LOS CURAS ROMANONES Y LA ARQUEOLOGÍA
DE LAS CODORNICES A LA ARQUEOLOGÍA
FUENTE EL CORREO VASCO
Una excursión de caza llevó al conde de Romanones a convertirse en el primer excavador de la ciudad celtibérica de Tiermes
FUENTE EL CORREO VASCO
Don Álvaro de Figueroa y Torres, primer conde de Romanones,
fue uno de los políticos más destacados durante el reinado de Alfonso
XIII. Lideró una de las facciones más importantes del Partido Liberal y
en su larguísima carrera política presidió el Consejo de Ministros tres
veces, encabezó varios ministerios y fue presidente del Senado y el
Congreso de los Diputados, por señalar solo algunos episodios de su
trayectoria. Por encima de sus logros, que los tuvo, hoy es recordado
sobre todo por su forma de ejercer la política, basada en el caciquismo y
el clientelismo en todas sus variantes, incluida la compra de votos
descarada, que le permitió ser elegido diputado sin interrupción desde
1891 a 1923 por Guadalajara, su 'feudo' personal. Miembro de la Academia
de Bellas Artes de San Fernando y también Académico de la Historia,
Romanones fue un escritor prolífico entre cuyas inquietudes no se
encontraba la arqueología. Por lo menos hasta el verano de 1908, cuando
una salida a cazar codornices acabaría por convertirle, dos años
después, en el primer excavador de las ruinas de la ciudad celtíbera de
Tiermes, en Soria.
Tiermes -Termes o Termancia en las fuentes clásicas- fue
una ciudad fortificada que, al igual que Numancia, opuso resistencia a
la conquista romana. Plinio la incluye en una lista de ciudades de los
arévacos, que "recibieron su nombre del río Areva. Tienen seis 'oppida',
que son Secontia, Uxama, Segovia, Nova Augusta, Termes y la misma
Clunia, límite de la Celtiberia" (Plinio, Nat. Hist. III, 27). En sus
'Guerras ibéricas', Apiano narra algunos episodios notables de la
historia del lugar, como la victoria de los termestinos sobre el cónsul
Quinto Pompeyo en 141 aC y su derrota y conquista por el ejército del
cónsul Tito Didio en 98 aC. Tras su caída, Tiermes se convirtió en una
próspera ciudad romana que obtuvo el reconocimiento de 'municipium' en
el siglo I.
Lo que convierte Tiermes en un yacimiento especial es su
característica arquitectura rupestre. "La Termancia celtibérica estuvo
tallada, en parte, en la roca arenisca del escalón del páramo al valle
de Montejo de Liceras y en ella se ven fosos, calles, portillos,
galerías..., tallados en la roca; y luego los romanos, aprovechando
estos finos conglomerados silíceos, construyeron casas, ampliaron y
fortificaron las puertas de la ciudad, tallaron los asientos de su
teatro, construyeron y agrandaron sus conducciones subterráneas en la
roca", escribió Blas Taracena, excavador de la ciudad en 1923 y 1933, en
su clásica 'Guía artística de Soria'. Esta característica hizo que
buena parte de sus llamativos restos permanecieran a la vista de los
curiosos que se dejaran caer por el lugar.
El conde de Romanones oyó hablar por primera vez de Tiermes
en 1908 y excavó a sus expensas en ella en 1910. Publicó unos apuntes
sobre su breve incursión arqueológica en un opúsculo de 30 páginas que
editó ese mismo año, titulado 'Las ruinas de Termes. Apuntes
arqueológicos descriptivos'. Aunque, como él dice, pudo haberse llamado
de otra forma: "Bien pudiera titularse este trabajo muchas codornices y
algo de arqueología, cuando mi afición a la caza, y especialmente a la
de tales aves, fue causa de interesarme por los descubrimientos
arqueológicos, tarea bien distinta de todas aquellas que me ocupan". En
efecto, durante una excursión de caza por los pueblos de Galve y
Campisábalos, en Guadalajara, el político compartió mesa con el párroco
de Galve, Saturnino Herranz. El sacerdote
"refirióme, estando de sobremesa, una reciente visita por él realizada
al santuario de la Virgen de Tiermes, donde se hallan ciertas ruinas
romanas que, a su entender, debían encerrar mérito extraordinario". El
entusiasmo del cura no fue compartido en un principio por el conde: "Oí
la relación del ilustrado sacerdote con relativo interés y sin dar gran
alcance a todo cuanto dijera".
Tanteos
Pero al año siguiente el cura
volvió a la carga: "Hízome tales requerimientos que entendí era un
deber mío, deber de cultura, no desatender los insistentes deseos del
modesto sacerdote, y poner de mi parte, para comenzar algún trabajo de
investigación, todo aquello que fuera necesario", escribe Romanones.
El aristócrata comenzó a estudiar las fuentes y referencias
bibliográficas sobre la ciudad. Después, y tras consultar con algunos
amigos eruditos, decidió "realizar la expedición y comenzar los trabajos
de descubrimiento (…) sin gran entusiasmo aunque sin gran pesadumbre". Y
sobre todo sin descuidar la caza de codornices, que de entrada le
interesaba más.
Los trabajos del político y sus acompañantes comenzaron
"una mañana de caluroso día del mes de agosto" de 1910. "Llegamos al
santuario de Nuestra Señora de Tiermes, donde, con gran sorpresa y honda
emoción, nos hicimos cargo, después de una visita general al
emplazamiento de la ciudad primitiva y de la romana, así como de la
situación de sus principales construcciones". Romanones habló con los
labradores de las localidades vecinas, que le pusieron al corriente
sobre los hallazgos ocasionales de los que tenían noticia, alguno de los
cuales había acabado en la vitrina de un museo extranjero. "También nos
dieron cuenta del hallazgo de múltiples monedas de oro y plata, cedidas
a bajo precio en el mercado del Burgo de Osma y de un brazo de bronce
dorado de colosal estatua, vendido también al extranjero".
La actitud entre paternalista y clasista de Romanones hacia
los lugareños sale a relucir en este punto del texto: "Aquellas
sencillas gentes, incapaces de sentir curiosidad alguna por el recuerdo
histórico, al ver la impresión que todo aquello nos conducía, la
importancia que dábamos a los restos que de las excavaciones celtíberas
descubríamos, (...) se les despertaba la codicia y en sus ojos se veía
el destello de la pasión que mueve con poderoso impulso los destinos de
la humanidad".
El conde no era arqueólogo, ni siquiera aficionado como lo
fue Schliemann, y no da muchos detalles sobre su 'método' de excavación,
al que él se refiere como "tanteos" y que consistió en la apertura de
una serie de zanjas a golpe de azadón junto a las ruinas más llamativas o
en aquellos puntos en los que habían sido encontrados objetos notables,
como el citado brazo de la estatua colosal. Abrió una zanja junto a los
restos visibles de las termas, donde "se logró poner al descubierto el
hermosísimo mosaico del que uno de sus más perfectos trozos hemos
traído". Como era de esperar en un sitio arqueológico tan potente,
abundaron los hallazgos: "Surgían de la tierra objetos diversos y
múltiples, durante tantos siglos enterrados, algunos en estado de
conservación admirable, como monedas iberas y con el busto de
emperadores romanos, estilos para escribir sobre tabletas enceradas,
delicadas pinzas quirúrgicas, que pudieron emplearse para comprimir la
arteria rota de aquellos hombres indomables".
El atractivo de lo desconocido
La abundancia de objetos interesantes hace que el atractivo
de la arqueología acabe por vencer al de las codornices en el ánimo del
célebre político. "A cada golpe de azada -escribe- nuestra curiosidad
crecía porque estos trabajos tienen todo el atractivo de lo desconocido,
el mayor que existe para los humanos, al arrancar a las entrañas de la
tierra sus tesoros". Ya enamorado del trabajo arqueológico, escribe: "En
aquellos momentos comprendí el afán y el entusiasmo de los arqueólogos;
hasta los envidié, considerando las gratas emociones de aquellos como
Champollion, al descifrar la piedra de Roseta, como Botta al hallar las
ruinas de Nínive, ó Schliemann al encontrar las de Troya, y tantos otros
sabios, que han experimentado sublimes voluptuosidades al levantar el
velo del pasado, el que lejos de morir renace por ellos y vuelve a nueva
vida, rejuvenecido y purificado por la poética tradición o el artístico
recuerdo". En pleno arrebato de sublime voluptuosidad, Romanones
considera "para mí imperdonable el no celebrar el momento aquél en que
el acaso me llevó por una vez a participar de tan grandes emociones, y
reconstruir mentalmente, por los restos aún visibles o que la tierra nos
devolvía, la grandeza de aquella ciudad, cuyos vestigios venían a
confirmar las noticias que sobre ella había adquirido, relacionadas
además con las de otras ciudades celebérrimas".
La fama de Numancia ha ensombrecido a Tiermes, explica el
aristócrata. "Si Termes no hubiera estado tan vecina de Numancia y ésta
no hubiese escrito una de las páginas más hermosas del heroísmo humano,
seguramente Termes habría llegado hasta nosotros con mayor fama y brillo
y no hubiera quedado modestamente escondida entre los repliegues de la
historia, tan modestamente que apenas si se la encuentra". Considera
Romanones que será el trabajo de los verdaderos expertos, a los que
anima a partir "estos modestísimos apuntes", el que pondrá a Tiermes en
su justo lugar. Ellos darán "idea completa de lo que fueron aquellos
aborígenes nuestros, que con tanta intensidad sintieron el amor a su
patria y con tanto heroísmo defendieron su independencia".
Una vez descritos muy someramente sus tanteos, Romanones
repasa las referencias a la ciudad en los autores clásicos. Por estos
textos concluye que "la gran ciudad, que se extendió al pie de la actual
ermita de Nuestra Señora de Tiermes, debió de ser considerada desde sus
principios como de gran respeto y fortaleza, pues su situación
topográfica, a la que la disposición de las defensas naturales de que
disponía, eran las más propicias para que en ellas se estableciera un
centro de población de los más importantes en aquellos lejanos tiempos".
Romanones dedica un capítulo a describir e interpretar las
ruinas visibles de la ciudad. De hecho su texto, que completa con un
croquis del yacimiento y fotografías, puede usarse todavía hoy como
itinerario para realizar un recorrido básico por el lugar. "Desde el
primer momento que se examinan las ruinas -observa-, se advierte la
diferencia de la parte que correspondió a la ciudad primitiva de la otra
edificada en tiempos de los romanos, pues aunque contiguas, ofrecen
caracteres completamente distintos y puede señalarse fijamente dónde
terminaba la una y comenzaba la otra". El conde identifica la parte más
antigua, la prerromana, con los restos que aparecían "al occidente de la
colina donde ofrece más aspecto de fuerte inexpugnable, constituido por
la gran masa de un conglomerado de toba arenisca roja no muy dura, pero
lo suficiente para permitir que el trabajo de su labra quede firme y
duradero". La característica distintiva de Tiermes es su arquitectura
rupestre, cuyas muestras más llamativas, como el graderío de un posible
teatro, las puertas o el tramo subterráneo del acueducto, describe el
político con admiración.
Al hablar del acueducto, señala, con acierto, que "debió
ser ejecutado por los romanos, enlazando con otro aéreo del que no
faltan memorias. Fue construido siguiendo los procedimientos de
excavación empleados por los primitivos habitantes, nunca abandonados
por completo, pues gran parte de las edificaciones de la ciudad latina
se comenzaron hendiendo en la roca las mansiones que se trataban de
levantar, elevando después su parte más alta con muros ya de diferentes
especies de aparejo". El aristócrata no deja de subrayar el enorme
potencial del yacimiento al describir la parte oriental, en la que se
encuentran los foros y las termas: "Todo aquél suelo está materialmente
sembrado de trozos de tejas, ladrillos y toda clase de elementos de
construcción más o menos artísticos (…) a poco que se excave comienzan a
surgir todos los enseres y elementos de obra y decoración que se
emplearon en aquellos edificios públicos y privados".
"En el lugar más preeminente de la ciudad y dominándola,
por tanto plantaron (los romanos) un castro o fuerte, de área
perfectamente cuadrada". Romanones se refiere así a la construcción que
entonces era conocida como 'el castro', que posteriormente sería
interpretada como un 'castellum aquae' y que ahora se ha identificado
con una ampliación del foro o un segundo foro levantado en torno al año
70. Aquí explica el político liberal que también abrió una de sus
zanjas: "Al excavarse en su centro aparecía sin duda la plaza de armas,
las cuadras para la guarnición y toda su distribución interior".
"Aquellos opulentos señores"
Uno de los restos visibles de la ciudad romana, y que
todavía hoy es característico de su paisaje, es la esquina que queda del
edificio de las termas. El conde apunta la posible distribución de las
dependencias típicas de estos establecimientos, "centros de solaz e
higiene a la vez, adonde solían pasar muchas horas aquellos opulentos
señores". Además, Romanones echa en falta "restos visibles de otras
construcciones" propias de una ciudad romana típica "que, sin duda,
existirían; como, por ejemplo, el circo, tan perfectamente conocido en
otras ciudades de España, como en Toledo y Mérida, así como debe haber
desaparecido también el acueducto de aéreos arcos que traía las aguas
desde los manantiales a la galería que hemos tratado".
El conde de Romanones entregó al Museo Arqueológico
Nacional todos los restos que extrajo del yacimiento y cuya lista
incluye en su opúsculo. Son algo más de 200 objetos que van desde
monedas a fragmentos de cerámica y entre los que hay fíbulas, trozos de
mosaico, puntas de lanza de hierro, puñales del mismo metal, hojas de
espada, botones, pinzas de bronce, un estilete, un pequeño capitel
corintio, el fragmento de otro mayor y cuentas de collar. "La
catalogación y clasificación de todos estos objetos era tarea imposible
para mí -reconoce el improvisado arqueólogo-, pues para ello se requiere
una cultura arqueológica profunda, propia de los especialistas en estos
estudios, por lo que rogué a mi querido amigo D. Narciso Sentenach,
cuya competencia es bien notoria, se encargara de esta misión, dando por
terminada la mía con estos breves apuntes", cuyo fin era "llamar la
atención de las gentes doctas, de los poderes públicos, para que
atiendan a Termes".
Y así fue. Romanones, que ya había sido ministro en cinco
ocasiones, movió sus muy influyentes hilos para que el yacimiento de
Tiermes fuera atendido. Las primeras excavaciones formales y
subvencionadas por el Estado fueron realizadas por el arqueólogo
sevillano Narciso Sentenach, que también excavaría en Bílbilis, Clunia y
Segóbriga. Por su parte, el conde no volvió a realizar trabajos
arqueológicos.
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