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Lágrima
Nota: En esta transcripción se ha mantenido la ortografía original.
Autor: Voltaire
LAS lágrimas son el lenguaje mudo del dolor. Mas ¿qué conexión hay entre una idea triste, y este licor cristalino y salado, que se filtra por una glandulita en el ángulo exterior del ojo, que humedece la conjuntiva y los puntitos lacrimales, desde donde baja a la nariz y a la boca por el receptáculo llamado saco lacrimal, y por sus conductos?
¿Por qué en los niños y en las mujeres, cuyos órganos son de un tejido débil y delicado, excita el dolor las lágrimas con más facilidad que en los hombres formados, cuyo tejido es mas firme?
¿Ha querido la naturaleza producir en nosotros la compasión al aspecto de estas lágrimas que nos enternecen, e inclinarnos a socorrer los que las derraman? La mujer salvaje se ve inclinada a socorrer al hijo que llora tan irresistiblemente como lo puede estar una cortesana, y tal vez mucho mas, porque está menos distraída y tiene menos pasiones.
Sin duda que todo tiene su fin en el cuerpo animal, principalmente los ojos tienen relaciones matemáticas tan evidentes, tan demostradas y tan admirables con los rayos de la luz; es tan divina esta mecánica, que estoy inclinado a tener por un delirio de una calentura ardiente al atrevimiento de negar las causas finales de la estructura de nuestros ojos.
No parece que el uso de las lágrimas tiene un fin tan determinado y tan patente; pero sería bueno que las hiciese derramar la naturaleza para excitarnos a la compasión.
A algunas mujeres se les acusa de que derraman lágrimas cuando ellas quieren; talento que no me sorprende, porque una imaginación viva, sensible y tierna puede fijarse en algún objeto, o en alguna memoria dolorosa, y representárselo con colores tan dominantes, que le arranquen las lágrimas: que es lo que sucede a muchos actores y principalmente a muchas actrices en el teatro.
Las mujeres que las imitan en lo interior de sus casas, juntan a este talento la intriguilla de aparentar que lloran por sus maridos, ínterin que son los amantes el verdadero objeto de sus lágrimas. Estas son verdaderas, y solo su objeto es fingido.
Es imposible fingir que se llora sin motivo, como puede fingirse que se ríe. Es preciso estar sensiblemente afectado para obligar a la glándula lacrimal a que se comprima y a que derrame su licor en la órbita del ojo; pero para reírse basta solamente querer.
Se pregunta ¿por qué el mismo hombre que hubiera visto a ojo enjuto los mas atroces acontecimientos, y que aun hubiera cometido crímenes a sangre fría, llorará en el teatro viendo la representación de estos acontecimientos y de estos crímenes? Puede responderse, que porque no los ve con los mismos ojos, sino con los del autor y del actor. En este caso no es el mismo hombre: él era bárbaro y estaba agitado de una pasión furiosa cuando vio matar a una mujer inocente y cuando se tiñó las manos con la sangre de su amigo; y vuelve a ser hombre en el espectáculo. Su alma estaba agitada por un tumulto borrascoso, y después está tranquila y vacía; la naturaleza ha recobrado su dominio, y derrama lágrimas virtuosas. En esto consiste el verdadero mérito y la gran bondad de los espectáculos; y esto es lo que jamás podrán hacer las frías declamaciones de un orador pagado para fastidiar todo un auditorio por el espacio de una hora.
El regidor David que vio sin conmoverse, e hizo morir sobre la rueda al inocente Calas, hubiera derramado lágrimas al ver representado su propio crimen en una tragedia bien escrita y bien ejecutada.
Por esto dice Pope en el prólogo de Catón de Addisson.
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- De su ternura, asómbrase el malvado,
- El crimen tiembla y lloran los tiranos.
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