martes, 24 de marzo de 2015

De francés de color a haitiano a secas

Hacia 1920, en los años de la ocupación militar norteamericana en Haití, esa nación vivía en un estado de desconocimiento de los valores de su identidad, y los sectores de la élite haitiana pugnaban por no reconocer materias que forman parte de la cultura de las mayorías haitianas, buscando una identificación sociocultural con la Francia que había dominado su escenario histórico, en vez de hurgar en las raíces de una africanía que se empecinaban en negar.

Fue entonces cuando su notable intelectual Jean Price-Mars, se dedicó a pronunciar una serie de conferencias dedicadas a ayudar a los haitianos a encontrar su verdadera identidad, en contraposición con la corriente que intentaba desnaturalizarla. Esas conferencias de Price-Mars se llevaron a libro bajo el título de "Así habló el tío", hace ochenta y siete años, o sea en 1928. Cuarenta años después, en 1978, Casa de las Américas, de Cuba, hizo la primera edición en español de este libro, mientras que en nuestro país lo publicó por primera vez la Editora Manatí, de Miguel de Camps, a fines del 2000, hará en noviembre quince años.

El gran mérito de este ensayo (que hemos vuelto a releer en estos días) es el descubrimiento que hizo su autor para los haitianos de los elementos culturales que forman parte intrínseca de su ser nacional, en contraposición con el desconocimiento de dichos valores que pretendía la élite del vecino país. Por eso, el también escritor haitiano René Depreste -para entonces exiliado en Cuba, desde donde propició la edición prima en nuestra lengua- estimaba que Price-Mars "realizó brillantemente el primer inventario coherente de la herencia africana en Haití". Para el autor, su único propósito era hacer una "tentativa de integrar el pensamiento popular haitiano en la disciplina de la etnografía tradicional". O sea, a nuestro criterio, lograr que los aspectos esenciales del folklore y la cultura haitianas, incluyendo en ella sus mitos ancestrales, su lengua, su religión popular, sus cuentos y leyendas, sirvieran para crear una identidad de raza conforme los patrones y mitologías de la etnia negra africana de donde viene su origen.

El haitiano vivía para la época en que Price-Mars construye su ensayo en un proceso ambiguo de ejercicio de su identidad sin atreverse a reconocerlo como valor propio. El esfuerzo se centraba en creerse "franceses de color" - como los dominicanos alguna vez nos pensábamos "blancos de la tierra"- olvidando, como recuerda el autor, "ser haitianos a secas", o sea, "hombres nacidos en condiciones históricas determinadas, que habían recogido en sus almas, como todos los grupos humanos, un complejo psicológico que da a la comunidad haitiana su fisonomía específica". El interés pues, de este ensayo, es destruir los prejuicios entre los haitianos, entonces comunes, de negarse a ser "negros", y de considerar humillante el calificativo de "africano". Como irónicamente apunta el ensayista: "En rigor, el hombre más distinguido de este país prefiere que se le encuentre algún parecido con un esquimal, un samoyedo o un tunguso, con tal de que no se le recuerde su ascendencia guineana o sudanesa".

Para poder explicar "su" realidad, el haitiano Price-Mars desmonta los tabúes que se empecinaban en fomentar las élites de su patria y centra su atención en los valores del folklore, en la búsqueda de los orígenes en África, y especialmente en la trascendencia del vudú como experiencia religiosa autóctona pero imbricada con modelos provenientes de la lejana patria-madre. Es el vudú o "vaudou" el aspecto al que Price-Mars dedica mayor espacio en su ensayo, porque esta práctica mágico-religiosa es, sin dudas, el elemento de identidad de mayor importancia que posee la etnia haitiana. Al explicar los valores, por ejemplo, de sus cuentos y leyendas el reconocido intelectual desentraña la riqueza de "los magníficos materiales humanos con que se ha amasado el cálido corazón, la conciencia incontable, el alma colectiva del pueblo haitiano", intentando demostrar la existencia de una literatura y de un arte propios, que señalizan una identidad y que labran una característica diferenciatoria con la que toda cultura forja su personalidad. Si el "haitiano culto" crea un sistema de valores donde "lo francés" corrompe todo su esquema de creencias porque entiende que ello forma parte de su real identidad, Price-Mars le demuestra que ninguno de los elementos culturales de la nación haitiana nace de ese diseño sino que se interna en otros orígenes y se integra a una "noción de patria" muy diferente.

El creole es, por tanto, dentro de este entramado, la forma de expresión del ser nacional haitiano, el lenguaje de una raza que Price-Mars aspiraba que se convirtiese en forma literaria y que creía se debía consagrar al igual que la lengua francesa, italiana o rusa. O como la lengua española. El creole, que reconoce como dialecto, como "patuá" -tal como lo identifica despectivamente la generalidad de los dominicanos- "es una creación colectiva emanada de la necesidad que, en otro tiempo, experimentaron señores y esclavos para comunicarse".

Pero, es en el vudú donde Price-Mas concentra su mayor atención para explicar el dilema de la identidad haitiana. Desestimando los "sacrificios de brujerías y picardías charlatanescas que señalan el grado en que la ignorancia choca con los misterios de la naturaleza", el historiador revela el esquema de creencias y ritos del vudú y lo asume como forma religiosa propia, primero, "porque todos sus adeptos creen en la existencia de seres espirituales"; segundo, porque "el culto dedicado a sus dioses exige un cuerpo sacerdotal jerarquizado"; y, tercero, porque "a través del cúmulo de leyendas y la corrupción de las fábulas, se puede entresacar una teología". Aceptando que viene de las religiones animistas africanas -aunque explicando de cuál África, puesto que hay varias-, el autor define al vudú como "un sincretismo de creencias", cuya identidad se parangona con una religión existente en el Dahomey que tiene sus mismos componentes. El culto haitiano del vudú nace en "épocas convulsivas, en las reuniones nocturnas de los bosques", cuando los negros originales vivían y practicaban a escondidas su fe primitiva. Price-Mars se explaya en el análisis de esta realidad religiosa, detallando su doctrina, sus ritos, su esquema de creencias, sus principales divinidades, y estableciendo un debate sobre el tema de la posesión en el vudú con el historiador Jean Crisostome Dorsainvil, autor del célebre "Manual de Historia de Haití", libro fundamental de la bibliografía haitiana, que ha sido desde 1924 el texto escolar con que nuestros vecinos han estudiado su discurrir histórico.

El ensayista se maneja con un instrumental de análisis que no descuida el dato referencial, el examen de la africanía histórica, los tipos de raza que emergen de África que construyen "ese imponderable que es el alma negra", los sentimientos religiosos de la masa rural haitiana y el conjunto de creencias que se trasladan desde las formas literarias más diversas: cuentos, leyendas, adivinanzas, proverbios. Toda la difícil mitología haitiana, estudiada con rigor sociológico y erudición histórica, permite al lector emprender el conocimiento de la identidad nacional haitiana y comprender su ritmo propio, sus características fundamentales y su teorización explicativa.

Price-Mars hizo entender a los haitianos que su naturaleza y su idiosincrasia no tenían que ser asumidos a hurtadillas, en el miedo de reconocer lo propio como insano o como despreciable. "No hay nada feo en la casa de mi padre". Este fue el mensaje que transmitió entonces y que sirvió de bandera para que el haitiano se asumiera como tal y se negara a considerarse un francés de color.

Clamaba entonces Price-Mars, la figura por excelencia de la intelectualidad haitiana: "Pero, por favor, amigos míos, no despreciemos más nuestro patrimonio ancestral. Amémosle, considerémosle como un bloque intangible".
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("Así habló el tío". Jean Price-Mars. Presentaciones: Alberto Despradel/René Depestre/Andrés L. Mateo. Serie Literatura Caribeña. Colección La Otra Orilla. 1ra. edición dominicana, Editora Manatí: noviembre 2000 / 276 páginas.)

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