A vueltas con la Explanada de las Mezquitas
El Haram el-Sharif (o sea, el “Noble Santuario” según su traducción del árabe), tal como denominan los musulmanes a la imponente Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, es el tercer lugar más santo para el islam (después de la Meca y Medina). Allí se ubican la Cúpula de la Roca y la Mezquita de Al Aqsa. Sin embargo, para los judíos evoca al Har Ha-Bayit (Monte del Templo, en hebreo), donde su tradición sitúa el santuario principal del pueblo de Israel, construido y destruido en varias ocasiones y sobre cuyas ruinas, dice la Halajá o Ley judía, los musulmanes erigieron la dorada Cúpula de la Roca.
Este espacio sagrado para todas las religiones abrahámicas –también para las diferentes confesiones cristianas– ha sido unos de los principales focos de fricción entre palestinos e israelíes durante los últimos años. Pero sobre todo lo ha sido recientemente a raíz del cierre del complejo, por primera vez en 40 años, tras el intento de asesinato perpetrado por un radical palestino contra el rabino Yehuda Glick, perteneciente al movimiento de los “Fieles del Monte del Templo”, que milagrosamente logró sobrevivir al ataque.
Este grupo ultranacionalista, encabezado por rabinos ashkenazim (de origen centroeuropeo) aboga por el derecho de los judíos a acceder al complejo y a celebrar allí sus ritos religiosos, en contra de la interpretación ortodoxa de la Ley Judía o Halahá, que lo prohíbe. Según ésta, los judíos no pueden rezar en el Monte del Templo, porque en la actualidad no pueden alcanzar el estado de pureza ritual necesario para aproximarse a él, un estado que solo es posible lograr a través de las prácticas litúrgicas antiguas estipuladas en la Torá. Por otro lado, al no estar claros los límites exactos del lugar donde en otro tiempo se erigiera el antiguo Templo, cualquiera que suba a alguno de los puntos del Monte podría ser castigado con la muerte a manos del cielo por haber transgredido las leyes de la pureza y la impureza que gobiernan sobre el sagrado sitio.
Ultraortodoxos versus sionistas religiosos
Quienes son fieles a esta lectura de judaísmo, mayoritariamente religiosos ultraortodoxos (o haredim) de origen sefardí, cumplen con los dictados del que fuera su mayor autoridad espiritual y líder del partido ultraortodoxo Shas, el siempre controvertido y ya fallecido rabino Ovadia Yosef. Su profundo conocimiento de la Torá y del Talmud desde muy temprana edad –fue ordenado rabino con tan solo 20 años– le convirtió en un referente clave en la interpretación de la Halajá, con una influencia sin precedentes en todos los acontecimientos del país. En 1972 fue elegido para el cargo de Gran Rabino Sefardí de Israel, también conocido como Rishón Letzión, puesto que ocupó hasta 1983.
Al término de la guerra de 1967 tras la cual Israel ocupó Cisjordania y Jerusalén Este, el sentimiento nacionalista judío alcanzó, tras la victoria militar, cotas hasta entonces desconocidas. El papel de Yosef fue clave en ese momento para evitar lo que entonces temían los altos mandos militares israelíes si permitían la entrada de los judíos al Monte del Templo: una guerra religiosa no solo contra los musulmanes locales, los únicos que podían acceder a la Explanada desde tiempos de los romanos, sino también contra todos sus vecinos y contra el mundo islámico.
El rabino Yosef abogó entonces por la cesión de la gestión política de la Explanada a los sionistas laicos del momento, en lugar de a los más extremistas sionistas religiosos. Esta corriente veía la victoria militar de la guerra de los Seis Días como una etapa más de un plan divino que contemplaba la reubicación del pueblo judío, su refundación como patria y la redención final que le seguiría con la llegada del Mesías, una vez cumplidas las fases anteriores.
Sin embargo, Yosef transformó la cuestión del Monte del Templo desde una cuestión de importancia nacional, con ciertas implicaciones religiosas, a una mera discusión legal abordada como cualquier otro aspecto de la práctica religiosa. Un posicionamiento que le alejaría a él y a sus seguidores para siempre de la ideología del sionismo religioso, criticada en numerosas ocasiones durante sus sermones.
Una escisión en el seno de la sociedad israelí más religiosa que ha quedado patente en las últimas semanas tras las frecuentes incursiones en la Explanada de las Mezquitas por parte del rabino Yehuda Glick y del diputado del la extrema derecha del Likud Moshe Feiglin. Incursiones realizadas siempre bajo protección de la policía israelí, vistas como una provocación por parte la comunidad musulmana y como un intento de modificar el status quo del complejo dividiendo los espacios donde se erigen las Mezquitas, tal como ya hicieron con la Cueva de los Patriarcas en la ciudad cisjordana de Hebrón.
‘Status quo’ de la Explanada de las Mezquitas
El potencial de escalada de la violencia en torno al Haram Al-Sharif es tan alto que el propio primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se ha visto obligado a llamar por teléfono al Rey Abdalá II de Jordania –cuyo Gobierno ejerce como custodio de la Explanada, según la tradición y también en virtud del Acuerdo de Paz con Israel firmado por su difunto padre, el Rey Hussein, en 1994– para garantizarle que se mantendrá el status quo actual, tal y como está pactado. Esta conversación tuvo lugar después de que el Gobierno jordano llamara a consultas a su Embajador en Israel en protesta por “la escalada sin precedentes de las violaciones” contra la Mezquita de Al Aqsa en Jerusalén.
En la mente de Netanyahu, así como en la sociedad palestina e israelí, estarían probablemente presentes los hechos que desencadenaron el comienzo de la Segunda Intifada, en septiembre de 2000. Entonces, el candidato a primer ministro Ariel Sharon se paseó por la Explanada de las Mezquitas lo que provocó importantes disturbios que terminarían enquistándose hasta bien entrado 2005. Cinco años que dejaron más de tres mil víctimas palestinas y un millar en el lado israelí. Enfrentamientos que nadie descarta pudieran volver a repetirse si observamos la evolución de los incidentes de las últimas semanas en Jerusalén.
Ante el temor de que esto pudiera volver a suceder, Netanyahu y Abdalá II mantuvieron asimismo un encuentro ad hoc junto al Secretario de Estado de EEUU, John Kerry –que el día anterior se reunió también a tres bandas en Ammán con el monarca hachemita y con el presidente palestino, Mahmoud Abbás– para discutir medidas que permitieran restaurar cuanto antes la calma. Jordania insiste en que este espacio sagrado para el islam es una “línea roja” que Israel no debe traspasar. No sólo porque pondría en evidencia al reino hachemita frente a todo el mundo árabe y musulmán, sino también porque pondría su seguridad interna en juego, ya que aloja a casi dos millones de refugiados palestinos.
Según recoge el acuerdo de paz de 1994, Israel controla el exterior y los accesos al complejo, las autoridades musulmanas locales lo administran y Jordania mantiene la custodia de los lugares santos islámicos y cristianos de Jerusalén Oriental. Así, el encuentro trilateral mantenido en la capital del país vecino fue clave para que el Ejecutivo israelí eliminara las restricciones de edad impuestas a los palestinos para su la entrada al Haram el-Sharif. Una prohibición que actuó como uno de los desencadenantes, junto a la presencia de extremistas judíos en el complejo y el anuncio de construcción de más asentamientos en el este de la ciudad, de los fuertes disturbios y enfrentamientos con la policía que todavía tienen lugar casi a diario tanto en el interior como en las inmediaciones de la ciudad vieja de Jerusalén.
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