer en
sus propias fuerzas. Estos sonámbulos se vuelven maestros de la
prestidigitación conceptual y convierten en revolucionaria la
socialdemocracia a costa de la idea misma de revolución. El sentido
común es un punto de partida ineludible, pero sin su transformación no
hay quien avance hacia el punto de llegada: eso es, en rigor, cabalgar
contradicciones. No se trata de ocupar la centralidad del tablero, sino
de cuestionar su geometría y hacer papiroflexia con él si es necesario, o
una pelota para tirarlo a la basura.
El sueño de la razón produce monstruos, y sus desvelos nos inquietan. Pero es que nadie dijo que esto fuera a ser fácil.
Fuente: grabadosantiguos.eu
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