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/Notas sobre el sistema penal del capital tecnológico – El poder contra el poder, ruinas sobre ruinas
Las
ruinas del poder disciplinario son los términos de lo que se percibe,
socialmente, como “decadencia”. Se habla de “decadencia moral” como de
“decadencia cultural” o “decadencia civilizatoria”. Son todas formas
tristes de referirse al retiro de los dioses.
Sucede que
la decadencia no tiene nada que ver con la representación de un
“derrumbarse”, de un “venirse abajo”. Todo lo contrario: es el esplendor de esta época en su consistencia maquinal.
La decadencia es el resultado de la auto-superación propia de la
dominación tecnológica desenvuelta a escala planetaria.Decadencia es una
noción lista, disponible, al alcance del comentario. No importa su
esencia técnica. No nos referimos a la decadencia de los “filósofos de
la decadencia”. Tampoco nos importa demasiado, a los fines de nuestro
trabajo, la relación genealógica entre la idea de “decadencia” y el
presente adjetivado como “decadente”. No son pensadores los que se
ocupan así del presente. Son profesores de ética, periodistas,
comunicólogos, opinadores profesionales, entretenedores culturales…
Habladurías: la decadencia sobrepasa al cotidiano que lo copa todo con
su inmortal “queja de usuario”. Decadente tampoco es un tiempo que ha
culminado y otro que no termina de nacer; unas instituciones que no
murieron y otras que no han terminado de parirse porque tal interregno no es otra cosa que el presente concebido por una conciencia medieval. La “decadencia” así mentada no es un concepto sino una actitud.
Una afectación en el sentimiento. Una imposibilidad de comprender las
fuerzas novedosas que rigen la actualidad. El resultado es la
moralización del presente bajo una selección ideal de un pasado que
nunca existió. Esa “decadencia” allí donde se la argumenta denuncia,
groseramente, la ausencia completa de sentido histórico.
La
decadencia aconceptual es la reacción frente a la ruina de los ídolos de
la sociedad disciplinaria. Esa sociedad que, en el marco de la
acumulación nacional centrada del capital industrial, producía cuerpos
productivos, obedientes, capaces de crear riqueza en formas objetivas
independientes del arbitrio del hombre como un poder que solo se ejerce
pero que nadie posee. Las nuevas objetividades desarrolladas
por las fuerzas del trabajo humano muestran las formas anteriores como
rudimentarias, como modos embrionarios, falsos, incapaces de alcanzar
una condición presente (subjetiva) para la producción social: el
presente se nos escapa, el disfrute no llega nunca. Y con cada
innovación, la percepción se refuerza ad infinitum.
Vemos la
falta de disciplina en el trabajo, en el estudio, en los oficios: el
mundo es indisciplina como peligro. No tenemos tiempo y corremos detrás
de la información como monos en busca de una banana (certeza). Seguridad
es esa obsesión compulsiva. Seguridad es la solución como necesidad de responder a los cuerpos desobedientes sin conciencia. Nuestra conciencia era el fruto de una disciplina metódica, sea exterior, sea interior: has de cambiar tu vida como primacía de la práctica de sí sobre sí. Era también el modo en que la sociedad nos hacía una mentalidad,
nos individualizaba y sujetaba nuestra fuerza a la producción de
capital en donde nos representábamos como seres abstractamente iguales:
nos gobernaban con orden. En este presente llamado “global” la miseria, el atentando, el descontrol, la expulsión constituyen el funcionamiento del instante: el desgobierno como resultado del ejercicio del poder.
Los límites
entre Norma y Excepción son ahora muy borrosos, difusos, contingentes.
No hay colectivos que temer sino a un individuo virosico que puede
resultar la causa formal de un estado de excepción sin barreras
nacionales. Todos adentro y todos afuera: el Otro ya no es el bloque
socialista sino cualquiera de los mortales. Hay que controlarlo todo
porque la monada terrorista puede destruir Occidente. Someter a grandes
porciones de la población a la nada y volver a incorporarlas a la
producción en ciclos económicos cada vez más violentos, turbulentos,
veloces, caóticos y crueles, es la textura del capital: su lógica se ha
acelerado, respecto del Veinte, ganando grados mayores de destrucción.
Humildad y vértigo. La tasa de desempleo sube, baja, parece que vuelve
el estado benefactor y el pleno empleo. Luego, se devasta casi todo y se
reconstruye como “oportunidad inversora”. Un poco de keynesianismo
allí, más libertad para el sector privado allá: el capital reforma su
poderío sea con el mercado, sea mediante el estado, mientras sus placas
tectónicas dibujan los ojos asiáticos de la geo-política porvenir.
Y la cárcel
está ahí, permanece intacta, más reformista o más cruel, más humana o
con tolerancia cero, con voluntad de volver a la disciplina o como
empresa que utiliza la delincuencia para reproducir el poder del estado
como mafia: la decadencia de nuestros días es la aceleración de las
fuerzas destructivas de la modernidad, contra lo moderno,
paradójicamente pone al presente en un precipicio frente al cual solo
queda retroceder y seguir adjetivando la época con el sufijo “post”.
No existe, entonces, ninguna sociedad “post-disciplinaria” sino una sociedad del control que reordena las fuerzas normalizadoras como carga y diferencia.
I
El plan—. La
metodología de las ciencias sociales entorpece la perspectiva con la
cual el pensar mira lo venidero con una especie de “momento” de la
investigación en donde se hacen manifiestos los denominados
“presupuestos” del método. Lo que se pretende aquí es una instancia
policial revestida de apariencia científica. Importa que el investigador
declare su escuela, su pertenencia teórica y siga, detalladamente, los
pasos indicados en pos del respeto de la comunidad de investigadores. La
originalidad importa menos que la previsibilidad de una escritura
obediente. Tales presupuestos equivalen a sentar sobre tablas si es
marxista, interpretativista, positivista, estructuralista, etc.Pensamos
que el método no existe con anterioridad a la investigación porque el pensar hace presa de su asunto como lo propio de sus fuerzas. La metodología no tiene que ver con el pensamiento sino con el oficio de matricero. ¿Qué es un centro interpretativo?
Un centro interpretativo es una condensación de fuerzas. No se trata de citar una maraña de autores. En este artículo hay pocas menciones. Un centro argumentativo tampoco es la exposición minuciosa del objeto mediante sucesivas determinaciones del concepto. Una condensación de argumentos
es un decir con voluntad polémica. No busca el diálogo sino el
encuentro. No busca la verdad en contraposición a la mentira y al error
sino las fuerzas que se hacen con la interpretación. No hace ciencia sino que la presupone.Un centro interpretativo es un basamento como condición de posibilidad de la investigación. No es un programa ni una teoría como esquema sino el apremio con el ojo.
El centro interpretativo del presente artículo es el siguiente:
- La sociedad mundial del capital tecnológico es el imperio de la relación salarial a escala planetaria sin entorno no-capitalista. Esto presupone ya no el imperialismo sobre las colonias sino el capital tecnológico como medio del capital para su propia diferenciación sistémica. El resultado es un esquema piramidal donde una masa gigante de capitales ya no puede competir —ni siquiera a escala regional— y son sostenidos por el estado o absorbidos por otros capitales, incluyendo el financiero. En tal situación, las empresas no innovadoras son permanentemente re-configuradas por empresas de tecnología que poseen una determinación supra-nacional respecto del estado de la ciencia y del estado como tal. En ese contexto global, al sostener PyMES, el estado financia la necesidad de mercado interno para el capital tecnológico. Aparece como creación de empleos y lucha proteccionista al mismo tiempo que déficit por importación. La política productiva no funciona como planificación del desarrollo sino como coyuntura y urgencia. Entonces, el sistema de conjunto si bien permite que la propiedad de los medios de producción pase a manos de los trabajadores (“fábricas recuperadas”, subsidios a cooperativas y emprendimientos productivos) opone férreos obstáculos a que éstos se apropien, productivamente, de la innovación y la alta tecnología. Llamaremos contraplanificación a la búsqueda de una teoría social que abra el horizonte de tal apropiación.
- La economía mundial del capitalismo tecnológico crea y recrea continuamente zonas vulnerables donde el estado no puede, no sabe, no quiere que pase absolutamente nada que no sea control y seguridad. El estado de excepción ya no tiene su modo de ser sobre la lucha de clases —en un sentido harto reduccionista como represión de la clase trabajadora— sino sobre una selección específica del conjunto humano supra-nacional que no posee capital (desde asalariados hasta religiosos) y a los que se identifica, específicamente, bajo la forma del derecho penal del enemigo[1]. La economía general del poder de castigar, en la sociedad de control, no se aplica, por lo tanto, sobre conjuntos sino sobre una movediza zona de individualización y desindividualización productora de dispositivos[2]que conducen el poder a la dominación.
- El problema ya no son los desviados y su sociología sino los normales y su marketing. Es el individuo normal sobre el que hay que ejercer el control: el hacker, el terrorista, el distribuidor de pornografía infantil. Para los “desviados” hay tolerancia, abandono como “anti-psiquiatría”, olvido y psicoanalistas (sub) contratados, flexibilizados, tercerizados por el aparato de estado, la medicina prepaga y las obras sociales. No constituyen ni demandan un esfuerzo presupuestario inabordable. Las mayores pérdidas para el capital no provienen de los anormales sino de controlar los movimientos del hombre común que, por ejemplo, ya no quiere pagar para acceder a la cultura y no reconoce, en su práctica, el derecho privado a la ganancia proveniente de la (re)producción industrial. La piratería de las luchas virtuales de este siglo son formas de resistencia al “proceso de privatización” del conocimiento colectivo y la cooperación social en redes supra-nacionales. De la locura esquizofrénica al copyright binario.
- El estado que ejecuta el derecho penal del enemigo sobre la normalidad para desplegar y justificar la excepción no requiere de saber sino de información. No tiene conceptos. Tiene PowerPoints. No solicita “discursos” sino imagen, sonido, archivo de la sospecha permanente. Un estado supra-nacional que no se define por la territorialidad sino por la capacidad absoluta de ver. Tiene hambre de flujos y de visión. Seduce con su Ojo y con él construye una objetividad, prácticamente, invulnerable. Las redes sociales como paradigma de funcionamiento y legitimidad de este poder de ver: el reality show como fiesta del “castigo postmoderno”. El espacio social no se define por la disciplina vigilada en su rebeldía sino por la participación activa en el control que los ciudadanos ejercen sobre lo que el dispositivo de ver absoluto presenta de modo continuo e ininterrumpido. El panóptico ha dado vuelta su propia media: de unos pocos que observaban y castigaban a muchos que observan y controlan. El suplicio carcelario es un circo romano mediático que nos devuelve una realidad ficcional de la exclusión como entretenimiento y turismo social.
- El consenso generalizado avanza sin cesar en la mira de un orden auto-regulado crecientemente por agentes no estatales. El estado es uno más en una mesa donde no tiene el mando, ni el control, ni la primacía. El capital tecnológico le ha secuestrado el comando del castigo al Estado. El estado se vuelve miope para intervenir en los territorios. Intenta armar redes de clientela pero esa dinámica no es un unilateral y la mafia lo termina devorando casi siempre tirando al tacho gobernadores tras gobernadores, ministros tras ministros. El ideal del encierro es ahora la prisión domiciliaria donde la propia comunidad controla y observa con un estado que certifica y ofrece tecnología o directamente la importa. El poder de castigar se repliega en forma aparente: se vuelve, selectivamente, más económico. No gasta en burocracia sino en cámaras de seguridad.
- El poder de disciplina al secularizar la justicia, es decir, la venganza del Dios en el Estado no solo modifica la fundamentación del castigo sino la concepción moderna (laica) del tiempo. La pena no se desarrolla en un tiempo absoluto que re-establece el orden vulnerado sino en un tiempo progresivo, metódicamente, observable, según una linealidad individualizada que re-constituye el caso sometido, a su propia evolución, bajo el juicio de la ciencia. Poder disciplinario absorbiendo el poder de soberanía. Resocialización. Todo eso ya no importa ni como “hecho” ni como “discurso”. La posmodernidad penal suspende la interpretación jurídica disolviendo la especificidad del derecho en el ejercicio desnudo de la dominación.
El resultado de los puntos presentados es que la
sociedad se encamina hacia el gobierno de los indisciplinados en un
presente donde el estado, al ejercicio de poder de castigar clásico, le
está sobre-imprimiendo las tecnologías del control desarrolladas por el
capital más innovativo y diferenciado. La tecno-política busca
deglutirse viejas burocracias con formas más locales y efectivas. Lo que
falta para instaurar una nueva mentalidad[3] al poder de castigar es hacerse, resolutivamente, con un estado de situación que
deslegitime —por izquierda y por derecha— la existencia misma de la
cárcel. Esa tierra está arada, disponible y preparada, sea por el
abolicionismo ideológico, sea por la puesta en práctica de las
tecnologías de seguridad: la cárcel ya no tiene más cabida ni razón de ser.
Para poder instaurarse la penalidad del XXI la mentalidad que
deslegitima de raíz la estructura del XX debe producirse como
“superación” al interior del propio campo del sistema penal. “No más
cárcel”, sea por clamor socialista. “No más cárcel”, sea por compasión
reformista. “No más cárcel” sea, por voluntad de venganza a domicilio.
Una comunidad de vecinos vigilantes por laptot observa en Youtube la
vida del preso del barrio: la comunidad, en tanto burócrata colectivo,
abre la cárcel al ojo tecnológico que todo lo graba, archiva, ve. Esta banalización última del panóptico es, en realidad, la primacía de su dominio.
El presente artículo trata de pensar el asunto del derecho penal en la época del capital tecnológico.
La organización del mismo es la siguiente: A) se presenta,
sucintamente, la noción básica de capital tecnológico; B) se analizan
noticias sobre el sistema carcelario en sociedades muy disímiles ya no
bajo el eje seguridad / inseguridad —eje que hace a la legitimidad del
castigo— sino bajo el eje productividad / improductividad que ilumina la
producción del castigo en lugar de los modos de hacerlo socialmente aceptable. Tal análisis se realiza en la dirección de considerar la
decadencia de la sociedad disciplinaria como su superación en manos de
un capital tecnológicamente diferenciado que aún no ha desplegado toda
su capacidad de destrucción sobre la institución penal pero que ha podido privatizar, subsumir, capturar las funciones sociales de la seguridad estatal: el capital tecnológico como liquidación discursiva del derecho penal en tanto poder público; C) se concluye con el señalamiento del límite intrínseco de toda política reformista del sistema carcelario, en el marco del capital, y la necesidad de una teoría y estrategia transicional.
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[1] El concepto derecho penal del enemigo fue
introducido por el profesor Günther Jakobs en un congreso celebrado en
Frankfurt, en el año 1985, en el contexto de una reflexión sobre la
tendencia en Alemania hacia la “criminalización en el estadio previo a
una lesión” del bien jurídicamente tutelado. Jakobs establece, en un
primer momento, una separación entre el derecho penal de los ciudadanos y el derecho penal de excepción en la dirección de Carl Schmitt. En un Congreso de Berlín, ya en 1999, la diferenciación se profundiza entre personas (derecho penal del ciudadanos) y no personas (derecho penal del enemigo). Se trata de un derecho penal de peligrosidad:
el autor, el enemigo, el que abandona el derecho en forma permanente y
no se encauza más. No es un discurso sobre la resocialización sino sobre
la eliminación de raíz de lo peligroso. Para Jakobs, una y otra forma de derecho penal —ciudadano y enemigo— se hallan entremezclados en el derecho penal vigente: la declaración abierta del enemigo lo hace menos peligroso para el estado y en un mismo movimiento se desenmascaran ambos.
Ya no se trata de ocultar ni de cosificar con maquillaje: se abandona
el Estado de Derecho liberal, el derecho penal de culpabilidad liberal y
se avanza hacia un Estado de Derecho de la Seguridad, un derecho penal
de la seguridad orientado preventivamente y policialmente, a escala
global: el derecho penal pierde su medida y límite. Ya no limita al poder punitivo:
lo realiza en todo el ámbito social, desdibujándose y volviéndose
amorfo. Y, en pos de la defensa de las normas como esencia de la
cohesión social, la confianza y las expectativas normales, entrega
definitivamente el aparato de justicia a la policía. El derecho
penal del enemigo es la destrucción del derecho penal laico como
realización plena de un poder punitivo fundamentado en un derecho penal
teológico-militar. El enemigo es una amenaza constante: no puede
cambiar, no se puede reformar, no tiene conciencia, no tiene capacidad
cognitiva. Es peligro. En un sentido genérico, el derecho penal siempre fue “derecho penal del enemigo”. El Veinte lo deja muy claro. Sin embargo, aquí hablamos del sentido específico del derecho penal del enemigo como derecho supra-nacional de excepción en el marco de la acumulación mundial de capital. No hay “enemigo público”. Lo público y lo privado ya no se diferencian: el derecho penal del enemigo es la honestidad como cinismo procedente de la derrota del socialismo. Correlato de la sociedad del control, arquitecto de la “seguridad en la era de la globalización”: la diferencia del derecho penal del enemigo del Veintiuno es una diferencia de grado, de intensidad, de escala. Una diferencia cualitativa.
[2] Agamben, G. (2009) “What is an Apparatus?”. Stanford University Press.
[3] Defino mentalidad como la
confluencia de múltiples causas y condiciones hacia una actitud básica e
inicial previa a toda “naturalización”, a todo “sentido común”, a toda
“racionalización”. La mentalidad constituye la predisposición a la
advenida de nuevos modos y formas de ejercicio del poder, del gobierno
de los hombres y de la dominación. La mentalidad, por lo tanto, no es un contenido sino un marco formal que espera ser enunciado.
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