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Las Cinco Guerras de la Globalización Moisés Naim
Enviado por Vinicio Contreras B. el 19/12/2013 a las 18:29
http://www.eprc.cl/las-cinco-guerras-de-la-globalizacion-moises-naim
Moisés Naim es escritor y periodista,
considerado uno de los pensadores más importantes del mundo. Fue
Ministro de Industria y Comercio y Director del Banco Central en su
natal Venezuela en la década de los 90. Además fue Director Ejecutivo
del Banco Mundial. Durante catorce años fue Director de la revista
Foreign Policy.
Actualmente Naím se desempeña
como Senior Associate en el departamento de economía internacional del
Carnegie Endowment for International Peace en Washington, DC y es
el director y presentador de Efecto Naím, un programa de televisión
semanal sobre temas internacionales transmitido en Estados Unidos y
Latinoamérica a través de NTN24/DirecTV así como por varios
canales nacionales en diferentes países.
En 2011 recibió el Premio Ortega y Gasset, el premio más prestigioso del periodismo español.
Los gobiernos no pueden controlar el
tráfico de drogas, armas, ideas, personas y dinero. Estos mercados
ilegales están dominados por redes ágiles, multinacionales y con muchos
recursos, potenciadas por la globalización.
Los gobiernos seguirán perdiendo
estas guerras si no son capaces de crear y adoptar nuevas estrategias
para hacer frente a estos nuevos desafíos que configuran el mundo tanto
como lo hicieron en el pasado las guerras entre Estados.
La existencia de Al Qaeda demuestra lo
difícil que es para los gobiernos luchar contra redes y
multinacionales que se mueven libremente, de forma rápida y cautelosa y
que siembran el terror. La intensa cobertura periodística de la guerra
contra el terrorismo eclipsa otras guerras que enfrentan a los gobiernos
con redes ágiles, bien financiadas e integradas por individuos
dedicados a ellas en cuerpo y alma.
Son las guerras contra el tráfico de
drogas, armas, propiedad intelectual, personas y dinero. Mientras que a
los terroristas los mueve el celo religioso o alguna ideología, lo que
motiva a estos guerreros es la promesa de un inmenso beneficio
económico. Resulta trágico, pero la ganancia es igual de motivadora que
el fanatismo a la hora de asesinar y crear el caos y la inseguridad
global.
Durante siglos los gobiernos han perdido
estas guerras. En la última década los fracasos se han acentuado debido
a los procesos de globalización. Es verdad que los Estados nacionales
se han beneficiado de la revolución informática, de unos lazos políticos
y económicos cada vez más fuertes y de la importancia decreciente de la
distancia geográfica.
Pero las redes criminales se han
beneficiado aún más que ellos. La globalización no sólo ha liberado a
estas redes de las limitaciones geográficas, aumentado su tamaño y
recursos, y expandido los mercados ilegales, sino que además, ha
supuesto dificultades añadidas para los gobiernos: presupuestos públicos
reducidos, descentralización, privatización, desregulación y un entorno
más abierto para el comercio y la inversión extranjera.
Los gobiernos arrastran pesadas
burocracias que dificultan la cooperación. Por el contrario, los
narcotraficantes, vendedores de armas, contrabandistas de personas,
falsificadores y blanqueadores de dinero han refinado la
construcción de sus redes, incluso con la tecnología más avanzada, hasta
establecer complejas e improbables alianzas estratégicas que abarcan
distintas culturas y continentes. Derrotar a tales enemigos puede
resultar difícil, incluso imposible. Pero el primer paso para frenar su
avance es identificar las semejanzas entre las cinco guerras y tratarlas
como un nuevo eje que configura el mundo actual, tal como lo hicieron
las guerras entre Estados en el pasado Estas guerras no pueden seguir
siendo tratadas como problemas policiales. Los funcionarios de aduanas,
la policía, los abogados y jueces jamás ganarán solos estas guerras. Los
gobiernos deben reclutar más espías, soldados, diplomáticos y
economistas que sepan cómo utilizar incentivos y leyes para paliar el
impacto social de los mercados. Sólo con ejércitos más cualificados, los
gobiernos no ganarán estas guerras.
LAS CINCO GUERRAS
En cualquier periódico de cualquier día
de cualquier parte del mundo aparecen noticias sobre inmigrantes
ilegales, alijos de drogas, contrabando de armas, lavado de dinero o
falsificación de objetos y dinero. La naturaleza global de estos hechos
era inimaginable hace una década. Los recursos financieros, humanos,
institucionales, tecnológicos- desplegados por estos traficantes
ilegales y las víctimas que causan han alcanzado también magnitudes
inconcebibles. Más allá de los titulares de prensa emerge una verdad
incontestable: los gobiernos del mundo están luchando contra un fenómeno
cualitativamente nuevo con herramientas obsoletas, leyes inadecuadas,
pesadas burocracias y estrategias ineficaces.
Drogas
La más conocida de las cinco guerras es,
sin duda, la que se libra contra las drogas. Según el Informe del
Desarrollo Humano de la ONU de 1999, el comercio anual de drogas
ilegales alcanzó 400.000 millones de dólares: un volumen similar al de
la economía de España y alrededor del 8% del comercio mundial.
Muchos países están sufriendo un
incremento en el consumo de drogas. Para alimentar este hábito hay una
cadena mundial de suministro que utiliza desde jets de pasajeros
(que pueden llevar en un solo viaje cargamentos de cocaína por valor de
500 millones de dólares), hasta submarinos construidos a medida, que
surcan las aguas entre Colombia y Puerto Rico. Para engañar a la
policía, los narcos utilizan teléfonos móviles clonados y
radiorreceptores de banda ancha. Además, hacen uso de complejas
estructuras financieras que mezclan empresas legales e ilegales y
numerosos propietarios.
EE UU gasta entre 35.000 y 40.000 millones de dólares anuales en su guerra contra las drogas. La
mayor parte de este dinero se gasta en
prohibir y espiar. Pero la creatividad y la audacia de los cárteles de
la droga sortean regularmente las estrategias del Gobierno.
En respuesta al incremento de la
seguridad en la frontera con México, los narcotraficantes construyeron
un túnel para transportar toneladas de drogas y millones de dólares en
metálico, hasta que las autoridades lo descubrieron en marzo de 2002.
Durante la última década, el éxito de los Gobiernos de Bolivia y Perú en
erradicar las plantaciones de coca trasladó la producción a Colombia.
Ahora, el Plan Colombia, con el apoyo de Washington, está desplazando la
producción de coca de nuevo hacia esos y otros países andinos. A pesar
de los esfuerzos de esos países y de la ayuda financiera y técnica de EE
UU, la superficie total de las plantaciones de coca en Perú, Colombia y
Bolivia creció de 206.200 hectáreas en 1991 a 210.939 en 2001. Según el
economista Jeff DeSimone, entre 1990 y 2000 el precio de un gramo de
cocaína en EE UU cayó de 152 a 112 dólares.
Cuando los capos de los cárteles de la
droga son capturados o desaparecen, sus antiguos rivales se hacen cargo
de las operaciones. Las autoridades han reconocido, por ejemplo, que la
captura de Benjamín Arellano Félix, acusado de dirigir el más desalmado
cártel de México, tuvo poco efecto en la reducción del flujo de drogas
hacia EE UU. Como dijo el propio Arellano en una entrevista desde la
prisión: “Hablan de una guerra contra los hermanos Arellano. Pero no la
han ganado. Yo estoy aquí, y no ha cambiado nada”.
Contrabando de armas
Drogas y armas andan juntas con
frecuencia. En 1999, los militares peruanos lanzaron en paracaídas
10.000 rifles AK-47 a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC): un grupo guerrillero aliado de cultivadores y traficantes de
droga. El grupo compró las armas en Jordania.
La mayoría de los casi 80 millones de
AK-47 que circulan hoy por el mundo están en las manos equivocadas.
Según la ONU, sólo 18 millones (es decir, 3%) de los 550 millones de
armas pequeñas o ligeras que circulan son usadas por fuerzas
gubernamentales, militares o policiales. El tráfico representa casi el
20% del tráfico total de armas ligeras y genera más de mil millones de
dólares al año. Las armas ligeras echaron leña al fuego en 46 de los 49
mayores conflictos de la última década y, sólo en 2001, fueron
responsables de mil muertes diarias.
Más del 80% de esas víctimas fueron
mujeres y niños. Las armas pequeñas son la parte pequeña del problema.
El mercado ilegal de armas incluye los mejores tanques militares,
sistemas de radar que detectan hasta los aviones Stealth y componentes
de las más mortíferas armas de destrucción masiva. La Organización
Internacional de la Energía Atómica ha confirmado más de una docena de
casos de contrabando de material utilizable en el desarrollo de armas
nucleares. Cientos de casos más han sido descubiertos e investigados en
la última década. El suministro de materiales robados de armas
nucleares, biológicas o químicas, y su tecnología, puede ser aún
pequeño. Pero la demanda potencial -tanto de aspirantes a potencias
nucleares, como de terroristas- crece. La combinación de una oferta
reducida y una demanda creciente eleva los precios y crea enormes
incentivos para el tráfico ilegal.
Los gobiernos han sido ineficaces en la
reducción tanto de la oferta como de la demanda. En años recientes, dos
países, Pakistán e India, se han sumado al club de potencias nucleares
declaradas. Un embargo de la ONU no fue suficiente para impedir la venta
a Irak de partes de motores de propulsión de Yugoslavia y del sistema
Kolchuga de radar antiStealth de Ucrania.
Los esfuerzos multilaterales para
restringir la fabricación y distribución de armas están fracasando; en
buena medida porque algunas potencias no desean aceptar controles sobre
sus actividades. En 2001, por ejemplo, EE UU bloqueó un tratado para
controlar las armas ligeras debido, en parte, a que podía restringir los
derechos de sus ciudadanos de poseer armas.
En ausencia de una legislación
internacional y de medidas de control efectivas, las leyes económicas
dictan la venta de más armas a precios menores: en 1986, un AK-47
costaba en Kolowa, Kenya, 15 vacas. Ahora cuesta apenas cuatro.
Propiedad intelectual
El actor Dennis Hopper se encontraba en
Shanghai, dos días después de haber grabado la voz de una película en
Hollywood. Allí un vendedor ambulante le vendió una excelente copia
pirateada de la película con su voz incluida. “No sé cómo lograron que
mi voz llegara a ese país antes que yo”, dijo asombrado. La experiencia
de Hopper es una ínfima parte de un comercio ilícito que le costó a EE
UU unos 94.000 millones de dólares en 2001. La piratería de software en
empresas en Japón y Francia asciende al 40%, en Grecia y Corea del Sur
al 60% y en Alemania y el Reino Unido alrededor del 30%. En China, el
40% de los champús de Procter & Gamble y el 60% de las motocicletas
Honda que se vendieron en 2001 eran piratas. Hasta el 50% de las
medicinas que se venden en Nigeria y Tailandia son copias falsificadas.
Este problema no se limita a los productos de consumo: los fabricantes
italianos de válvulas industriales se quejan de que sus exportaciones
-por valor de 2.000 millones de dólares anuales- peligran debido a las
válvulas falsificadas fabricadas en China, que se venden en los mercados
mundiales por un precio un 40% menor. Las causas de este auge de la
falsificación son complejas.
La tecnología está generando un
incremento de la oferta y la demanda de productos copiados ilegalmente.
El número de usuarios de Napster, la difunta empresa de Internet que
permitía descargar y reproducir música sin pagar derechos de autor,
creció de cero a veinte millones en un año. A fines de 2002 podían
descargarse gratuitamente de Internet alrededor de 900 millones de
archivos musicales, más de dos veces y media los que estaban disponibles
cuando Napster alcanzó su pico en febrero de 2001. Cada día se
intercambian por Internet unos 500.000 archivos de películas por
aplicaciones como Kazaa y Morpheus.
El mercado global participa también en
esta guerra. Cada vez más y más personas se sienten atraídas por
productos de marcas conocidas como Prada o Cartier. Y gracias al rápido
crecimiento e integración a la economía global de países como China, con
débiles gobiernos y leyes poco efectivas, producir y exportar copias
casi perfectas es menos caro y menos arriesgado.
En palabras del gerente de una de las
más conocidas empresas de relojes de Suiza: “Ahora competimos con un
producto fabricado en China por presos. El negocio es dirigido por
militares chinos, sus familias y amigos, que usan prácticamente la misma
maquinaria comprada en las mismas ferias industriales que nosotros.
Hemos racionalizado este problema suponiendo que sus clientes y los
nuestros son diferentes. La persona que compra por cien dólares una
copia pirateada de uno de nuestros relojes de 5.000 no es un cliente que
estamos perdiendo. Tal vez sea un futuro cliente que algún día quiera
poseer el auténtico en lugar del falso. Puede ser que estemos
equivocados y, ciertamente, invertimos en la lucha contra la piratería
de nuestros productos. Pero, dado que al parecer nuestros esfuerzos no
nos protegen mucho, cerramos los ojos y esperamos lo mejor”.
Esta posición contrasta con la de las
compañías que venden productos más baratos, como ropa, música o videos,
cuyas ganancias sí se ven afectadas por la piratería. Los gobiernos han
procurado proteger la propiedad intelectual mediante diversos
mecanismos; sobre todo, el acuerdo de la Organización Mundial de
Comercio sobre los aspectos relacionados con el comercio de los derechos
de propiedad intelectual (TRIPS, por sus siglas en inglés).
Otras organizaciones, como la
Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, la Unión Aduanera
Mundial y la Interpol, participan también en esta lucha. Pero el enorme y
creciente volumen de este comercio, o un simple paseo por las calles de
Manhattan o Madrid, muestran que los gobiernos están lejos de ganar la
guerra.
El tráfico de personas
El hombre o la mujer que vende un
pañuelo para la cabeza Hermes o un reloj Rolex en las calles de Milán es
seguramente un inmigrante sin papeles. Casi con la misma certeza se
puede decir que él o ella fueron transportados, a través de varios
continentes, por una red de contrabando de seres humanos aliada con otra
red que se especializa en la distribución ilegal de productos de marca.
El tráfico de personas es un negocio de
7.000 millones de dólares al año: el de más rápido crecimiento dentro
del crimen organizado, según Naciones Unidas. Aproximadamente 500.000
personas entran ilegalmente en Estados Unidos cada año y un número
similar en la Unión Europea. Forman parte de los casi 150 millones de
personas que viven fuera de sus países de origen. Muchos de estos
viajeros furtivos son emigrantes voluntarios que pagan a los coyotes hasta
35.000 dólares: la tarifa más cara para viajar de China a Nueva York.
Otros, en cambio, son comprados y vendidos en el mercado internacional
como si fueran mercancías.
El Servicio de Investigación del
Congreso de EE UU reveló que cada año se compran y venden entre uno y
dos millones de personas -mujeres y niños, en su mayoría, a través de
las fronteras del mundo.
Una mujer puede ser comprada en
Timisoara, Rumanía, por un precio de entre 50 y 200 dólares y revendida
en Europa Occidental por un precio diez veces mayor. Unicef calcula que
los traficantes internacionales de África central y occidental
esclavizan a unos 200.000 niños cada año.
Los traficantes tientan a sus víctimas
con ofertas de trabajo o, en el caso de niños, con ofertas de adopción
en países más ricos. Luego someten a sus víctimas mediante violencia
física, cadenas de deudas, confiscación del pasaporte y amenazas de
arresto, deportación o violencia contra sus familias en su país de
origen.
Los gobiernos están poniendo en vigor
leyes migratorias más estrictas y dedican más tiempo, dinero y
tecnología a la lucha contra el flujo de extranjeros ilegales. La suerte
del Reino Unido ilustra lo difícil de este reto. El Gobierno británico
dedica recursos, usa sus fuerzas armadas para interceptar a los
inmigrantes ilegales e impone grandes multas a los conductores de
camiones que (generalmente sin sospecharlo) transportan polizones. Sin
embargo, de los 50.000 refugiados que pasaron en los últimos tres años
por el campamento Sangatte (puerto de entrada para la inmigración ilegal
al norte de Francia), 42.000 lograron entrar al país. Y ese país es una
isla.
Países continentales como España, Italia
o Estados Unidos resultan más graves desafíos, pues las presiones
migratorias desbordan su capacidad para controlar el flujo de
inmigrantes clandestinos
Lavado de dinero
Las Islas Caimán tienen 36.000
habitantes. También tienen más de 2.200 entidades de fondos, 500
compañías de seguros, 60.000 empresas y 600 bancos y compañías
fiduciarias con casi 800.000 millones de dólares en activos. No es
sorprendente que figuren en cualquier discusión sobre lavado de dinero.
Lo mismo sucede con EE UU, algunos de
cuyos principales bancos han sido involucrados en investigaciones de
lavado de dinero, evasión fiscal y fraude. De hecho, ningún país puede
declararse inocente de la práctica de ayudar a individuos o compañías a
esconder fondos para que no los encuentren sus gobiernos, acreedores o
familiares, incluyendo los que resultan de la evasión fiscal, el juego y
otras actividades criminales. Los cálculos sobre la cantidad de dinero
que se lava en el mundo lo sitúan entre el 2% y el 5% del PIB mundial:
entre 800.000 millones y dos billones de dólares.
El contrabando de dinero, monedas de oro
y otros artículos valiosos es una antigua práctica. Pero en las dos
últimas décadas, nuevas tendencias económicas y políticas han coincidido
con cambios tecnológicos para hacer que este viejo negocio sea más
fácil, más barato y menos arriesgado que antes. Los cambios políticos
han implantado la desregulación de los mercados financieros, lo que
facilita las transferencias de dinero.
Por su parte, los avances tecnológicos
han hecho que el dinero sea menos físico y las distancias geográficas
pierdan importancia. Puede ser que, aún hoy, las maletas rebosantes de
billetes sean herramientas de los blanqueadores de dinero; pero más
comunes son los ordenadores, Internet y los mecanismos financieros
complejos que combinan las prácticas e instituciones legales con las
ilegales.
El avance de la tecnología, la compleja
telaraña de instituciones financieras que abarca el mundo entero y la
facilidad con que el dinero sucio puede transformarse
electrónicamente en activos legales, hacen que el control de los flujos
internacionales de dinero se convierta en una tarea de enormes
proporciones.
En Rusia, se calcula que hacia mediados
de los años noventa, los grupos criminales organizados habían
establecido unas 700 instituciones legales para blanquear su dinero.
Enfrentados a esta creciente marea, los
gobernantes han incrementado sus esfuerzos para actuar contra los bancos
internacionales delincuentes, los paraísos financieros y el lavado de
dinero. La inminente irrupción del dinero electrónico a gran escala
-tarjetas inteligentes que pueden guardar, transportar o intercambiar
grandes cantidades de dinero- amplía el desafío.
LOS GOBIERNOS NO PUEDEN GANAR
No es difícil predecir que van a
perdurar las condiciones que han intensificado las cinco guerras durante
la última década. La tecnología se expandirá y las redes criminales la
aprovecharán más rápido que los gobiernos, sometidos a presupuestos
escasos, burocracias, escrutinio de los medios y electorados incrédulos.
El comercio internacional continuará
creciendo y favorecerá la expansión del intercambio ilícito. La
migración internacional crecerá también, aportando a las bandas
criminales una oferta creciente de reclutas y víctimas.
La extensión de la democracia puede,
asimismo, ayudar a los cárteles criminales, los cuales podrían manipular
débiles instituciones públicas corrompiendo a policías o tentando a
políticos con ofertas para sus campañas electorales. Irónicamente, la
expansión de las leyes internacionales –con su creciente red de
embargos, sanciones y convenciones- ofrecerá a los criminales nuevas
oportunidades para vender bienes prohibidos a quienes se encuentren en
los llamados “Estados canallas”. Estas tendencias pueden afectar de
distintas maneras a cada una, pero las cinco guerras seguirán
compartiendo al menos cuatro características.
No hay límites geográficos.
Algunas formas criminales han tenido
siempre un componente internacional. La Mafia, por ejemplo, nació en
Sicilia y fue exportada a Estados Unidos. El contrabando siempre ha
sido, por definición, internacional. Pero las cinco guerras son
verdaderamente globales.
¿Dónde está el campo de batalla de la
guerra contra las drogas? ¿En Colombia o en Miami? ¿En Myanmar (la
antigua Birmania) o Milán?
¿Dónde se da la pelea contra el lavado de dinero? ¿En Nauru o en Londres?
¿Es China el principal escenario de la
guerra contra la violación de la propiedad intelectual o están las
trincheras de esa guerra en Internet?
La soberanía limita a los gobiernos.
Los miembros de Al Qaeda tienen varios
pasaportes y nacionalidades, pero en realidad son apátridas. Son leales a
su causa, no a su nación. Lo mismo ocurre con las redes criminales
involucradas en las cinco guerras.
No puede decirse lo mismo de los
funcionarios gubernamentales -policías, agentes de aduanas y jueces que
las combaten. Esta asimetría agobia a los gobiernos enfrascados en estas
guerras: combatientes bien pagados, motivados y con abundantes recursos
de un lado (las bandas criminales) contra combatientes con menos
recursos y obstaculizados por nociones tradicionales de soberanía (los
gobiernos).
Un ex agente de alta jerarquía de la CIA
informó de que las bandas criminales internacionales son capaces de
mover globalmente gente, dinero y armas de forma más rápida que él
dentro de su propia organización.
La coordinación y el intercambio de
información entre organismos gubernamentales pueden haber mejorado en
los últimos tiempos, sobre todo tras los atentados del 11 de septiembre,
pero no son suficientes para combatir organizaciones que pueden
explotar hasta el último rincón de un cuerpo de leyes internacionales y
tratados multilaterales que está evolucionando, pero es aún imperfecto
Mercado ‘versus’ gobiernos.
En todas estas guerras, las burocracias
gubernamentales luchan para contener las acciones dispersas de miles de
organizaciones independientes y apátridas. Estos grupos están motivados
por las inmensas ganancias que genera la explotación de diferencias de
precios, demandas insatisfechas o simples beneficios producidos por el
robo.
El salario por hora de un cocinero chino
es mucho mayor en Manhattan que en Fujian. Un gramo de cocaína en
Kansas City cuesta 17.000% más que en Bogotá. Las válvulas italianas
falsificadas cuestan un 40% menos porque quienes las fabrican no tienen
que amortizar el costo de desarrollarlas. Un grupo guerrillero bien
financiado pagará cualquier precio por las armas que necesita. En cada
una de estas cinco guerras, los incentivos para superar las barreras
puestas por los gobiernos son gigantescos.
Las redes prescinden de la burocracia.
La misma red que trafica con mujeres de
Europa Oriental a Berlín puede estar involucrada en la distribución del
opio en esa ciudad. Las ganancias de este comercio financian la compra
de falsos relojes Bulgari fabricados en China y vendidos en las calles
de Manhattan por sin papeles africanos.
Los cárteles colombianos de la droga
tienen negocios con los traficantes de armas ucranios, mientras que
corredores de Wall Street controlados por la Mafia han hecho de pantalla
para los blanqueadores de dinero rusos.
Estos individuos y grupos
descentralizados están unidos por fuertes lazos de lealtad y propósitos
comunes. Están organizados en grupos alrededor de nodos semiautónomos,
capaces de operar con flexibilidad y rapidez.
Dos de los más conocidos expertos en
este tipo de organizaciones, John Arquilla y David Rosenfeldt, han
observado que las redes carecen generalmente de un liderazgo central,
comando o cuartel general, y por lo tanto “no puede apuntarse a un
cabeza preciso. La red como un todo tiene muy poca o ninguna jerarquía;
puede tener múltiples líderes. Así, el diseño [organizativo] a ratos
puede parecer acéfalo y en otros momentos policéfalo”.
Los gobiernos suelen responder a estos
desafíos formando comisiones interinstitucionales o creando nuevas
burocracias. Por ejemplo, el nuevo Departamento de Seguridad Interna de
EE UU reúne a 22 antiguas agencias federales y sus 170.000 empleados
para luchar, entre otras cosas, contra las drogas.
NUEVAS IDEAS
Es posible que los gobiernos nunca sean
capaces de erradicar las formas de comercio internacional
características de las cinco guerras. Pero pueden y deben luchar contra
ellas mejor que hasta ahora. Hay por lo menos cuatro áreas donde pueden
producirse mejores ideas para luchar contra estas guerras:
Conceptos de soberanía más flexibles.
Los gobiernos necesitan reconocer que,
muchas veces, es un error limitar el alcance de las acciones
multilaterales para proteger su soberanía. Su soberanía está en jaque
diariamente, no por Estados
sino por redes apátridas que violan
leyes y cruzan fronteras en busca de ganancias. En mayo de 1999, el
Gobierno venezolano negó a EE UU permiso para que sus aviones volaran
sobre su territorio, al vigilar las rutas de los narcotraficantes. Las
autoridades venezolanas dieron más importancia al valor simbólico de su
soberanía que al hecho de que los aviones de los traficantes de droga
violan regularmente su espacio aéreo. Sin nuevas formas de codificar y
abordar el concepto de soberanía, los gobiernos seguirán en desventaja
Fortalecer el multilateralismo.
La naturaleza global de estas guerras
significa que ningún gobierno, sin importar su poder económico, político
o militar, llegará lejos si actúa solo. Si esto parece obvio, entonces
¿por qué Interpol tiene 384 personas, de las cuáles apenas 112 son
policías, y un presupuesto anual de apenas 28 millones de dólares,
inferior al precio de algunos de los barcos y aviones que usan los
narcotraficantes? De igual manera, Europol, la equivalente europea de
Interpol, tiene 240 personas y un presupuesto de 51 millones de dólares.
Una de las razones por las cuales
Interpol tiene poco presupuesto y escaso personal es que sus 181
gobiernos miembros no confían unos en otros. Muchos suponen, quizá con
razón, que las redes criminales han penetrado los departamentos
policiales de los otros países y que compartir información con
funcionarios tan comprometidos no sería prudente. Otros temen que los
aliados de hoy tal vez se conviertan en enemigos mañana. Y otros se
enfrentan a impedimentos legales para intercambiar información o tienen
servicios de espionaje con culturas organizacionales que hacen casi
imposible una colaboración efectiva. El progreso se logrará solamente
cuando los gobiernos del mundo se unan para respaldar organizaciones
multilaterales más fuertes y efectivas.
Establecer nuevos mecanismos e instituciones.
Estas cinco guerras vuelven obsoletas
muchas de las instituciones, leyes, doctrinas militares o técnicas
existentes, en las cuales los gobiernos han confiado durante muchos
años. Los analistas tienen que reformular el concepto de “frentes de
guerra” definidos por la geografía y el de “combatientes” definido por
la Convención de Ginebra. Es necesario volver a definir y adaptar a las
nuevas realidades las funciones de agentes de espionaje, soldados,
policías, funcionarios de aduanas y personal de migración. Los políticos
tienen también que reconsiderar la noción de que la propiedad es
esencialmente una realidad física o de que sólo los países soberanos
pueden emitir moneda.
De la represión a la regulación.
Derrotar a las fuerzas de mercado es
casi imposible. En algunos casos, los gobiernos pueden cambiar la
represión por la regulación de los mercados; en otros, crear incentivos
puede ser mejor que usar las burocracias para controlar estos mercados.
La tecnología puede lograr mucho más que
los gobiernos. Por ejemplo, una poderosa técnica de encriptado puede
proteger mejor algunos productos de la piratería en Ucrania que obligar a
ese país a poner en práctica patentes, derechos de autor y marcas de
fábrica. Los gobiernos luchan, en estas cinco guerras, contra redes
motivadas por las oportunidades de enormes ganancias creadas por otros
gobiernos.
En todos los casos, el origen de esas
ganancias puede descubrirse en alguna forma de intervención
gubernamental que crea un desequilibrio entre oferta y demanda, y hace
que los precios y márgenes de ganancia se disparen como cohetes. En
algunos casos, estas intervenciones son justificadas y sería imprudente
eliminarlas: los gobiernos no pueden abandonar la lucha contra el
tráfico de heroína, seres humanos o armas de destrucción masiva. Pero la
sociedad puede manejar mejor otros segmentos de esta clase de comercio
ilícito mediante la regulación. Los políticos deben concentrarse en las
oportunidades de mejorar mediante la regulación aquellas situaciones que
han desafiado cualquier intento de prohibición.
Otros Frentes
Drogas, armas, propiedad intelectual, personas y dinero no son los únicos bienes con los que
trafican las redes internacionales.
También trafican con órganos humanos, especies en peligro de extinción,
obras de arte y residuos tóxicos. Este comercio comparte ciertas
características: la innovación tecnológica y los cambios políticos abren
nuevos mercados, que junto a la globalización difuminan los límites
geográficos y aumentan las oportunidades de beneficio para las redes
criminales y para los gobiernos. Son estos últimos sin embargo, los que
están perdiendo la batalla.
Órganos humanos: córneas,
riñones e hígados son los órganos con los que más se trafica en un
mercado en auge gracias al desarrollo tecnológico. Las técnicas de
conservación por ejemplo han mejorado notablemente y hacen los
trasplantes menos arriesgados. En Estados Unidos, 70.000 pacientes
aguardan en lista de espera para recibir un trasplante de órganos,
mientras que sólo 20.000 llegan a obtenerlos.
Brokers de órganos sin escrúpulos
cubren parcialmente esta demanda. Algunos donantes, sobre todo de
riñones, son tremendamente pobres. En India alrededor de 2.000 personas
venden cada año sus órganos.Muchos provienen de donantes que no sólo no
dan su consentimiento, sino que además se ven sometidos a operaciones
forzosas, o proceden de cadáveres de los depósitos de las comisarías.En
varios centros médicos de Alemania y Austria descubrieron recientemente
que habían utilizado válvulas cardíacas, procedentes de cadáveres de sudafricanos pobres.
Especies protegidas: desde
huevas de esturión para caviar hasta tigres o elefantes para zoológicos
privados. El comercio de animales y plantas en peligro de extinción
mueve miles de millones de dólares y afecta a cientos de millones de
especies. Este tráfico incluye animales vivos y plantas, así como todo
tipo de derivados como comida, pieles, instrumentos musicales de
madera, artesanía y medicinas.
Arte robado: cuadros,
esculturas y objetos robados de museos, galerías y casas privadas, de
víctimas del holocausto o de excavaciones arqueológicas se compran y se
venden en un mercado internacional en el que circulan entre 2.000 y
6.000 millones de dólares cada año. El creciente empleo del arte para el
blanqueo de dinero ha incentivado la demanda de estos objetos en la
última década. La oferta se ha disparado tras el derrumbe de la Unión
Soviética y la puesta en circulación de piezas de arte de titularidad
pública. La República Checa, Polonia y Rusia son tres de los cinco
países más afectados por el tráfico de obras de arte.
Residuos tóxicos: la
innovación en el transporte marítimo, el endurecimiento de las leyes
ambientales en los países ricos junto con la integración de los pobres
en la economía global y la mejora de las telecomunicaciones, son las
condiciones que han permitido el desarrollo de un mercado internacional
de la basura. Greenpeace estima que entre 1969 y 1989, se exportaron 3,6
millones de toneladas de residuos peligrosos. Cinco años más tarde la
cifra ascendía a 6.700 millones de toneladas. La organización ecologista
asegura además, que entre el 86% y el 90% de los cargamentos de
residuos tóxicos que se exportan a los países pobres –presumiblemente
para reciclar, reutilizar o con fines humanitarios- son en realidad
basura tóxica.
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