Había vuelto, allí, a la sala del grupo CDU-CSU del Bundestag
[el 25 de septiembre, en una de sus escasas apariciones públicas con
ocasión de una ceremonia celebrada en su honor]. Él, uno de los últimos
grandes europeos de cristiano-demócratas alemanes, rodeado de un
batallón de euroescépticos que aplaudían educadamente durante su visita
al Reichstag.
Helmut Kohl hoy teme por su gran sueño de la unidad europea. Y con razón.
Helmut Kohl, gran amante de las metáforas, nunca desaprovechaba una
ocasión para hablarnos de las dos caras de una misma moneda: la unidad
de Alemania y la de Europa. La fórmula era atrayente y probablemente
también creía en ella. Sin embargo, resultó ser falsa. La unidad alemana
no es el reverso de la unidad europea, sino más bien su antítesis. La
reunificación alemana no es únicamente una de las causas profundas de la
crisis europea, sino que también se encuentra en el origen de nuestra
incapacidad de salir de ella. Esa es precisamente la tragedia del
excanciller: su gran obra política (la reunificación alemana) producía
la destrucción de su sueño político más grande (la unidad europea).
Cambio de cultura política
La
reunificación precipitada
de Alemania costó cerca de 2.000 millones de euros de transferencias
sociales. Es el ejemplo más patente en el mundo de la mala gestión
económica. Un récord que el desastre europeo está a punto de batir. No
es de extrañar que los ciudadanos alemanes, que ya tuvieron (y aún
tienen) que pagar por la reunificación, hoy se nieguen a seguir
rascándose el bolsillo por Europa.
Estoy absolutamente convencido de que la antigua República Federal,
sin reunificar, habría sabido gestionar mejor la crisis del euro.
Contaríamos con una unión bancaria y presupuestaria y la deuda de Grecia
se habría eliminado. La integración europea era la razón de ser en
última instancia de la antigua República Federal. La crisis habría sido
la ocasión de realizar una renovación institucional de la Unión Europea.
En lugar de la unidad europea, procedimos a realizar la unidad
nacional. Cambiamos de capital al mismo tiempo que de cultura política,
que ahora se encuentra más cerca de Moscú que de Bruselas, París y
Londres. Recuerdo la respuesta que me dio un diputado y alto responsable
de la CDU hace unos años, cuando le preguntaba sobre la coordinación de
las políticas económicas en el espacio europeo: Alemania no coopera a
nivel europeo, sino al nivel del G20, los veinte países más
industrializados del mundo. Alemania ya no se considera miembro de la
Unión Europea, sino una potencia autónoma, que trata de igual a igual a
Estados Unidos, Rusia y China, sin preocuparse por las pequeñas
molestias, como los Estados europeos.
Actitud crítica pero constructiva
¿Cómo se ha llegado a esta situación? La reunificación alemana hizo
que se replegara un parámetro fundamental de la dinámica europea y que
se basaba en el equilibrio entre los cinco países fundadores (Alemania
Occidental, Francia, Reino Unido, Italia, España). No es casualidad que
los británicos hayan perdido todo interés en el proyecto europeo tras la
reunificación de Alemania. El desinterés progresivo del Reino Unido no
ha hecho sino agravar este desequilibrio.
Alemania representa actualmente más de una cuarta parte de la
potencia económica europea, pero odia adoptar una función de líder que
jamás ha querido en Europa. La antigua República Federal, que sería un
socio como los demás, se habría comportado como Países Bajos hoy, es
decir, de forma crítica, pero constructiva.
Debo reconocer que durante mucho tiempo he formado parte de los que
creían en la metáfora de Kohl sobre las dos caras de la moneda. A
comienzos de los años 90, era inconcebible que un día Alemania se
desviara del consenso europeo. Este desplazamiento se produjo en parte
con la llegada de los responsables políticos de Alemania del Este, como
Angela Merkel, que no tenían ningún vínculo personal con el proyecto
europeo y se desviaron de la integración europea.
Sin embargo, la integración de la antigua Alemania del Este no basta
para explicar esta evolución. En los países occidentales también
cambiaron las prioridades. Uno de los motivos es económico. Debido al
peso de la reunificación, Alemania adoptó la moneda única con una
cotización inflada. El resultado fue que, durante 10 años, la política
económica alemana consistió en aumentar su competitividad en lugar de
intentar reforzar la productividad del espacio europeo en su conjunto.
Ahí está una de las principales causas de la crisis actual.
La reunificación de Alemania y la de Europa no van a la par y las dos
han salido mal económicamente. En mi opinión, los futuros historiadores
observarán con una mirada más crítica que hoy la reunificación y los
méritos del canciller Kohl.
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