Las tres “p” en los lobbies
Dada
la naturaleza totalmente política que los grupos de presión poseen, es
inevitable analizar, aunque sea brevemente, las relaciones de poder
entre estos y el Estado.
Este
fenómeno ha de inscribirse en un contexto heredado, lo que provoca que
el fenómeno de presión institucional que vivimos ahora no sea algo
actual, sino de creación continua e imparable. La globalización
incesante produce que las decisiones políticas se mezclen y se hagan
impalpables, promueve la sacralización del saber (gracias a esta
sacralización los lobbies[1]
se vuelven más poderosos puesto que monopolizan el conocimiento) y da
lugar a una mundialización del capitalismo, con su obvia reducción de la
fuerza estatal basada en el territorio.
Para empezar, como ya se ha apuntado arriba, la naturaleza de los grupos de presión y de los lobbies
es completamente política. Por esto es imposible, además de
contraproducente, separar lo que sucede en las altas esferas políticas
cuando reciben las correspondientes presiones de diferentes partes. En
este caso y, siguiendo a Antonio Campillo, el término “política” debe
usarse de forma generalizada, por lo que se entenderá que todos los rasgos de la vida humana son políticos, puesto que todo acto social es político.
La línea
que separa lo privado, lo político y lo público en el caso de los grupos
de presión es muy fina. Al fin y al cabo, lo que pretenden todos[2] los grupos de presión es conseguir que el sistema político beneficie a los intereses privados mediante decisiones públicas.
¿Cómo se llega a este punto? Observamos cómo la democracia griega daba la oportunidad a todo aquel que era ciudadano. Pero… ¿quién era ciudadano?
Como dice Campillo, los patriarcas, patronos y patriotas. En palabras
más actuales, los padres o cabeza de familia, los “emprendedores” o
empresarios y los defensores del Estado. Ha llevado mucho tiempo pero se
ha observado cómo esta concepción de política en la que no todo el
mundo era ciudadano ha desaparecido. En vez de esto, las revoluciones
consiguieron que la democracia fuera total, global. Por así decirlo,
todo ciudadano es ciudadano. Muestra de esto es que incluso hay
un Parlamento europeo donde se legisla para todo el territorio de la
Unión Europea. Pero observando las decisiones políticas actuales, al
menos las españolas, ¿qué es lo que se puede observar? Siendo
pesimistas, da la impresión de que se pasa de la política griega a la
global para crear el neohelenismo. Por esto se entiende que solo los mejores tienen voto. Se entiende que solo los ciudadanos del Estado[3]
y los empresarios tienen la posibilidad de participar en el gran pastel
democrático. Pasamos de la temida “tecnocracia” a la oculta oikocracia.
En esta oikocracia
se consigue que los que más inviertan en este juego de poder sean los
que al final más reciban. De nada sirve el tan gastado lema de “un
ciudadano, un voto[4]”
si el voto acaba siendo inutilizado por un discurso político que se
excusa en que no se puede hacer nada más que lo que se hace o, en
resumen, que lo que se hace se ordena desde más arriba. ¿Qué es arriba?
¿Qué es lo que está más arriba? Los intereses privados, tal vez.
A diferencia de lo que puede parecer a simple vista, el sistema político no está hipertrofiado.
No hay un exceso de política o, más bien, de actuación política. Lo que
aquí puede llevar a confusiones es la definición de un concepto. Lo que
está realmente hipertrofiado es la legislación, las leyes. El tan
criticado “papeleo”. Siguiendo la definición generalizadora de la
política, es imposible que esta esté hipertrofiada, dado que todo es
política. La hipertrofia en algo que lo empaña todo es… complicada,
aunque esto pueda sonar contradictorio. A pesar de que pueda sonar un
poco simplista, es como decir que hay exceso de aire en el planeta
Tierra.
De hecho, podría decirse que, por lo menos en España, se necesita más política.
Es necesario estructurar la política española y que la acción colectiva
sea dirigida de forma constructiva constantemente y no solo en momentos
de crisis. Se corre el riesgo, si esto no se consigue, de entrar en una
espiral reduccionista en la que la frase “a mí no me interesa la
política”, como dice Campillo, llegue más a menudo a los oídos de la
gente. Sin la tensión y la aceptación que produce la acción política
democrática, la estructura sociopolítica corre el riesgo de empobrecerse
y dar lugar a algo que parece que ya se está consiguiendo en España. Se
habla actualmente de crisis política, pero una vez las condiciones que
dan pie a dicha crisis se normalicen, ya no se considerará crisis, sino
algo normal.
A
riesgo de sonar conspiranoico, el sistema político, la estructura que
media entre las decisiones públicas y los intereses privados, está
hipotrofiado. Podría hablarse aquí de la teoría de Veblen aplicada a la
clase ociosa política pero no viene al cuento. Lo importante es ver cómo
lo que está hipertrofiado es el sistema privado. Tal vez a
causa del individualismo que surge en Occidente y, tal y como decía
Weber, por el capitalismo temprano que surge gracias al protestantismo,
se ha llegado a un punto en el que el individualismo es ley. A pesar de
que la globalización nos traslade a todos los rincones del mundo y nos
acerque a otras culturas, hemos vivido recientemente una expansión de la
importancia del yo. Todo esto se puede traducir, en datos, con las
macroencuestas que lleva a cabo la base de datos ASEP. Al fin y al cabo,
los valores desarrollados por Inglehart sirven para comprobar lo
esparcidos que están los valores modernos y posmodernos, siendo estos
últimos indicadores de valores individualistas. Y, a pesar de que
actualmente estamos viviendo en una ola de valores modernos, seguramente
no sea necesario esperar demasiado para volver a ver otra ola
posmoderna.
Digo que el sistema político está hipotrofiado por la falta de fuerza decisoria que demuestra. Como
se ha dicho, lo que está hipertrofiado es lo privado, que extiende sus
“tentáculos” a todos los sectores de la sociedad, incluido el sistema de
gobierno, el sistema político. La tinta de los intereses privados es la
que actualmente mancha por completo el papel del sistema político. Y
dado que todas estas páginas están manchadas, se acaba viendo que la
gestión de las entidades públicas está al servicio de lo privado. No
hace falta nada más que observar las leyes que no paran de firmarse,
desfavoreciendo a la gran masa social para favorecer al mercado, que
proporciona estabilidad y “crecimiento” del PIB. Pero todo esto está
legitimado gracias al voto de los ciudadanos. Los analistas hablan de la
hipertrofia política, pero se olvidan de hablar de la hipertrofia
privada. Y este es el verdadero peligro.
Aquí es de
interés, tal y como dice Campillo, hablar del “nosotros”. No para de
escucharse en los discursos políticos el tema de que la mayoría absoluta
legitima al gobierno para hacer lo que los dirigentes consideran
apropiado, puesto que representan a la mayor parte de la población
española (que, para empezar, ha votado), es decir, conforman un
“nosotros”. Pero en política da igual quién vota, puesto que lo que
cuenta son los votos. Quien es ese “nosotros” que conforman los
gobiernos da lo mismo, mientras se pueda gobernar. Hay que recordar que
hablamos de listas cerradas, lo que produce que esta representatividad
sea mucho menor.
Siendo tan
pesimistas es obvio que la pregunta que acaba llegando a nuestras
mentes es la de si es realmente necesario que haya tal aparato político.
No se entiende la necesidad de la financiación pública del estado
español, ni la publicidad, ni que España sea uno de los países en los
que la “casta” política se expanda tanto. ¿Es realmente
necesario tanto funcionario público y tanto gasto de las arcas del
Estado para al final atender a los intereses más ocultos y privados?
Por no decir si es realmente necesario el Estado tal y como lo
entendemos hoy en día. Según Aristóteles el ser humano solo puede ser
feliz en el Estado pero el propio Aristóteles consideraba que debía
hacerse la distinción entre ciudadanos y no ciudadanos. Así pues, ¿qué
les queda a los que no lo son?
Las
teorías contractualistas ya no tienen cabida en una sociedad en la que
no se observa que los dirigentes políticos respeten las manifestaciones
en contra de sus actuaciones. Dado que la mayoría absoluta
otorga legitimidad para hacer lo que “otros no se atreven a hacer”, los
grupos de presión tienen vía libre para que los dirigentes hagan lo que
ellos exijan sin que el gobierno se desintegre poco a poco.
Esto está cada vez más claro, dado que las nuevas reformas ya no son en
pos de lograr un bien común. La última discusión sobre la ley del aborto
demuestra un claro ejemplo de ley totalmente ideológica, influenciada
por los grupos de presión. ¿Dónde está en esta ley el contrato social?
¿Dónde está la defensa de los intereses públicos? Lo único que se puede
observar al leer esta ley es defensa de intereses privados. No hay
ningún contrato con la sociedad española. No hay una defensa de los
intereses de la sociedad. Lo que hay es el mal uso de la mayoría
absoluta para defender, mediante las escasas capacidades del aparato
político, los intereses privados (y lo que es peor, totalmente
ideológicos) de unos pocos.
En fin, a pesar de que este comentario pretende demostrar, de alguna manera, cómo los lobbies
o los grupos de presión están en plena consonancia con el esquema que
une lo público con lo privado mediante lo político, se ha escapado del
cauce para acabar en una crítica política. A pesar de todo, con una
lectura entre líneas puede entreverse que el fenómeno de los grupos de
presión es paradigmático para el uso de este esquema. Se observa
claramente cómo la unión de los intereses privados con el sistema
político influye de tal manera que los outputs políticos acaban totalmente desvirtuados.
Es más,
este esquema puede ser de utilidad para descubrir cómo, de hecho, no hay
una hipertrofia política. Como he mantenido antes, la política está
hipotrofiada en el sentido de que ha perdido toda su fuerza y ahora
sirve básicamente a los intereses privados. La hipertrofia es totalmente
privada, teniendo su comienzo en la gran ola individualista que ha
vivido Occidente desde hace un tiempo, transportándola al resto del
mundo.
En
definitiva, es necesario ser crítico con lo que se observa. Sí es cierto
que pueda aparentar que hay dicha hipertrofia. Pero seamos críticos. El
sistema político, entendiéndolo como, en palabras llanas, el
Parlamento, se ha quedado pequeño para la realidad a la que se enfrenta.
Cada vez más compleja, la realidad necesita ser afrontada por
inexpertos en todo y para ello la única solución es que los informantes, expertos en todo lo
que los inexpertos desconocen, transmitan la información. Y cada vez
son necesarios más informantes, por lo que aquí entra en juego el
crecimiento de lo privado. Por otro lado, si se aceptando la teoría de
la hipertrofia política, puede que de hecho esta sí esté creciendo.
Pero, en definitiva, no a un ritmo acompasado con los intereses
privados.
[1] O, mejor dicho, los grupos de presión.
[2]
Y esto es así dada la motivación que regula la construcción de un grupo
de presión. Todo grupo de presión se construye teniendo en mente la
presión, al fin y al cabo. Esto es así independientemente del universo
de valores que comparta, que no tienen por qué ser los mismos. A
diferencia de lo que dice Campillo, los grupos de presión o lobbies
no comparten el universo simbólico que defendían Berger y Luckman. Al
menos, no todo ese universo. Los “valores, rituales, técnicas y hábitos
que constituyen la trama simbólica de cualquier grupo humano” aquí
difieren de los que pueden presentar otros grupos e incluso la sociedad
rasa, que no tiene la capacidad de acceder a los mismos mecanismos de
poder.
[3]
En este punto es necesario entender quiénes son los ciudadanos del
Estado. Obviamente es imposible negar la existencia del voto universal,
pero ¿esto convierte a los votantes en participantes de la fiesta
democrática? Decididamente no. Está claro el ejemplo de la mayoría
absoluta, que legitima a los partidos a no tener en cuenta nada más que
los intereses que defienden, dejando de lado que dicha mayoría absoluta
depende completamente del votante. ¿Quiénes son, pues, los ciudadanos
del Estado? Los que realmente importan son, al final, los intereses
mayores de “estabilidad” y liberalismo económico. Es decir, el mercado y
sus defensores.
[4] Y aquí ya no se pretende entrar en debates respecto a las fórmulas electorales.
Fuente:
http://www.wto.org/http://www.hermanotemblon.com/
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