JORGE BONSOR Y EL DESCUBRIMIENTO DE TARTESSOS
por Jorge Maier Allende
Hoy por hoy no cabe duda que Jorge Bonsor (Lille, 1855 – Mairena del Alcor, 1930) fue el descubridor de la cultura material de Tartessos, de un Tartessos real y objetivo, con una delimitación espacial y temporal muy clara al ofrecernos por primera vez la descripción de sus ciudades, de sus principales componentes culturales, de sus costumbres funerarias. Sin embargo, los resultados de las investigaciones de Bonsor no se resolvieron en un solo libro, sino en un conjunto de trabajos de carácter heterogéneo aunque coherente y, sobre todo, objetivo, entre los cuales los más conocidos son Tartessos (1921)[1], El Coto de Doña Ana un visita arqueológica (1922) y Tartessos: excavaciones practicadas en 1923 en el cerro del Trigo término de Almonte (Huelva) (1928). No obstante, todos ellos se refieren a un aspecto muy concreto de sus investigaciones, la localización de la ciudad de Tartessos en la desembocadura del río Guadalquivir. Pero los trabajos de Bonsor sobre Tartessos tienen su origen muchos años antes, en 1894, año en el que dio comienzo a la exploración sistemática de Los Alcores sevillanos. Es pues una larga y prolongada investigación de más de treinta años dedicados a la investigación de la Protohistoria de Andalucía Occidental que culminaron en 1925-1926 con la excavación de la necrópolis de Setefilla (Lora del Río, Sevilla). Así, a los trabajos ya citados debemos añadir Las Colonias agrícolas prerromanas del Valle del Guadalquivir(1899; 1997), “Los dioses de los Alcores” (1924), “Le veritable origine de Carmona et les decouvertes archéologiques des Alcores” (1927); “From Tarshish to the isles of Tin” (1928), Nécropole iberique de Setefilla, Lora del Río (Sevilla), fouilles de 1926 y 1927 (1928) y Early engraved ivories in the collection of The Hispanic Society of America (1928).
“Jorge Bonsor fue el descubridor de la cultura material de Tartessos, sus investigaciones se centraron en su localización en la desembocadura del río Guadalquivir”.
Cuando Jorge Bonsor comenzó a desarrollar sus investigaciones sobre la protohistoria de Andalucía occidental, la cuestión de Tartessos como problema histórico, se centraba en dos aspectos, la localización de la ciudad y el comercio de los metales, esto es, la identificación de sus fuentes de aprovisionamiento, especialmente del estaño, cuyo monopolio explotaba la ciudad de Tartessos, que los autores clásicos ubicaron en unas islas del Occidente europeo, las Cassiterides. Esta visión está muy de acuerdo con la arqueología filológica, que era desde la que se abordaba la investigación. Este fue también el punto de partida de Jorge Bonsor, como es lógico.
Pero Bonsor supo compaginar el argumento filológico -y darse cuenta de que éste por sí sólo no bastaba- con una metodología de investigación arqueológica, que es la que le otorga plena modernidad para avanzar en el conocimiento de la civilización tartésica, por lo que consideramos hoy sus trabajos como el punto de arranque de la investigación contemporánea en esta cuestión.
Una de las peculiaridades de Jorge Bonsor fue la de caracterizarse por ser un arqueólogo del territorio. Y es este uno de los aspectos fundamentales de su concepción de la investigación arqueológica: la prospección sistemática del territorio previamente considerado al conjugar unidades de espacio y tiempo. Pero, por otra parte, su fe ciega en el positivismo arqueológico, es decir, la excavación arqueológica, la recuperación sistemática y ordenada de la cultura material como fuente de datos históricos con la que superar el agotado modelo filológico. Su rigurosidad fue admirable y a él debemos la exhumación de los primeros vestigios materiales que caracterizan a esta civilización y los primeros intentos de clasificación e interpretación fundamentados en la aplicación de criterios estratigráficos y en la valoración de la cerámica como elemento de datación secuencial.
Por lo que va dicho es necesario establecer distintas etapas en la investigación del arqueólogo anglofrancés, unas más conocidas que otras.
La primera de ellas y el punto de arranque de sus investigaciones fue la exploración sistemática de Los Alcores que discurrió entre los años de 1894 y 1899.
Si bien Bonsor ya había mostrado cierto interés por los tiempos protohistóricos y había procedido a la excavación de algunas estructuras funerarias existentes en la necrópolis neopúnica y romana de Carmona su interés por investigar esta época se debió también al contacto que mantenía con los arqueólogos franceses Arthur Engel (1855-1920) y Pierre Paris (1859-1931), cuya presencia en España, en relación a la investigación de la cultura ibérica, era regular desde 1886 y 1895 respectivamente. En cualquier caso, Jorge Bonsor llevó a cabo la primera exploración de Los Alcores en solitario.
“Las investigaciones en Los Alcores fueron publicadas en Les colonies agricoles prerromaines de la Vallée du Betis, primera obra moderna sobre la civilización tartésica”.
En el curso de esta exploración Bonsor excavó varias necrópolis e identificó sus asentamientos correspondientes, hoy ya míticos en la historiografía tartésica: La Mesa del Gandul y la necrópolis de Bencarrón (Alcalá de Guadaira/Mairena del Alcor), La Tablada y la necrópolis de Santa Lucía (El Viso del Alcor), el túmulo de Alcaudete, la necrópolis de El Acebuchal y la llamada Casa del Colono, la necrópolis de Huerta Nueva, la necrópolis de Alcantarilla, la necrópolis de la Cruz del Negro, la necrópolis de la Cañada de Ruiz Sánchez (Carmona) y el santuario de Entremalo, todas ellas en el término de Carmona.
Los resultados de estos primeros trabajos de exploración y excavaciones fueron publicados en su obra más conocida y aun hoy en día de obligada consulta: Les colonies agricoles prerromaines de la Vallée du Betis (1899)[2]. Es esta, por tanto, la primera obra moderna que poseemos en España sobre la civilización tartésica. En ella Bonsor, no sólo dio a conocer importantes aspectos de la cultura material y de las costumbres funerarias de Tartessos, sino que subrayó la importancia, desde el positivismo arqueológico, que la colonización fenicia tuvo en la conformación de los pueblos del mediodía peninsular y especialmente en los Tartesio-Turdetanos. Y, además, que la colonización fenicia no se restringió sólo a la fundación de ciudades costeras como hasta entonces se creía, sino que alcanzó el interior de Andalucía y tuvo aquí un móvil agrícola, tal y como indica el título de su obra. Este fue el aspecto más revelador de la obra de Bonsor y el que abrió una fructífera línea de investigación.
Pero como ya hemos indicado oportunamente Bonsor aún no hablaba de cultura tartésica propiamente dicha, aunque sí se planteó ya la posible ubicación de la ciudad de Tartessos a partir de la descripción de Estrabón y del conocimiento y examen geológico del terreno, para lo que recorrió los parajes descritos por el geógrafo griego. Es importante subrayar que Bonsor consideraba que Tartessos además del nombre de una ciudad, lo era también del río Guadalquivir y de toda su región.
La segunda etapa de la investigación es mucho menos conocida y se desarrolló en dos líneas de investigación paralelas: la identificación de las Cassiterides y la continuación de la exploración de Los Alcores.
Inmediatamente finalizada la primera exploración de Los Alcores, Bonsor acometió la localización de las Cassiterides, que identificó con el archipiélago de las Scilly, islas situadas frente a la península de Cornwall, en el suroeste de Inglaterra (Ashbee, 1980).
El objetivo principal de esta exploración, que llevó a cabo entre 1899 y 1902, era encontrar indicios y pruebas arqueológicas que demostrasen la presencia de los fenicios o de los colonos fenicios de la Península Ibérica en las Islas Scilly, tradicionalmente identificadas en la historiografía británica con las Cassiterides, ya que en Inglaterra estaba aún muy difundida en esta época la creencia de que los fenicios habían llegado hasta la región de Cornwall en busca de estaño desde el emporio de fundación más antiguo de este pueblo en Europa: Tartessos, que identificaban con la Tarshish bíblica. Sin embargo, Bonsor no pudo ver culminada su hipótesis de investigación, ya que no pudo encontrar ni un sólo elemento que delatara la presencia fenicia.
“Sus trabajos sobre Tartessos comienzan en 1894 con la exploración de Los Alcores sevillanos y culminan en 1925-1926 con la de la necrópolis de Setefilla (Lora del Río, Sevilla)”.
Paralelamente a esta importante investigación Bonsor continuó con la exploración de Los Alcores. Estos trabajos se desarrollaron entre 1900 y 1911 aunque en distintas fases intermitentes. Como los resultados de estas exploraciones nunca fueron publicados quedaron en gran parte desconocidos, hasta que recientemente se han dado a conocer sistemáticamente y nos revelan el gran conocimiento que ya atesoraba sobre la arqueología tartésica (Maier, 1999a).
En realidad, Bonsor continuó excavando las necrópolis tartésicas ya localizadas en su primera exploración. Los trabajos se centraron preferentemente entre 1900 y 1909 en la necrópolis de la Cruz del Negro (Carmona) (Maier, 1992 y 1999b). Asimismo descubrió una necrópolis muy similar a la Cruz del Negro en el Gandul (Mairena del Alcor/Alcalá de Guadaira) la hoy conocida como necrópolis del Camino del Gandul, y excavó varios túmulos en Bencarrón Alto en 1902 (Maier, 1996; Sánchez Andreu y Ladrón de Guevara, 2000). En 1908 trabajó en 1908 en las necrópolis Santa Lucía del Raso del Chiroli correspondientes al asentamiento de la Tablada (El Viso del Alcor) (Sánchez Andreu, 1992; Maier, 2008). La última intervención la llevó a cabo en la necrópolis de El Acebuchal (Carmona) en la que excavó nuevas tumbas de incineración en 1911 (Maier, 1999a: 210-211); Ladrón de Guevara et alii, 2000).
Todos estos años de excavaciones le permitieron a Bonsor aquilatar aún más la secuencia cultural de la región y en concreto, que es aquí lo que nos interesa, matizar sus observaciones sobre la secuencia cultural establecida en 1899.
La tercera etapa de la investigación esta determinada por la identificación de la ciudad de Tartessos. La existencia de una ciudad llamada Tartessos estaba admitida por gran parte de los investigadores y su descubrimiento fue el gran reto de la investigación de esta época, en la que es innegable la influencia de la confianza que se depositaba en la Arqueología, como había quedado demostrado, por lo menos en aquellos tiempos, desde los trabajos de Schliemann. La confianza que los historiadores depositaban en la arqueología era indiscutible.
Esta investigación tuvo su inicio en 1910, cuando Bonsor entró en contacto con el historiador alemán Adolf Schulten a causa sin duda de la publicación del Periplo de Himilco por Antonio Blázquez y Delgado Aguilera en 1909 y la revitalización del texto de la Ora Maritima, de Rufo Festo Avieno. En la obra de este poeta tardío latino se detectó que éste había utilizado fuentes mucho más antiguas para la descripción del litoral peninsular. Aunque este hecho venia siendo debatido en Europa desde al menos de finales del siglo XVIII, en España fue Antonio Blázquez y Delgado-Aguilera quien abordó por primera vez esta cuestión. Blázquez, que mantenía contacto con Bonsor desde al menos 1902 año en el que le vendió el castillo de Mairena del Alcor, ya había propuesto en un trabajo anterior, publicado en 1894, la probable situación de la ciudad de Tartessos en la desembocadura del Guadalquivir. El mismo Bonsor dejó dicho que fue Blázquez quien le incitó a que llevara a cabo la exploración arqueológica de la costa (Bonsor, 1921: 517).
Para Bonsor, como para la mayor parte de la crítica arqueológica de su tiempo, la existencia de la ciudad de Tartessos era indudable. Su principal referencia histórica fue, como lo había sido desde el principio, la autoridad de las fuentes greco-latinas. No obstante, varios historiadores alemanes como Karl Movers y Karl Müllenhof negaban la existencia de la ciudad de Tartessos. En este sentido Bonsor siguió y asumió la teoría de George Rawlinson, quien sí daba crédito a la fuentes: “Tartessus was a town in the opinions of Scymnus Chius, Strabo, Mela, Pliny, Festus Avienus, and Pausanias, who could not be, all of them, mistaken on such a point”. Rawlinson pensaba además que Tartessos fue probablemente también el nombre del río Guadalquivir: “It was a town named from, or at any rate bearing the same name with, an important river of southern Spain, probably the Guadalquivir” (Rawlinson, 1889), punto con el que Bonsor también estaba de acuerdo.
“Bonsor consideraba que Tartessos además del nombre de una ciudad, lo era también del río Guadalquivir y de toda su región”.
El proyecto sin embargo quedó congelado por diversos motivos y sobre todo por la Primera Guerra Mundial. Poco antes de su finalización Bonsor comenzó a trabajar en las excavaciones de la Casa de Velázquez en Bolonia. Tuvo entonces oportunidad de estudiar la geografía antigua del Estrecho gaditano y fue entonces cuando retomó el tema de Tartessos.
Hoy sabemos por la correspondencia inédita que se conserva en el archivo de la Hispanic Society of America que en 1918 Bonsor presentó al presidente de dicha institución, Archer M. Huntington, el proyecto de localizar la antigua ciudad. Su plan consistía en trazar los límites del lago ligustino y hacer excavaciones en lugares apropiados. Para ello, no sólo solicitó fondos a la Hispanic Society of America sino que también propuso la creación de una institución arqueológica en España semejante a la Escuela francesa de Arqueología de Atenas la Anglo-American School of Archaeology in Spain con sede en Sevilla.
Esta iniciativa es importante, ya que uno de los primeros proyectos que iba a acometer la Escuela iba a ser el descubrimiento de Tartessos. Ante esta situación Huntington decidió entregarle personalmente 1000$ para su proyecto de exploración de Tartessos. A comienzos del año 1920 Bonsor efectuó una primera visita a Arenas Gordas y se entrevistó con el Alcalde de Sanlúcar de Barrameda, quien le indicó algunos lugares en los habían sido reconocidos restos antiguos. Ese mismo verano Bonsor, que contaba 68 años, dio comienzo a la prospección de la costa, desde la desembocadura del Guadiana hasta la del Guadalquivir, con el fin de verificar el sinus Tartessius descrito por Avieno. Ya en esta primera exploración solicitó permiso a la duquesa de Tarifa para excavar, pero no se lo concedió e inmediatamente comenzó a redactar la memoria. A finales de agosto de 1920 Huntington le entregó 2000$ más para el establecimiento de la Escuela.
En el otoño (septiembre–octubre) de ese mismo año inició la segunda exploración en Arenas Gordas e identificó el brazo occidental del río y pudo delimitar la supuesta isla en la que debería de encontrarse la ciudad, pero continuaba sin obtener permiso de la propiedad para excavar. A finales de año concluyó la memoria que titulóTartessos, que fue redactada en dos versiones en francés y en castellano. La primera de ellas fue remitida a algunos miembros de la Sociedad de Anticuarios de Londres, futuros miembros de la proyectada Anglo-American School of Archaeology. El texto en castellano fue remitido a la Real Academia de la Historia y presentado por José Ramón Mélida en la junta académica del 25 de febrero de 1921 en la que recibió una entusiasta acogida por parte de Antonio Blázquez, el Marqués de Laurencín (entonces director), y por el Marqués de Cerralbo. Este último se ofreció a interceder ante el Duque de Tarifa, Carlos Fernández de Córdoba y Pérez de Barradas (1864-1931), para obtener el deseado permiso de excavación en el Coto de Doñana. La Real Academia de la Historia acordó que el texto de la memoria se publicara en el Boletín de la corporación, en el que apareció a finales de ese mismo año con un mapa del Delta del Tartessos. Desde entonces Jorge Bonsor contó con el decidido apoyo de la Real Academia de la Historia. En el mes de junio remitió la versión del texto en francés a la Hispanic Society.
“La identificación de la ciudad de Tartessos fue el gran reto de la investigación iniciada en 1910, cuando Bonsor entró en contacto con el historiador alemán Adolf Schulten”.
A mediados de mes de agosto de 1921 las gestiones de Cerralbo tuvieron efecto positivo y Bonsor obtuvo el permiso del Duque de Tarifa para reconocer y excavar la parte del terreno que había acotado en busca de restos arqueológicos que indicaran la existencia de la ciudad. Se trasladó al Coto el 20 de agosto y permaneció explorando los terrenos una semana en la que descubrió el Montón del Trigo, un asentamiento romano, así como otros pequeños asentamientos a 6 kilómetros de distancia de áquel en el que recogió escorias de hierro. Asimismo determinó el cauce del brazo occidental de río. Sin embargo, al no encontrar otros rastros se formó la idea de que en el Montón del Trigo podía haber algún resto más antiguo reutilizado que probara la existencia de la ciudad en aquellos parajes. Al regreso de esta primera exploración del Coto, comenzó a redactar el Coto de Doña Ana una visita arqueológica, segunda parte del Tartessos, que presentó a la Real Academia de la Historia y la corporación acordó su publicación, que apareció en elBoletín a finales de ese año. En noviembre de 1922 A. Schulten, tras inspeccionar el Coto, llegó a la misma conclusión que Bonsor, tal y como se lo comentaba a Huntington: …has just been over the island of Tartessos where, it appears that be re-discovered what I discovered more than a year ago, of course he has not read yet my archaeological visit to Doña Ana.
En junio de 1923 el Duque de Tarifa decidió no sólo financiar personalmente las excavaciones en el Montón del Trigo sino que fuera Bonsor el que las dirigiera.
Pero pocos días después Bonsor fue informado que debía de colaborar en esta empresa con un equipo alemán integrado por Adolf Schulten, el General Lammerer y Pedro Bosch, aunque este último no llegó a participar. La situación fue muy violenta para el Duque de Tarifa, pero debido a la intercesión del Duque de Alba tuvo que conceder permiso de excavación al equipo liderado por Schulten. Bonsor llegó a sopesar el participar en las excavaciones pero, aconsejado por sus amigos y seguramente por la Real Academia de la Historia, decidió participar en esta empresa del descubrimiento de la ciudad de Tartessos que había levantado, por otra parte, una enorme expectación. Las excavaciones se llevaron a cabo finalmente en tres campañas de un mes de duración en 1923, 1924 y 1925.Los resultados de las excavaciones en el Coto fueron publicados por Bonsor en solitario en las memorias de la Junta Superior de Excavaciones (Bonsor, 1928).
Debemos señalar que Bonsor nunca sintió mucha confianza en poder descubrir la antigua metrópolis del reino tartésico. Pero lo más importante a nuestro modo de ver es que Bonsor en una situación forzada y de la que no podía sustraerse debido a las importantes consecuencias que podía tener de alcanzar el éxito, se propuso acometer la excavación de una ciudad contemporánea de Tartessos. La ocasión no tardó en llegar y el 19 de febrero de 1925 solicitó permiso para excavar en un yacimiento bien conocido y explorado por el mismo hacía años: Setefilla. El proyecto fue financiado por la Escuela Superior de Estudios Hispánicos (Casa de Velázquez) y codirigido con Raymond Thouvenot y se desarrolló en dos campañas en 1926 y 1927 para ser publicado en 1928 (Bonsor y Thouvenot, 1928).
“Para la mayor parte de la crítica arqueológica de su tiempo la existencia de la ciudad de Tartessos era indudable y su principal referencia histórica fue las fuentes greco-latinas”.
Como sabemos las excavaciones dieron como resultado la localización de una serie de estructuras funerarias tumulares que guardaban muchas analogías con las de Los Alcores; entre ellas merece ser destacada la cámara de mampostería que cubría el llamado túmulo H, que es, sin duda, una de las tumbas monumentales tartésicas más importantes descubiertas hasta la fecha en el Bajo Guadalquivir, así como también la única estela tartésica hallada en un contexto funerario.
No podemos dejar de mencionar que Jorge Bonsor tuvo también la oportunidad de estudiar y dibujar directamente el lote de armas y objetos de bronce hallados al dragar la ría de Huelva, en 1923, aunque nunca escribiera nada de ello, pero también de constatar la existencia de túmulos en los cabezos onubenses y de estudiar algunos de las materiales rescatados en Niebla por la Escuela Anglo-Hispano-Americana de Arqueología, que dirigía la excéntrica erudita inglesa Ellen Whishaw. Además en estos años aparecieron aun algunos trabajos más que completan sus investigaciones entre los que cabe destacar From Tarshish to the isles of tin (1928), en el que retoma la cuestión del comercio del estaño desde nuevos puntos de vista, y Early engraved ivories in the collection of The Hispanic Society of America, el magnífico catálogo de los marfiles fenicios de las necrópolis tartésicas de Los Alcores sevillanos.
[1] Se editó también una versión inglesa por la Hispanic Society of America, New York, 1921.
[2] Existe versión en castellano: Las Colonias agrícolas prerromanas del Valle del Guadalquivir. Ecija: Gráficas Sol, 1997.
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