Asalto y muerteReto al régimen de Trujillo
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Una novela histórica sobre el caso Royal Bank de Santiago ocurrido en plena dictadura
El asalto a The Royal Bank of Canada, que sacudió la República Dominicana y representó una burla a la seguridad del régimen de Trujillo debido a que fue perpetrado por delincuentes comunes, enfrentó al general Fausto Caamaño y al coronel Ludovino Fernández, supuestamente distanciados por una golpiza que militares de Fernández, cumpliendo órdenes suyas, propinaron a un pariente de Caamaño. Al mismo tiempo, el robo levantó sospechas sobre Petán Trujillo a quien por sus aspiraciones presidenciales se le atribuyó la autoría intelectual del atraco con el fin de obtener el dinero para esa causa.
El pueblo y los estamentos de poder tenían la seguridad de que detrás de esos mozalbetes dirigidos por un brujo que recibía como seres a los luases Candelo y al Príncipe Rey Carmelo Fariseo, había funcionarios influyentes. Los decires apuntaban principalmente hacia Fausto Caamaño, entonces Secretario de las Fuerzas Armadas, pues la placa del carro en que se transportó el botín pertenecía a un vehículo al servicio de una de sus fincas. También se sospechaba de Ludovino pues para la época “estaba en la mirilla de los rumores acerca de un golpe de Estado”.
Estos y todos los detalles relacionados con el histórico asalto, primero cometido en el país, están contenidos en el libro “Asalto y Muerte, Reto al régimen de Trujillo”, que en forma de novela, aunque con nombres, lugares, fechas y hechos reales, acaba de poner a circular el historiador Miguel Holguín-Veras.
La obra también se refiere al general Rafael Espaillat (Navajita), a los coroneles Alcántara, Paulino, Frías, Escarramán, superiores de lugares de trabajo y tortura en las plantaciones de El Sisal, de Azua, la Isla Beata, los campos arroceros de El Pozo y El Factor, en la entonces provincia Julia Molina, de donde escaparon, según el relato, dos de los organizadores de la acción que despertó la ira del tirano, dejó dos muertos, un herido y un personal del Banco al borde de la asfixia que viendo cercana su partida al otro mundo dentro de una estrecha bóveda de seguridad, confesó en alta voz sus pecados.
En la portada del libro, el autor lo califica como novela pero el asalto a The Royal Bank of Canada, cometido en Santiago el 6 de noviembre de 1954, es tan real como estremecedor fue el posterior fusilamiento de sus protagonistas en el campo de tiro del Ejército Nacional ubicado en las cercanías del hipódromo de aquella ciudad. Lo novedoso del libro, que puede ser un argumento ficticio del escritor para agregar suspenso, son las confrontaciones entre Fernández y Caamaño y el provecho político que pretendieron sacar del caso funcionarios enemistados. Es la primera vez que se ofrece esta versión involucrando en el hecho a Caamaño, Petán Trujillo, el síndico de Samaná y opositores al Gobierno. Caamaño, incluso, figura separando a uno de los atracadores, José Ulises Almonte para exterminarlo a su manera. Ludovino Fernández, sin embargo, tuvo una actuación directa, publicada en los periódicos de la época y, tal como escribe Holguín, la descarnada matanza de los implicados, aunque considerados delincuentes, le mereció la repulsa colectiva. El régimen hizo una pantalla apresándolo y llevándolo a los tribunales.
Por esa razón, son las demás vinculaciones las que parecen revelaciones que se producen 52 años después del asalto, cuando ya no hay dictadura que impida narrar la realidad de las conjeturas tejidas a lo interno de la todopoderosa dictadura.
Eudes Bruno Maldonado Díaz, líder de la pandilla, se presentó al Banco “de parte del coronel a realizar una investigación”. Cuando salieron con casi 150 mil pesos, Maldonado dejó sobre un escritorio, según se cuenta en “Asalto y Muerte, Reto al régimen de Trujillo”, una nota que decía: “Coronel, cumplimos la misión. Nos veremos”.
“Donde estuviera Ludovino Fernández, el Coronel era él, aunque hubiera otro u otros coroneles en el sitio. Y su indignación no tuvo límites. Y para que mayor fuera su indignación, una gran parte del pueblo, no sólo de Santiago, sino de toda la República, creyó que se trataba de una trama urdida con su participación”, escribe Holguín-Veras, Acusaciones políticas
Miguel Holguín Veras apunta que funcionarios trujillistas con problemas personales de inmediato hicieron acusaciones formales. Manifiesta que “el señor Andrés Eurípides Díaz, gobernador provincial de Samaná, era enemigo personal del agrónomo Andrés A. González Caraballo y de un cuñado de éste, José Baldrich Martorell, ambos reputados como indiferentes al régimen de Trujillo, y de los comerciantes de Santiago Rafael A. Llenas Díaz y Reinaldo Álvarez. La circunstancia de la sombra que cubría el asalto le venía de perillas al gobernador de Samaná, quien acusó al grupo de haber participado en el atraco. La reputación de los acusados, aunada a la verdad, prontamente se impuso a la infamia, y fueron todos eximidos de responsabilidad. El gobernador fue destituido de su cargo y sometido a la acción de la justicia. Después moriría en circunstancias algo oscuras”.
Petán, Ludovino, Fausto Caamaño
“Tomó mucho cuerpo el rumor de que había sido Petán el autor intelectual del asalto, creencia que persistió aun después de que el caso fuera cerrado pues éste tenía aspiraciones” de suplantar a su hermano “y para ello necesitaría dinero, mucho dinero. En una ocasión en que una gran cantidad de papel moneda falsificado fue descubierta, se dijo que Trujillo sospechó de su hermano y que amenazó con que en caso de comprobarlo lo colgaría públicamente en el Parque Colon, “para que no joda más”, escribe Holguín.
Pero además, señala, entre Petán y Ludovino Fernández existía enemistad desde 1930 y se recrudeció en varias oportunidades “la última de las cuales fue la ocasión en que el Night Club de La Voz Dominicana fue inaugurado. Esa noche, dice, asistió un hijo de Ludovino, con su novia, a la cual Petán, en forma prepotente y altanera, pidió que bailaran. Esto fue considerado como una desconsideración por el joven hijo de Ludovino quien se opuso… “ Añade que Petán, airado, declaró que esa negación sería cobrada. Al día siguiente Ludovino llamó a Petán para decirle: “Mayor, estoy enterado del incidente con mi hijo, y quiero decirle que es conmigo que debe arreglarlo”. Petán se excusó, “pero el viejo resquemor se mantuvo, tomando más fuerza con el asalto a The Royal Bank”.
En cuanto al general Fausto Caamaño Holguín apunta que éste había tenido un serio disgusto con Ludovino Fernández. “Fue aquella ocasión en que Ludovino “debió” mandar a darle unos golpes a un señor de San Juan de la Maguana “que resultó ser primo hermano del General… Desde entonces las relaciones entre los dos hombres de confianza de Trujillo marcharon con notoria frialdad, discretamente alimentada por el Generalísimo. Incluso, Ludovino siempre pensó que su carrera militar se había visto retrasada debido a esta enemistad. Por su parte, Caamaño veía en Ludovino Fernández a alguien que en cualquier momento podría hacer valer sus méritos frente al régimen, que los tenía de sobras, y suplantarlo, sobre todo porque sabía que Ludovino merecía toda la confianza de Trujillo, una confianza que Caamaño nunca logró explicarse, pues, pese a los servicios que Ludovino había prestado a Trujillo, era visto con cierta reserva por los demás miembros de la alta jerarquía militar, por la gran cantidad de oficiales que la familia Fernández tenía en todas las ramas de la Fuerzas Armadas y la Policía Nacional”.
El escritor hace otros relatos de ambos personajes, narra un incidente surgido entre Caamaño y el mayor Leoncio Blanco, escribe un amplio historial de Ludovino Fernández, de Petán y consigna que investigaciones posteriores descartaron los rumores en torno a estas tres figuras.
Los hermanos Maldonado
Holguín ofrece un detalle pormenorizado de los planes de los atracadores, el origen de todos los miembros de la familia Maldonado, los compañeros de aventura de Eudes, lo ocurrido el día del atraco, el personal de servicio en el banco ese día, la reacción de Trujillo, los heridos, muertos y la forma en que lograron salir de la bóveda los empleados. Describe la horrible matanza de los saqueadores, a quienes aplicaron la Ley de Fuga. Elaboró la hoja de vida de cada uno, pero a Eudes le dedica un capítulo en el que lo define travieso, fullero, tramposo, buscapleitos, con inclinaciones homosexuales aunque estaba casado con Petra Testal, resalta. Terminó el bachillerato, fue maestro en Jánico, enfermero del hospital José María Cabral y Báez, marino, militar, empleado público hasta que se aficionó a la superchería a través de Mario Payano, narra.
Con la brujería anota Holguín, “fue acentuándose su tendencia bisexual, hacía uso del ocultismo para beneficiar su práctica homosexual y viceversa”. Cita por nombre y apellido a un médico con quien Eudes sostenía relaciones y reproduce una correspondencia que le enviaba el facultativo expresándole sus sentimientos. La esposa, según el novelista, emigró a los Estados Unidos avergonzada por la conducta de su marido.
El escritor incluye los nombres de hombres y mujeres inocentes que después fueron descargados, como las cuatro hermanas de Eudes: Normandía Inés, María Marina, Griselda y Romualda Esperanza. María Marina, acota, empezó a sufrir síntomas de aborto con el hecho, pues estaba embarazada, y el padre del jefe de la banda, Ramón Emilio Maldonado, quien sufría quebrantos cardíacos, murió afectado por el hecho.
En la novela, de 198 páginas, se cita a Luis Rodríguez Sánchez, Julio Zéller Cocco, George Beltrán, Dagoberto Rodríguez Camacho, José Alfredo Victoria, María Machado de Pérez, Mercedes Lantigua, Juan Florencio o Francisco Sarnelli, José Manuel Fernández Núñez y Francisco Antonio Persia Rodríguez, los empleados del Banco presentes ese día en la entidad. Fueron asesinados Fernández Núñez y Persia Rodríguez. A Zéller Cocco lo dejaron por muerto, pero sobrevivió.
“Después de varios días de un juicio que no pasó de ser una pantomima, fue dictada la sentencia” el 16 de diciembre de 1954. Un día después, los diez hombres recluidos en la fortaleza San Luis fueron sacados de sus celdas a cumplir trabajos públicos y fusilados “rayando el reloj las once y media de la mañana”.
En “Asalto y muerte, Reto al régimen de Trujillo”, concluye Holguín: “El campo de tiros estaba sembrado de cadáveres. De pronto sus inmediaciones empezaron a poblarse y en pocos momentos se vieron colmadas por un público que sin atreverse a entrar, se resistía a retirarse, incrédulo y aterrorizado… Entonces apareció el coronel Luvodino Fernández, se detuvo en la puerta de entrada y desde allí invitaba a la multitud aglomerada: “vengan, entren, vean lo que pasó. Trataron de huir pero no quedó ni uno vivo. Todos murieron”.
Y comenta: “la brutalidad de la matanza con la que el régimen, queriendo dar un ejemplo, tomó venganza contra un grupo de delincuentes, arrastrando en la vorágine a una pléyade de adolescentes inocentes, provocó la repulsa de la ciudadanía. En vez de ser considerados como lo que fueron, ladrones y asesinos desalmados, los asaltantes fueron exaltados a la calidad de héroes o mártires, autores de un arriesgado hecho sin precedentes en la historia de más de un siglo del país y que había logrado poner en jaque, aunque fuera por pocos días, a un régimen de fuerza como el de Trujillo”.
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