Sobre el poder y la ideología de Noam Chomsky – El papel de la guerra en la economía mundial
Una visión crítica de Estados Unidos y del nuevo orden global.
En diciembre
de 1985 la respetable y conocida Unión Norteamericana de Libertades
Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés) presentó al gobierno del
presidente Reagan una oferta de compra del Departamento de Justicia.
Para entonces hacía tiempo que esta organización privada, dedicada a la
beneficencia, había tenido que asumir tareas relativas al derecho al
voto, los derechos de la mujer, de la infancia, de los discapacitados, y
otros que simplemente el gobierno había rehusado desempeñar. La
justificación de su ofrecimiento constaba en un escrito público, según
el cual, dado que el gobierno “estaba privatizando y vendiendo cosas a
la empresa privada, y puesto que de todos modos el Departamento de
Justicia no hacía cumplir las leyes, ¿por qué no dejar que lo compremos
nosotros, dado que somos los que estamos tratando de hacer que en
Estados Unidos se cumpla la ley?” El ofrecimiento de ACLU no obtuvo respuesta, y tampoco se publicó en la prensa.
La política
de austeridad a la que hoy están sometidos muchos países de América y de
Europa no es cosa nueva y no tiene nada que ver con ese mediático
producto que venden los gobiernos y los medios de comunicación y que
llaman “crisis”. La austeridad en los gastos sociales ya se
inició mucho antes, en los años ochenta, en época de la revolución
conservadora de Ronald Reagan y Margaret Tatcher. De hecho los recortes
de entonces han continuado durante las administraciones de los Bush,
padre e hijo, y también con Obama. Lo que sucede es que, en cambio, no
han disminuido los gastos en otros sectores que son competencia del
Estado, por ejemplo el militar. En época de Reagan se pusieron en marcha
la llamada “guerra de las galaxias” y el “escudo antimisiles”. Estos
conceptos no son producto del capricho de un perturbado cowboy.
Se trata de programas militares que involucran a diversos departamentos
del gobierno de Estados Unidos, no sólo el de Defensa, sino también el
de Energía, encargado de la fabricación de armas nucleares; y a la NASA,
de cuyas investigaciones en el campo de la tecnología de vanguardia
dependen los avances aplicables a distintos usos, por ejemplo los
drones. De que lo proyectado por Reagan no ha caído en el olvido es
buena muestra el despliegue realizado hace unas semanas en la base naval
de Rota, convertida en avanzada de una futura guerra nuclear. A la vez,
el hecho de que tales operaciones involucren a diversos departamentos
del gobierno estadounidense, por no hablar de la infinidad de agencias a
su servicio, hace imposible calcular con exactitud el gasto en defensa y
seguridad de dicho gobierno. Todo ello mientras la población de Estados
Unidos se empobrece, y mientras la deuda nacional de ese país asciende
hasta los dieciséis billones de dólares, más de cuarenta mil euros por
habitante.*
El Departamento de Defensa radicado en el Pentágono es en realidad, según Noam Chomsky, “un
mercado con la garantía del Estado, y el fruto de la lección de los
principios económicos de Keynes: la intervención masiva del Estado puede
superar la crisis profunda del capitalismo”. Además, “el papel
del Pentágono en el desarrollo de nuevas tecnologías que hoy son de uso
cotidiano implica gigantescas inversiones públicas (como parte del gasto
militar) que producen igualmente gigantescas ganancias privadas”. En la práctica, y prescindiendo de su retórica neoliberal, afirma Chomsky, “el
gobierno de Reagan se caracterizó por un keynesianismo fanático, el
cual, a través del gasto militar, expandió el sector estatal de la
economía más rápidamente que cualquier otro gobierno desde la Segunda
Guerra Mundial (…), ocasionando con ello un déficit enorme que no
preocupa en absoluto a los planificadores, pero sí a otros sectores
corporativos y financieros que no comparten la mentalidad de después de mí, el diluvio”.
Es posible
que al agudo observador no le pase inadvertido el detalle de que
proyectos como el de “la guerra de las galaxias” y el “escudo
antimisiles”, que fueron concebidos, según Reagan, por la existencia de
una “ventana de vulnerabilidad” que exponía a Estados Unidos y a Europa a
un inminente ataque nuclear de la Unión Soviética, siguen en marcha
hoy, más de veinte años después de la desaparición de esa grave amenaza
para la seguridad occidental. Ciertamente, la continuación de estos
enormes desembolsos y del peligroso despliegue de armas nucleares no
puede ser entendida en términos de seguridad después del fin de la
guerra fría. Pero es que, como afirma Chomsky, el objetivo de tales
programas, y otros semejantes, “no ha sido nunca la seguridad, sino
el fortalecimiento de una industria militar que debe servir para
impulsar al sector privado de la economía estadounidense y para mantener
y extender su control sobre el enemigo principal, la población nativa
que a menudo codicia lo que George Kennan, el inspirador de la Doctrina
Truman y el Plan Marshall, llamó ‘nuestros recursos’, casualmente situados en sus tierras”.
A ese control de los recursos globales y al derecho que los dirigentes
de Estados Unidos creen tener sobre ellos se refiere Chomsky con las
palabras “la quinta libertad”, en referencia a la declaración del
presidente Roosevelt cuando formuló los objetivos de guerra de los
aliados durante la Segunda Guerra Mundial: libertad de palabra, libertad
de culto, liberación de la miseria y liberación del miedo. Enunciados
propagandísticos a los que Chomsky añade un quinto: la libertad de “robar y saquear”.
Para la
consecución de este último objetivo Estados Unidos se ha servido
históricamente de dos medios: la violencia y la ideología. La
combinación del recurso a la fuerza y la abrumadora capacidad de los
dirigentes de Estados Unidos para imponer su discurso al resto del mundo
“ha sido constante en la política de Washington, los rasgos de cuya
acción en el exterior, persistentes y frecuentemente invariables, están
muy arraigados en sus instituciones y en la distribución del poder en su
sociedad”. Esas constantes de la política exterior de Estados Unidos reflejan “juicios tácticos y cálculos prácticos”,
los cuales tienen su sede en el Pentágono y no son puestos en duda por
los disciplinados medios de comunicación norteamericanos.
En términos políticos y económicos, la voluntad de Washington con respecto al resto del mundo se define bajo la fórmula de “sociedades abiertas”,
lo que quiere decir abiertas a inversiones lucrativas, a la expansión
de los mercados, a la penetración económica y al control político de
Estados Unidos. “Preferentemente, dichas sociedades deben exhibir
formas de democracia parlamentaria, pero éstas sólo son tolerables
cuando las instituciones se mantienen firmemente en manos de grupos
elitistas dispuestos a actuar de común acuerdo con los dueños y
dirigentes de la sociedad estadounidense”. Cuando el control
ejercido por la ideología falla, se recurre a la violencia, y esto
último en diversos grados, desde el vandalismo, el terrorismo y el golpe
de estado hasta la invasión directa. Chomsky cita diversos ejemplos de
lo anterior, entre ellos las atrocidades cometidas en Centroamérica y el
Caribe por los gobiernos amigos de Estados Unidos, como el de Trujillo
en República Dominicana; los de los Duvalier, Papa Doc y Baby Doc, en
Haití; las dictaduras en El Salvador y Guatemala; la “contra”
nicaragüense y otros. De hecho, “en su uso real, el término ‘democracia’ en la retórica estadounidense se refiere a un sistema en el que algunos elementos privilegiados controlan el Estado”,
sistema que, en situaciones de “crisis de la democracia”, es decir,
cuando se forma o existe el peligro de que se forme un gobierno con base
popular y con verdaderas aspiraciones democráticas, se convierte en
inservible, dando paso a la acción de los “amigos interiores”,
desestabilizadores y terroristas, o bien, cuando es necesario, a la
intervención exterior.
“Rara vez la cobardía y la hipocresía”, resume Chomsky, “han sido tan explícitas”.
De hecho, tales rasgos vuelven a ser visibles hoy, mientras asistimos a
un cambio en el orden mundial, o mejor dicho: a varios cambios
simultáneos que Estados Unidos trata desesperadamente de encauzar en
beneficio de su propia posición predominante. Pues sucede que su crisis
capitalista interna exacerba la asociación entre la industria
armamentista y la penetración de su discurso, entre poder e ideología. A
tales fines sirven tanto sus fuerzas armadas y las de sus aliados como “la
construcción de un sistema ideológico capaz de asegurar que la
población global se mantenga pasiva, ignorante y apática, ejerciendo su
control sobre el ‘proceso democrático’ por las élites a través del poder
político, los medios de comunicación y el sistema educativo”.
En 1986,
cuando Chomsky redactó los textos que aquí comentamos, el presidente
Reagan había refrendado el estado de emergencia nacional dictado el año
anterior “por la amenaza que para la seguridad de Estados Unidos suponía el gobierno de Nicaragua”.
Un gobierno, dicho sea de paso, que había logrado grandes avances en su
lucha contra la pobreza y el analfabetismo, según diversas
instituciones, y que en consecuencia se había convertido en lo que la
organización internacional Oxfam llamó “la amenaza del buen ejemplo”.
En esas mismas fechas, a fin de combatir a esa “manzana podrida”, y
mientras muchos gobiernos amigos de Estados Unidos ejercían la barbarie
sobre sus poblaciones, el informe del Departamento de Estado sobre
derechos humanos en el continente dedicaba más de la mitad de sus
páginas a “las violaciones de los derechos humanos” en la
Nicaragua sandinista, violaciones que una a una fueron denunciadas por
la organización independiente Americas Watch como “puras invenciones”.
Al examen de
estas cuestiones, del papel de la guerra en la economía mundial, y del
lugar ocupado en ella por Estados Unidos, están dedicadas las páginas
de Sobre el poder y la ideología, el último libro de Chomsky publicado en España (Antonio Machado Libros, 2013),
el cual reúne cinco conferencias pronunciadas por el autor en Managua
en 1986, y que ya fueron publicadas en su día por Visor en su colección Lingüística y conocimiento.
Por una
parte, quien es lector de Chomsky no ignora que los textos que
comentamos, pese a datar ya de casi treinta años atrás, contienen dosis
difíciles de asimilar (lo mismo por su precisión que por su crudeza) de
una clarividente descripción del funcionamiento global de la economía y
la política, lo que hace que sus textos mantengan una prolongada
vigencia; por otra, el lector no habituado a las obras de Chomsky podría
sentir desconfianza ante la solemnidad del título del volumen que
comentamos, compuesto al fin y al cabo por una serie de modestas
conferencias pronunciadas hace décadas, lo que no impedirá que tras la
lectura del mismo pueda advertirse que el título en realidad se queda
corto, pues, en sus menos de doscientas páginas, no es sólo un compendio
del saber de su autor acerca del poder y la ideología, que es mucho,
sino también sobre la historia contemporánea y los conflictos
geoestratégicos presentes y futuros. Por algo estas Conferencias de Managua son hoy ya todo un clásico de la literatura crítica de nuestro tiempo.
Frente al designio del poder que “ejerce abiertamente el terrorismo”, Noam Chomsky apela “al valor ético de las acciones de cada uno”, y a la deseable propagación de la conciencia de que lo aquí comentado no es producto de que “estemos
gobernados por bandidos, ya que es posible que las cosas no cambiaran
mucho si los dirigentes actuales fueran reemplazados por ‘gente mejor’.
Las razones son institucionales: debemos afrontar los problemas sin
ilusiones, entendiendo las realidades sociales. Lo que tiene que hacerse
es cambiar las instituciones. Es una tarea enorme”.
Artículo de José Ramón Martín Largo, visto en larepublicacultural.es
* En 2003,
la deuda pública por habitante ascendía en España a 9.022€, habiendo
aumentado el año pasado hasta 20.383€, después de que el Estado se
hiciera cargo de la deuda privada de los bancos y otras entidades
financieras. Por otro lado, el mayor poseedor en la actualidad de deuda
pública de Estados Unidos en el extranjero es China, que ha pasado de
tener un cuarto de billón de dólares en 2005 a los casi 600.000 millones
que posee en la actualidad. Este incremento se debe en parte al
deterioro de la economía japonesa, que hasta no hace mucho era la mayor
poseedora de dólares fuera de Estados Unidos. Japón ha pasado de tener
700.000 millones de dólares en agosto de 2004 a los 570.000 que posee
ahora. (Fuentes: datosmacro.com y lacartadelabolsa.com)
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